Ricardo Raphael
El Pacto por México se salvó gracias a una advertencia que, en noviembre del año pasado, hizo Gustavo Madero, (todavía) presidente del PAN. Cuando la materia de este acuerdo traía ya un avance considerable, Luis Videgaray puso sobre la mesa de negociaciones que los tres partidos signantes debían comprometerse a no romper, utilizando como pretexto las elecciones locales del 2013.
La solicitud era sensata. ¿Cuántas veces en México, los consensos fundamentales entre los partidos, se evaporaron por la competencia en las urnas? El proceso comicial en un solo municipio ha servido para que los dirigentes de los partidos quiebren el diálogo por periodos largos de tiempo. Con esa experiencia en mente, tanto Jesús Zambrano como Gustavo A. Madero estuvieron de acuerdo en blindar el Pacto frente a toda presión de naturaleza electoral.
Sin embargo, el líder panista introdujo una apostilla: contarían con la seriedad de las oposiciones siempre y cuando el PRI no se propusiera ganar las elecciones a billetazos. Es decir, si el PRI renunciaba a utilizar recursos públicos para intercambiar favores por votos. No quedó en el texto del pacto esta apostilla pero se incluyó como un entendido honorable entre el gobierno de Peña Nieto y los dirigentes partidarios de la oposición.
Justo por esta razón es que fue tan grave el error de abril, cometido por el Presidente, cuando peregrinamente se le ocurrió pronunciar aquellas palabras embrujadas: “no te preocupes, Rosario, hay que aguantar porque han empezado las criticas, han empezado las descalificaciones de aquellos a quienes ocupa y preocupa la política y las elecciones”.
Al hacerlo, el ex gobernador del Estado de México atentó directamente contra uno de los andamios más importantes de la negociación política. Luego, el costo de no retractarse se hizo impagable. Quien, del lado del gobierno, debió salirle al paso a la situación y enmendar el error presidencial fue Luis Videgaray. Aprovechó la demanda de entrevistas que le llovieron por la caída, en ese momento, de la iniciativa de reforma financiera, para dejar en claro que el error de abril podía componerse.
De paso, aprovechó la tribuna pública para recordarle a los partidos de oposición que el Pacto era más importante, políticamente hablando, para el presidente Peña Nieto, que ningún otro asunto, incluida la (muy poco probable) derrota del PRI el próximo 7 de julio en las elecciones locales.
Es este argumento el que puede leerse en el segundo párrafo del adéndum firmado la semana pasada por los integrantes del Pacto: “Hoy es indispensable preservar (un) entorno político de confianza … (sobreponiendo) el interés del país y de los mexicanos a cualquier interés partidario o individual”.
Desde cualquier perspectiva es celebrable que el bálsamo de la tranquilidad y el honor hayan vuelto a la escena pública. Si la seriedad de los compromisos sigue siendo principio superior entre los dirigentes partidarios, el país podría andar varios pasos importantísimos. Ello traerá réditos enormes para el jefe del Ejecutivo pero también para los partidos de oposición que, después de este exabrupto, dejaron en claro que sin ellos el Pacto por México habría sido imposible.
Aquí cabe advertir que el compromiso dispuesto en el adéndum tiene una naturaleza muy distinta al resto. Mientras la mayoría de los puntos en el Pacto tiene por misión reducir el poder de agentes externos a la representación nacional (empresas de telecomunicaciones, cúpula magisterial, bancos usureros, etcétera), para regresar al Estado al epicentro de la política, esta otra propuesta quiere acotar el poder de la representación —de partidos y gobernantes— para que no corrompan y deslegitimen al Estado.
No se trata de una tarea sencilla, sobre todo porque nunca lo ha sido, pedirle al lobo que se abstenga de devorar a la ovejas, o al alacrán que no ataque a sus víctimas. Está en la naturaleza de los partidos intercambiar favores por votos; una enfermedad que sólo se resuelve cuando los ciudadanos pueden controlar a sus gobernantes, obligarlos a rendir cuentas y exhibirlos cuantas veces sea necesario para que cambien su comportamiento.
Pero llama la atención que en la famosa adenda, la exigencia o la rendición de cuentas no hayan obtenido ni una línea. Preocupa porque no vaya a ser que las buenas intenciones se queden en eso, en intenciones. Y el Pacto reviente por obra de billetazos.
Analista político
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