Se han cumplido los mágicos
100 días de ejercicio del nuevo gobierno federal. Al llegar a esa suma
de momentos, para la crítica, se ha dejado al descubierto tanto el
centro de un desconcierto y una oferta virtual si no es que magra. La
cereza todavía no aparece con los colores ideológicos, transformadores
que quisiera presumir. Y lo que al parecer le sobra es saliva cotidiana
para pasar las ingentes cantidades de pinole acumulado. Imponentes
cañones se alinean para descubrir y exponer cortedades, desviaciones y
hasta traiciones de López Obrador como candidato a Presidente. Para el
resto de la administración la atención se difumina hasta niveles
insignificantes. Lo que importa es dejar desollado un cuerpo que en su
desmesura no pasa de promesas, indicios, palabrería y un continuo andar
de aquí para allá o denostar a diestra y siniestra. La polarización es
su consigna e innegable capacidad.
Desde la otra esquina, ésta mucho más amplia y aguerrida, surgen, en
abigarrados pelotones ciudadanos de común andar, apoyos, esperanzas y
seguridades por el porvenir entrevisto. Al estar presente en el diario
quehacer y frente a la nación, el nuevo gobierno despliega sus
intenciones y marca sus pasos para fijar posturas y programas. Ahora se
sabe, de cierto, quienes están dentro, los que titubean y los que se van
orillando. El modelo de gobierno se ha dibujado con precisión: tiene un
centro de renovación social que se afianza en la austeridad republicana
y dirige su mirada hacia la parte baja de la pirámide poblacional. En
ese territorio vital, abandonado y marginado de los haberes públicos, se
pretende fincar la energía que impulsará el crecimiento. Tal será, de
aquí en adelante, el modelo político, social y económico.
Un enorme cúmulo de recursos ha sido destinado con el propósito de
iniciar la construcción de un piso más parejo que el rugoso actual. Ahí
aparecen los destinatarios de programas que, en conjunto, plasman la
sustancia del futuro desarrollo social. Entran en escena jóvenes
desempleados, jóvenes estudiantes, discapacitados, mujeres, viejos,
marginados, productores del campo y otros más cuyos destinos pueden
rescatarse para empezar un nuevo camino.
A este gigantesco esfuerzo programático se le ha catalogado de
clientelismo. El Presidente está usando los recursos públicos para
solidificar la base de Morena y darle la altura de un partido hegemónico
es una inapelable conclusión de expertos. Se tendrá un universo de
millones (25) de posibles apoyadores. Exactamente los millones de
beneficiados. Es decir, se da forma a una campaña electoral de gran
calado. Se asume, como una realidad, la captura de la voluntad ciudadana
a sufragar por las candidaturas de Morena del mañana. Una simple y
rápida revisión de lo ocurrido en el pasado muestra que, aun con los
condicionamientos conocidos al aplicar programas sociales, el electorado
no votó como fue esperado. Hubo experiencias frustradas hasta en la
misma compra de intenciones y promesas de apoyo. La modalidad de dirigir
los recursos sin intermediación, de manera directa al interesado, se
afirma como una sospecha ya concretada, cierta, del propósito de atar al
ciudadano con la figura presidencial. Un descarado presidencialismo de
talla no vista es la supuesta conclusión. No se puede, desde la
perspectiva opositora, crítica interesada o la que defiende posiciones a
ultranza, imaginar, aceptar, entrever, las bases de una distinta
política social. Una que lleva impresa la justicia distributiva. El
modelo que en estos 100 días ya se distingue sin remilgos no está
completo. Los recursos de tales programas, debidos a la tajante
austeridad y la lucha contra la corrupción, no son suficientes. Hará
falta toda una fuente adicional de dónde extraerlos para hacerlos, con
urgencia, sustentables. La salud y la educación solicitan atención
inmediata y suficiente. Se trata de darle, a la salud, una dimensión
universal. Se desea y busca asegurar educación de calidad para todos y
que todos puedan acceder a ella.
Planteado de esta manera el propósito de un modelo republicano el
juicio, para apreciarlo, cambia. Se dibuja entonces un panorama de
transformación de la realidad imperante. El aliciente básico para la
renovación se ha implantado en variadas vertientes. Son asuntos que han
esperado años para poder transitar por el rumbo de la justicia.
Este modelo tratará de empujar el consumo desde abajo para un
crecimiento de textura local, con ingredientes nacionales. Es lo que
muchos mexicanos están viendo en el nuevo gobierno y donde sitúan su
confianza y sus esperanzas.
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