martes, 07 de agosto de 2012
En México, probablemente hemos tenido una sola elección presidencial que no haya sido cuestionada ni impugnada, y por lo tanto generó consenso sobre quién fue el genuino ganado. Y eso se tradujo en plena legitimidad del gobierno que de ahí surgió. Se trata de la elección de la alternancia, en el año 2000. Es cierto que mucho habíamos ganado en ese terreno en los comicios intermedios de 1997; numerosos cambios se habían dado ya en el sistema electoral que garantizaban mejores condiciones de equidad y competitividad (aunque no lo fueran al 100%, como nunca lo son). Se creyó incluso que, a partir de entonces, ya no habrían fuertes cuestionamientos a las reglas, descalificaciones a los árbitros o desconocimiento del resultado.
Carlos Castillo Peraza celebraba, por ejemplo: "Cada vez son menos los conflictos poselectorales. Falta poco por hacer en materia de leyes e instituciones para la materia… los partidos aceptan, cada vez con menos quejas, las decisiones de los órganos competentes" ("Nexos", 255. Marzo de 1999). Esa luna de miel de la democracia electoral terminó en 2006. Ese año era difícil tener claro al ganador, pues el resultado fue muy estrecho y no se quiso abrir y revisar al máximo posible los paquetes electorales para despejar toda duda. En cualquier parte del mundo, un resultado tan cerrado genera dificultades en la aceptación del resultado. Por eso Luis Carlos Ugalde se quejaba de que las inconsistencias e irregularidades registradas ese año eran incluso menores que en 2000 (alrededor de 1.5 %) y en ese año no había habido queja alguna. Es que tales inconsistencias no eran determinantes para el resultado en 2000, mientras que sí podían serlo en 2006.
Ahora, en 2012, la distancia entre primero y segundo lugar es cercana a 7% (poco más que en 2000) y en votos se traduce en 3 millones 3 mil votos (en 2000 fueron 2 millones 400 mil de diferencia). Pero ahora también está impugnado el proceso y el resultado, como en 2006. Y no es que en 2000 hubiera habido menos irregularidades que ahora, como muchos creen. La compra y coacción del voto nunca ha disminuido en nuestro país según lo reflejan diversos informes de Alianza Cívica a lo largo de estos años. El aparato del PRI estaba volcado, pues peligraba la presidencia (los foxistas lo pueden recordar). Y el PRI desvió mil 500 millones de pesos de Pemex (si bien el IFE pudo comprobar fehacientemente 500 millones, que no son poco). Por su parte, hubo el sistema de financiamiento paralelo conocido como Amigos de Fox, así como rebase de gasto de campañas. Las encuestas fallaron en mayor medida que ahora, pues la mayoría daba como ganador a Francisco Labastida. Pero nadie cuestionó esa elección, por lo cual la tenemos como la más limpia que hayamos celebrado, cuando en realidad, insisto, fue muy parecida a la de este año (aunque habrá que ver hasta dónde llegan los sobregastos de campaña).
¿Por qué la distinta evaluación en 2000 y ahora? Por al menos las siguientes razones; 1) en aquel entonces quien perdía era el odioso y odiado PRI, símbolo de la antidemocracia, y la alternancia era la primera pacífica en toda nuestra historia. Evidentemente había esperanzas de cambio y mejoría. Ahora, en 2012, es el PRI el que regresa, lo que genera rechazo en la mayoría de la población, así como el temor o convicción de que eso representará el fin del experimento democrático. En 2000, 60% de ciudadanos pensaba que para tener democracia cabal el PRI debía perder. Ese mismo porcentaje, este año supone que el PRI no puede ganar en comicios competitivos si no es con grandes (y determinantes) trampas de por medio. 2) En 2000 quien quedó en segundo lugar no impugnó el resultado; al PRI no le quedaba más remedio que resignarse y aceptar el resultado. Y el PRD quedó en tercer lugar, muy por abajo del ganador. Probablemente, de haber quedado en segundo sitio, como es el caso ahora, hubiera impugnado el proceso y desconocido el resultado. El PRD, cuando queda en segundo lugar, tiende a desconocer cualquier resultado (no importa la distancia con que haya sido vencido).
Así pues, muchos consideran la elección de 2012 "la más sucia de la historia", en tanto que casi todos consideramos la de 2000 como la más limpia. La paradoja consiste en que la elección "más sucia" y la "más limpia" en realidad se celebraron en condiciones muy parecidas. Pero ahora el resultado no nos gustó, como sí lo hizo mayoritariamente en 2000.
Comentarios: cres5501@hotmail.com / Facebook: Jose Antonio Crespo Mendoza
(*) Profesor del CIDE
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