El Grand Prix, o sea el segundo lugar, quedó empatado entre Bir zamanlar Anadolu’da (Érase una vez en Anatolia), del turco Nuri Bilgué Zheylán, la minuciosa descripción de una investigación policiaca, exhibida el penúltimo día, y Le gamin au vélo (El muchacho de la bici), de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, que por lo visto se quedaron a un tris de ganarse la Palma de Oro por tercera vez. Bilgué Zheylán ya había obtenido el Grand Prix en 2002 por Uzak (Distante).
Los premios de actuación fueron para la estadunidense Kirsten Dunst por su bipolar desempeño en Melancholia (Melancolía), del danés Lars Von Trier, y al francés Jean Dujardin, por su simpática interpretación de un actor del cine mudo en The Artist, de su paisano Michel Hazanavicius. El reconocimiento a Dunst fue también simbólica de que el jurado no la tomó personalmente contra la película de Von Trier, a pesar de haber sido declarado este persona non grata del festival.
Lo que sí ha de haber provocado calambres en la crítica francesa fue el premio a mejor guión para la israelí Hearat Shulayim (Pie de página), de Joseph Cedar, porque la recepción local fue en particular negativa a una película que ciertamente tenía el mérito de unos diálogos inteligentes sobre el mundo académico, por lo menos.
Hasta aquí los premios son discutibles, pero comprensibles. Lo que no se entiende es el premio a mejor director para el también danés Nicolas Winding Refn, por haber hecho Drive (Maneja), un thriller hollywoodense de estilo ochentero. Hubo varios trabajos formales mucho más arriesgados y menos convencionales. Aún más inexplicable es el premio del jurado (o de consolación) para Polisse, de la actriz Maïwenn, que haría ver bien a cualquier telefilme policiaco del momento. En efecto, la representación francesa fue pobre en la competencia y bien pudo haberse ido en ceros.
Entre las favoritas de la crítica internacional, las mayores ignoradas por el palmarés fueron Le Havre, del finlandés Aki Kaurismäki, director cuyas peculiares virtudes suelen ser menospreciadas por los jurados, y This Must Be the Place (Éste debe ser el lugar), del italiano Paolo Sorrentino. Ambas eran opciones mucho más justas para el premio de mejor director, digamos, que Drive.
La Cámara de Oro a mejor opera prima fue para la argentina Las acacias, de Tomás Giorgelli, que también obtuvo el segundo lugar en la Semana de la Crítica. No obstante la modestia de su producción, la película contenía un sincero peso emotivo a partir de un planteamiento muy sencillo, cualidad bastante apreciable en un festival caracterizado por los temas demasiado ambiciosos.
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