Independientemente del
grado de participación que haya tenido el Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología (Conacyt) en su génesis (lo que tendrá mayor claridad en los
próximos días), la iniciativa de decreto para crear una nueva ley de
humanidades, ciencias y tecnologías fue resultado de un cálculo político
fallido. Surgida a espaldas de la comunidad científica, ha provocado
una reacción de rechazo que no se había visto en décadas en este sector.
Como sintetizó el doctor Daniel Ortuño Sahagún, profesor del
departamento de biología molecular y genómica de la Universidad de
Guadalajara, durante su participación el miércoles pasado en la Cámara
de Diputados: “Un primer logro de la propuesta de nueva ley –que
francamente espero sea el último– es haber unido a la comunidad
académica para manifestarnos mayoritariamente en contra de ella”.
Como respuesta a los reclamos de investigadores, luego de la
presentación de la senadora Ana Lilia Rivera de la mencionada
iniciativa, tuvo lugar el pasado 6 de marzo la primera jornada del
Conversatorio para el Análisis del Sistema Nacional de Ciencia,
Tecnología e Innovación, acto organizado en conjunto por la Comisión de
Ciencia y Tecnología de la Cámara de Diputados, presidida por Marivel
Solís Barrera, y el Foro Consultivo Científico y Tecnológico, encabezado
por Julia Tagüena Parga. La reunión, en la que se registraron más de
600 académicos y científicos, es en sí misma una buena señal, pues
ilustra la característica de la política de ciencia de la Cuarta
Transformación que ya había sido planteada el primero de diciembre por
el presidente López Obrador: la consulta con los científicos.
Un hecho significativo en la ceremonia inaugural, ocurrió cuando la
presidenta de la Comisión de Ciencia y Tecnología del Senado, Beatriz
Paredes Rangel, destacó la propuesta presentada por la comisión homóloga
de los diputados para incorporar en el artículo tercero constitucional
las bases de una política de Estado para la investigación científica, el
desarrollo tecnológico y la innovación, considerarlas áreas
prioritarias para el desarrollo nacional con visión de largo plazo y
como un derecho para gozar de los beneficios del conocimiento científico
y sus aplicaciones. De concretarse, cambiaría sustancialmente la
perspectiva desde la que habría que observar a la ley reglamentaria (de
ciencia y tecnología), como advirtió luego Pedro Salazar, investigador
del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM), quien coordinó la primera mesa de trabajo del
conversatorio.
Es imposible en este espacio dar cuenta de la riqueza de las
participaciones en el acto citado, por lo que me voy a referir aquí sólo
a algunas de ellas en los temas que considero estuvieron en el ánimo de
la mayoría de los participantes.
Un punto central fue el planteado por Julia Tagüeña, Guillermo Cejudo
(investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas) y por
el propio Pedro Salazar, quienes señalaron que antes de aterrizar en una
nueva ley de ciencia y tecnología era preciso contar con una definición
de políticas; es decir, saber primero hacia dónde se quiere ir, o los
problemas que se pretenden resolver, por lo que el marco normativo
debería ser visto no como un fin en sí mismo, sino como el mejor
receptáculo posible luego de la definición de esas políticas. Dicho en
otras palabras, aunque menos elegantes, no habría que poner la carreta
delante de los bueyes.
Otro de los puntos nodales en la primera jornada fue el planteado por
Juan Pedro Laclette, investigador del Instituto de Investigaciones
Biomédicas de la UNAM, al señalar que si se pretende modificar la ley,
se debería partir de la vigente y no de la iniciativa de la senadora
Rivera. En el mismo sentido, en la sesión vespertina dedicada al
análisis de los centros públicos de investigación (CPI), Martín Aluja
Schuneman, Premio Nacional de Ciencias 2013, dijo que la iniciativa
presentada por Rivera debería ser archivada y aspectos como las
modificaciones en los CPI operarse sobre la base de la ley actual.
Un tema que estuvo presente en varias intervenciones fue, desde
luego, el de la libertad de investigación. Al respecto, Antonio Lazcano
Araujo, miembro de El Colegio Nacional, señaló que el desarrollo de la
ciencia requiere de la garantía de la libertad intelectual absoluta, por
lo que no debe haber restricciones o imposición sobre el sentido que
debe tomar la investigación. Pedro Salazar recomendó evitar recetar
conceptos abiertos y ambiguos que operan como condicionantes, como los
de riesgo, prevención, precaución y previsión, los cuales requieren de
una definición precisa para no convertirse en
espada de Damoclessobre las investigaciones.
Una conclusión preliminar para el primer día de actividades de este
conversatorio (que tendrá su segunda jornada y conclusión mañana) es que
la iniciativa de decreto para crear una nueva ley de humanidades,
ciencias y tecnologías, nació muerta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario