La Jornada:
Pablo Romo Cedano
El Frayba celebra 30 años de vida y amerita no sólo un reconocimiento, sino un balance por su labor. ¿Qué ha significado la vida de este espacio de defensa y promoción de los derechos humanos? ¿Cómo ha ayudado su tarea a las y los chiapanecos, yen particular a los pobres y a los pueblos indios, como fue su propósito original? Este espacio de reflexión es reducido para tal tarea. Recuperemos simplemente algo de historia.
En realidad el Centro de Derechos HumanosFray Bartolomé de Las Casasse formó antes de esta fecha emblemática del 19 de marzo de 1989, pues a mediados del año anterior había un mandato expreso de la Asamblea Diocesana, en aquellos tiempos animada y presidida por don Samuel Ruiz García, para establecer un espacio de defensa y promoción de los derechos humanos en el territorio de la diócesis. La Asamblea encomendó la tarea de su creación a Gonzalo Ituarte y en pocos meses reunió un pequeño grupo de personas que en San Cristóbal de una u otra forma trabajaban en la defensa de los pueblos indios con una opción clara por los pobres. Dentro del pequeño grupo impulsor estaban Gaspar Morquecho, Conchita Villafuerte, Félix García, Francisco de los Santos, entre otros, acompañados por algunos miembros de cada equipo pastoral. La tarea de organización y planeación se inició a fines del 88 en un contexto de nueva represión contra el pueblo organizado y contra sus líderes. Cabe recordar el fraude electoral de ese año y los inicios del mandato de Salinas de Gortari y de Patrocinio González Garrido, gobernador en Chiapas.
Dura era la vida en esos tiempos donde muchos líderes campesinos y sociales perdieron la vida en manos de sicarios pagados por autoridades. De ahí que las y los miembros de la diócesis impulsaran un espacio para denunciar los crímenes y sobre todo, para visibilizar la situación de miseria y marginación de los pueblos indios y campesinos. La muerte era frecuente por desnutrición; la mayor parte de los municipios de Chiapas eran parte de los más pobres entre los pobres del país; la esperanza de vida de la población indígena era al menos 20 años menos que el promedio nacional. Recuerdo que no había más que el hospital de las Hermanas de la Caridad en Altamirano para atender toda la región de la selva y el norte del estado. El agua potable en las comunidades era una ilusión y el racismo era feroz.
Los primeros pasos del centro se dieron en el contexto de la aceleración de las reformas estructurales neoliberales. Las cárceles en ese tiempo se llenaban de miembros de organizaciones movilizadas contra las reformas al artículo 27 constitucional; contra la caída de los precios del café y contra las negociaciones del TLC.
De pronto, sin quererlo, el Frayba asumió un papel de vocero de quienes no habían tenido voz y no eran escuchados. Ello irritó mucho al entonces gobernador. Y así empezó la difamación y después represión contra la diócesis y en específico contra don Samuel Ruiz. El gobernador no dudó en criminalizar y encarcelar a miembros de la diócesis. En 1993 el Frayba se hizo parte orgánica de la diócesis, para protegerlo de esos embates.
A raíz del levantamiento armado zapatista, el Frayba cambió su tarea, los pueblos indios habían tomado la palabra, eran escuchados y denunciaban las graves situaciones de violaciones a los derechos humanos que vivían. Era un tiempo tormentoso, pero lleno de esperanza. Así el Frayba primero acompañó el proceso de mediación y después devino un acompañante de los pueblos, conjugando su voz y su acción con ellos. Sin embargo, la guerra de baja intensidad ordenada por Ernesto Zedillo e implementada entre otros por el difunto general Renán Castillo, hicieron del acompañamiento un trabajo peligroso. Se atravesaron situaciones muy dramáticas como Acteal, Nixtalucum, la Zona Norte, la expulsión de extranjeros solidarios, entre otras. Después vendrán otras etapas no menos difíciles y no menos apasionantes. El Frayba se convirtió en reserva crítica ante las euforias de transición y de cambios fatuos. Así como también en articulador de oposiciones frente a los proyectos de muerte, como el de la minería. El FrayBa no nació ni creció solo; nace acompañado de muchas otras organizaciones de la así llamada sociedad civil tanto locales como nacionales. Pienso particularmente en Desmi, en la Codimuj, en el Centro de Derechos Humanos de la Mujer. Conjuga su labor con redes más amplias, con colectivos solidarios, con instancias internacionales que han resistido creativamente. Hoy, el centro es una fuente confiable de la memoria de este periodo de la historia de los pueblos; allá en el sureste del país, donde la dignidad impera por encima de las necesidades.
Celebramos y felicitamos a los actuales miembros del Centro de Derechos HumanosFray Bartolomé de Las Casaspor mantener firme la defensa del derecho del pobre, del migrante y de los pueblos indios. Nos unimos al recuerdo de lo que significan 30 años de trabajo.
* Serapaz
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