Luis Hernández Navarro
Andrés Manuel López Obrador dio el banderazo de salida a la redacción de una constitución moral. Para ello formó un grupo de cuatro personas, encargado de coordinar el trabajo para recoger ideas, opiniones y sentimientos para su elaboración.
La propuesta fue presentada originalmente durante la campaña electoral, en un acto con el Partido Encuentro Social. En la constitución moral –dijo el entonces candidato– deben incluirse principios y derechos de nuestro tiempo, conseguidos o por conseguir, como la no discriminación, la diversidad, el respeto a la diversidad, la pluralidad, el derecho a la libre manifestación de las ideas. Estos fundamentos deben tomarse en cuenta para poder hacer realidad una república amorosa.
Es comprensible que el futuro gobierno quiera moralizar la administración pública. La administración que concluye estuvo marcada por sonados escándalos de corrupción y frivolidad que ofendieron e indignaron a amplios sectores de la población. El triunfo electoral de López Obrador caminó de la mano de su imagen de político honesto capaz de poner fin a esta falta de decoro.
Las iniciativas de moralización no fueron inusuales en gobiernos anteriores. Ante las desvergüenzas y las corruptelas del periodo alemanista (1946-1952), el presidente Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958), en uno de los clásicos movimientos pendulares que caracterizan la política, propuso que los funcionarios y los empleados públicos procedan con la más absoluta honradez y así lograr la moral administrativa y pública de México. Para aterrizarlo formó Juntas de Mejoramiento Moral, Cívico y Material.
Algo similar sucedió años después con la descomposición y la suntuosidad, de la administración de José López Portillo (1976-1982). Su sucesor, el neoliberal Miguel de la Madrid, respondió con una supuesta cruzada contra la corrupción moral y metió a la cárcel al jefe policial Arturo Durazo. El resultado final de su iniciativa (como la de Ruiz Cortines) fue un absoluto fracaso.
El futuro presidente y la comisión redactora de la constitución moral han reconocido que su propuesta está inspirada en la Cartilla moral, de Alfonso Reyes, un texto elaborado por el literato mexicano a petición del entonces secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet. En él se establece que la moral es una constitución no escrita con preceptos de validez universal.
La Cartilla moral fue redactada en 1944 en el contexto de la ofensiva del presidente Manuel Ávila Camacho en contra de la educación socialista, finalmente sustituida por la escuela del amor. En los hechos, nunca funcionó. La campaña de alfabetización para la que fue escrita como complemento se echó a caminar sin ella. En la historia de la educación en México es apenas una anécdota. En su voluminosa autobiografía, Torres Bodet apenas le dedica unas cuantas líneas. Esa es la importancia del documento. Que se le quiera revivir ahora es un absurdo.
¿Qué es la constitución moral? Jesús Ramírez Cuevas, coordinador de Comunicación Social del presidente electo y cabeza del equipo encargado de la redacción de la constitución moral, dijo: No es una ley que vaya a ser obedecida: se trata de un tratado de ética y de moral que llevara el nombre de Constitución. Consiste –añadió– en hacer un compendio de valores, ideas que puedan ayudar a la transformación desde la perspectiva de la moral y la ética. En otra entrevista señaló que la iniciativa la definió como un tratado filosófico que buscará replantear los valores sociales para constituir una sociedad incluyente, democrática.
Otro de los integrantes de la comisión para elaborar el documento, el periodista Enrique Galván Ochoa, explicó que “la idea de @lopezobrador es agrupar en un estatuto los valores que ya tenemos. Con la participación de la sociedad. No es una legislación coercitiva. Es un estatuto que agrupará valores éticos”. Una contradicción, porque, según el diccionario de la RAE, un estatuto es la regla que tiene fuerza de ley para el gobierno de un cuerpo.
Llamar constitución a lo que no es una constitución es un absurdo. Es como llamarle perro a un gato. La Constitución –afirma Alfonso Reyes en la Cartilla moral– es la ley de todas las demás leyes. Y las leyes están para cumplirse. Son de observancia obligatoria. No existe una legislación que no sea coercitiva. La moral y las leyes son cosas distintas. Como señala Luis Gómez Romero, estamos obligados a acatar el derecho, pero no a ser buenos. En nuestro corazón sólo manda la conciencia.
Es descabellado pretender elaborar desde el Estado un tratado filosófico o un tratado de ética y moral. No corresponde al Estado hacerlo. Es fundamental que combata la corrupción. Es comprensible que promueva un código de ética para los servidores, que impulse la enseñanza del civismo y el estudio de ética en la educación media superior. Pero es inadmisible que pretenda establecer lineamientos morales.
Twitter: @lhan55
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