Monedero
Según afirmaciones de la secretaria ejecutiva
de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Alicia
Bárcena, uno de los focos principales a trabajar en México es la
desigualdad, que no sólo frena el crecimiento, sino que conspira contra
él. En este sentido es indispensable recortar las enormes brechas de
desigualdad que hay en el país, especialmente desigualdad de género,
ingresos y desigualdad económica entre regiones.
ES EL COSTO DE LA DESIGUALDAD
Las diferencias económicas entre regiones al interior de México, se deben a que tienen como origen la cultura de los privilegios y la reproducen. Y vaya que las mujeres saben de “la cultura del privilegio”, se relaciona con el carácter estructural de la reproducción de las desigualdades.
La maternidad adolescente es una de las muchas formas de perpetuar las desigualdades sociales, al afectar el nivel educativo alcanzado y las posibilidades presentes y futuras de las mujeres jóvenes para acceder al trabajo y a la protección social. En promedio, las mujeres de 25 a 35 años de la región que fueron madres en la adolescencia estudiaron 3.2 años menos que las mujeres del mismo tramo etario que no fueron madres adolescentes.
Claramente se ve en la gráfica el “boom” que ha tenido esta maternidad en México, la tasa más alta (6.6 por ciento), corresponde a 2008. Prácticamente la cuarta parte de la población adolescente masculina que no asiste a la escuela es por razones de trabajo. En contraparte, 18.1 por ciento de las adolescentes abandonan la escuela por embarazo, matrimonio o unión.
Lo mismo sucede en América Latina y el Caribe. En Haití el promedio de estudios con embarazo es de 3.4 años y sin embarazo prácticamente el doble 6.5; para Perú los promedios son de 7.2 con embarazo y 10.9 años de escolaridad sin embarazo.
La cultura del privilegio puede entenderse a partir de tres rasgos básicos:
La naturalización de la diferencia como desigualdad
Quien establece esta jerarquía no es un juez imparcial, sino un actor entre otros que procura apropiarse de beneficios, para lo cual se constituye a la vez en juez y parte.
En esta dialéctica, la cultura del privilegio garantiza asimetrías en múltiples ámbitos de la vida colectiva, como el acceso a posiciones privilegiadas en los negocios y las finanzas; el poder decisorio o deliberativo; la mayor o menor presencia en medios que imponen ideas, ideologías y agendas políticas; la captura de recursos públicos para beneficios privados; condiciones especiales de justicia y fiscalidad; contactos para acceder a mejores empleos y servicios, y facilidad para dotarse de los mejores lugares para vivir, circular, educarse, abastecerse y cuidarse
La base histórica de la cultura del privilegio que, con distintas expresiones y rangos, se perpetúa hasta hoy, es la conquista y la colonización por medio de las cuales se sometió́ a poblaciones indígenas a trabajos forzados y a personas afrodescendientes a la esclavitud, se expropiaron los bienes y riquezas de los pueblos originarios, se prohibieron sus creencias y valores, se les aplicó un maltrato sistemático y se les negó todo estatuto de ciudadanía (incluyendo a las mujeres).
El avance en materia de igualdad tiene, pues, dos caras: la de la igualdad de derechos y la de la igualdad sustantiva. El sentido último de los modernos Estados de bienestar radica en que los individuos construyen su sentido de pertenencia a la sociedad y su adhesión a la vida democrática sobre la base de estas dos caras de la igualdad.
Los círculos virtuosos entre la igualdad y esos sentidos de pertenencia y adhesión, a su vez, son la clave para enfrentar un mundo de complejidad creciente y en el que se hace cada vez más difícil articular en las sociedades nacionales determinantes exógenos y fuerzas endógenas.
La igualdad se refiere a igualdad de medios, de oportunidades, de capacidades y de reconocimiento. La igualdad de medios se traduce en una distribución más justa del ingreso y la riqueza, y una mayor participación de la masa salarial en el producto; la de oportunidades, en la ausencia de discriminación de cualquier tipo en el acceso a posiciones sociales, económicas o políticas.
La igualdad en materia de acceso a capacidades hace referencia a habilidades, conocimientos y destrezas que los individuos logran adquirir y que les permiten emprender proyectos de vida que estiman valiosos. Implica igualdad en los ámbitos de la educación de calidad, la salud, el acceso al mundo digital, la nutrición y las condiciones de vida, reflejadas en un menor hacinamiento y un mayor acceso a bienes duraderos. Por otro lado, la igualdad como reconocimiento recíproco se expresa en la participación de distintos actores en el cuidado, el trabajo y el poder, en la distribución de costos y beneficios entre las generaciones presentes y las futuras, y en la visibilidad y afirmación de identidades colectivas.
A finales del Siglo XX América Latina y el Caribe estuvo marcada por señales positivas en lo social, como la reducción de la pobreza, algunas reformas a los sistemas de protección social que aumentaron su carácter solidario, la expansión del consumo y una leve inflexión favorable de la distribución del ingreso.
Lo anterior fue de la mano de un cambio en la cultura ciudadana, en el sentido de afirmar la dignidad y asociarla a derechos efectivos y a la reciprocidad en el trato. Sin embargo, estos avances no son irreversibles.
Actualmente en México han surgido mayores resistencias al avance en términos de igualdad de derechos y profundización de las reformas sociales. El péndulo empezó a moverse regresivamente mediante recortes del gasto social o retracción de derechos laborales y reformas fiscales.
Este aumento en las desigualdades se ha visto acompañado de un recrudecimiento de la violencia contra las mujeres, y se abrió más la brecha de desigualdad de género en lo económico y laboral.
* Economista especializada en temas de género
Twitter: @ramonaponce
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Carmen R. Ponce Meléndez*
Cimacnoticias | Ciudad de México.
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