En nuestra entrega anterior
(19/11/19) quedó establecido un principio fundamental derivado de la
investigación científica reciente: el notable traslape de las regiones
más ricas en biodiversidad del mundo con los territorios indígenas, los
cuales se distribuyen por 87 países y equivalen a la ¡cuarta parte de la
superficie terrestre! Ello obliga a visualizar una nueva modalidad de
conservación biocultural con la participación combinada o co-responsable
de las comunidades indígenas, los científicos y las instituciones
gubernamentales o privadas. ¿Qué tan factible es esta nueva estrategia
conservacionista en México?
Para comenzar debe saberse que el país, en virtud de su larga
historia civilizatoria (los pueblos mesoamericanos se remontan a unos 7
mil a 9 mil años, según los registros de las primeras plantas
domesticadas encabezadas por el maíz), y con una población originaria o
indígena de 25 millones (Inegi, 2015), constituye una nación muy
especial en términos bioculturales. Utilizando tres criterios,
biodiversidad (cantidad de especies), etnodiversidad (número de lenguas)
y agrodiversidad (cifra de centros de domesticación) es posible
clasificar a los países bioculturalmente más ricos del planeta. De
acuerdo con ese análisis, México ocupa el segundo sitio, después de
Indonesia y por delante de India, Australia, Brasil y China. Los
territorios indígenas del país, con una superficie de al menos 28
millones de hectáreas, mantienen las áreas mejor conservadas de selvas y
bosques, y captan la cuarta parte del agua de lluvia. Por ello cada
especie de planta o de animal, de suelo o de paisaje, de montaña o
manantial, casi siempre conlleva una expresión lingüística, una
categoría de conocimiento, una historia o una leyenda, un significado
mítico, un uso práctico o una vivencia individual o colectiva.
Tras más de dos décadas de acciones conservacionistas encabezadas por
el Estado y apoyadas por amplios círculos académicos, fundaciones
nacionales e internacionales y por instituciones como el Banco Mundial,
el país ha logrado implementar un exitoso programa de conservación de la
diversidad biológica que hoy alcanza casi 30 millones de hectáreas (15
por ciento del territorio). No obstante lo anterior, la política
conservacionista ha mantenido en lo general una estructura vertical y ha
impuesto mediante decretos medidas que obligan, no convencen, a las
comunidades originarias a adoptar medidas de protección. Similarmente
aunque los discursos de la bioconservación tienden a reconocer el papel
de los pueblos indígenas, en la práctica sigue prevaleciendo una visión
que busca excluirlos o marginarlos de las áreas protegidas. Las
versiones extremas del conservacionismo llegan incluso a adoptar
posiciones racistas, ignorando que justo la existencia de hábitats
conservados se debe al manejo tradicional mantenido a lo largo del
tiempo, y que los procesos destructivos provienen justamente del
mundo moderno. Una demostración contundente de lo anterior es que cuando se analiza el grado de bienestar de las 4 mil 253 comunidades que existen alrededor o dentro de las 142 áreas naturales protegidas, se descubre que 80 por ciento de esas se encuentran en altos niveles de marginación social (Conapo, 2015). El país ha sido muy exitoso en proteger orquídeas, felinos, pájaros bandera, quetzales, mariposas, monos, peces, insectos y especies endémicas, pero ha fallado en dar una vida digna a los pueblos que facilitaron la protección de ese legado natural.
Por fortuna, en plena contracorriente, desde hace una década han
surgido iniciativas que son versiones bioculturales de la conservación.
Por ejemplo, desde 2011 el gobierno francés colaboró con la Semarnat y
la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas para que México
adoptara los llamados
paisajes bioculturalescomo nueva categoría de conservación. Hoy existe ya un proyecto de ese tipo en Jalisco, y en Yucatán ha sido fundada la primera reserva biocultural del país a iniciativa de cinco municipios mayas de la región del Puuc en exitosa sinergia con el gobierno estatal y varias ONG. Por las mismas fechas surgió, con apoyo del Conacyt, la Red sobre el Patrimonio Biocultural de México, que hoy aglutina a 257 académicos organizados matricialmente en 28 nodos regionales o estatales y a 70 instituciones (www.patrimonio.biocultural.com). La red, que ha editado más de 40 libros, trabaja con decenas de comunidades de todo el país. Igualmente ha sido decisivo el reconocimiento de las áreas de conservación voluntaria, la mayoría establecidas por comunidades y ejidos, que pronto alcanzarán un millón de hectáreas. En suma, adoptar la visión biocultural de la conservación en México significa dar un paso adelante, que vuelve congruente toda una política con el patrimonio histórico y cultural del país, y que comparte con los pueblos originarios la valiosa tarea de preservar su legado biológico.
*Más información en http://laecologiaespolitica.blogspot.com
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