El año 2003 presenté esta tesis acerca de Ciencias de la Información en la Universidad de La Laguna, Tenerife, España; tres años después fue publicada como libro en la CDMX; sin embargo hoy me he propuesto difundirla porque es desconocido el trabajo y el asunto del papel de los medios de información se ha estado analizando. Esta pequeña parte de la tesis es sólo la mitad del primer capítulo de los ocho que la integran. Espero que algunas ideas aquí planteadas sirvan de algo.
Pedro Echeverría V.
LA IDEOLOGÍA DEL ESTADO
Antes de pasar a exponer las políticas que han puesto en práctica los últimos gobernadores de Yucatán y la posición de la prensa frente a cada uno de ellos, me ha parecido indispensable hacer un breve bosquejo de la ideología en que se ha sustentado el Estado mexicano, de manera particular la ideología neoliberal, impuesta como política oficial en todo el país a partir de 1982. También daré a conocer mi concepción sobre la relación prensa poder, así como el papel que jugó la prensa yucateca, especialmente el Diario de Yucatán, como fuerza de presión, en la política instrumentada por los distintos gobiernos de la entidad. Divido el capítulo en tres partes: 1. Neoliberalismo y Estado, 2. La prensa, al servicio del poder y 3. La prensa en Yucatán.
1.1.3 NEOLIBERALISMO DESDE LOS OCHENTA
El neoliberalismo se abrió y se hizo más evidente desde el inicio en los años ochenta con las agresivas políticas de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher quienes, usando el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), el Acuerdo General sobre la Tarifas Aduaneras y el Comercio (GATT) y, más adelante, el Tratado de Libre Comercio (TLC), impusieron a los gobiernos subordinados políticas económicas de libre mercado. En México, a partir de 1981, con el derrumbe de los precios del petróleo, se inició también el desplome de la economía, mismo que llevó al endeudamiento, la devaluación y la inflación.
«El liberalismo real es otra forma de denominar la revolución neoconservadora que puso en marcha Margaret Thatcher en 1979 en el Reino Unido, y que tuvo su más aventajado discípulo en Reagan. Margaret Thatcher propuso una cruzada con un corpus teórico muy definido: guerra al intervencionismo del Estado, política monetaria a ultranza, absoluta prioridad antiinflacionista, sustitución de la política por el mercado, autogenesia social, etcétera. Se trataba, en definitiva, de romper con el compromiso histórico logrado en la posguerra entre conservadores y socialdemócratas, que habría llevado a una crisis fiscal del Estado, amenazante de quiebra» (Estefanía: 1997, 122-123)
A finales de 1982, con el ascenso de Miguel de la Madrid al gobierno de México, se inició en el país un nuevo modelo económico y político, conocido como neoliberalismo. Aparentemente era una respuesta necesaria y urgente frente a la profunda crisis provocada por políticas populistas y estatistas que, por lo menos, en los últimos dos sexenios presidenciales: el de Luis Echeverría Alvarez (1970-76) y el de José López Portillo (1976-82), se habían puesto en práctica. Sin embargo a los pocos meses se vio que la privatización o reprivatización de las empresas paraestatales, la extensión de la economía de mercado en lo interno y en lo externo, así como el debilitamiento o adelgazamiento del Estado, respondían a un proyecto globalizador transnacional.
Para la implantación de este modelo socioeconómico en México se conjugaron varios factores, particularmente dos: se manifestó un gran desplome económico provocado por la crisis de los precios del petróleo, así como un exagerado crecimiento del Estado, y se registró el ascenso al poder de un equipo de tecnócratas educados en el extranjero, así como el fortalecimiento del liderazgo mundial del gobierno norteamericano de Ronald Reagan y el de la británica Margaret Thatcher. A partir de entonces, en los primeros años de la década de los ochenta, el neoliberalismo se extendió en México y en el mundo.
Para afrontar la crisis de principios de los ochenta, ascendió al poder en México un equipo de economistas con postgrados en universidades extranjeras, particularmente norteamericanas, encabezados por Miguel de la Madrid, Pedro Aspe, Carlos Salinas, Jaime Serra, Herminio Blanco, Ernesto Zedillo, Angel Gurría, Guillermo Ortiz, Francisco Labastida, Francisco Gil, de la escuela de los Friedman y los Hayek, de monetaristas que pusieron el acento en la productividad y en la gran tecnología, en la explotación, así como en las finanzas, la especulación y las bolsas de valores; políticas que de manera automática eliminan fuerza de trabajo y multiplican el desempleo.
«Para los gobiernos de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, la obligación primera del Estado es concentrar el esfuerzo del conjunto en auxiliar a unos pocos a concentrar enormes cantidades de recursos -Vitro, Cemex, Carso, Televisa, Cifra, Banamex, Comermex, etcétera-, para que ellos activen el mercado, y ese mercado, con su magia, resuelva, vía exportaciones, el problema del desempleo y en el último lugar de la cadena causal, el de la pobreza» (Meyer: 1995, 42).
La dependencia económica del país, su subordinación a los bancos y a los capitales extranjeros abrió las puertas para ceder nuestra soberanía a favor de acreedores externos, pero también obligó al gobierno a privatizar tierras, cientos de empresas, así como a entregar buena parte de los cargos públicos a los sectores empresariales más poderosos. Esto demostró que la política neoliberal no fue inventada ni impuesta por el equipo de los presidentes De la Madrid, Salinas, Córdoba y Zedillo, sino que ellos sólo fueron el instrumento idóneo del capital transnacional para que el país se subordinara a las políticas internacionales. Y lo grave es que esta política sigue y no hay forma de pararla. El presidente Zedillo –así como hoy lo hace el presidente Fox- declaró repetidas veces, de manera abierta, que su política económica ha sido correcta y que no la cambiaría.
Debe recordarse que en noviembre de 1982 Jesús Silva Herzog y Carlos Tello Macías -quienes eran los encargados del gobierno mexicano en la negociación económica con el Fondo Monetario Internacional (FMI)- dieron a conocer la llamada Carta de Intención suscrita con el FMI acerca de los controles que el gobierno mexicano aceptaba a fin de obtener el crédito de 3,850 millones de dólares que el FMI pondría a disposición durante los próximos tres años.
Se resumía en:
1. Rígido control del gasto público.
2. Deslizamiento del peso.
3. Fin del control de cambios.
4. Bajar drásticamente el exceso de gasto corriente.
5. Someterse a una calendarización por trimestre.
6. Limitar el crédito externo al sector público.
7. Establecer un crédito neto del Banco de México al sector público.
8. Tope a la emisión monetaria.
9. Incremento obligatorio de la reserva monetaria en dólares.
Acerca de esos acuerdos el analista Carlos Ramírez escribió entonces que una serie de decisiones habían sido tomadas sin importar costos, efectos y sacrificios sociales; resumía:
a) La inflación se tomará por el lado de la demanda, es decir, si la gente no compra los precios no suben. Esta política, en los Estados Unidos, ha provocado 11 millones de desempleados.
b) Aumentar precios y tarifas del sector público, para elevar los ingresos estatales. Si los aumentos de la gasolina provocan un incremento generalizado de los precios, ni modo.
c) En diciembre de 1983 los índices de inflación y desempleo serán los más altos de la historia. Habrá pobreza y nada se hará para atenuarla.
d) Disminuirá el control de precios para hacer atractiva la inversión.
e) Aumentará la inversión extranjera y las puertas del GATT nos esperan abiertas de par en par.
f) Los salarios no crecerán y el gobierno no vacilará en detener las protestas sindicales. Las requisas serán buena medida.
g) Bajará el gasto público, aunque origine no atender gastos sociales.
h) El control de cambios se someterá a acuerdos de mercado (Ramírez: El Financiero 29/XI/82)
Esa ideología liberal-individualista es la que ha determinado la línea política del Estado mexicano desde el siglo pasado, misma que en los últimos veinte años se ha visto más clara al renovarse, al convertirse en neoliberal y mostrar abiertamente su carácter privatizador y enemiga de la propiedad pública y social. Al imponerse ese modelo económico-político en todo el país, la mayoría del pueblo mexicano ha tenido que sufrir mayor desempleo, salarios más miserables y más grande profundización de su pobreza económica y social.
«Con el Estado en retirada, se abre ahora un espacio de liderazgo económico, político y cultural que sólo puede ser llenado por el gran capital. La modernización neoliberal, en países como el nuestro, lleva casi de manera inevitable a que la burguesía, la gran burguesía -esa que el estatismo mantuvo por tanto tiempo dependiente y débil- se convierta en la clase estratégica, aunque ya no sea una burguesía nacional sino trasnacional» (Meyer: 1995, 39).
Para concluir, es importante conocer el decálogo que escribió el filósofo Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, en el que resume el pensamiento único que se ha venido aplicando en las últimas dos décadas. Como fundamento de ese decálogo es necesario subrayar lo que apunta Joaquín Estefanía: «Los gobiernos y los organismos internacionales han dejado de ser los que dictan la marcha de la economía; los verdaderos amos de la misma son los mercados financieros». He aquí el decálogo:
1. El mercado, cuya mano invisible corrige las asperezas y definiciones del capitalismo;
2. Los mercados financieros, cuyos signos orientan y determi-
nan el movimiento general de la economía;
3. El libre intercambio sin límites, factor de desarrollo ininterrumpido del comercio;
4. La mundialización tanto de la producción manufacturera como de los flujos financieros;
5. La división internacional del trabajo, que modera las reivindicaciones sindicales;
6. La moneda fuerte, factor de estabilización;
7. La desreglamentación o desregulación de la economía;
8. Las privatizaciones;
9. La liberación económica, en general;10. Indiferencia con respecto al coste ecológico (Estefanía: 1997, 251-252-253).
1.2 LA PRENSA AL SERVICIO DEL PODER
El objetivo de este apartado es describir y exponer de manera general un conjunto de ideas que permitan ver los intereses a que sirve la prensa, así como poner al descubierto cómo esas ideas que se difunden con amplitud, manipulan ideológicamente a las clases dominadas; pero también buscar, en lo posible, algunas propuestas que ayuden a que la población obtenga una posición crítica y reflexiva sobre los acontecimientos analizados y la sociedad en que vive.
1.2.1 INFORMACIÓN O COMUNICACIÓN
A la prensa, al cine, a la radio, a la televisión, se les ha llamado «medios masivos de información», «medios de comunicación de masas», «medios masivos» o simplemente «los medios». Sin embargo, al parecer, sólo son de información, no de comunicación porque no se comunican con los lectores, la audiencia o los televidentes; porque no dejan participar, no consultan, están cerrados, informan de lo que quieren y sólo obedecen a las indicaciones de sus propietarios, gerentes o directores. Por eso, por informar lo que ellos desean y de acuerdo con su particular criterio, se les define generalmente como medios de información. Leamos lo que a continuación nos dice el analista en comunicación, venezolano Antonio Pascuali:
«Comunicación es tal cuando produce una interacción biunívoca del tipo del consaber, lo cual sólo es posible cuando entre los dos polos de la estructura rige una ley bivalente: todo transmisor puede ser receptor, todo receptor puede ser transmisor. La comunicación descansa en la conservación de un contacto trascendental no fusionante, de una presencia alejada o presencia-ausencia. Es la acción recíproca entre agente y paciente. La comunicación, en el terreno de los medios, se reconocerá en el intercambio de mensajes con posibilidad de retorno no mecánico entre polos igualmente dotados del máximo coeficiente de comunicabilidad» (Pascuali: 1969).
¿Qué pasa con los medios en México y en el mundo? Simplemente son empresas capitalistas interesadas exclusivamente en ganar dinero, mucho dinero en publicidad, y en controlar ideológicamente la audiencia para ponerla al servicio del capital. Cuando en algunas ocasiones los medios han abierto espacios a sectores de la población, entre ellos a intelectuales, lo han hecho con cuidado, siempre garantizando que aquellos no se salgan del marco que los propietarios y los que pagan publicidad han establecido para el juego “democrático” y lo que llaman “pluralidad”. Los poderosos empresarios de los llamados “países democráticos” defienden siempre la “libertad de prensa” para las naciones donde los medios están controlados por el Estado; pero no dicen que esa “libertad” que proclaman es la de los grandes propietarios que exigen para sí más privilegios y ganancias.
1.2.2 LAS IDEAS DE LA CLASE DOMINANTE
Hay que decir de entrada que, como señalaron diferentes escuelas ortodoxas marxistas -las leninistas, las stalinistas y las maoístas- los medios de comunicación, o de información, forman parte de la superestructura ideológica de la sociedad. Si bien, como dijera Engels, la relación entre base económica y la superestructura no es mecánica o automática, «en última instancia» el ser determina la conciencia, es decir, el ser humano piensa de acuerdo con las condiciones en que vive.
Por eso, cuando se habla de medios de comunicación de masas, más que contabilizar las salas de cine, el número de periódicos o revistas, la cantidad de estaciones de radio o las televisoras que funcionan en la entidad, así como la cantidad de seguidores que tienen, lo importante es ir más allá para lograr ver la influencia que han tenido y poseen -para bien o para mal- en la conformación del pensamiento y la actuación de los lectores, cinéfilos, radioescuchas o televidentes.
Para analizar el problema de la prensa, por lo general parto de aquella reflexión de Marx, escrita en sus años juveniles para deslindarse del idealismo hegeliano de su época, en su voluminoso libro, La ideología alemana, escrito en 1845, en el que categóricamente señaló:
«Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, el poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente» (Marx, K. y Engels, F: 1968).
Esa tesis de Marx, explicada y desarrollada desde hace más de 150 años por sus discípulos, entre ellos, recientemente, Louis Althusser en sus «Aparatos ideológicos... «, me ha parecido básica para entender el papel que los medios de información de masas han venido cumpliendo como aparatos ideológicos de Estado. Más que caer en lo secundario, en su presentación formal: imagen, sonido, redacción, tamaño, color, agilidad, etc.; más que observar sus técnicas de distribución, venta de publicidad o de suscripción, lo que realmente interesa descubrir en los medios de información, es la ideología que difunden, el conjunto de ideas que manejan para convencer a su clientela con el fin de que elijan uno u otro camino o asuman determinada conducta. Esas conductas que eligen las masas subyugadas, son las enseñanzas del modo de vida establecido.
El filósofo Herbert Marcuse ha expuesto que nuestra sociedad vive sustentada sobre «falsas necesidades» que le son impuestas por los intereses de unos grupos determinados. Partiendo de que el ser humano es un producto social, del mismo modo que lo son todas las manifestaciones de su vida espiritual, abundando sobre el asunto en su obra, El hombre unidimensional, escrita a principios de los años sesenta, reflexiona de la siguiente manera:
«Si el trabajador y su jefe se divierten con el mismo programa de televisión y visitan los mismos hoteles de veraneo; si la taquígrafa se viste tan elegantemente como la hija de su jefe, si el negro tiene un Cadillac, si todos leen el mismo periódico, entonces esta asimilación indica no la desaparición de las clases, sino la medida en que las necesidades y satisfacciones que sirven para la preservación del «establecimiento» son compartidas por la población subyacente» (Marcuse:1964, 30).
¿Qué han hecho los medios de comunicación sino difundir una cultura para luego imponerla como la única «buena» y válida?. La clase mediatizada por «los aparatos ideológicos de Estado» casi ha perdido su tradición, su memoria histórica, sus elementos culturales de identidad, para adoptar aquellos que la prensa, el cine, la radio, pero sobre todo, la televisión, difunden a diario y repiten de manera permanente. La gente parece apoyar el egoísmo, la acumulación, el individualismo, la explotación, el autoritarismo, el consumismo, la desigualdad o el racismo, productos de la cultura de dominación; parece que sólo quiere ser parte de la clase dominante. Para explicar con detalle la manera como los medios de comunicación, la ideología y el individualismo han convertido todo en mercancía en las sociedades capitalistas, Mattelart, especialista en análisis sobre comunicación, escribe:
«Toda actividad y todo producto de la sociedad capitalista participan del mundo y de la lógica de la mercancía. La comunicación es parte de este mundo y sigue su lógica a través de la fetichización. La comunicación es un producto fetichizante. En el fetichismo los hombres se vuelven «cosas» y las cosas viven. La ideología es la reserva de signos que son utilizados por una clase para imponer la idea de sociedad que conviene a sus intereses.
La ideología, al penetrar en las diversas esferas de la actividad individual y colectiva, cimenta y unifica el edificio social. La forma de operar del proceso ideológico es silenciar los orígenes del sistema, de tal manera que los individuos puedan vivirlo como un orden natural. El medio de comunicación de masas es un mito en la medida en que se le considera como una entidad dotada de autonomía sin relación con la sociedad. Entonces, los medios de comunicación pueden ser «culpados» de crear o fomentar la violencia, la pornografía, etc.
En la sociedad capitalista, el medio de comunicación neutraliza y desorganiza a las clases dominadas. Se encarga de hacer funcionar diariamente la norma del individualismo. La transmisión de noticias es anárquica y sensacionalista. Se despoja de los hechos del contexto que les da sentido. La ley de organización de la noticia es aquella que privilegia los intereses de la clase en el poder. El análisis de las noticias revela cuáles son los frentes en que trabaja la burguesía; el hecho noticioso es la materia prima a partir del cual trata de crear representaciones colectivas, imágenes, estereotipos» (Mattelart:1974)
1.2.3 CONTRADICCIONES EN LAS CLASES DOMINANTES
A partir de finales del siglo XIX el gran capitalista individual comenzó a ser sustituido por los grupos monopolistas y los intereses de los países imperiales; desde entonces los grandes empresarios comenzaron a entender que deberían asociarse para obtener mayores ganancias. Cien años después casi no se puede hablar ya de capitalistas individuales sino de poderosos grupos financieros internacionales que controlan el mundo. Sin embargo las contradicciones entre ellos continúan tan violentas como antes, pero la que en realidad les preocupa más es la que existe entre ellos y el 70 por ciento de pobres y miserables que hay en el mundo y la permanente amenaza de una sublevación de estos oprimidos.
Es indudable que las clases dominantes no han sido nunca monolíticas, en su interior siempre han existido fracciones y sectores que se han manifestado con diferentes intereses. El origen de las contradicciones entre esos sectores de clase generalmente hay que buscarlo en el monto del poder económico que posee cada individuo, en la escala social en que se desenvuelven y en los niveles políticos en que se mueven. Las confrontaciones entre ellos no son de clase, pero llegan a ser muy violentas e incluso llegan a los asesinatos entre mafias o grupos de poder. ¿Cuántos de esos grupos se han desarrollado ligados al narcotráfico internacional?
Las clases dominantes se dividen y se enfrentan violentamente entre sí, pero cuando observan que los trabajadores se unifican para reclamar derechos, entonces esas clases poderosas comienzan a aliarse para debilitar las luchas de los de abajo. Acuden primero a exigir que el gobierno cumpla con su papel de guardián de las instituciones, después se dirigen a los otros instrumentos con los que cuenta el Estado: leyes, abogados, tribunales, policía, ejército y cárceles; pero cuando lo consideran necesario, hacen uso del asesinato de los líderes de los obreros o de los trabajadores en masa. Sin embargo, también de las clases dominantes ha salido una que otra gente que llega a comprender la situación de los trabajadores y se ha solidarizado con sus luchas.
1.2.4 LA BURGUESÍA PARA VIVIR DEBE REVOLUCIONAR
La clase dominante no ha sido la misma; al correr de los siglos se ha ido transformando al mismo ritmo en que las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción lo han venido haciendo. Para seguir dominando esas clases minoritarias se valen de todos los medios a su alcance para someter a las masas. El estado, la Iglesia, los medios de comunicación, son armas fundamentales a su servicio. Marx y Engels, en el documento que entregaron en 1847 a los obreros de varios países, que luego se convertiría en su declaración de principios y programa de lucha, escribieron:
«La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de producción, que tanto vale decir las relaciones de producción; por tanto, todo el régimen social. Al contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del sistema de producción vigente (...) la época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por la transformación constante de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales por una inquietud y una dinámica incesantes (...) Todo lo privilegiado y estable se esfuma, lo santo es profanado y, al fin, el hombre se ve obligado a contemplar con mirada fría su situación en la vida y sus relaciones con los demás (Marx, K. y Engels, F. 1969, 37)
La historia no sólo registra los grandes cambios sociales que vienen de la antigüedad, tales como esclavismo, feudalismo, modo asiático, modo germánico y demás formas de producción que se han conocido en el mundo, sino también muestra las transformaciones que al interior de cada economía se ha manifestado. Pero es en la sociedad capitalista, la llamada sociedad moderna, que viene gestándose desde el siglo XVI, donde la revoluciones sociales, políticas y económicas se han dado con más profundidad y nitidez. Los instrumentos y medios de producción se han revolucionado incesantemente provocando transformaciones cada vez más aceleradas.
1.2.5 LOS MEDIOS DE INFORMACIÓN: MEDIOS DE CONTROL Y LIBERACIÓN
La clase dominante no solo se transforma al mismo ritmo de la sociedad sino que en la sociedad moderna, como apunta Marx, no puede vivir sin revolucionarse continuamente. Hans Magnus Enzensberger, especialista en medios de comunicación, siguiendo el pensamiento marxiano, avanza al plantear que los medios, además de controlar, poseen un gran potencial liberador. Para ello se requiere descubrir, dentro de los profundos intereses de la clase dominante, las contradicciones que se mueven en su interior. El especialista escribe al respecto:
«Los medios de comunicación son producto del desarrollo industrial y su creación se explica por la necesidad de este mismo desarrollo, de crear nuevas formas de control de las conciencias y métodos más eficaces para la transmisión de la información. Debido a sus características de alcance masivo, los medios son fuerzas productivas de un gran potencial liberador. La manipulación de la conciencia social por unos pocos es producto de la división del trabajo, pero si bien los medios de comunicación masiva sirven para la manipulación, este concepto no es suficiente para explicar la acción y la utilidad social de dichos instrumentos» (Citado por Toussaint: 1981, 76).
Cuando Enzensberger habla del gran potencial liberador de los medios de comunicación, expresa también una crítica directa a las corrientes marxistas ortodoxas que han reducido el combate a esos medios bajo la consigna de luchar: «contra la manipulación»; la realidad es que hoy esa batalla es muy limitada y, lo peor es que «amenaza en degenerar en un simple slogan que oculta más de lo que es capaz de aclarar». Escribe el especialista que «una perspectiva socialista que no vaya más allá de atacar las relaciones de propiedad existentes es limitada». Dada la experiencias de monopolio de los medios en los países que hasta 1989 se conocieron como socialistas, lo importante ahora sería «saber a quién entregar los medios ¿al partido?»
La sociedad capitalista, para reproducirse, debe controlar las conciencias de las masas; para ejercer ese control debe realizar un continuo bombardeo de mensajes para que aniden en la mente de los sectores dominados. Todo el gran desarrollo tecnológico ha sido creado para seguir beneficiando a los poseedores del capital. Al respecto el escritor y analista español Edgar Morín enseña la forma en que se manifiesta ese bombardeo:
«El hombre contemporáneo está siendo constantemente bombardeado por una serie de mensajes que en apariencia sólo lo distraen, lo entretienen o divierten. Esta concepción implica, sin embargo, la autonomía de contenido de los mensajes, acierto que no cuenta con fundamento científico ni racional. El contenido de los mensajes responde a los intereses específicos de quienes poseen los costosos equipos de emisión (rotativas, estaciones de radio y TV). Los mensajes, en realidad, son mercancías producidas por industrias ultraligeras. El mensaje se transmite en «una hoja de periódico y en una cinta cinematográfica, vuela en las ondas radiofónicas y en el momento de su consumo se convierte en impalpable, puesto que este consumo es psíquico. La industrialización genera una concentración técnico-burocrática y los medios de comunicación no escapan de ella... (Morín:1966)
La realidad es que de manera permanente nos quejamos de la “falsa conciencia”, del atraso, de la gran mayoría de la población trabajadora al adoptar como suyos los pensamientos y valores de la clase dominante que la explota y oprime. Lo “críticos y reflexivos” no nos damos cuenta del continuo bombardeo de mensajes que a diario recibe la población de los medios, en especial de la televisión, para que imite o adopte los mismos valores. ¿Cómo puede escapar ese pueblo desamparado de esa constante ideológica que penetra desde la familia, la escuela, la iglesia, la fabrica y toda la sociedad?
1.2.6 LIBERTAD, AUTORITARISMO, OBJETIVIDAD, MANIPULACIÓN
En la actualidad se habla mucho de que se debe respetar la libertad de prensa y, como contraparte se dice que el autoritarismo debe ser combatido; que la información que se da a conocer en los medios debe ser muy objetiva y, para ello se deben evitar las intervenciones manipuladoras. Se ha analizado el enorme papel que juega el pago de publicidad para la supervivencia de los medios de información, pero también se ha dicho que no deben predominar criterios comerciales en la programación. Por último, entre otras ideas, se plantea la necesidad de hacer un código de ética que rija la conducta de los medios de información. En fin.
Mientras la propiedad de las empresas de los medios de información sigan en manos de unos cuantos capitalistas, la defensa de la libertad de prensa será la defensa de la propiedad. Los dueños de los medios de comunicación, al abogar por la libertad de prensa, lo estarán haciendo para defender sus intereses como propietarios. La libertad de prensa ha tenido repercusión internacional y ha sido usada por poderosos monopolios para defenderse. La realidad es que la burguesía ha sido incapaz de llevar hasta sus últimas consecuencias la libertad de prensa. Se contradice al aplicar la censura y obligar a los periodistas a autocensurarse.
Contra la libertad de prensa o de información, se aplica el autoritarismo donde el medio de comunicación obedece a una dirección rígida; desde un emisor que transmite la ideología del modo de producción capitalista hacia un receptor que constituye una mayoría que no ve reflejada su forma de vida y sus aspiraciones. Un grupo de especialistas nombrados por los mismos empresarios para seguir normas imponen un mensaje a un auditorio que no participa en su elaboración. El mensaje refleja la práctica social de la clase dominante jamás, o raramente, la práctica social de la población. El periodismo, para evitar caer en la simple manipulación ideológica, debe manejar un código de la objetividad; sin embargo no se puede olvidar que así como la empresa tiene una ideología como clase dominante, también los periodistas poseen una ideología que les impide ser totalmente objetivos, lo que no quiere decir que no busquen serlo; los juicios de valor, la ideología y la lucha de clases están siempre presentes e interfieren en la redacción y transmisión de la información. Lo que hay que evitar es la utilización de un lenguaje que limite o que encarcele a los protagonistas del proceso social entre dos posiciones irreconciliables que muchas veces dividen al mundo en dos esferas (los buenos y los malos) y utilizan la justificación del orden, la armonía y la tranquilidad para llamar a la represión.
«Como paradigma del periodismo objetivo figura en América Latina el New York Times o también, Le monde: El lingüista más importante del mundo contemporáneo, Noam Chomsky, ha investigado científicamente a la prensa del «mundo libre», llegando a la conclusión que funciona conforme a las legalidades y principios funcionales de un «sistema de indoctrinación y propaganda estatal. Un reciente análisis contemporáneo de los periódicos liberales más importantes de Europa y Estados Unidos, realizado en Holanda, coincidió con esta inferencia» (Dieterich Steffan: 1997, 70)
Dentro este mismo campo de la manipulación de los medios se encuentra el gran papel que ejerce la publicidad sobre ellos. La publicidad, como se sabe ampliamente, es un elemento esencial de la economía de mercado en el juego de la oferta y la demanda; hace el papel de puente entre el industrial, el comerciante y el consumidor. En las sociedades capitalistas, todo toma forma de mercancía. Los dueños del dinero son los herederos de la gran propiedad, son los que como propietarios, mediante la compra de fuerza de trabajo y la extracción de plusvalía, hacen cada vez más grande su poder. Quien tiene el poder manda y ordena. Ese es un problema importante que ata y subyuga a los medios de comunicación porque, al parecer. «el que paga manda». Veamos lo que nos dice la investigadora Patricia Arraiga, al respecto:
«Los medios de comunicación masiva se desarrollan en función del gasto publicitario y, en algunos casos, como al inicio de la radio en Estados Unidos, las empresas mismas de bienes de consumo, eran las dueñas de las primeras estaciones transmisoras y las utilizaban para hacer su propia publicidad... Al decir que los medios de comunicación masiva dependen de la publicidad, afirmamos en realidad que dependen del sector de bienes de consumo. Al decir que la publicidad depende de los medios de comunicación masiva, afirmamos que el sector de bienes de consumo depende de estos últimos. Sin embargo es el sector de bienes de consumo el que, en última instancia, determina a los medios de comunicación masiva, es decir, estos medios están sometidos al desarrollo de dicho sector. Prueba de ello es que si el sector de bienes de consumo disminuye su gasto publicitario, fenómeno común en época de crisis, los medios de comunicación masiva se ven profundamente afectados» (Arriaga Patricia: 1982).
El rating es otro elemento fundamental con los que los poderosos empresarios miden sus éxitos traducidos en capitales. La medición de los rating significa enormes ganancias. Por medio del rating los empresarios definen qué programas, locutores o artistas les aportan dinero y cuáles no; por ese medio también miden el nivel de conciencia de los televidentes para saber cuáles son sus gustos, inclinaciones y medios de entretenimientos. Los rating son esenciales para los empresarios, por eso el periodista Jenaro Villamil ha dedicado un libro para su estudio.
“El rating es el que determina, en el mundo de la televisión privada (junto con otros instrumentos de medición técnica como podrían ser el share o código de frecuencias de sintonización), los contenidos de la programación, su comercialización, su difusión y, por supuesto, el papel competitivo de un producto. La encuesta en el mundo de la política, es lo que determina la conducción de un funcionario o candidato, la manipulación de los mensajes y del programa. Unidos provocan el fenómeno de mediatización política que vivimos en la actualidad y la lógica populista que los inspira; tiene poder el más reconocido no el más capaz” (Villamil, 2001, 15-16).
Sobre el rating recuerdo las palabras de Rolando Cordera, el conductor del programa Nexos que se trasmitía en TV Azteca. Señaló que ninguna televisora del mundo puede prescindir del público pensante, por pequeño que sea. Nosotros en Nexos no podíamos competir con los programas de entretenimiento. Según los mercadólogos de la empresa Nexos no satisfacía sus expectativas comerciales; tuvo que salir del aire porque TV Azteca relegó el programa cambiándolo en varias ocasiones de horario, de día y de canal. Estaba destinado a una muerte anunciada. Así se resume la manera en que la empresa concibió la programación bajo los criterios del llamado rating. (Proceso, 18/IV/99)
1.2.7 LOS MEDIOS EN LA LLAMADAS SOCIEDADES SOCIALISTAS
Los llamados países socialistas, encabezados hasta 1989 por la antigua URSS y China, no fueron nunca «dictaduras del proletariado en transición hacia la sociedad comunista» como sus dirigentes proclamaron y sus seguidores repitieron. Lo que se desarrolló en esos países fue la dictadura de los partidos comunistas, quienes en nombre del proletariado, establecieron un poder centralizado desde el triunfo bolchevique en la Rusia de octubre de 1917. Al parecer Marx tenía razón cuando planteó que la sociedad comunista sería producto del alto desarrollo capitalista y que las sociedades feudales o semifeudales, como la Rusia zarista, tenían forzosamente que desarrollar primero una economía capitalista. Marx “falló” al parecer, porque las revoluciones triunfaron en los países económicamente atrasados y en los países altamente desarrollados no hubo revoluciones.
Planteó Marx la problemática de la transición del capitalismo al socialismo en los países capitalistas que, como escribe Bookchin, apenas habían superado la tecnología del carbón y el acero, y la problemática del paso del feudalismo al capitalismo para los países que aún no habían trascendido el nivel de las artesanías y oficios. Por ese atraso ruso, los bolcheviques encabezados por Lenin, Trotsky y Stalin, al asumir el poder que les dio la revolución de octubre, convirtieron –como dijera Rosa Luxemburgo- “la necesidad en virtud” y se impusieron la tarea de establecer una dictadura totalitaria, de la que Stalin no fue más que su hijo legítimo. Por eso la prensa, como escribe el profesor Pedro Farias, se sometió al servicio del poder.
«La libertad de expresión en la etapa anterior a la Revolución fue reivindicada para acabar con lo que Lenin llamaba la «odiosa inquisición rusa»; sin embargo, «después de la toma del poder negaron a sus adversarios aquello que habían recabado para sí», porque «la libertad de Prensa ayudaba al poder de la burguesía mundial». A partir de ese momento, se atribuyó a la Prensa la función primordial de «educar, movilizar y organizar las masas» y la subsidiaria de informar, pues la información se entendió al servicio de la función principal, cuya finalidad era la «consolidación del sistema». Inmediamente después de la revolución se posibilitó la expresión a los grupos «no marcadamente hostiles», pero su propaganda fue muy pronto calificada como «antibolchevique» y «contrarrevolucionaria», y por tanto eliminada a partir del final de la guerra civil. Stalin consideró la libertad de expresión como un «fetiche».( Farias: 1988, 22).
1.2.8 EL PODER DE LOS MEDIOS HOY ES ENORME
«La concentración de la prensa en manos de unas pocas combinaciones monopólicas, escriben Abendroth y Lenk, facilita la concentración de la «discusión» pública». El modelo liberal, en la época del absolutismo, fue crítico, ahora no. La discusión pública ha sido sustituida por las nuevas instituciones para la implantación de intereses particulares. «Los objetivos de las asociaciones y grupos no son decididos por sus respectivos miembros, sino son convenidos por los más poderosos interesados, y llevados a la práctica por la directiva». La discusión pública ahora es un simple concepto ideológico de un pequeño sector de intelectuales, pero el manejo de la conciencia pública queda en manos de los manipuladores de la opinión (Ver Abendroth y Lenk: 1971, 315-316).
La década de los ochenta, coincidiendo con la imposición del neoliberalismo en el contexto mundial, es el inicio del desarrollo acelerado de los medios de información, en primer lugar, de la televisión, la telefonía, la computadora, el internet y otros medios electrónicos. A partir de entonces no hay actividad política importante, donde intervengan las masas, que pueda hacerse sin darle prioridad a esos modernos medios de comunicación. Por eso es importante conocer las opiniones del filósofo Joaquín Estefanía, tanto en los análisis que hace sobre la imposición del llamado pensamiento único, como en lo que dice respecto al triunfo de la economía y los medios sobre la política:
«En la actualidad el poder político no es más que el tercer poder; antes están el poder económico y luego el poder mediático. ‘Cuando se poseen estos dos últimos -según escribe Ignacio Ramonet- el poder político no es más que una formalidad como ha demostrado Silvio Berlusconi’. Aunque haya una punta de exageración, lo cierto es que el poder se ha movido, ha desertado del espacio de lo político. Y cuando los propios medios de comunicación publican la lista de los hombres más influyentes de su país, o del mundo, aparecen cada vez menos políticos y más financieros o representantes de la comunicación» (Estefanía: En Tiburones. 1995, 14).
Hasta los años ochenta, los políticos que participaban en los procesos electorales, se preocupaban por realizar grandes concentraciones, por efectuar visitas domiciliarias, por hacer la mayor cantidad de reuniones posibles para estar en contacto directo con los electores; sin embargo, a partir de los noventa los políticos comenzaron a darle mayor importancia a la TV, la radio, la prensa, el internet y comenzaron a gastar la mayor parte de su presupuesto de campaña en la compra de espacios en los medios. Hoy no solo destinan el 70 por ciento de sus finanzas en mercadotecnia en los medios, sino que además los políticos ponen todo su tiempo e interés en figurar en los que esos medios les preparan.
“El mercado ha remplazado al gobierno en su papel de regulador de los medios. Las realidades del mercado son las que fundamentalmente determinan el flujo internacional no sólo de la información sino también del entretenimiento. En consecuencia, las naciones más desarrolladas (los países “centrales”) han conseguido utilizar la moderna tecnología de las comunicaciones para llevar adelante sus negocios y representar sus intereses económicos y sus valores culturales en todo el mundo... Y, a causa de que la mayor parte de los mensajes son de autoría norteamericana, los productos culturales de ese origen han inundado buena parte del mundo al ahogar los sentidos en el virus consumista” (Lull, 1997. 158).
Podría decirse que todos los investigadores y pensadores coinciden en que, desde el inicio de la década de los ochenta, “el mercado ha remplazado al gobierno” en el control de los medios y, obviamente en la orientación que éstos deben tener. Los grupos financieros han sometido a los políticos y a éstos no les ha quedado otro camino que obedecerlos. Como escribe Lull, cada año se gastan miles de millones de dólares a fin de encontrar exactamente los sistemas mediacionales adecuados para satisfacer los objetivos de los anunciantes obsesionados por las ganancias. Los políticos hoy son sólo mercancía o simples medios para que los poderosos empresarios de la comunicación multipliquen sus negocios, ello en tanto la clase empresarial se hace cargo directamente también del poder político.
1.2.9 DEL ”CUARTO PODER” AL “PODER SUPLEMENTARIO”
Ignacio Ramonet, de Le Monde diplomatique, ha escrito que los medios de comunicación y los periodistas siempre consideraron como un deber denunciar atropellos, discriminaciones y abusos. Por eso durante mucho tiempo se habló de “cuarto poder”, y se consideraba que la prensa y los periodistas, en tanto que cuarto poder, constituían en realidad, un contra-poder. El cuarto poder era en definitiva, gracias a los medios de información, el poder del que disponían los ciudadanos para criticar, rebatir, oponerse, en un marco democrático, a decisiones legales que podrían ser inicuas, injustas, y hasta criminales contra algunos ciudadanos inocentes. Sin embargo, en las últimas dos décadas, al mismo ritmo en que la llamada globalización, el neoliberalismo, el capitalismo financiero e industrial, se fueron imponiendo en el mundo, el llamado “cuarto poder” fue perdiendo presencia y su función de contrapoder desapareció. Apunta Ramonet que globalmente, hoy día, los medios de comunicación (emisoras de radio, prensa escrita, canales de televisión, internet) pertenecen, cada vez más, a grandes grupos mediáticos que tienen también una vocación global... las empresas mediáticas agrupan ahora, no solo a los medios de comunicación tradicionales (prensa, radio y televisión) sino también a todo lo que podríamos llamar el sector de la cultura de masas, de la comunicación y la información.
La globalización es también la globalización de los medios de comunicación y de información, y estos metagrupos ya no se plantean como objetivo cívico el de ser un “cuarto poder” para corregir los disfuncionamientos de la democracia y perfeccionar así este sistema político. Ni desean ser un “cuarto poder”, ni tampoco se proponen actuar como un contra-poder. Al contrario, se unen al poder político y económico para aplastar, como poder suplementario, al ciudadano; tal como sucede en Venezuela, como lo hizo El Mercurio en Chile contra Allende, como en la Nicaragua sandinista en los ochenta lo hizo La Prensa o como las campañas mediáticas contra lo hacen contra las luchas en Argentina, Brasil, Ecuador y México.
En México la TV se ha convertido en un poderoso instrumento al servicio de los empresarios y del gobierno, pero también ella misma en un gran poder capitalista monopolizador. Con su enorme fuerza la TV se ha transformado en un arma de combate contra lo que llama políticas “populistas” y en un instrumento eficaz para organizar manifestaciones de la derecha reclamando la pena de muerte contra los secuestradores de empresarios y contra la delincuencia de los de abajo. Guarda silencio ante los grandes desfalcos y fraudes de empresarios y gobierno, y cuando éstos no pueden esconderse los comenta pero pronto los guarda. De ahí que los ciudadanos, como dice Ramonet, tengan la necesidad urgente de recurrir a un referente que les asegure que la información que va a consumir es válida, seria, segura, verídica y verdadera.
1.2.10 EL GOBIERNO MEXICANO, AL SERVICIO DE LOS EMPRESARIOS TELEVISIVOS
Las siguientes líneas, escritas por Claudia Fernández y Andrew Pasman, son un ejemplo de la dependencia y el entreguismo del gobierno mexicano a uno de los más poderosos magnates de la TV. Señalan que en carta del presidente Díaz Ordaz al magnate Emilio Azcárraga el 17 de mayo de 1967, aquél le agradecía algunos consejos que le había dado sobre la utilización de la radio y la televisión y le anunciaba que por esos “servicios tan estimables, me he permitido nombrarlo mi consejero en materia de radio y televisión”. Iniciado el movimiento estudiantil, Díaz Ordaz y su secretario de Gobernación, Luis Echeverría, pidieron a Azcárraga –como lo hicieron con otros medios- cooperara en esos momentos con el Estado.
Miguel Alemán, el magnate de Televisa, señala que en 1968 el gobierno sugirió a Telesistema Mexicano hacer un esfuerzo para informar y decir la verdad de lo que pasaba, ya que en vez de orientar a la gente sólo contribuimos a la desorientación y a la agitación... nos acusaban de televisión vendida y la intención era demostrar que no estábamos vendidos, que lo único que tratábamos era de llevar una información veraz y oportuna y que nadie nos estaba manejando ni nosotros tratábamos de manipular a nadie. Más adelante surgió un acuerdo: se dijo que en 1969 se cobraría (mensualmente) el 25% sobre los ingresos obtenidos por publicidad. El 1 de julio hubo un arreglo: el impuesto sería cubierto si las estaciones ponían a disposición del Estado el 12.5% del tiempo diario de transmisión, con la salvedad de que dicho tiempo no sería acumulable ni diferible, no importando si se usaba o no.
En el sexenio de Echeverría, escriben los investigadores, los conflictos entre el Estado y los medios fueron cada vez más ásperos. En su afán por mantener su influencia en los círculos de poder una vez que concluyera su mandato, Echeverría intervino en varios medios con el fin de aumentar su control en la prensa. Ejerció una constante presión sobre Televisa para comprarle el Canal 8, que había aportado Bernardo Garza Sada a la sociedad con Azcárraga, pero cuya concesión aún estaba bajo el nombre del regiomontano. Así Azcárraga permitió convertirse en vehículo de Echeverría para atacar a Excélsior.
Se recuerda que el diario que dirigía Julio Scherer, había sido desde 1968 uno de los más críticos del régimen y era punto de referencia de la prensa internacional. Excélsior había criticado en forma creciente la corrupción de los líderes sindicales y de algunos gobernadores, como Rubén Figueroa de Guerrero; también señalaba los errores de la política económica, y la farsa de la democracia en México cuando el presidente electo no había tenido contrincante en la elección. Para 1976 el Canal 13 había retirado su publicidad de Excélsior y arrancó una campaña difamatoria en su contra, tanto en otros periódicos como en la TV. Además introdujo conflictos al interior de la cooperativa propietaria del diario... hasta que Scherer y algunos de sus colaboradores fueron despedidos. Entre ellos surgió Proceso (1976) y Unomásuno (1977).
El nuevo presidente López Portillo y Emilio Azcárraga Milmo se entendieron muy bien. Este fue nombrado coordinador de la imagen presidencial y de las transmisiones de su visita a España en octubre de 1977. En ocasiones JLP asistía a fastuosos banquetes en Televisa, en los que se presentaban espectáculos musicales y variedades. Que en ese momento se promovían en la televisora. Dos días antes de que concluyera el sexenio, el 29 de noviembre de 1982, el Diario Oficial publicó un acuerdo por medio del cual se notificó a la empresa Televisión de Provincia, S.A., filial de Televisa, que podía continuar el procedimiento de obtención de concesión para operar y explotar su red existente con 95 nuevas estaciones. Pero De la Madrid paró el trámite en cuanto tomó posesión, en gran medida por haberse aprobado al vapor. Hacia el final de su propio sexenio, sin embargo, un total de 75 de los 95 canales solicitados en concesión repetían la señal de canal 2 de Televisa.
El 1 de septiembre de 1982, cuando se decretó la “nacionalización de la banca”, el tigre Azcárraga dijo: ¡Esto es comunismo! Y exigió a la Secretaría de Hacienda que declarara que el país no iba al socialismo. Y que las 3 mil instituciones bancarias se subastaran o se indemnizara a los banqueros. Si no hubiera sido por la protesta de Azcárraga, los banqueros, que se habían quedado perplejos, lo hubieran perdido todo. Y lo consiguió: esa misma noche, funcionarios de Hacienda explicaron en 24 horas que la medida no significaba que el país se dirigiera al socialismo y poco después, De la Madrid ofreció una compensación a los ex banqueros privados además de permitirles la apertura de casas de bolsa y de cambio.
El 5 de julio de 1982, Televisa y el gobierno firmaron un acuerdo para la instalación del sistema de satélites Morelos. Ni el canal 11 ni el 13 participaron en negociaciones contractuales. En octubre Televisa acordó con la SCT el establecimiento de 80 estaciones terrenas para captar la señal de los satélites; 36 serían colocadas por el estado y las 44 restantes correrían a cargo de la empresa. Estas seguirían perteneciendo al Estado, pero a cambio Televisa recibiría el derecho de usar prioritariamente el sistema satelital para trasmitir su programación.
Cinco meses después de que se concretó la privatización de los canales estatales de televisión, el gobierno mexicano otorgó a Televisa 62 concesiones de TV que le permitirían convertir al Canal 9 en su cuarta cadena nacional. Por su parte TV Azteca había recibido 10 nuevas concesiones. Todo este capítulo de escaramuzas entre Televisa y Multivisión muestra que las cosas no eran como antes. Zedillo no era Salinas y aunque Azcárraga fue el primer representante de la iniciativa privada en visitar a Zedillo, la relación fue muy distinta. (Proceso, 20/II/00)
El pasado de Televisa aún constriñe su presente y hace incierto su futuro. Zabludovsky ha sido archivado, el noticiario 24 horas murió la muerte de los injustos, miles desfilaron frente al ataúd de Azcárraga y el heredero del imperio parece más abierto y menos arrogante. El PRI ya no puede dictar órdenes desde Los Pinos, y Televisa ya no puede dedicarse simplemente a llevarlas a cabo desde Chapultepec. El monopolio del PRI y el monopolio de Televisa pertenecen a otros tiempos, a otro México, a otros mexicanos. Pero, como argumentan los autores, Televisa sólo ha dado los pasos iniciales del gran maratón que le queda por recorrer. (Dresser, 26/III/00) Antes fue el PRI, ahora el PAN y el entreguismo es el mismo. En lo que fue considerado un albazo, el gobierno de Vicente Fox –a menos de dos años de iniciar su gobierno- negoció en secreto un acuerdo con los concesionarios de radio y televisión y a escondidas se rindió ante sus exigencias, enarboladas en forma especial por Televisa, cuyo vicepresidente ejecutivo, Bernardo Gómez, fue el artífice del operativo que colocó a Los Pinos en calidad de subordinado de los intereses de la TV comercial. Fueron desdeñadas las numerosas propuestas presentadas en la mesa de diálogo que, con la participación de varias decenas de organizaciones, sesionó durante meses con el frustrado objetivo de revisar integralmente la legislación de los medios electrónicos.
El jueves 10 de octubre, en el hotel Maria Isabel Sheraton, la cúpula de la radio y la televisión, que encabeza Televisa, compartió alimentos con Vicente Fox y su esposa Martha Sahagún, invitados de honor. Ese día, cuando Fox anunció “el decretazo” que hacía desaparecer el 12.5%, estalló una gran ovación prolongada de los miembros de la CIRT al presidente de la República, quien poco después se vanaglorió: “En el campo de los medios, ya podemos ver algunos beneficios que trajo consigo el cambio”. Negociado en secreto y redactado por el director jurídico de Televisa, el acuerdo entre el gobierno de Fox y la CIRT consumó el objetivo que se propuso Gómez: arrebatar al Estado tres horas diarias de trasmisión a cambio de 53 minutos, 35 en radio y 18 en TV, según establece el nuevo reglamento de la ley respectiva que fue dado a conocer en el diario Oficial de la Federación en ese instante.
Martha Sahagún, a quien une amistad con Gómez, también fue una importante protagonista del “decretazo” que de un plumazo nulificó el impuesto de 12.5 por ciento que los empresarios estaban obligadas a entregar, desde 1969, en tiempo al gobierno para utilizarlo para servir a la comunidad. Sahagún, al presentarse tres ocasiones en la reunión de la CIRT: el jueves desayunó con las esposas de los empresarios y comió con ellos, y el viernes impartió una charla en la que ratificó que continuará con su proyecto personal, pésele a quien le pese. (Proceso,13/X/02)
Según escribió Abraham Zabludovsky -quien fuera destacado reportero y conductor de Televisa, al mismo tiempo hijo del personaje que fuera el más importante de las noticias en la TV en México- el Grupo Televisa atiende a siete de cada diez televidentes y obtiene más o menos seis de cada diez pesos de los presupuestos de publicidad en el país. Televisión Azteca acapara 20 por ciento del auditorio y la publicidad, mientras que la radio y la TV por cable deben sobrevivir con lo que sobra. El modelo mexicano de televisión es concentrador y discrecional. Concentra en un par de empresas casi todas las formas de producción y distribución de la programación televisiva... En ningún lugar del mundo, con excepción de México, una sola empresa opera cuatro redes de televisión... Berlusconi opera tres redes nacionales (Milenio Semanal, 11/X/04)
CONCLUSIÓN
A través de las décadas se han hecho comparaciones acerca del comportamiento de los medios de comunicación en los países capitalistas y en los llamados países socialistas. Generalmente se ha aceptado que en los regímenes capitalistas, los medios y los propietarios se plantean como objetivo central el lucro, sus negocios sólo buscan ganancias vendiendo diversión y entretenimiento, aunque anuncien que buscan «elevar» los niveles educativo y cultural de los receptores. Los que se encuentran en manos del Estado en los regímenes socialistas y también en algunos no socialistas, los medios, sobre todo la TV y la radio, quieren convencer, educar, tienden a propagar una ideología, y por otra parte -como no buscan el lucro-, proponen valores de «alta cultura»: charlas científicas, música y obras de teatro clásico, etc.,
Tanto la dirigencia estatal como la privada, tienen un objetivo común: la búsqueda de un gran público, de las mayorías. Para lograrlo, en ambos bloques hay quienes sostienen la tesis de: «al público, lo que quiera», es decir, parten de la visión simplista y burda de que el público hace los medios, o manejan la idea contraria (igualmente burda y simplista), de que los medios hacen, crean el público. Ambas posturas niegan y evaden el problema específico de los medios, niegan la dialéctica entre el sistema de producción cultural y las necesidades culturales de los consumidores. La cultura de masas es pues, el producto de una dialéctica de producción-consumo en el seno de una dialéctica global que es de la sociedad en su totalidad. Para concluir estas reflexiones acerca del papel de los medios de información en la sociedad capitalista, me ha parecido importante plantear alguna salida que ayude a cambiar la imagen negativa que se tiene de las informaciones que llegan al gran público. En tanto las empresas de información sigan en manos de unos cuantos capitalistas cuyo único interés sea acrecentar sus ganancias, las cosas no podrán cambiar; pero en la medida en que el público comienza a exigir mayor responsabilidad, limpieza y veracidad en lo que consume, los mismos capitalista entenderán que para vender tienen que ofrecer buena mercancía. Por eso un código de ética periodística, como plantea el comunicólogo Riva Palacios, puede ser una salida mediata interesante:
«Periodista que no tenga ética, no es un periodista pleno. Periodista que no coloque la ética como cimiento de su trabajo tendrá una profesión endeble, vulnerable y con poca credibilidad. Por desgracia, la ética periodística es un concepto que, en la práctica es casi nulo en el contexto nacional. Ningún medio tiene como herramienta de trabajo un código de ética, ni tampoco existe el concepto de «conflicto de interés», cuya ausencia sólo distorsiona y vicia enormemente al periodismo mexicano (...) La prensa, con sus excepciones, no se ha convertido en un foro plural, real, sino que se ha vuelto una especie de altoparlante del gobierno y de aquellos sectores a los que quiere apoyar. Por lo mismo, tampoco ha sido espejo fiel de los diversos sectores -representativo- de la sociedad... sólo realiza ese papel para aquellos grupos con poder económico que pueden comprar espacios informativos y otorgar privilegios a los periodistas (...) Mentir, ocultar, tergiversar, ser injusto o tendencioso. Permear el trabajo por intereses creados, son violaciones fundamentales a la ética periodística... No es casual que los noticieros de la televisión mexicana carezcan de credibilidad y que los periódicos y las revistas de información general tengan circulaciones tan bajas (Riva Palacio: 1998, 111-127). (6/XII/19)
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