Cannes, 15 de mayo. El
primer día del festival se ha dedicado por completo a una figura, la de
Leonardo DiCaprio y su representación de Jay Gatsby en la nueva
adaptación –la séptima según los estudiosos– de la novela de F. Scott
Fitzgerald. Ya desde el mediodía los fans han ocupado su lugar en la Croisette esperando por lo menos un vistazo de Leo
y su comitiva. Por si en ese entonces está lloviendo –amenaza constante
en Cannes cuando está nublado– muchos de ellos van preparados con
sendos paraguas.
No es para tanto, diría uno, pero es lo que sucede siempre cuando
una estrella hollywoodense hace su aparición por estos lares. Aunque
DiCaprio viene acompañado entre otros por Carey Mulligan y Tobey
Maguire, con quienes comparte créditos en la película, no son ellos
quienes provocan los fenómenos de histeria masiva.

Por otro lado, la película misma tampoco provoca entusiasmo y fue
recibida al final de su función de prensa con una mezcla discreta de
silbidos y aplausos.
El gran Gatsby es una novela
particularmente sutil y si hay un cineasta que nadie asociaría con esa
cualidad es el australiano Baz Luhrmann, quien ya había inaugurado
Cannes hace años con su recargado
Moulin Rouge (2001). Para
Luhrmann una palabra vale mil imágenes y, como si fuera el primer
cineasta en filmar en 3D, se excede en explotar el recurso hasta
provocar mareo. Eso aunado a los cortes rápidos, los vertiginosos
movimientos de cámara, los chillones colores del diseño de producción
–debido a Catherine Martin, la esposa del director– y otros excesos
visuales hacen fatigosa la primera parte del relato, en que el
realizador insiste en demostrar cómo los 20 fueron los años locos,
mientras el personaje de Nick Carraway (Maguire) le narra a un
siquiatra (Jack Thompson) cómo conoció a Gatsby (DiCaprio) y la
influencia que tuvo en su vida.
La lluvia no impidió que Leonardo DiCaprio llegara a la presentación de su filme El gran Gatsby, donde lo esperaban sus fans Foto Reuters
Tras
una presentación enfática al personaje titular a la media hora de
película, las cosas se calman un poco en lo que Luhrmann describe la
historia de amor condenado entre Gatsby y Daisy Buchanan (Mulligan). Al
margen del evidente
kitsch de las imágenes, la interacción
entre los actores es de una suficiente convicción como para dar una
idea de la verdadera tragedia de Gatsby, un hombre de orígenes
misteriosos que ha dedicado gran parte de su esfuerzo a conquistar a la
elusiva mujer, para luego perderla. DiCaprio evoca su caracterización
de Howard Hughes en
El aviador (Martin Scorsese, 2004) en
otro personaje enigmático cuya fortuna va aparejada con su soledad; a
su vez, Mulligan aporta esa cualidad vulnerable que atraería a Gatsby.
Todo lo demás –los interminables fiestones en que se baila
charleston a ritmo de hip-hop, las tipografías de los escritos de
Carraway sobrepuestos en la pantalla, los símbolos insistentes (un
anuncio de lentes como
los ojos de Dios
), los elaborados flashbacks en sepia– sale sobrando.
Por otra parte, mucha expectativa hay en las deliberaciones de un
jurado presidido por Steven Spielberg. Si bien es el único
estadunidense, hay otras personalidades –el taiwanés Ang Lee, la
australiana Nicole Kidman, el austriaco Christoph Waltz– cuyos
intereses son básicamente hollywoodenses. ¿Influirá eso en cuál será la
película ganadora? También hay otros nombres que podrían servir de
contrapeso: la actriz india Vidya Balan, la realizadora nipona Naomi
Kawase, su colega británica Lynne Ramsay, el actor francés Daniel
Auteuil y el director rumano Cristian Mungiu. Pero Spielberg es el
dueño de Hollywood.
Twitter:
@walyder
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