4/18/2012

"Conflicto constante" y la (des)información como arma de destrucción masiva: la agonía de la verdad

Bajo la Lupa
Alfredo Jalife-Rahme
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Elementos del ejército estadunidense se despiden de familiares, ayer en Billings, Montana, antes de partir hacia AfganistánFoto Ap

Hace 15 años el mayor Ralph Peters, responsable de la guerra del futuro –en el Departamento del Vicejefe de Estado Mayor para el Espionaje de Estados Unidos (EU)– publicó un estrujante documento Conflicto constante (Parameters, verano 1997, del Colegio de Guerra) que anticipó el papel determinante de la (des)información: entramos a la época del conflicto constante (sic). La información es ya nuestra principal materia prima y el mayor factor desestabilizador (¡supersic!) de nuestro tiempo.

Si en el pasado se buscaba adquirir información, hoy el desafío consiste en manejar (¡supersic!) la información: aquellos que puedan clasificar, digerir, sintetizar y aplicar el conocimiento relevante ascenderán profesional, financiera, política, militar y socialmente.

Hoy, la cúpula militar/geoestratégica de EU y Rusia se (con)centra en el poder del arma (des)informativa, lo cual aborda desde el punto de vista geopolítico Igor Panarin, cercano asesor del recién relegido presidente Vlady Putin (ver Bajo la Lupa, 4/3/12). Del total de sus 14 libros, Panarin consagraó 12 a la guerra de información y otros dos a la sicología aplicada a la seguridad nacional.

Peters considera que los vencedores –entre los que se incluye– son una minoría (sic) cuando la información es tanto el motor como el significador del cambio. Juzga que para las masas (sic) del mundo, devastadas por la información que no pueden manejar o interpretar (sic) efectivamente, la vida es asquerosa y salvaje. ¿Hoy la esclavitud posmoderna es apabullantemente (des)informativa?

Peters apostó que en el umbral del nuevo siglo estadunidense –de resonancia ideológica con el Proyecto para un Nuevo Siglo Estadunidense (PNAC, por sus siglas en inglés), fracasado manual de guerra de los neoconservadores straussianos en alianza con Netanyahu, curiosamente publicado el mismo año– EU sería más rico (sic), culturalmente más letal (sic) y todavía más poderoso, lo cual excitará odios sin precedente.

Podemos afirmar categóricamente, 15 años más tarde, que EU no es más rico ni más poderoso, pero que, indudablemente, su oligopolio trasnacional multimediático lo ha hecho más letal culturalmente.

Asevera que el mundo vive una época de verdades múltiples (¡supersic!), lo cual condimenta con su paradigma neohegeliano sobre el conflicto constante entre amos y esclavos, que definirá las bifurcaciones del futuro entre los amos (sic) de la información y sus víctimas (sic).

En el pasado, la “información superior (sic) –frecuentemente encarnada por la tecnología militar– asesinó (sic) a través de la historia” cuando sus efectos solían ser políticamente decisivos pero no intrusivos a escala personal (una vez que el pillaje y la violación habían concluido): la tecnología era más apta para derrumbar los pórticos de la ciudad que para cambiar su naturaleza interior.

En medio de la información desorientadora, ayer la ignorancia era dicha; hoy la ignorancia no es posible, sólo el error.

Aduce en forma ominosa que la expansión contemporánea de la información asequible es inmensurable, incontenible y destructiva (sic) para los individuos y las culturas enteras (sic) incapaces de controlarla. ¿Se salió de la botella el genio de la (des)información en forma de bites?

Arguye que la información destruye los trabajos y culturas tradicionales; seduce, traiciona, pero permanece invulnerable y aquellos que no puedan reconciliar la información con sus vidas o ambiciones estarán alienados (sic).

Sentencia arrogantemente que individuos o culturas que no puedan unirse o competir con el imperio de la información de EU, solamente les queda el fracaso inevitable.

Fustiga con entonaciones rememorativas del pernicioso choque de civilizaciones, de Samuel Huntington, que las culturas no-competitivas (sic), como el islam árabo-persa o el segmento disidente de la población de EU están enfurecidos, ya que sus culturas se encuentran sitiadas cuando sus apreciados valores han sido disfuncionales: el obrero de EU y los talibanes en Afganistán son hermanos en sufrimiento.

Abundan los ciudadanos desechables y los sindicatos obreros irrelevantes en medio de la ferocidad demográfica. Juzga despectivamente que el hermano gemelo foráneo es el islámico o el africano del subsahara o el graduado de una universidad mexicana (¡supersic!). Hoy Hollywood llega donde Harvard nunca penetró. ¡Hollywood por encima de Harvard!

Rechaza las críticas que los extranjeros desechables asestan a EU cuando el culto de la victimización se ha vuelto un fenómeno universal y es una fuente de odios dinámicos. Cabe señalar que todavía no aparecían en el horizonte las atrocidades de militares estadunidenses en Abu Ghraib (Irak) ni la enuresis militar sobre los cadáveres afganos.

En la revolución de la información global el efecto del video es más inmediato e intenso que el de las computadoras: si la religión es el opio del pueblo, el video es su cocaína.

A mi juicio, aún peor que la posesión y la difusión masiva de un video letal, es su montaje deliberado.

Con bastante precisión y 15 años de antelación, previó que ya no habría más paz en el mundo con conflictos múltiples (sic) en formas mutantes en todo el globo cuando el “papel de facto de las fuerzas armadas de EU será conservar al mundo seguro para nuestra economía y abierto para nuestro asalto (sic) cultural. Para estos fines realizaremos una buena cantidad de matanzas construidas por un ejército centrado en la información, manipulando los datos para la efectividad y la eficiencia, y negando las ventajas similares a nuestros oponentes”, lo cual requiere una buena dosis de tecnología en los campos de batalla urbanos y multidimensionales.

Las guerras emocionales –odio, envidia y codicia– definirán los términos de las batallas, más que la estrategia, en las que la superioridad de la información incisivamente empleada debe ser más filosa que la bayoneta.

Se mofa de las Casandras que suponen la decadencia de EU, y considera que la fuerza basada en la información es un derivado de la cultura de EU, la más triunfante de la historia. ¿No estará confundiendo oblicuamente Peters la cultura eternal (aquello que queda después de haberlo olvidado todo, como suelen enseñarlo los franceses clásicos) con el vulgar entretenimiento del eje Hollywood-Las Vegas?

Alaba la destreza informática del sistema educativo estadunidense que alcanza su summum en el ejército y sus tecnoguerreros.

Juzga que la prioridad número 1 de los gobiernos no occidentales en las próximas décadas será buscar términos aceptables para el flujo de la información dentro de sus sociedades. Alega que su fracaso está programado.

La tesis militarista sobre el conflicto constante y la (des)información de Peters no dista mucho del enfoque del británico blairiano Robert Cooper (El nuevo orden mundial y el oligopolio multimediático global, Bajo la Lupa, 3/8/11). ¿Asistimos impotentes a la agonía de la verdad?

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