Escrito por Jenaro Villamil
Una pasada de malcriada y el otro de
copas, Andrea Benítez y Andrés Granier, generacionalmente distintos,
pero coincidentes en la cultura de la impudicia y la impunidad, son los
dos casos más recientes, no los únicos, de esta era que en redes
sociales hemos llamado el #Ladynato y el #Mirreynato.
Benítez se volvió Trending Topic
en Twitter tras el episodio de su arribo al Maximo Bistrot, en la
Colonia Roma. Su desplante al no conseguir la mesa que ella quería y el
envío de cuatro verificadores de la Procuraduría Federal del
Consumidor, encabezada por su padre Humberto Benítez Treviño, dio
origen al mote #LadyProfeco.
La hija
del exprocurador mexiquense, digno alumno de Carlos Hank González, no
es responsable de su malcriadez. Nadie le dijo que ya no estaba en
Toluca sino en la Colonia Roma. Las Ladies en el reino de
Atlacomulco pueden llegar a donde quieran, pedir lo que quieran porque
ahí todos saben “con quien se están metiendo”. Pero en una ciudad donde todos somos anónimos hasta que el primer tuit escandaloso nos alcance, el desplante de Benítez resultó mortal.
Fue mortal no sólo para su padre –Humberto
Benítez apenas el 9 de mayo presumió que “por mi mente no pasó
presentar mi renuncia”– sino para una élite que llegó a la presidencia
de la República con la sana costumbre de sentirse aristócratas de la
nómina y protegidos por el control mediático en el reino de Atlacomulco.
El episodio de #LadyProfeco, como el de #SomosProles
de la “desaparecida” hija de Peña Nieto, despertó las alarmas en las
prácticas y desplantes de la élite peñista. Lo grave no es ser
impúdicos, racistas o arbitrarios sino que alguien te cache con un smartphone dispuesto a lanzar el mensaje, el video o el audio a las redes sociales.
De ahora en adelante, la orden y el
“mensaje” no explícito desde la Secretaría de Gobernación es que cuiden
a sus hijos y parientes, pero también sus páginas y cuentas en
Facebook, Instagram, Twitter, Google + y otras redes sociales para que
no exhiban la riqueza no declarada o el gusto art narcó al estilo de los Romero Deschamps.
La involuntaria crónica de sociales y
de política ya no está en las bien planeadas (y pagadas) páginas de
revistas y secciones de socialités sino en el narcicismo autoincriminatorio de los nuevos y viejos ricos del poder.
La contraparte del Ladynato, el
Mirreynato de los gobernadores, ex gobernadores, legisladores y
servidores públicos en general, alcanzó un nuevo clímax con el
“químico” Andrés Granier, ex mandatario de Tabasco, quien resultó una revelación como la versión tropicalizada de Imelda Marcos, la ex mandamás de Filipinas.
“Me llevé ropa a Miami, me llevé ropa a
Cancún, me llevo ropa a mi casa y me quedan, me quedan aún 500
camisas”, le presumió Granier a su interlocutor en la grabación telefónica más mencionada en los últimos días, divulgada por el noticiero local TeleReportaje.
La “filtración” seguramente trae otro
mensaje: cuidado gobernadores y ex gobernadores porque los múltiples
CISEN que operan en el país andan tras sus guardarropas, bienes raíces
y operaciones electorales, como en Veracruz.
Granier ya no será recordado por su
compulsión de ser un Teletón tabasqueño en medio de las peores
inundaciones de Villahermosa. Se volvió personaje digno de
Ibargüengoitia por presumir ¡y contabilizar! 400 pares de zapatos, mil
pares de tenis, 300 trajes, mil camisas y múltiples departamentos en
Miami, Cancún y cuanto paraíso inmobiliario exista.
Para algunos periodistas de insufrible tono perdonavidas, el escándalo de Granier es “anecdótico” (Ciro Gómez Leyva en Tercer Grado, por ejemplo). No puede ser andecdótico lo que se ha convertido sistemático en el estilo de los políticos que imitan a los Mirreyes, sin importar el signo partidista.
Ahí está el episodio del “helicóptero
del amor” del panista Sergio Estrada Cajigal en Morelos; las vaqueritas
de futbol americano contratadas a costa del erario por el priista Beto
Borge en Quintana Roo; o el “multipartidista” Juan Sabines,
ex cacique de Chiapas, y su pasión por los excesos y los millonarios
contratos con TV Azteca; o a Emilio González, en Jalisco, que con el
mismo tono etílico de Granier se envalentonó para mentarle la madre a
sus gobernados; o el veracruzano Fidel Herrera que gustaba de repartir
“premios gordos” de Lotería Nacional; o la ex gobernadora yucateca
Ivonne Ortega donándole hectáreas a su sobrino de 5 años; o a Humberto
Moreira viviendo con una “pensión” del magisterio en un barrio
exclusivo de Barcelona; o al regiomontano Rodrigo Medina escondido en
los malls de McAllen, mientras a Monterrey se lo llevaba la violencia de los cárteles.
No es anecdótico lo que se ha vuelto
sistemático. Y eso que faltan los alcaldes, delegados capitalinos y una
singular corte de legisladores y juniors de la política.
La corrupción ya no es un asunto
secreto y encriptado en los expedientes de la complicidad sino en una
exhibición grosera de quienes jamás conocieron la rendición de cuentas.
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