Gerardo Fernández Casanova
(especial para ARGENPRESS.info)
Con las patas bien cruzaditas, sin insinuación alguna que obscena sea, el Doña Hambre espera a que el que te platiqué termine con su Rosario; algunos dicen que ya se brincó hasta la letanía y otros que ahí la lleva de a misterio por año y el sexto de pilón. Lo cierto es que en su programa estelar a Peña Nieto se le está enredando la pita.
El primer enredo fue de parto; el tan acicalado gabinete presidencial se mostrase poluto al integrar a quien fue corrida de su partido por corrupta y nachas prontas, instigadora junto con Carlos Ahumada, su amante, y Carlos Salinas, su diablo, de la confabulación contra López Obrador en 2004, a la sazón Jefe de Gobierno del DF y claro precandidato a la presidencia. Me parece que la inclusión de Rosario Robles no fue bien recibida por nadie y menos en una cartera de la importancia de la del desarrollo social, en la que la tentación por el medro electoral es mayúscula. Se dice que el nombramiento obedece al apoyo de Salinas en pago a su contribución en el complot contra AMLO, en cuyo caso la razón de la designación habrá que buscarla en la zona hepática presidencial.
Para el estreno de la función se aplicaron todos los reflectores para presentar la Cruzada Nacional contra el Hambre, con el tino de llamarla así, con todas sus letras, y sin los eufemismos que solían emplear los panistas. Impresionantes discursos para un programa que se inaugura sin estar delineado, vano de contenidos y pleno de buenos deseos. Hasta Lula fue contratado para servir de comparsa en el fandango. Pero nada más. Poco a poco han venido apareciendo algunos rasgos del programa: La SEDESOL acopia donaciones de alimentos en sus oficinas para ser distribuidos entre la “población objetivo”. Menuda insensatez: por lo pronto aparecieron las listas de donantes y (¡oh sorpresa!) los fabricantes de comida chatarra en primerísimo lugar mostrando su altruismo desinteresado.
Pero la perla fueron las pruebas documentales de la utilización de los programas sociales en procesos electorales en beneficio del PRI, exhibidas por la dirigencia del PAN. Un verdadero campanazo que, a bote pronto, significó un “no te preocupes Rosario” de boca de su jefe, pero que puso en jaque la viabilidad del Pacto por México y obligó a la firma de un anexo de compromisos explícitos para evitar tales desviaciones. No le fue barato a Peña Nieto resolver el entuerto.
Hasta aquí lo anecdótico. Lo real es que no es más que otro programa asistencialista de los inventados por el Banco Mundial para paliar, aunque sea mediáticamente, los efectos perversos de las “reformas estructurales” del neoliberalismo. Solidaridad se llamó con Salinas y de ahí en adelante cada quien le cambió el nombre al mismo atole con el dedo. Su eficacia está comprobada, después de 22 años de aplicado el programa neoliberal la pobreza y el hambre se robustecen y, explicablemente, la concentración de la riqueza y el régimen que la auspicia también se fortalecen.
El detalle está –diría Cantinflas- en que son subsidios “focalizados” hacia personas concretas que registran determinados indicadores de pobreza, siempre a juicio del burócrata que los aplica. El beneficiario no ejerce un derecho, sino que mendiga una dádiva; no es por ley sino por la gracia del gobierno y, por ende, de su partido. Además, el beneficiario está siempre amenazado de ser eliminado del padrón, lo que lo convierte en cautivo de votar por el partido supuestamente benefactor. No de otra manera se explica el hecho de que los pobres voten por quienes los empobrecen. Maquiavelo se quedó en párvulos.
La única fórmula verdadera para erradicar la pobreza y el hambre es el aumento de la producción y la generación de riqueza distribuida desde su origen. Los mexicanos necesitamos producir lo que comemos y comer lo que producimos. Es un contrasentido que hoy suceda exactamente al revés.
El Pacto por México tendrá que definirse entre seguir a pie juntillas las recetas neoliberales o adoptar una fórmula idónea a las condiciones nacionales. Hay un ligero asomo en la intención anunciada de recuperar la capacidad del estado para regir sobre la economía, asunto prohibido por el catecismo de Washington. El procesamiento del conflicto surgido por la denuncia del manejo electorero de los programas sociales es un indicador de que hay talante negociador, la izquierda tendrá que aportar el talento para negociar.
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