Leonardo Curzio
Tiene algo de irónico que frente al alud de spots a los que está sometida la sociedad en esta etapa electoral, la pieza más vista y más comentada (tanto en México como en el exterior) sea el polémico video de los niños que concluyen que el país ya tocó fondo. En otras palabras, millones de comerciales transmitidos por los medios tradicionales no han conseguido captar la atención de la opinión pública como el de los niños actores subido a YouTube. El video es polémico porque se utilizan niños para dramatizar situaciones extremas de violencia y corrupción política. Es, en efecto, grotesco ver a infantes representando a mordelones, polleros, secuestradores y es reprobable que se use un recurso tan ramplón y melodramático como los chicos para crear o reflejar un estado de ánimo. Sin embargo, el impacto que ha tenido la pieza merece una lectura sociológica muy cuidadosa.
Dice la frase hecha que todo texto tiene un pretexto y un contexto; en este caso diríamos que todo video tiene su circunstancia y sus receptores y el que nos ocupa nos ofrece elementos de análisis que no debemos —a mi juicio— minimizar. El primero refleja la profunda sensación de molestia y frustración que tienen amplias capas de la población. El corolario del video es que el país ha tocado fondo, esto es, que estamos hundidos por una constelación de problemas que van desde la corrupción a la violencia. Quienes ven así las cosas no valoran ni la estabilidad macroeconómica, ni las libertades políticas y de expresión, ni los reconocimientos externos, ni que vayamos a ser la sede del G-20, ni las cifras de turismo, ni la competencia política ni tampoco (como proclama el gobierno) que estemos cerca de la cobertura universal en salud. Nada de eso impregna las percepciones de esos sectores que tampoco ven al país como un guerrero que lucha contra sus males, sino un barco que yace en el fondo del mar por la incompetencia vesánica de sus dirigentes. Es esta una percepción muy similar a la que por cierto tienen muchos extranjeros que ven al país a través de las notas de violencia que la prensa extranjera consigna: un país hundido, derrotado, moralmente quebrado. No comparto la visión, pero percibo que ese sentimiento de estar en el fondo del pozo está muy difundido. La autoestima está en niveles muy bajos.
Lo interesante es ver cómo se manifiesta la percepción de derrota y a quiénes se atribuye la responsabilidad. El video presenta conductas deleznables que se asumen como comunes y corrientes, casi banales. El que las ciudades vivan elevados niveles de contaminación, inseguridad y bloqueos desesperantes, se asume como lo cotidiano; igual que se da por hecho que un policía muerda, un político reciba sobornos o un diputado esté dormido. Lo disfuncional se asume como normal y no hay la fuerza organizada que demuestre que hay ciudades donde tales cosas no ocurren, en las que la calidad de vida, la seguridad y la movilidad están garantizadas por una autoridad que hace su trabajo. Además —y eso es probablemente lo más sintomático— en el video se asume que no hay una fuerza política que esté identificada con la capacidad o voluntad de detener ese deterioro, sino que en gran medida son (los políticos) responsables del hundimiento nacional. Una reacción estridente al contenido y la forma del video por parte de los últimos mohicanos en San Lázaro contribuyó a fortalecer la polémica y a reforzar la idea de que lo indignante no es el video, sino que ellos se indignen.
Hay claramente un reproche genérico a la clase política. Un reproche, fuerza es decirlo, poco sistemático y riguroso; englobador de una serie de situaciones que no están necesariamente conectadas unas con otras, pero refleja el hartazgo de un segmento de la sociedad que no percibe que ninguno de los políticos que en estos días hace campaña despierte la esperanza de que las cosas puedan cambiar. Ojo, porque aunque ramplón, el mensaje ha sido visto por millones de personas que con los mismos tonos reduccionistas repiten que el país está en el fondo. No es verdad que hayamos tocado fondo, como asume el video, todavía podemos estar mucho peor. En la escalera de la infamia y del deterioro se pueden bajar muchos peldaños todavía, pero también —digo yo— podemos mejorar. Lo que me parece claro es que hasta ahora ninguna fuerza política ha sido identificada como el agente transformador del país y es normal que así ocurra, pues el PRI nunca ha dejado de gobernar la mayor parte de las entidades federativas y el PAN cuando accedió al gobierno no entendió que el mandato de las urnas no era para administrar, sino para dirigir y cambiar al país.
@leonardocurzio
Conductor de la primera emisión de Enfoque
Tiene algo de irónico que frente al alud de spots a los que está sometida la sociedad en esta etapa electoral, la pieza más vista y más comentada (tanto en México como en el exterior) sea el polémico video de los niños que concluyen que el país ya tocó fondo. En otras palabras, millones de comerciales transmitidos por los medios tradicionales no han conseguido captar la atención de la opinión pública como el de los niños actores subido a YouTube. El video es polémico porque se utilizan niños para dramatizar situaciones extremas de violencia y corrupción política. Es, en efecto, grotesco ver a infantes representando a mordelones, polleros, secuestradores y es reprobable que se use un recurso tan ramplón y melodramático como los chicos para crear o reflejar un estado de ánimo. Sin embargo, el impacto que ha tenido la pieza merece una lectura sociológica muy cuidadosa.
Dice la frase hecha que todo texto tiene un pretexto y un contexto; en este caso diríamos que todo video tiene su circunstancia y sus receptores y el que nos ocupa nos ofrece elementos de análisis que no debemos —a mi juicio— minimizar. El primero refleja la profunda sensación de molestia y frustración que tienen amplias capas de la población. El corolario del video es que el país ha tocado fondo, esto es, que estamos hundidos por una constelación de problemas que van desde la corrupción a la violencia. Quienes ven así las cosas no valoran ni la estabilidad macroeconómica, ni las libertades políticas y de expresión, ni los reconocimientos externos, ni que vayamos a ser la sede del G-20, ni las cifras de turismo, ni la competencia política ni tampoco (como proclama el gobierno) que estemos cerca de la cobertura universal en salud. Nada de eso impregna las percepciones de esos sectores que tampoco ven al país como un guerrero que lucha contra sus males, sino un barco que yace en el fondo del mar por la incompetencia vesánica de sus dirigentes. Es esta una percepción muy similar a la que por cierto tienen muchos extranjeros que ven al país a través de las notas de violencia que la prensa extranjera consigna: un país hundido, derrotado, moralmente quebrado. No comparto la visión, pero percibo que ese sentimiento de estar en el fondo del pozo está muy difundido. La autoestima está en niveles muy bajos.
Lo interesante es ver cómo se manifiesta la percepción de derrota y a quiénes se atribuye la responsabilidad. El video presenta conductas deleznables que se asumen como comunes y corrientes, casi banales. El que las ciudades vivan elevados niveles de contaminación, inseguridad y bloqueos desesperantes, se asume como lo cotidiano; igual que se da por hecho que un policía muerda, un político reciba sobornos o un diputado esté dormido. Lo disfuncional se asume como normal y no hay la fuerza organizada que demuestre que hay ciudades donde tales cosas no ocurren, en las que la calidad de vida, la seguridad y la movilidad están garantizadas por una autoridad que hace su trabajo. Además —y eso es probablemente lo más sintomático— en el video se asume que no hay una fuerza política que esté identificada con la capacidad o voluntad de detener ese deterioro, sino que en gran medida son (los políticos) responsables del hundimiento nacional. Una reacción estridente al contenido y la forma del video por parte de los últimos mohicanos en San Lázaro contribuyó a fortalecer la polémica y a reforzar la idea de que lo indignante no es el video, sino que ellos se indignen.
Hay claramente un reproche genérico a la clase política. Un reproche, fuerza es decirlo, poco sistemático y riguroso; englobador de una serie de situaciones que no están necesariamente conectadas unas con otras, pero refleja el hartazgo de un segmento de la sociedad que no percibe que ninguno de los políticos que en estos días hace campaña despierte la esperanza de que las cosas puedan cambiar. Ojo, porque aunque ramplón, el mensaje ha sido visto por millones de personas que con los mismos tonos reduccionistas repiten que el país está en el fondo. No es verdad que hayamos tocado fondo, como asume el video, todavía podemos estar mucho peor. En la escalera de la infamia y del deterioro se pueden bajar muchos peldaños todavía, pero también —digo yo— podemos mejorar. Lo que me parece claro es que hasta ahora ninguna fuerza política ha sido identificada como el agente transformador del país y es normal que así ocurra, pues el PRI nunca ha dejado de gobernar la mayor parte de las entidades federativas y el PAN cuando accedió al gobierno no entendió que el mandato de las urnas no era para administrar, sino para dirigir y cambiar al país.
@leonardocurzio
Conductor de la primera emisión de Enfoque
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