Editorial La Jornada
De acuerdo con el informe del Banco Mundial Movilidad económica y crecimiento de la clase media en América Latina,
entre 2000 y 2008 sólo dos de cada 10 habitantes de nuestro país
lograron ascender al nivel socioeconómico superior al que se
encontraban. El dato coloca a México muy por debajo de la media
latinoamericana, según la cual 43 de cada cien personas transitaron a
un nivel socioeconómico distinto, prácticamente la totalidad de ellas a
uno superior, y apenas por encima de Nicaragua y Guatemala, naciones
caracterizadas por sus profundos rezagos sociales e institucionales.
Particularmente relevante resultó el funcionamiento de los ciclos de educación a cargo del Estado, los cuales llegaron a representar el mecanismo de movilidad social por excelencia, especialmente en regiones en las que ésta resultaba casi inaccesible por otras vías, como los entornos rurales: para muchos jóvenes hijos de campesinos, el acceso a la formación profesional –particularmente en el ámbito magisterial– representaba la vía principal y acaso la única por la cual podían salir de la pobreza.
Tales
mecanismos, sin embargo, han sido desmantelados a consecuencia de la
continuada aplicación de un modelo económico depredador e impulsor de
desigualdades, y fueron sustituidos por instrumentos asistencialistas
de inocultable propósito electorero.
La pérdida de movilidad social no es sino un correlato de la marginación, el desempleo, la insalubridad y el déficit educativo derivados de la claudicación del Estado mexicano a varias de sus responsabilidades constitucionales. En el terreno educativo, dicha renuncia se expresa, entre otros elementos, en que las universidades públicas han sido condenadas a la asfixia presupuestaria y al abandono oficial –en la capital del país, por ejemplo, se ha fundado sólo una en las pasadas tres décadas: la Autónoma de la Ciudad de México–, en tanto que las normales rurales que no han sido desmanteladas sobreviven en condiciones de precariedad desesperantes.
A corregir la circunstancia de estancamiento socioeconómico que se refleja en el documento del Banco Mundial debe empezar por el cumplimiento de derechos consagrados en la Constitución, y ello a su vez requiere de un cambio de rumbo en la conducción económica, la cual, desde hace cinco lustros, se orienta a satisfacer los intereses del capital y no las necesidades de la población. A la larga, la exasperación generada ante la falta de perspectivas de mejora para las situaciones de pobreza personal y familiar puede resultar muy peligrosa para la gobernabilidad, la estabilidad política y la paz social.
La pérdida de movilidad social no es sino un correlato de la marginación, el desempleo, la insalubridad y el déficit educativo derivados de la claudicación del Estado mexicano a varias de sus responsabilidades constitucionales. En el terreno educativo, dicha renuncia se expresa, entre otros elementos, en que las universidades públicas han sido condenadas a la asfixia presupuestaria y al abandono oficial –en la capital del país, por ejemplo, se ha fundado sólo una en las pasadas tres décadas: la Autónoma de la Ciudad de México–, en tanto que las normales rurales que no han sido desmanteladas sobreviven en condiciones de precariedad desesperantes.
A corregir la circunstancia de estancamiento socioeconómico que se refleja en el documento del Banco Mundial debe empezar por el cumplimiento de derechos consagrados en la Constitución, y ello a su vez requiere de un cambio de rumbo en la conducción económica, la cual, desde hace cinco lustros, se orienta a satisfacer los intereses del capital y no las necesidades de la población. A la larga, la exasperación generada ante la falta de perspectivas de mejora para las situaciones de pobreza personal y familiar puede resultar muy peligrosa para la gobernabilidad, la estabilidad política y la paz social.
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