Autor: Álvaro Cepeda Neri *
De por sí arrastrando las desgracias del mal gobierno
foxista-calderonista –quienes frustraron la transición a más y mejor
democratización de los poderes e instituciones del Estado federal, para
“resolver con más democracia los problemas de la democracia” (Alfred E
Smith, discurso consignado en el ensayo de Frank Freidel Política
popular: el gobierno del pueblo en acción)–, la nación enfrenta la
posibilidad de una violencia política como respuesta al resultado de
estas elecciones presidenciales, repletas de mil y una maniobras
tramposas para vencer a la oposición: Partido de la Revolución
Democrática (PRD)-Partido del Trabajo-Movimiento Ciudadano, y al
alicaído partido “oficial” Acción Nacional (PAN), que representa 30
millones de ciudadanos que votaron por ellos y quienes se han
inconformado, con el movimiento juvenil-estudiantil, por la pírrica
victoria de Peña-Partido Revolucionario Institucional (PRI)-Partido
Verde Ecologista de México.
Es cierto que únicamente el candidato del centro-izquierda, Andrés
Manuel López Obrador –y los partidos que lo apoyaron– ha presentado a
través del Instituto Federal Electoral (organismo cómplice de las
amañadas encuestas, las televisoras y medios de comunicación,
sospechosamente al servicio de Peña) para conocimiento del Tribunal
Electoral del Poder Judicial de la Federación (apéndice de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación), su demanda de invalidar el proceso
electoral y el fallo cuantitativo, de tal manera que se anulen.
El peñapriísmo está afianzado en el PRI más antiguo (cuando menos
desde el salinismo, al grado de que el mismo Carlos Salinas de Gortari
fue de los primeros en avalar al mexiquense), los Murillo Káram, Osorio
Chong y la carta bajo la manga de Pedro Aspe (Luis Videgaray), Alfredo
del Mazo, César Camacho, David López y el propio Peña salidos de la
guardia de los Hank (Jorge Toribio, El grupo Atlacomulco, editora
Angora, 2000).
Peña, fotografiado por el reportero gráfico José Carlo González (La
Jornada, 13 de julio de 2012), con los puños crispados, en la
entrevista de Rosa Elvira Vargas y Enrique Méndez, demuestra con sus
palabras y hechos como desgobernador, y su cínica ratificación
autoritaria que le valió la rebelión estudiantil, que es un individuo
que resucitará al viejo priísmo con máscara de haberse renovado.
Él mismo, cuando se plantearon reformas de fondo democratizador en
las cámaras de Senadores y Diputados, ordenó a sus diputetes abortarlas
impidiendo lo que pudo ser un renacimiento de ese viejísimo partido que,
con los dos sexenios del PAN, acumula desde el diazordacismo el
desprecio de la sociedad en sus diferentes estratos sociales: muy
pobres, pobres, miserables, clases medias, ricos y muy ricos. Ese
malestar político y económico puede desbordarse y convertirse en una
violencia política popular con todas sus manifestaciones: guerrillas,
revueltas civiles, ríos de protestas en las calles, ningún acuerdo en
los órganos legislativos y la incontenible voracidad de empresarios,
banqueros, comerciantes en el caldo de cultivo de la imparable
corrupción. Si estas elecciones no se invalidan y se nombra a un
presidente interino, que para evitar disputas y discusiones sin término
puede ser el presidente de la Suprema Corte, para en un plazo no mayor a
18 meses convocar a nuevas elecciones con los mismos candidatos,
entonces esa violencia política inundará el país.
Ya Peña no tiene legitimidad para los ciudadanos que votaron por el
PRD o por el PAN. Y son una mayoría, donde más de 8 millones de
jóvenes, entre los 18 y 25 años, lo repudian, no lo aceptan a ningún
precio. Por eso Peña debe ser duramente cuestionado por las pruebas,
acusaciones, inequidad y abusos que cometió con su PRI (no hay duda de
que existen dos: el peñista y el que agrupa a los políticos que quieren
imprimirle un giro modernizador). Una escisión que también tiene entre
la espada de las reformas y la pared de la renovación al mexiquense.
Nuevas elecciones y un presidente interino es la solución al
callejón sin salida pacífica, si se quiere evitar que siga creciendo el
malestar político que se almacena desde hace casi medio siglo
(1968-2012). El peñismo es un catalizador que corona esa crisis, y la
explosión ronda amenazante. Con palabras de Tocqueville: “¡sí, el
peligro es grande! Conjuradlo, cuando aún es tiempo. Corregid el mal con
medios eficaces, no atacándolo en sus síntomas, sino en sí mismo”. Y
agrega en su discurso que advirtió la Revolución de 1848: “en el pueblo,
en los de abajo, la vida política, por el contrario, comenzaba a
manifestarse en síntomas febriles e irregulares que el observador atento
podía captar fácilmente”.
Ciertamente así se encuentran los mexicanos: dos cuartas partes de
ciudadanos activos contra una cuarta parte que se ostenta triunfadora.
Es decir: la mayoría de los votantes sabe de los abusos del PRI-Peña y
sus complicidades con el IFE (¿también con el Tribunal Electoral?),
Televisa, Tv Azteca y otros medios de comunicación orales y escritos que
recibieron sobornos como publicidad desde hace más de cinco años para
imponerlo mediante un golpismo mediático. De salirse con la suya, el
peñismo “es “incapaz e indigno de gobernar”, porque la mayoría no lo
acepta. Así que un presidente interino y nuevas elecciones.
*Periodista
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