A 12 meses del 1 de diciembre de 2018 y tras el discurso de Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo, es buen momento para hacer balance del primer año de gobierno.
Probablemente una de las primeras cosas que Amlo ha aprendido es que llegar al gobierno no es tener el poder. Se ganó el 1 de julio de 2018 por toda una vida de lucha en defensa de las mayorías sociales, pero el año transcurrido desde el 1 de diciembre de 2018 ha servido para aprender que el gobierno es solo una parte de un monstruo llamado Estado, y que las élites políticas y económicas que durante años gobernaron México han podido perder el poder político, pero siguen controlando una parte de la economía del país, mientras se atrincheran en el poder mediático o judicial.
Pero a pesar de las dificultades, es innegable que el país cambió. La imagen de hace un año mientras Amlo se dirigía a la toma de posesión en su Jetta blanco, y un ciclista le dice a su lado “No tienes derecho a fallarnos”, es la imagen de un país lleno de esperanza, pero, sobre todo, tremendamente politizado.
Esperanza, porque Amlo ha sido capaz de canalizar el descontento con el modelo neoliberal, incapaz de garantizar condiciones de vida dignas para una mayoría de la población; y politización, porque ha sido capaz de explicar que para dejar atrás ese modelo neoliberal hace falta construir uno nuevo, posneoliberal, atacando de raíz uno de los principales males del Estado: la corrupción.
1 año de gobierno, 12 meses de tareas pendientes
Lo dijo Amlo en el Zócalo: “ ¿Cuánto tiempo necesitaremos para consolidar la transformación? Pienso que un año más; es decir, en diciembre del 2020 ya estarán establecidas las bases para la construcción de una patria nueva. Para entonces, ante cualquier circunstancia, será prácticamente imposible regresar a la época de oprobio que significó el periodo neoliberal o neoporfirista.”
Es claro que lo simbólico ha sido fundamental en el primer año de gobierno, desde la desaparición del Estado Mayor Presidencial hasta la apertura al público de Los Pinos, pasando por los viajes de Amlo en aviones comerciales.
Pero, aunque lo simbólico es fundamental para la disputa de la hegemonía cultural posneoliberal, es en dos cuestiones materiales y concretas donde se va a medir si la cuarta transformación se consolida o no:
Por un lado, la reducción de la pobreza y la desigualdad. En un país donde el 41% de la población vive en situación de pobreza, y un 16% más en extrema pobreza, la puesta en marcha de un proceso de redistribución por medio de los diferentes programas sociales es una apuesta clara por reducir esos niveles de pobreza. Si a esa redistribución, que permitirá dinamizar el consumo y la demanda interna para generar crecimiento (y esto es Keynes, no Marx) se le suma la apuesta por una (re)industrialización (con la recuperación de Pemex a la cabeza) y grandes obras de infraestructura, como el Tren Maya, los indicadores sociales (que no siempre van de la mano de los económicos) deberían mejorar.
Por otro lado, la apuesta por una nueva estrategia de seguridad también debería dar sus frutos en el medio plazo. Es clara la apuesta por desplegar los programas sociales entre la población, y la Guardia Nacional en el territorio para recuperar la soberanía nacional. Y aunque sea muy pronto para decirlo, y aunque la mayoría de medios nos vayan a bombardear al terminar este 2019 señalando que la cifra de muertos por la violencia es la más alta de la historia, la realidad es que el incremento respecto de 2018 es de tan sólo el 2%, lo que indica una estabilización, mientras que el crecimiento de año en año durante los dos sexenios anteriores era del 25-30%. Si se consigue que en 2020 se reduzca el número de muertes, por pequeño que este porcentaje sea, se empezará a consolidar el cambio de estrategia.
12 meses de gobierno, 5 años de desafíos por delante
Y si la reducción de la pobreza, desigualdad y violencia son los principales indicadores para evaluar la cuarta transformación en el mediano plazo, son 5 los indicadores que permitirán evaluar el éxito o el fracaso del gobierno de López Obrador en los 5 años que quedan de sexenio.
En primer lugar, es urgente y necesaria la construcción de un partido que empuje hacia la izquierda un gobierno que por inercia siempre va a tender al centro. Sobre todo, porque en 2021 Amlo no va a estar en la boleta y se necesita una mayoría clara si se quieren hacer reformas constitucionales.
Asimismo, es imprescindible la politización de la sociedad. Lo sucedido en Bolivia es el mejor ejemplo de que la inclusión y redistribución de la riqueza son inútiles si creas una clase media de consumidores, despolitizada. O, mejor dicho, politizada por los medios de comunicación. Los millones de personas que van a ver mejoradas sus condiciones de vida materiales deben saber que esto es debido a unas determinadas políticas sociales y económicas del gobierno de López Obrador.
Todo ello debe venir acompañado de medidas que van más allá de lo simbólico. Se hace urgente y necesario que los responsables del saqueo del país en sexenios anteriores sean juzgados y encarcelados. Entendiendo la decisión táctica de Amlo de no querer enjuiciar a los presidentes para no abrirse nuevos frentes de batalla, la corrupción estructural no puede quedar en la impunidad.
Y el saqueo solo ha podido ser posible mediante la doctrina del shock contra la población, mediante el impulso a una economía criminal amparada por la narco política, que ha dejado México convertido en un cementerio, o peor aún, en una gran fosa común. La política de Derechos Humanos, la justicia en casos como el de Ayotzinapa, o poner todos los recursos del Estado para enfrentar el drama de los desaparecidos, va a ser otro de los pilares por los que se mida el éxito o fracaso de la cuarta transformación.
Y finalmente, y como la gente no come ideología, la redistribución de la riqueza y el crecimiento del país, y más en un contexto de recesión mundial como el que estamos entrando, debe venir acompañada de una reforma fiscal como única forma de sostener el proceso de transformación. Que paguen más quienes más tienen como forma de mejorar estructuralmente un país del G20 que tiene algunos de los índices de pobreza y desigualdad más bajos de la OCDE.
Si todo lo anterior se encara con valentía, la vida entera de lucha de Andrés Manuel López Obrador, y millones de personas más, habrá servido para dejar como herencia de este sexenio la transformación radical de México.
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