Hace poco recordé a Álvaro Matute:
La historia nos provee de la conciencia de valores. Si eso no funciona, entonces la historia no sirve para nada. Añado, y no creo despegarme de la línea del maestro, que la historia sirve para comprender el presente y situarnos en él. La historia funciona como una suerte de sicología colectiva, ayudándonos a entender la raíz de los problemas para así resolverlos. Es también por ello que el neoliberalismo niega el tiempo: rechaza el futuro al augurar el fin de la historia, lo que significa que ya no puede haber nada mejor que el
liberalismo económicoy la
democracia liberal(y ésta, sólo cuando les conviene, como demuestran hoy las derechas boliviana, chilena y mexicana); y rechaza el pasado al asegurar que no importan las condiciones, recursos o realidad de los países para
tener éxito: lo fundamental es su
entramadoinstitucional (está de moda un libro titulado Por qué fracasan los países, plagado de errores, trampas y manipulaciones históricas); y que también a los individuos les basta con
echarle ganaspara
triunfar.
Frente a esas tesis, el avance de la 4T en México es una
reivindicación de esa historia que busca comprender el pasado, para
resolver los problemas del presente. Comprender, lo que implica
necesariamente, no juzgar. No descalificar a Morelos por su
intolerancia religiosao a Ricardo Flores Magón por su
homofobia(palabra inexistente en su tiempo) o el racismo antichino que compartía con demasiados mexicanos de su tiempo. Entender esas ideas y comportamientos nos permite trascenderlos.
Como historiador, he tratado de comprender las revoluciones y la
violencia política. Las revoluciones son fenómenos fascinantes. Quienes
las sobreviven no hablan de otra cosa, quienes las miran en
retrospectiva no pueden sustraerse a esa mezcla de entusiasmo y horror
que las caracterizan. Las revoluciones trastocan drásticamente la vida
de los pueblos y alteran la vida cotidiana de las personas. Suscitan
pasiones y sacan a la superficie las tensiones, los rencores, los
conflictos lentamente acumulados. Son explosiones en las que aparecen,
como en una erupción volcánica, lo peor y lo mejor de los individuos y
las colectividades.
En las revoluciones, el encono y el odio se potencian y aparecen sin
rubor en la documentación de la época. Los revolucionarios y sus
enemigos se definen mutuamente con los adjetivos más virulentos, más
sangrientos posibles, lo que aparece en las fuentes de la época. La
labor del historiador consiste en hacer la crítica y la confrontación de
esas fuentes. Sin esa confrontación de fuentes y sin la búsqueda de la
comprensión de unos y otros, no hay ciencia histórica.
Ahora bien: así como los medios de comunicación son claves en la
preparación de golpes de Estado contra gobiernos de transición
democrática, y las mentiras y la siembra del encono son el segundo paso,
en ambos momentos es clave construir una versión de la historia
dicotómica, de buenos y malos, donde se busca descalificar y
criminalizar a los revolucionarios y los rebeldes, y canonizar a los
representantes de
la paz y el orden, aunque éstos sean ficticios. Intentemos lo contrario: buscar en unos y otros sus motivaciones, sus principios propulsores.
No es aún tiempo de analizar la muy violenta (verbalmente) campaña de
censura y descalificación que provocó mi intento por iniciar la
reflexión crítica, comprensiva, sobre la violencia política que México
vivió entre 1965 y 1985 (o 1943 y 2019), pero sí de hacer una pregunta:
¿estudiar la violencia es hacer su apología?, ¿tratar de comprender las
razones de quienes optaron por las armas o fueron empujados a ellas es
hacer apología de la violencia? Cito los párrafos finales de mi libro 1915: México en guerra:
“Hay que contar el verdadero sentido de la violencia, a la que apenas
nos asomamos… las guerras, en las que generalmente matan y mueren
hombres más o menos jóvenes en el campo de batalla, trae consigo la
muerte, la violación, la tortura, el sufrimiento de muchos seres humanos
más, que no tienen posibilidad de defenderse del furor de los varones
armados...
“Pero que tampoco quede duda: esa violencia, esa sangría, la provocó
un régimen que operaba en México los intereses del imperialismo, un
régimen genocida que canceló todas las salidas no violentas a la miseria
y la desesperación del pueblo. Y el recrudecimiento de la violencia lo
provocó una conspiración de la derecha que ahogó en sangre a un régimen
democrático, legítimo… Si algo quisiera con este libro, con estos
libros, es recordar el significado de esa violencia, su origen y sus
formas. Entenderlas, comprender sus resultados y contribuir a evitársela
a la generación de nuestros hijos.
Que no se repita.
Recalco: que no se repita. Para eso estudiamos la violencia. Por eso apostamos a una transformación no violenta.
Twitter: @HistoriaPedro
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