Las OSC y la democracia en México
Miguel Concha
Durante el siglo XX los
regímenes autoritarios, posteriores a la Revolución tuvieron en el
presidencialismo, el partido de Estado y las formas clientelares y
corporativas, la fórmula de un control político basado en mucho
gobierno, poca sociedad civil y grandes privilegios para pequeños
grupos. Este modelo está en los orígenes del enriquecimiento de unos
cuantos y la polarización profunda de la sociedad mexicana, a tal grado
que en 2019 un puñado de 10 personas tiene en su haber lo mismo que
ganan en un año 118 millones de personas.
En 1981 el modelo económico capitalista de nuestro país empezó a
formar parte de la estrategia política y económica del neoliberalismo
que a partir de entonces fue acumulando mayor riqueza con base en
salarios bajos, sindicalismo corporativo, represión, incremento de la
violencia, tolerancia del narcotráfico y creciente corrupción en la
administración pública federal.
En México el neoliberalismo no implica sólo gobiernos corruptos, sino
políticas de enriquecimiento de pocos, represión, desorganización de
las oposiciones y destrucción del medio ambiente. Frente a esta
política, desde principios de la década de los 60 empezaron a surgir
agrupaciones ciudadanas autónomas de gobiernos, iglesias y partidos
políticos, interesados en participar en el bien público, para impulsar
la promoción de todos los derechos humanos y el cuidado del medio
ambiente, que tomaron la forma de asociaciones civiles no lucrativas.
Después del movimiento estudiantil de 1968 se multiplicaron los
entonces llamados organismos no gubernamentales (ONG) especializados en
diferentes campos como la libertad de presos políticos y asociaciones de
profesionales para impulsar políticas de salud pública, educación
popular y derechos humanos. Entre éstos los derechos de las mujeres, los
niños, así como la vivienda popular y asesorías en proyectos
productivos, el cuidado del medio ambiente, las culturas indígenas y
otros campos de la vida de la sociedad nacional.
Estas organizaciones, instituidas entre los gobiernos y los
individuos, nunca se situaron en una lógica del llamado clientelismo
político, ni como intermediarias de recursos públicos, sino como
instrumentos para combatir las causas de la pobreza y generar opciones
para mejorar las condiciones de vida, trabajo y el cuidado del medio
ambiente, al lado de las organizaciones y movimientos populares y
sociales.
Desde la promulgación de la Ley Federal de Fomento a las Actividades
Realizadas por las Organizaciones de la Sociedad Civil, el 6 de febrero
de 2004, aún vigente, el Estado mexicano ha fomentado las actividades de
las denominadas OSC mediante recursos aprobados en la Cámara de
Diputados que se ejercen conforme a reglas de operación; convocatorias
abiertas y transparentes para proyectos de coinversión; dictaminación
por órganos tripartitas integrados por gobierno, academia y sociedad
civil, sujetos a rendición de cuentas e informes oportunos.
Sin embargo, en este periodo los recursos para el fomento de las
actividades de las OSC han sido escasos, como lo expresa el Centro de
Estudios de la Sociedad Civil de la Universidad Johns Hopkins: sólo el
equivalente a la cuarta parte del promedio internacional; a la quinta
parte del promedio en los países desarrollados y a menos de la mitad que
en las naciones en desarrollo.
Aparte del escaso monto de las partidas asignadas a las OSC en el
Presupuesto de Egresos de la Federación, 69.4 por ciento fue entregado
en 2007 a organizaciones paraestatales y sólo 30.6 por ciento llegó a
las verdaderas OSC. Es entonces necesario que el Presidente de la
República distinga a las organizaciones de la Sociedad Civil que han
resistido al neoliberalismo y a los proyectos de muerte, trabajando sin
descanso para impulsar la democracia, el cuidado del medio ambiente, la
atención a personas vulnerables y la promoción de los derechos humanos,
de las organizaciones clientelares o las que impulsaron un campo de
golf, que no dejan de ser una excepción y deben, en efecto, rendir
cuentas.
El fondo del problema es que las sociedades modernas impulsan con
energía las organizaciones intermedias entre gobierno y ciudadanos,
precisamente para llevar adelante iniciativas de la sociedad civil que
difícilmente pueden ser atendidas por los gobiernos. Organizaciones que
instituyen mediaciones profesionales y empáticas con los grupos más
vulnerables como migrantes, mujeres violentadas, familiares de personas
desaparecidas. Mediaciones que promueven colectivos para impulsar la
democracia y el cuidado de la naturaleza y que colocan, siempre en el
centro la vigencia plena de los derechos humanos, el cuidado de la
naturaleza, el respeto a las personas vulnerables como sujetos de
derechos, el agua como derecho humano (no como mercancía), la justicia y
la democracia, son contrapesos necesarios para evitar nuevas formas de
autoritarismo y corporativismo, buscando siempre abordar las causas de
los problemas que han generado tanto la corrupción como el autoritarismo
y el neoliberalismo.
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