Washington, D.C.— Después de tres décadas de derrotas electorales,
siendo la más demoledora la de 2018, el futuro del PRI pende de un hilo.
De haber sido una de las marcas políticas más exitosas del siglo 20,
hoy su mermada membresía celebra 90 años de vida entre la retórica
estéril de la sobrina de Carlos Salinas de Gortari y la nostalgia por el
Grupo Atlacomulco que provoca Alfredo del Mazo. Como dijo un
prestigiado estudioso de nuestro país, el significado histórico de los
comicios pasados no es tanto que haya arrasado Andrés Manuel López
Obrador sino que ninguno de los candidatos de los otros partidos
relevantes—PRI y PAN—hayan podido enfrentar el tsunami de Morena.
En la charla que tuve con el Profesor John Womack, antes y después del 1 de julio de 2018 (14/05/2018, 29/07/2018 Sin Embargo),
le pregunté si Carlos Salinas era el responsable de la decadencia del
PRI. Womack defendió a su ex alumno, cuya tesis doctoral asesoró, como
el “último Presidente de México” que supo cómo implementar reformas
exitosamente y negociar pactos de no agresión entre las camarillas del
partido. “La maquinaria de mando y control del PRI lleva más de 30 años
averiada”, me dijo. “Hoy sólo quedan pedacitos…”.
El desplome del PRI representó el fin del presidencialismo, lo que el
autor de “Zapata y la Revolución Mexicana” atribuye menos al
levantamiento zapatista que al asesinato de Luis Donaldo Colosio y a la
encarnizada guerra intestina que siguió. Después de eso, ningún
Presidente de cualquier partido pudo gobernar con poder absoluto. La
perversa habilidad del PRI para tratar de garantizar la estabilidad
interna al costo que fuera–bayonetas, tortura, represión y
espionaje–despertó sentimientos de envidia entre sus pares en
Latinoamérica y expresiones de censura. “La dictadura perfecta”, acertó
Mario Vargas Llosa.
Pero hoy, a sus 90 años, el PRI a duras penas es la tercera fuerza
política del país. Y es que para el PRI el tiempo se congeló. Sigue
controlado por los mismos clanes que lo llevaron a la ruina. “Vamos a
levantarnos, vamos a fortalecernos”, dijo Claudia Ruiz Massieu, sobrina
del último Presidente que controló todo, al asumir la presidencia del
partido a dos semanas de la derrota histórica de 2018. Con ingenuidad
irreverente, recomendó “realizar un diagnóstico crítico” sobre lo
ocurrido. “Dos mil dieciocho será recordado como el año de nuestra gran
debacle o como el año que iniciamos nuestra gran reforma, escribir el
desenlace depende de nosotros”, lanzó.
En los 24 meses ininterrumpidos en los que Ruiz Massieu ha sido jefa
del PRI–primero como Secretaria General y luego como presidente–el
partido experimentó su peor deterioro. En la política no se puede
predecir. Sin embargo, coincido con Womack en cuanto que sería un error
darle santa sepultura. “La gente se harta de los ganadores y de repente,
todo mundo, milagrosamente puede voltear al PRI. Puede decir: mejor el
PRI que la decepción de lo que tenemos…”.
De reinventarse no será de la mano de una generación formada en la
cleptocracia. Como Secretaria de Turismo y Canciller de Enrique Peña
Nieto, Ruiz Massieu dejó un legado de derroche, opacidad e intrigas.
Contrató costosas firmas extranjeras de promoción turística que
pretendían engañar al viajero sobre la realidad de violencia e
inseguridad de México. Abusó del poder para maquinar contra adversarios
incómodos. Como titular de Relaciones Exteriores viajó a Washington,
D.C. y Nueva York trece veces entre septiembre de 2015 y diciembre de
2016. Sólo en una ocasión convocó a la prensa a la que respondió con
clichés todo lo que preguntaba. Siete de los referidos viajes—cuatro a
Washington, D.C. y tres a Nueva York—los hizo en aviones del Estado
Mayor Presidencial. Otros tres a bordo de jets ejecutivos de Avemex, la
empresa de taxis aéreos en el Aeropuerto Internacional de Toluca,
propiedad de Agustín Lanzagorta Carrera. La SRE no reveló los montos de
recursos ejercidos por Ruiz Massieu por concepto de todos los vuelos
(SRE, Unidad de Transparencia 15/02/1019).
Ruiz Massieu es parte de los clanes que destruyeron al PRI. Salinas,
Hank, del Mazo y Moreira. Dinastías que robaron a sus anchas,
institucionalizaron la corrupción, el clientelismo y el peculado, bajo
la impunidad que les garantizaba un sistema en el que todo estaba
corrupto: instituciones judiciales y de procuraciones de justicia,
estructuras políticas y económicas. Estados Unidos se hizo de la vista
gorda o, peor aún, fue cómplice por omisión. Un cable confidencial
enviado a Washington en octubre de 1971, alertó contra Carlos Hank
González, entonces gobernador del Estado de México. “Se dice que se hizo
rico a través de la política”, señaló el Embajador Robert McBride, al
recomendar mantener bajo la mira al fundador del grupo Atlacomulco que,
ya para entonces, era señalado como uno de los hombres más ricos de
México. Medio siglo después, Carlos Hank Rhon, su primogénito, es dueño
de una fortuna que Forbes estima en 2.2 mil millones de dólares.
No sé si, como dice Womack, Morena es el “nuevo PRI”. Tiene cuadros
en sus filas que fueron y probablemente sigan siendo corruptos, así como
tácticas e impulsos reminiscentes de la hegemonía priista. Muchos,
López Obrador incluido, salieron del PRI y se formaron en su escuela.
Sin embargo, es difícil creer que ese partido, o cualquier otro, pueda
llegar a adoptar las formas de depravación absoluta que llevaron a la
ruina al PRI.
Twitter: @DoliaEstevez
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