Lydia Cacho
Plan "B"
Para defender los derechos de los animales necesitamos más ciencia y menos rabia. ¿Cómo argumentamos la necesidad de mejores leyes frente a los que aman la tauromaquia y las peleas de gallos? Tal vez lo principal es lograr diferenciar en qué se basa el debate público cuando se trata de evitar que haya animales en los circos, que se pesque por diversión o que se torturen toros para el goce público. Los que defienden estas prácticas lo hacen desde el falso derecho al goce que los humanos tienen sobre las otras especies animales, considerándolas objetos y no sujetos sintientes que sufren y se conmueven.
Quienes han logrado que se legisle para evitar la crueldad contra los animales, saben que gracias a la reciente decodificación del genoma de algunas especies, incluyendo la humana, se ha demostrado la gran cantidad de genes que compartimos las diferentes especies que habitamos el planeta.
Beatriz Vanda es doctora en bioética por la UNAM, investigadora y docente de esa universidad, y una de las grandes especialistas en ética ambiental y de los animales en México. Ella nos explica que los estudios de anatomía y fisiología comparada entre el humano y los demás vertebrados, han revelado que en los mecanismo neurales y bioquímicos de percepción, integración y respuestas al dolor hay más semejanzas que diferencias.
Los estudios científicos presentados en el Programa de Bioética de la UNAM, nos muestran las evidencias de cómo los vertebrados no humanos experimentan el dolor en forma sensible y consciente. En el organismo de animales como perros, gatos, leones, jaguares, caballos, elefantes y demás vertebrados, hallamos los mismos mediadores químicos que intervienen en percibir y sentir el dolor. Hay una gran similitud en las reacciones bioquímicas y fisiológicas frente al dolor físico, al encierro y otras formas de sufrimiento causado con desprecio, sentimiento de dominación e intención cruel.
Cuando sienten dolor y miedo, dice la doctora Vanda, los mamíferos muestran cambios en sus expresiones faciales y emiten vocalizaciones para expresarlo. Antes se creía que los animales no tenían sentimientos, dice la experta en bioética, hoy sabemos que todos los vertebrados experimentan estados mentales (emociones y sentimientos), es decir, tienen experiencias subjetivas a las que nadie más que el propio sujeto (sea perro, gato o simio) tiene acceso. Los animales poseen las estructuras anatómicas y los mecanismos necesarios para generar recuerdos, pensamientos, emociones y sentimientos.
A pesar de lo que quieran creer los defensores de la tauromaquia y otras formas de maltrato animal, la ciencia ha demostrado que las emociones y sentimientos se generan en el sistema límbico, que permite a un humano y a un perro, distinguir entre lo agradable y lo desagradable. Pueden sentir miedo, pánico, afecto, alegría y tristeza; el hecho de que los seres humanos lo demostremos de formas más complejas que los otros vertebrados, significa muy poco. Ya la mayoría de etólogos y neurofisiólogas han demostrado que los mamíferos y las aves tienen conciencia; es decir, que tienen experiencias de las cuales se dan cuenta. La filosofía contemporánea nos dice que hay dos estatus para los seres vivientes: los agentes, que tienen derechos morales y jurídicos, dado que pueden responder a sus actos tienen deberes y obligaciones hacia los demás. Los pasivos morales, son quienes no pueden responder por sus actos, no tienen deberes pero son susceptibles a sufrir. La doctora Beatriz Vanda nos ayuda a entender que los animales son pacientes morales, merecen nuestra consideración y ésta puede ser considerada como éticamente correcta o incorrecta.
Son las emociones las que nos mueven inicialmente a indignarnos frente a la violencia contra los animales, sin embargo tenemos que utilizar los argumentos de la bioética para lograr defender las causas del buen trato hacia todos los seres vivos. Así podemos deconstruir la cultura que justifica la violencia.
@lydiacachosi
Periodista
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