En un ejercicio igual de
trivial que el de sus antecesores, el presidente Andrés Manuel López
Obrador rindió un informe –por llamarle así– sobre sus primeros 100 días
al frente del gobierno de la República, en el cual, como relataron sus
antecesores en el cargo, todo ha sido éxito, perfección y logros al por
mayor. ¿En serio puede acumularse tanto en un periodo tan breve? Ni de
lejos, pero parece que la inercia de los actos oficiales se impuso por
enésima ocasión.
De López Obrador era de esperase mesura, en el entendido de que
apenas inicia el proceso de la Cuarta Transformación, la cual ni
remotamente se logra ni consolida en 100 días. Lo narrado por el
mandatario fue un compendio de aciertos, en donde los resbalones y las
novatadas no tuvieron cupo.
No hay por qué dudar del entusiasmo y las buenas intenciones
presidenciales, pero éstas no pueden entenderse, en automático y de
inmediato, como sinónimo de buenos resultados, mucho menos en apenas 100
días. Parece necesario recordar que aún le restan 2 mil 90 días de
gobierno y en ese lapso todo puede suceder, siempre con la esperanza,
desde luego, que sea para bien.
Pero en la narrativa de los 100 días todo funciona como relojería suiza. Presume López Obrador que
la economía afortunadamente está en marcha; aún crece poco, pero no hay ni asomo de recesión como quisieran nuestros adversarios conservadores o como pronostican con mala fe sus analistas; se van a quedar con las ganas.
Podría decirse que sí, que está en marcha, pero con un motor y a una
velocidad tan enclenques como los registrados a lo largo de los últimos
36 años, es decir, 2 por ciento de crecimiento como promedio anual. Y los gobiernos neoliberales también presumían que
la economía no deja de crecer.
Entonces, sin cambio de motor y aumento de velocidad, la promesa
presidencial de avanzar a un ritmo de 4 por ciento anual se quedará en
el discurso (ejemplos sobran), y ello no es lo que el país requiere. Si
bien López Obrador dice que
la fórmula es acabar con la corrupción, los privilegios y la impunidad (cuando menos esta última se mantiene vivita y coleando) para liberar fondos que puedan ser destinados al desarrollo y al bienestar del pueblo, ello no puede considerase como
nuestro plan económico.
También destacó que
en este periodo de 100 días el peso ha ganado valor con relación al dólar cuatro por ciento, pero hay que recordar que con Peña Nieto la depreciación del tipo de cambio fue cercana a 55 por ciento (y todos sus antecesores devaluaron), de tal suerte que el camino de la recuperación es muy largo aún.
Un acierto, sin duda, fue la creación del Consejo para el Fomento a
la Inversión, el Empleo y el Crecimiento Económico, pero su conformación
ni siquiera cumple un mes, de tal suerte que los beneficios se verían,
si bien va, en el mediano plazo, siempre y cuando la parte privada
cumpla con lo suyo, pues todos los años anuncia voluminosas cantidades
de inversión y en los hechos suele quedarse muy corta.
En fin, es entendible y compartible el entusiasmo del presidente
López Obrador, pero es necesario que las ganas no suplan a los hechos.
La Cuarta Transformación está en proceso de construcción y, por lo
mismo, falta mucho para cortar el listón inaugural.
Las rebanadas del pastel
Niños héroes de la banca que opera en el país (envueltos
en la bandera de los barones del dinero) reclaman airadamente lo que se
comentó ayer en este espacio y aducen
razones inflacionariaspara justificar las voluminosas ganancias de las instituciones financieras (1.5 billones de pesos) en lo que va del presente siglo. Pues bien, la inflación acumulada (información del Inegi) de diciembre de 2000 a enero de 2019 es de 113 por ciento; en el mismo periodo, el incremento de las utilidades netas de la banca es de 2 mil 300 por ciento, diferencia superior a 20 tantos entre uno y otro indicador, favorable, desde luego, a los barones del dinero. Valga la aclaración, porque después dicen que el pensador es uno.
Twitter: @cafevega
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