Yo, aquel suspirar…
Tomás Mojarro
Que la dependencia alimentaria de muestro país ha aumentado de modo alarmante, acusa la nota periodística publicada de la semana anterior, y que esa dependencia alimentaria se deriva del abandono en que los sucesivos gobiernos han mantenido al agro y la creación de un mercado que concentran y acaparan las grandes empresas. Total, que tales achaques provocan la insuficiencia de la producción nacional. Todo esto, y mucho más, es México. Mis valedores:
Leí la noticia y fue entonces cuando, a propósito, me decidí a relatar para todos ustedes la historia de mi tía Gabriela, una sota moza de tierra adentro y mediana edad a la que un domingo de aquellos fui a visitar al manicomio. Mi tía la de las zarcas pupilas…
Después de su amor malaventurado y la separación de aquel marino danés de nombre impronunciable, mi tía Gabriela regresó al caserón familiar y a la familia de muy noble estirpe, pero en su diario vivir dentro de unos muros antañones que olían a pétalos recién macerados evidenciaba que había quedado irremisiblemente dañada del mar y sus marineros, y fue así como de los peñascales de mi Zacatecas se volvió a fugar. La tía Gabriela desapareció, y en mucho tiempo de la soñadora de mala ventura no volvimos a saber ni su rastro. Y es que la malquerida, buscando de puerto en puerto al danés de impronunciable nombre que ella repetía en sueños, pasó de Tuxpan a Veracruz, y de ahí a Coatzacoalcos, a Salina Cruz, a aquel remoto Puerto Peñasco, buscando durante doce, quince años, al perdido amor. Y vaciando en los mares el resto de su fortuna…
- Tú sí me entiendes, ¿verdad? Siento que tú me comprendes porque estás chiflado como yo, pobrecillo niño viejo. ¿O viejo niño, tal vez? ¿Qué edad tienes? ¿No sientes que tú y yo andamos viviendo de más y en un mundo ajeno? Como que habitamos en vidas hurtadas a sus legítimos dueños, ¿no lo percibes a medias de esta tarde de domingo? Ay, ay, que lo dijo el poeta: “Tanta vida y jamás”. Tú sí me entiendes, ¿verdad que tú sí me entiendes..?
Las zarcas pupilas se le rasaron. Una gota exprimida del ánima se deslizó mejilla abajo. En un pecho que fue de cimas y era de simas, el suspirar. Yo, el deseo de salir de aquel rinconcillo remoto del jardín trasero del manicomio, y un impulso de recomponer la figura, que se me desencuadernaba, y salir huyendo. Porque yo digo, mis valedores, ¿habrá dolencias más pegadizas que locura y tristuras? Dios, yo con estos mostachos y haciendo pucheros…
- Tú sí entiendes que yo, buena amante del mar, nunca iba a poder vivir en nuestro Zacatecas, ¿verdad? Demasiada tierra, demasiados peñascos. ¿Sabes, hijo? En ciertas noches de fantasías en brama hasta mi duermevela arribaba el barco aquel cargado de marineros, y atracaba en un puerto en penumbra, y mi amoroso danés bajaba la escalerilla al encuentro de mis brazos, y me subía a bordo, y esto era pasarnos la infinita noche tocando puertos de nombres exóticos y atracar en muelles fantasmales, y en barrios penumbrosos acompañar a mi danés entre rones y negras de pechos empitonados que llevan pelambre color azafrán. Todo en mis sueños, lástima.
Y escucha, porque tú, chiflado también, sí me entiendes: duelen los sueños más que la realidad porque son mucho más crueles, ya que ellos no se prestan a la ilusión, como la realidad. ¿Oyes allá, lejos? Como trenes que se despiden, ¿Estás oyendo, Tomás..?
Yo, a modo de respuesta, sólo agaché la cabeza. Suspiré. Qué más…
(El final de este desventurado amor, mañana.)
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