5/04/2009

Periodistas pal café....



El apocalipsis en puerta cedió paso a un progresivo apaciguamiento declarativo gubernamental que de cualquier manera pretende mantener vivo el virus del temor comunitario mediante la fórmula de los riesgos del repunte o de la necesaria convivencia prolongada con el virus varias veces bautizado. Tal como muchos suponían, el hecho real del contagio peligroso fue convertido en una sobreactuación del calderonismo (estado médico de excepción) que pareció más bien destinada a esconder bajo la alfombra sanitaria los muchos destrozos políticos y sociales recientes y a fortalecer la constante búsqueda de un régimen policiaco y militar que suministre al ocupante de Los Pinos algo de la legitimidad larga e infructuosamente perseguida y algo de control, así sea por la fuerza extrema, de los procesos electorales y sociales que se le escapan de las manos.
Conforme pasan los días asoman con más nitidez tanto el perfil tramposo con el que se manejó una crisis sanitaria como las evidencias de que el desgobierno felipense desatendió en momentos claves los indicios de que se gestaba un problema grave de salud pública. La danza descompuesta de los números de la influenza en México contrastan con lo que sucede a escala mundial. Aquí todavía nadie sabe, nadie supo, mientras en otras partes del orbe los daños y el amedrentamiento son infinitamente menores.
La epidemia del miedo logró impactar la conciencia social y desplazó de toda lupa crítica los múltiples asuntos en que se iba enredando la administración calderonista. Las campañas electorales arrancan en medio de una desazón generalizada y con una incertidumbre inyectada para desplazar los pronósticos generalizados de que el partido en el poder tendría una derrota en la conformación de la próxima Cámara de Diputados y en algunas gubernaturas significativas. El secretario de acción electoral del PAN, Felipe Calderón, se asumirá mediáticamente como el comandante en jefe de la magnificada victoria heroica (las elecciones nacionales se han cubierto de influenza, podría decir el general michoacano) y a partir de ahora podrá encabezar redituables acciones de apoyo con dinero de préstamos internacionales a los ciudadanos y las empresas afectados por los paros laborales, en una especie de Oportunidades Prelectorales a Cuenta de Epidemias.
El fin (provisional) del mundo permitió medir la capacidad de reacción de los segmentos críticos de la sociedad mexicana y el grado de dominio que es posible establecer en los segmentos más despolitizados e ignorantes. La televisión se convirtió en un medio acrítico de transmisión del libreto de angustia médica documentada que los hombres del poder suministraron. En pocos casos hubo presión periodística para ofrecer al público algo más que la voz oficial. Si acaso, en Tercer grado de Televisa hubo ciertos niveles de confrontación de lo que en el estudio les decía el locutor de noticias médicas que oficialmente es llamado secretario de Salud, aunque esa misma postura demandante no era sostenida en las comparecencias oficiales que el médico guanajuatense Córdova ofreció diariamente, una de ellas especialmente dedicada al Canal de las Estrellas, para confirmar por la noche dónde está el verdadero poder público de México.
La inoculación del virus del miedo colectivo hace que las personas se concentren en su entorno inmediato y coloquen como prioridad la conservación de sus niveles habituales de vida (por bajos que sean) y rechacen todo lo que a política y discusión riesgosa se refiera. Uniformados por el amedrentamiento inducido, los ciudadanos se convierten en zombis electorales que, en el esquema de la división de los mexicanos que tan buenos resultados dio al calderonismo a partir de 2006, están dispuestos a rechazar inclusive mediante la violencia a quienes con discursos o acciones se opongan al estatus básico de protección que ofrece el poder constituido. Si es que el PAN logra remontar la derrota electoral que todo mundo le auguraba en el próximo julio, habrá que preguntarse si la doctrina del shock arrojó a los votantes a los brazos de la autoridad firme.
En medio de las especulaciones múltiples sobre el origen e intenciones del episodio A/H1N1, continúan navegando las versiones que apuntan a guerras bacteriológicas desatadas desde el imperio vecino, que ya no hará incursiones bélicas al estilo Irak, sino químicas y financieras (los préstamos como método de aherrojamiento de Estados fallidos) y a maniobras mercantiles de firmas trasnacionales productoras de medicamentos como Tamiflu, cuya venta reporta ganancias estratosféricas a personajes bushistas de la elite de la Casa Blanca y el Pentágono, como Donald Rumsfeld.
Y, ya para cerrar, las palabras de Marc Siegel, profesor de medicina de la Universidad de Nueva York que es especialista en gripe porcina, publicadas el pasado 1º en la contraportada del diario barcelonés La Vanguardia, bajo el título: Esta gripe durará lo que dure en los informativos: Tengo 52 años y he vivido y estudiado unas cuantas pandemias: ésta es de las suaves. La gripe porcina este año es benigna en todas partes menos en los medios, que sí contagian una epidemia de miedo más virulenta que nunca. Hay una hipocondria causada por los medios de comunicación (...) y la están alimentando los estados. ¿Por qué tiene que salir todo un jefe de Estado a hablar por la tele de una vulgar gripe? Bastaría con un subsecretario; cualquier portavoz médico sería suficiente. Además (la entrevista, hecha por Lluís Amiguete, puede encontrarse en
www.wikio.es/news/Marc+Siegel) recuerda: Cada año la gripe causa miles de muertos sin que merezcan ni un segundo de televisión ni un titular ni siquiera en Internet. Les pido que utilicen su circuito humano neuronal de la razón y el sentido común y bloqueen el centro neuronal del miedo, que compartimos con los animales. ¡Hasta mañana, con los mexicanos viajando al extranjero como apestados!
Fax: 5605-2099 •
juliohdz@jornada.com.mx


En qué trascendentales asuntos ocupaba sus pensamientos Felipe Calderón aquel 11 de abril? Fue cuando la Organización Mundial de la Salud, mediante Michael Ryan, director de la división para la Alerta y Respuesta Global, avisó a su gobierno de casos inusuales de neumonía reportados en México. No sólo fue desatendida la llamada, sino que negaron lo que estaba sucediendo. La semana del 6 al 11 de abril Calderón tenía las manos ocupadas en asuntos de enorme trascendencia no sólo internacional sino interplanetaria: acababa de decapitar a Josefina Vázquez Mota para entregarle por completo la Secretaría de Educación a la miss Gordillo y había designado al sustituto, Alonso Lujambio, a quien marcó la línea que debería seguir: “flojito y cooperando”. En otro plano, traía una espinita que no se había podido sacar: “¿Qué me habrá querido decir Obama con eso de que me parezco a Elliot Ness?” El Intocable tuvo un triste final, perdido en el alcoholismo. Tendría oportunidad de medir el agua a los camotes. Sería su huésped la siguiente semana y tenía todo preparado y blindado contra fallas. Nunca imaginó que un miembro de la comitiva estadunidense pescaría la influenza y la llevaría a Washington, hazaña que ni Bin Laden ha logrado.
Temblorina
Una llamada fuera del horario de trabajo siempre crea inquietud, pero más si la persona que está al otro lado de la línea es el presidente del país vecino al que acabas de contagiar una epidemia. (Quizá le vino un pensamiento instantáneo: “¿le preguntaré por la salud del agente? ¿Y si me pregunta por la del director del museo?”) Obama quería saber cómo van las cosas, va a mandar medicinas, dinero no, por las mismas razones que no le ha acabado de enviar el resto del Plan Mérida. Lo están presionando algunos senadores para que cierre la frontera. El vecino –le dicen– es ya un dolor de muelas: exporta drogas, violencia y ahora ¡una epidemia! Hay un creciente sentimiento de frustración en la comunidad internacional. (“Mejor me hubiera hecho el enfermo, como Fox, y no hubiera tomado la llamada. ¿Qué me habrá querido decir con eso de si conozco la historia de Panamá? ¿Tendrá interés en la península de Yucatán? ¡Órale!)
El catastrofista
A mediados de febrero Carlos Slim había pronosticado que –“sin ser catastrofista”– la crisis económica causaría el desplome del producto interno bruto (PIB), el aumento del desempleo, quiebra de negocios y cierre de comercios. Apremiaba al Ejecutivo y al Congreso a atajar el complejo problema que se nos venía encima. El futuro superó a Slim. Ha sucedido todo lo que anticipó, pero de pronto surgieron problemas que ni Nostradamus habría adivinado: México se ha convertido en el centro de una epidemia que se extiende a diversas partes del mundo, hay fricciones con los gobiernos de otros países –China, Israel, Argentina–, dicen que son víctimas de la irresponsabilidad del gobierno calderonista. Y, por encima de todo, más de 100 millones de mexicanos estamos perplejos, mal informados, viendo cómo las autoridades no saben sacar la cuenta de nuestros muertos, enfermos y sobrevivientes. Y con nuestra vida diaria desarticulada.
La propaganda
Junto al frente sanitario se abrió otro: el de la propaganda. Televisión, radio y prensa escrita –con las insustituibles excepciones– se empeñan en convencernos de que México no tiene la culpa, el virus brotó en California, o tal vez viene de la Luna. Por otro lado, el panismo –extrañamente secundado por alguna gente de izquierda– hace circular versiones sobre una supuesta conspiración internacional. Racionalmente, deberíamos admitir que la gripe jarocha –como la llaman los poblanos, a quienes Fidel Herrera culpa de la epidemia– es otra muestra, gigantesca, trascontinental, planetaria– de la corrupción e ineficacia del gobierno.


No se sabe si fue producto de la emergencia sanitaria o de alguna neurona colectiva que mágicamente circuló a plenitud en la casona de Xicoténcatl, pero el hecho es que el Senado de la República acordó no autorizar, por el momento, la fusión del Banco Nacional de Comercio Exterior (Bancomext) a Nacional Financiera (Nafin), según propuesta del inquilino de Los Pinos, quien insiste, como Fox y Zedillo, en aniquilar, de la forma más grotesca, a una de las principales instituciones de la banca del Estado.
Ninguno de esos tres tristes terminators neoliberales logró acabar con Bancomext, aunque sí debilitarlo al extremo, dado su enfermizo rechazo a la existencia de una banca propiedad de la nación (la cual, en los hechos, pasó a ser la rescatadora oficial de las grandes empresas privadas, a capricho del inquilino de Los Pinos en turno). Una tras otra, las intentonas de esa trinca lo único que provocaron fue que el Legislativo dejara para mejor ocasión la referida fusión, y por mucho que el gobierno federal cedió el manejo de dicha institución a personeros de los intereses de la banca privada (concretamente los del BBVA-Bancomer y los cachorros del Grupo Monterrey) la institución pública fundada en 1937, en el sexenio cardenista, junto a Galileo Galilei puede presumir que y sin embargo, se mueve.
Con la oposición panista, días atrás las Comisiones Unidas de Hacienda y de Estudios Legislativos del Senado de la República acordaron dejar sin efecto la propuesta calderonista sobre Bancomext y Nafin, y heredar la decisión definitiva a la próxima Legislatura (la resultante de las próximas elecciones del 5 de julio), para que sea ella la que determine el camino que deberá seguir la banca de desarrollo, especialmente las instituciones que eventualmente se fusionarían, tras realizar el adecuado análisis de la forma en que debe darse la misma y tras un cambio estructural profundo, y como parte del estudio e iniciativa a presentarse en el siguiente periodo legislativo. Se trata, pues, de crear una banca de desarrollo más fuerte y consolidada, y no el capricho exterminador del inquilino de Los Pinos.
Fusionar por fusionar, o hacerlo para tapar algunos créditos no pagados por ciertas empresas de gran proporción o de mediocres empresarios metidos a peores políticos, con los resultados por todos conocidos y padecidos (algunos malosos del sector financiero gubernamental aseguran que el clan Fox oportunamente obtuvo algunos préstamos de Bancomext que jamás reintegró, y de allí el enfermizo interés de sepultar a la institución) no parece ser la mejor forma de consolidar a la banca de desarrollo.
Por el contrario, las citadas comisiones consideran necesario distribuir de manera clara y precisa las competencias de los órganos involucrados en la supervisión y vigilancia de las instituciones de banca de desarrollo, atendiendo a las sanas prácticas bancarias y las responsabilidades y capacidades de las instancias supervisoras. Lo anterior, porque actualmente la banca de desarrollo (propiedad de la nación) está sujeta a un esquema de supervisión más oneroso y complejo que el que aplica (el gobierno federal) a la banca múltiple (privada), lo cual inhibe una operación eficiente de esas instituciones. Este esquema ha ocasionado duplicidad de funciones, una excesiva regulación, conflictos entre el órgano interno de control y la administración del banco y la consecuente inhibición en la toma de riesgos, actividad propia de las instituciones de crédito.
Así, las Comisiones Unidas de Hacienda y de Estudios Legislativos dejaron para mejor momento la eventual fusión de Bancomext a Nafin, y decidieron que es innecesario modificar la Ley Orgánica de Nacional Financiera, toda vez que por tercera ocasión no aprobaron la intentona del inquilino de Los Pinos (en turno). Será para la próxima, tal vez, pero como van las cosas es previsible que la 61 Legislatura no sea precisamente de mayoría panista, de tal suerte que las bancadas que recientemente (al igual que las dos anteriores) se pronunciaron en contra de la citada fusión (la priísta y la perredista) sean, en ese orden, las que lleven las voz cantante a partir del primer día del próximo septiembre, cuando podría darse una reconfiguración de la banca de desarrollo con objetivos nacionales y no pro empresariales, como hasta ahora se ha pretendido.
En este contexto, algunos senadores tricolores la tienen muy clara: “la banca de desarrollo se ha desvirtuado en sus funciones… El desmantelamiento ha llegado al extremo de transferir las funciones y recursos para la promoción de comercio exterior del Bancomext al fideicomiso Proméxico… Se han experimentado irregularidades legales tan flagrantes como el que una persona funja como director general de dos instituciones, tal es el caso de Nacional Financiera y Banco Nacional de Comercio Exterior, o llegado a la ejecución de despropósitos, como el de que, ante el desmantelamiento de la banca de desarrollo, una secretaría de Estado, como la de Economía, ejerza funciones de banco de fomento”.
Entonces, tal vez se dé un mejor momento para la banca de desarrollo.
Las rebanadas del pastel
De los lectores y la emergencia sanitaria: “una de las cosas que ha puesto en evidencia la actual epidemia es que tenemos memoria de corto plazo, porque muchos olvidaron que desde hace poco más de 30 años –el mismo lapso de los gobiernos neoliberales– se ha venido desmantelando el aparato científico y tecnológico de nuestro país; sector al cual, por cierto, cada año se le reducen y regatean los recursos para la preparación y formación de nuestros científicos. Pero ese sólo es un aspecto. Lo mismo se ha hecho con el sector alimentario, por no hablar del de comunicaciones y financiero, que ha quedado al arbitrio de intereses extranjeros, es decir, se ha venido destruyendo paulatinamente a las instituciones que le daban fortaleza al Estado mexicano. Ahora tenemos una gran fragilidad como país, y lo ha demostrado la presente crisis económica, la cual puede incidir a corto plazo en el mantenimiento de la gobernabilidad y en nuestra supervivencia en el contexto globalizado. El actual modelo que tenemos de país tiene tantos hoyos que nos hace muy frágiles y susceptibles a las contingencias, como la actual, lo que obstaculizará nuestro restablecimiento económico. En fin, esta cuestión es un asunto de seguridad nacional; pero, ¿qué van a saber de ello estos pobres diablos del gobierno actual?” (Ricardo García Ortega,
chispolito@prodigy.net.mx).
cfvmexico_sa@hotmail.commexicosa@infinitum.com.mx


Los puntos resolutivos de la Quinta Cumbre de las Américas configuran la Declaración de Compromiso de Puerto España, documento que en arbitraria síntesis (con observaciones de RE en cursivas) asienta:
• Reiteramos nuestra voluntad de redoblar los esfuerzos para lograr justicia, prosperidad, seguridad y paz para los pueblos de las Américas,
• Estamos decididos a intensificar nuestra lucha contra la pobreza, el hambre, la exclusión social, la discriminación y la desigualdad…
• Trabajar juntos para restaurar el crecimiento mundial y lograr las reformas necesarias en los sistemas financieros mundiales.
• Continuar promoviendo el acceso a la educación, la salud, la nutrición, la energía, los servicios sociales básicos y a oportunidades de trabajo decente y digno (…) estimular el aumento de los ingresos y su mejor distribución, incrementar la productividad y proteger los derechos de los trabajadores y el medio ambiente…
… y al que lo dude…
• Estamos comprometidos a facilitar la inversión y las alianzas del sector público y privado en materia de infraestructura y otros sectores pertinentes…
Malas alianzas. La infraestructura básica son servicios públicos y estratégicos que no deben estar en manos privadas, menos extranjeras, ni ser objeto de lucro.
• Continuaremos insistiendo en un sistema de comercio multilateral abierto, transparente y basado en normas.
Un comercio intralatinoamericano abierto para los productos (con un mínimo de 80% de integración regional) y los servicios (100% regionales) es positivo, pero no lo es necesariamente con países extrazonales en competencia asimétrica.
• Reconocemos que las micro, pequeñas y medianas empresas (incluyendo cooperativas y otras unidades de producción) constituyen una fuerza estratégica en la generación de nuevos empleos y una mejor calidad de vida (…) fomentando al mismo tiempo la equidad y la inclusión social. En este contexto, hacemos un llamamiento a las instituciones financieras internacionales y regionales a expandir significativamente el acceso al crédito para 2012.
Las Pymes requieren más que discursos y préstamos internacionales, seguridad de acceso a los mercados y un cierto grado de protección que las haga económicamente viables en un mercado de competencia desigual.
• Nos comprometemos a crear las condiciones para aumentar la inversión pública y a tomar medidas que promuevan la inversión en el sector privado, especialmente en los ámbitos de la ciencia, la tecnología, la ingeniería, la innovación, la investigación y el desarrollo, y alentar el fortalecimiento de los vínculos con las universidades, las instituciones científicas…
Todo discurso sobre tecnología y desarrollo se queda en palabrería mientras no se privilegie la materialización económica de la investigación, empezando por el sector público.
• …enfrentar los desafíos de seguridad alimentaria.
Muy bien, siempre y cuando tal seguridad pase primero por la autosuficiencia máxima posible.
• Apoyamos las inversiones en el sector agrícola y el fortalecimiento institucional de nuestros estados con miras a incrementar la producción.
¿Será por ello que en México se desmanteló todo el sistema de soporte al agro?
• Afirmamos que el acceso equitativo a la educación es un derecho humano y que la educación de calidad es esencial, un bien público y una prioridad…
El rezago no admite cuentagotas. El compromiso para 2015 debería ser 100% de cobertura en educación básica y media (tres-18 años), y satisfacción a toda la demanda en educación superior.
• Dirigiremos nuestros esfuerzos a desarrollar sistemas de energía más limpios, asequibles y sostenibles; a promover el acceso a la energía y a tecnologías y prácticas energéticas eficientes en todos los sectores.
Con razón se nulificó al Instituto Mexicano del Petróleo e instituciones afines
• Reafirmamos el derecho soberano de cada país a la conservación, desarrollo y uso sostenible de sus propios recursos energéticos.
Por ello el gobierno de Mé-xico no debe dilapidar, exportar, hipotecar y entregar los recursos (vitales) que son de la nación.
• Reconocemos las diferentes y valiosas iniciativas de cooperación e integración energéticas existentes en la región, basadas, entre otros, en la solidaridad, la complementariedad, la eficiencia y la sostenibilidad.
Si México reconoce esto, debe reorientar su integración energética hacia el Sur y no al Norte. Estados Unidos pregunta, ¿solidaridad?, ¿qué es eso?
• Reafirmamos que nuestra concepción de seguridad en el hemisferio incorpora las prioridades de cada Estado, contribuye a la consolidación de la paz, el desarrollo integral y la justicia social, y se basa en valores democráticos, el respeto, la promoción y defensa de los derechos humanos, la solidaridad, la cooperación y el respeto a la soberanía nacional.


Por qué sólo mueren mexicanos
La pregunta ha sido formulada en distintos países, entre los que se cuenta, por supuesto, el nuestro: ¿por qué el virus A/H1N1, que según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha infectado a 898 personas en el mundo, ha resultado letal únicamente en poco más de una veintena de los 506 mexicanos contagiados? La primera respuesta podría ser –dando por cierto que las autoridades nacionales actuaron con la celeridad que se requería– el factor sorpresa” en el surgimiento de la epidemia.
Sin embargo, en días posteriores a la declaración de emergencia sanitaria del pasado 23 de abril, el sistema de salud pública nacional exhibió un patrón de ineficiencia: falta de capacidad en casi todos los ámbitos (diagnóstico oportuno, material de protección para el personal, seguimiento de contagios y laboratorios adecuados). Además, han salido a la luz pública relatos indignantes de apatía y soberbia médico-burocrática hacia algunos de los enfermos, así como cobros que podrán ser reglamentarios, pero que resultan absolutamente fuera de lugar en el contexto de una crisis de salud pública como la actual. Por otra parte, el Ejecutivo federal ha actuado sin conocer la importancia de la información precisa, puntual y transparente en circunstancias críticas, en una patente descoordinación con los gobiernos estatales, con una grave tendencia a las colisiones declarativas, entre sus propios funcionarios, y con una desoladora insensibilidad ante los impactos económicos de la epidemia en una población ya afectada por la crisis global y por los saldos del desastre de más de dos décadas de políticas económicas neoliberales.
Por fortuna, el A/H1N1 parece ser menos contagioso y mortífero de lo que se temió en un principio, pero de cualquier forma su surgimiento ha dejado al descubierto un sistema de salud pública devastado por el pensamiento privatizador dominante, por la corrupción inveterada, por la arrogancia de los gobernantes y por su desprecio a la población de ingresos insuficientes, que en México es la gran mayoría.
Ante la demolición deliberada de la estructura de bienestar social y de una política de salud pública dirigida al conjunto de los habitantes –y la adopción de esquemas de atención individuales y demagógicos, como el Seguro Popular–, el Estado no puede reaccionar con la precisión, la puntualidad ni la coordinación que se requiere en circunstancias actuales, y se vuelven inevitables los retrasos fatales en el diagnóstico y en la administración de tratamientos adecuados. A ello debe sumarse la insatisfactoria condición física de muchísimas personas, en un país en el que no se cumple el precepto constitucional de la salud como un derecho inalienable.
Si la mitad o la cuarta parte de los fondos destinados al rescate bancario –en el contexto del Fobaproa-IPAB, legalizado por los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional– se hubiesen dedicado a remozar y construir clínicas y hospitales, a financiar a las instituciones de salud pública, a restablecer centros de investigación suprimidos por el salinato y a crear sistemas de monitoreo epidemiológico, la actual emergencia habría encontrado a México mucho mejor preparado, y es posible que –como ocurre ahora en las naciones ricas y hasta en algunas con subdesarrollo similar o peor que el nuestro– los infectados por el A/H1N1 habrían podido ser atendidos en forma oportuna y eficaz.
Las lecciones de la epidemia son inocultables. No sólo es necesario restructurar –vista su inoperancia– el sector salud público, sino que se requiere también, y con urgencia, emprender un inequívoco cambio de rumbo en materia económica, aplicar el principio harto conocido de que la principal riqueza de un país reside en su población, y que es en ella y en la elevación general de su nivel de vida, por tanto, donde deben realizarse las principales y más significativas inversiones, y no en subsidiar al capital especulador ni a los poderes fácticos, ni en financiar gastos corrientes desproporcionados y ofensivos. De otro modo, la próxima epidemia –es un hecho que ocurrirá, aunque nadie sepa en qué momento– podría ser devastadora.


Una vez que se desató la crisis financiera en septiembre de 2008 surgieron distintas interpretaciones sobre su gestación y hasta de su inevitabilidad. Mientras estaba en proceso, la probabilidad de que sobreviniera no se consideraba entre los principales participantes: gobiernos, bancos, hipotecarias, inversionistas y deudores. Quienes apuntaban en esa dirección estaban muy al margen.
Lo improbable ocurrió. Apareció el cisne negro, un evento visto como altamente improbable y una especie de lo que en estadística se conoce como outlier (casos u observaciones atípicas), ambos términos se han puesto de moda.
El sistema financiero prácticamente se paralizó, se alteró de modo violento su estructura y los gobiernos en los países más ricos han optado por tomar grandes posiciones en la propiedad de las empresas. Se ha extendido la intervención pública con expansión del gasto y del endeudamiento y creación de dinero; todo a expensas de los ciudadanos que quedan hipotecados por largo tiempo.
Los bancos centrales están operando en campos desconocidos. Se dedicaron durante un largo tiempo a administrar los niveles de las tasas de interés en un contexto de amplia desregulación de las actividades financieras.
Ahora la capacidad y oportunidad de sus respuestas son elementos críticos de la gestión de la crisis. El liderazgo del Banco Central Europeo está siendo muy cuestionado frente al activismo de la Reserva Federal y el Banco de Japón.
Los responsables de los presupuestos gubernamentales responden a las restricciones derivadas de la estrategia para recobrar una cierta estabilidad de las instituciones y los mercados financieros y se enfrentan a mayores gastos y deudas.
Esto se agrava por la fuerza del freno en la actividad productiva y el empleo; la política fiscal se hace hoy en el entorno de una profunda recesión. Un caso de referencia es el muy criticado presupuesto presentado por el gobierno de Brown, en Gran Bretaña, hace un par de semanas. Otro corresponde a las medidas de contención aplicadas por Merkel, en Alemania.
Es innegable que los criterios y formas de gestión de la política pública se han cuestionado de manera significativa. La crisis persiste. Hay breves episodios de cierta recuperación en algunas variables financieras o en el estado de ciertas empresas y que se toman como signo de que ritmo del deterioro se está frenando.
Pero la volatilidad y la incertidumbre siguen ahí y es pronto todavía para señalar el final de la caída. No se descarta aun la probabilidad de un periodo de deflación derivado de un menor gasto de consumo; las inversiones tardarán en reactivarse, así como el flujo del crédito. Eso apunta a un periodo recesivo largo y a una recuperación lenta del nivel de actividad económica. Los trabajadores y las familias serán muy afectados y habrá que ver qué reacciones se provocan.
A lo improbable se añade la epidemia de gripe porcina que se extiende por diversas partes. La influenza o flu (como se conoce genéricamente en Estados Unidos) ocurre cada año en la época invernal, lo que no se esperaba era una mutación del virus que provocara esta situación de tal gravedad y que desata una emergencia de gran envergadura. A la aprensión del colapso económico se suma la del contagio del virus.
En ambos casos se puede hacer una referencia provechosa a las condiciones de la globalización tal como se ha ido conformando por más de dos décadas. En cada una de las situaciones improbables que han ocurrido, las respuestas de tipo global y local que se han tomado son distintas y cumplen una función particular en cómo se enfrentan. Esto deberá abrir un amplio debate sobre la interrelación de los procesos globales y locales en una serie grande de aspectos, entre los que destacan ahora de modo claro los económicos y sociales, los ambientales y de salud pública.
En México, la aparición de lo improbable ha cambiado de modo completo los escenarios que se tenían anteriormente. La crisis financiera ha dado un fuerte golpe a la economía y al empleo. Las medidas de contención se aplican en el marco de debilidad fiscal (por el menor precio del petróleo y la captación de impuestos) y de una gestión monetaria que usa recursos externos para administrar el tipo de cambio al tiempo que reduce las tasas de interés; una combinación ciertamente riesgosa. La epidemia tendrá un costo adicional muy grande sobre la débil economía nacional.
El secretario de Salud nunca imaginó que habría de enfrentar la epidemia de gripe porcina y que tendría un protagonismo político tan grande como el que le confirió el presidente Calderón.
La emergencia sanitaria es prioritaria para contener la enfermedad y prevenir las muertes. La experiencia derivada de esta situación en muy llamativa y exige una atenta observación y análisis, tanto por lo que hace a la acción de los gobiernos federal y de los estados, a la capacidad de respuesta y resistencia de los sistemas de salud del país y por el comportamiento de la gente. Como sucedió con el terremoto de 1985 pueden surgir de este fenómeno formas nuevas de relación entre la sociedad y el gobierno.
Pero de terremotos no se hable, sobre todo en Guerrero y la ciudad de México. La pregunta de quienes el 27 de abril nos movimos en nuestras casas y lugares de trabajo era bastante general: ¿por qué todo junto? Pero de metafísica mejor no hablemos.


México vive una profunda crisis general: económica, financiera, política, cultural, de seguridad. Lo extraordinario tiende a convertirse en ordinario. La política económica de Felipe Calderón, continuadora de los cuatro anteriores gobiernos neoliberales, ha conducido al país al caos y la miseria. Como nunca, por encima de partidos, clases y estamentos, esa política es rechazada por la mayoría de la población.
¿Adónde va el desgobierno de Calderón? El engaño marcha acompañado de la torpeza. No fue sólo el engaño con fines electorales en 2006. Fue también un engaño para reincidir, sin imaginación y sin grandeza, en el error. Y para acentuarlo, con el consiguiente efecto acumulativo del mal. El gobierno tiene la responsabilidad de gobernar; pero gobernar no se reduce a ocupar puestos de mando, tampoco es acallar ni reprimir. Menos militarizar el país con la excusa de pacificarlo. Nunca las medidas de emergencia fueron solución para las crisis. No lo será tampoco la iniciativa de reforma a la Ley de Seguridad Nacional presentada al Senado por Felipe Calderón. De golpe o gradualmente, la fuerza trae la fuerza; es su ínsita lógica avasalladora. Cuando un gobierno cree o simula creer que el disgusto generalizado es obra de agitadores profesionales a los que identifica como peligros para México, o cuando potencia la criminalidad y la violencia para justificar la fuerza desmedida del Ejército, en un afán por encubrir su propia debilidad e ilegitimidad cae, de manera indeludible, en una sucesión de paroxismos. Calderón confunde energía con amenazas y palos de ciego.
¿Hasta qué extremos será llevada la militarización del país? ¿La legalización de la práctica anticonstitucional de encargar la seguridad pública a las fuerzas armadas, impondrá de facto un estado de excepción que, a la postre, se convertirá en permanente? ¿En verdad se justifica la suspensión de garantías básicas como la libertad de asociación, de expresión y libre tránsito, así como la arrogación de poderes discrecionales por el Ejecutivo, con el fin de asegurar la seguridad y la paz nacionales? ¿No hay nadie en el entorno cercano de Calderón que le exija un mínimo, nada más que un mínimo, de lucidez? ¿La necesaria para cambiar el rumbo, antes de que la maquinaria que ha puesto en marcha lo haga su prisionero y lo triture? ¿Antes de que el país se vea afrontado a la desesperación o la servidumbre?
Dictadura, dice el diccionario, es el gobierno que, invocando el interés público, se ejerce fuera de las leyes constitucionales del país. Los diccionarios no marchan siempre de par con la semántica. Las técnicas se afinan y los hechos no se compadecen con las palabras. El arte de gobernar no es el arte del boxeo. Ni siquiera en tiempos de pánico y sensacionalismo mediático inducidos por una influenza humana benigna como cortina diversionista fraudulenta. Existen ya signos ominosos. Un documento de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos exhibe la recurrencia de la tortura como método de interrogatorio, aplicada por militares en el contexto de la guerra contra las drogas de Calderón. A lo que se agrega el anuncio formulado por el secretario técnico del Consejo de Seguridad Nacional, Monte Alejandro Rubido, de que el Ejército seguirá en las calles hasta 2013.
El régimen de Calderón pretende ocultar su total incapacidad tras la fuerza. Es la lógica interna del actual modelo de dominación clasista. Pero quienes gobiernan y disponen de la fuerza están más obligados que los gobernados a dominar el impulso de recurrir a la violencia. Resulta fastidioso tener que recordar verdades tan simples: que la violencia engendra más violencia. Y no hay que ser adivino: detrás de la militarización de algunos vendrá la de los demás. A propósito, cabe recordar una vez más el viejo apotegma de que las bayonetas sirven para todo menos para sentarse sobre ellas. Conviene agregar que las bayonetas tampoco sirven para obligar a hacer lo que no se quiere hacer. La fuerza militar no impedirá la resistencia. Y lo que es peor: la fuerza impotente y burlada puede enloquecer. Ser cada vez más fuerza desvalida y hundirse en la violencia. Esa historia ya la conocemos. Incluidos los prestamos del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Interamericano de Desarrollo como complemento de una militarización made in USA, que llega ahora en clave de ASPAN e Iniciativa Mérida, santiguada por el bueno de Barack Obama.
No habrá pacificación mientras la crisis continúe. De manera transitoria, el garrote podrá imponer la paz. Pero será la paz de los cementerios y de las cárceles, a la postre foco inagotable de estallidos. Es verdad, sí, que la iniciativa calderonista en materia de seguridad nacional abona el camino hacia el golpismo. Por decisión propia, Calderón se ha adentrado en un tembladeral y la alternativa es inequívoca: o la violencia o el diálogo nacional. Pero el régimen no ha manifestado ninguna voluntad para dialogar o enmendar el rumbo. El inquilino de Los Pinos se considera el dueño absoluto de la fuerza y de la verdad. De a ratos practica un maniqueísmo inquisitorial. Con él está todo el país sano y quienes no están con él están contra él y son los agentes del caos y la anarquía. El gobierno quiere mandar, imponer, someter; para él la pacificación es amansamiento. El Estado soy yo; la ley soy yo; la justicia soy yo.
Después de haber montado la maquinaria, Calderón se considera obligado a echarle más y más combustible. Pero pronto, él y los parlamentarios que se han dejado ganar por la parálisis de la complicidad, descubrirán que el monstruo en marcha se les vendrá encima. ¿Y después? Ninguna noche de San Bartolomé ha logrado erradicar de la faz de la Tierra a esa peste que son o somos los que protestan. Después, los gobernantes de la hora, que marchan a contramano de la historia, comprobarán también que han sido otros tantos aprendices de brujo.



Francia sobresale por sus avances científicos. Su Instituto Pasteur goza de renombre internacional. Merecen entonces atención las palabras del director del Instituto Nacional de Vigilancia Sanitaria de ese país, Françoise Weber, quien dijo: la epidemia de gripe humana circuló en México desde hace semanas y se detectó tardíamente, cuando llegaron los casos más graves y los decesos”.
Cuidando las formas diplomáticas, la Casa Blanca afirmó que no tiene razones para dudar de que el gobierno mexicano escondiera información sobre el brote de la gripe, previo a la visita del presidente estadunidense. “No nos notificaron nada antes del viaje”, aclaró Robert Gibbs, portavoz de Obama. Uno de los integrantes de su comitiva regresó infectado de gripe. Además, fuera de los informes oficiales (que todavía no alcanzan la condición de personas), nadie cree la versión de que el director del Museo Nacional de Antropología, Felipe Solís, murió de todas las enfermedades, menos de la nueva influenza.
Diego Palacio, ministro de Protección Social de Colombia, declaró que a su país le correspondía actuar como si ya tuvieran el virus, “no vaya a ser que nos pase lo que a México, que no tuvo las medidas en el momento adecuado o no las creyó necesarias y un par de semanas después emite alerta internacional”. Ni a Chespirito quieren ahora en Colombia.
La consultora estadunidense Veratec Corporation, especializada en biovigilancia, informó hace un mes de un caso de influenza humana en Perote, Veracruz. Lo reportó de inmediato a la Organización Panamericana de la Salud y a la Organización Mundial de la Salud (OMS). El director de Veratec, James Wilson, fue acusado de “irresponsable” por el secretario de Salud, José Ángel Córdoba, porque no avisó al gobierno mexicano oportunamente. Wilson respondió que fue el primero en alertar sobre la presencia de dicha influenza. Y agregó: “con quien debe hablar México sobre tardanzas es con la OMS, no conmigo”.
El gobierno de Brasil se quejó porque las autoridades mexicanas no informaron a tiempo sobre la presencia creciente de la gripe humana. Agenor Álvarez, director de la Agencia Sanitaria de Brasil, explicó que “hubo demora y, en casos como éste, la notificación debe ser inmediata a los demás países”.
El doctor Fernando Noble, de la Clínica Londres (ciudad de México), aseguró que “estábamos alertados del brote de influenza desde inicios de año, cuando ya se manejaba como pandemia. Incluso Enrique Ruelas Barajas, del Consejo de Salubridad General de la Secretaría de Salud, pidió que los hospitales estuvieran preparados “para cualquier pandemia”. Noble lamenta que las autoridades federales emitieran tarde la alerta.
En las conferencias de prensa que presiden los secretarios de Salud y del Trabajo, los periodistas transmiten las quejas de la población por la mala atención y el trato discriminatorio que reciben en hospitales y centros de salud los posibles infectados. En la radio, denuncian cobros de mil pesos y más por atenderlos, pese a que el gobierno asegura que el servicio es gratuito. En los sanatorios de provincia, en el de la Raza y en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias, los empleados protestan por la falta de equipo para protegerse de la gripe.
En algunos noticiarios se acusa de negligente al titular de la Procuraduría Federal del Medio Ambiente (Profepa), quien, en vez de andar clausurando hoteles en Quintana Roo, debió tomar las medidas necesarias para evitar los graves daños que ha ocasionado a la salud pública el funcionamiento de las Granjas Carroll, ubicadas en Perote, Veracruz. Sin embargo, esa negligencia se remonta a los tiempos en que otros dos panistas sin empleo fueron convertidos de la noche a la mañana por el señor Fox en expertos en temas jurídico-ambientales: José Luis Luege e Ignacio Loyola.
Finalmente, tres preguntas: ¿quién ordenó desmantelar los institutos especializados que México tenía desde mediados de los años 50 para estudiar y enfrentar las epidemias? ¿Qué presidente desoyó la recomendación de la OMS (1999), de prepararnos para enfrentar posibles epidemias? ¿Por qué, si el gobierno tenía todo bajo control, en dos semanas murieron tantas personas por influenza humana y por otras?
Envíe sus respuestas a la residencia de Los Pinos, donde todo se resuelve para siempre.



Son días previos al gran boom del cubrebocas, la nueva máscara mexicana. Un hombre, circunspecto y verosímil, vende calendarios de escritorio, “que le incluyen los días transcurridos y por transcurrir”, toda una aportación, considerando los días de futuro suspendido que se avecinan. La aglomeración apacible o apaciguada por el calorón que llena andenes y vagones del Metro, está atrapada en un azul mundo subterráneo donde hasta el que no quiere ver se percata del halo menesteroso de un hombre sin camisa que se abre paso sin decir palabra. Costras de sangre le surcan la espalda. Uno que se ha arrastrado recientemente y todavía no se repone.
Alguien duerme de pie, colgado del tubo del vagón. El secreto, el deleite de su vaivén. Sueña aquí, delante de todos. El oleaje humano sostiene su cuerpo con sentimiento casi religioso, como a los idiotas de la antigüedad. Sueña un Mozart descalzo, y entonces aborda un vendedor de mp3 con bocinas a máximo volumen entregando “los éxitos para piano, violín, flauta y trompeta” del mismísimo Mozart, pero también sonidos de la naturaleza y el Bolero de Ravel. Horas y horas de música por 10 pesos. Trepida un allegro mozartiano que no deja vencer su dulzura por la resonancia metálica de las bocinitas portátiles.
Los que leen. Los que dormitan. Los que conversan espasmódicamente. Los que hablan a tientas por el celular. Los que tienen miedo. Los que se tratan de concentrar. Los que ligan, y los que no. Los que ambicionan mejorar. Niños con su mamá. Personas de ambos sexos tatuadas con esmero y dedicación. Señores de traje, recaderos, grandes personas y tipejos, empleados y empleadas, escolapios, deportistas.
Una mujer adulta brota en el trayecto y vocea alegrías por cinco pesos. Qué ganas estos días de una alegría, aunque sea de vez en cuando. Y más éstas, que en el amaranto endulzado esconden avellanas y nuez.
Pero en evidente conspiración con los astros ásperos se arrima a la vendedora un hombre llevando una llaga, e interrumpe el antojo a los que bien pagarían cinco varos por una alegría. El nuevo pasajero pertenece al gremio de los aguafiestas que exhiben heridas, órganos expuestos, costras, cicatrices, curaciones, análisis clínicos en una mica, escayolas, catéteres. Pide limosna, y a juzgar por la escoriación, motivos no le faltan.
Pero uno también tiene sus motivos, así sea para dejar el Metro y abrirse paso en el río humano con una misma dirección hasta la amplia bocanada de calle gris azulado, y apenas unos metros más allá centenares de jóvenes escuchan y se agitan con unos hip hoperos que le llevan la contraria al Sistema y se burlan crudamente de los que se dejan llevar por la corriente y la televisión. El de la voz escupe al micrófono con rabia, lo aturde pegado a sus labios, lo mordería si los dientes pudieran. Hay devoción en la audiencia.
Por la vereda del parque deambulan decenas, tal vez centenas de ciudadanos en apariencia normales que cargan unánimes floreros con ramilletes blancos y aprietan bajo el brazo, como a un portafolios, la efigie en yeso de San Judas Tadeo en distintos tamaños, patrón de las causas imposibles y, por lo visto, muy popular estos días.
En una banca del andador populoso alguien se quiere arrepentir de leerte el Tarot. Un tiradero de estatuillas de la Santa Muerte también reclama su derecho a existir. Un expendio de espejos. Cosméticos de imitación. Un teléfono público, en funciones, íntegro, quizás el último que queda sobre la Tierra, una reliquia del siglo XX.
Tres gitanas jalan las manos públicas y tratan de descifrarlas, pero algunas no se dejan, siguen, se guardan en los bolsillos o se cruzan con los puños apretados, se consideran privadas. Un niño pequeño vestido de “Dios” entre sus orgullosos padres, encaminados al templo de San Felipe.
En el lugar más incómodo, estorbando, tres payasos de cara pintada y nariz de globo reparten bendiciones y la gente se sorprende tanto que se espanta. Frente a la Secretaría de Hacienda un puesto de discos piratas tiene a todo volumen Hey Jude. Hasta a la Alameda llega la rola. Ná ná, na na ná, na na ná.
Las obras viales echan a perder el aire, y se unen en su descontrol los carros embotellados. Tierra y humo son la herencia, pero nadie la quiere. Quién va a quererla, cuando todos exigen que les devuelvan lo suyo, no los desechos. Se ven hasta tranquilos, pero no se andan con cuentos. Ya no. Pero aún falta la epidemia, ya incubada en el miserable aire de tierra sucia y humo, autoritaria “cortesía” de las autoridades, urgidas de invertir en votos y prestigio. Pero es extraño ese país llamado Futuro. Ni los políticos lo controlan, aunque crean que sí.


El sábado 24 de abril, el Ejecutivo pasó por encima de la Constitución al declarar unilateralmente un estado de excepción. Si bien las medidas que Calderón ha tomado para combatir la epidemia están plenamente justificadas, la forma en que éstas han sido implementadas implica un flagrante agravio al estado de derecho. Al negarse a conseguir la autorización del Congreso de la Unión o fijar una fecha límite para sus poderes extraordinarios, el Presidente ratifica una vez más sus propensiones dictatoriales.
El decreto presidencial violenta las garantías de libre tránsito y libre asociación, así como nuestros derechos a la privacidad y el respeto de la propiedad. Autoriza a la Secretaría de Salud la inspección de pasajeros que puedan ser portadores de gérmenes, así como de equipajes, medios de transporte, mercancías y otros objetos. Asimismo, permite el ingreso a todo tipo de local o casa habitación para el cumplimiento de actividades dirigidas al control y combate de la epidemia. También otorga facultades al gobierno para evitar las congregaciones de personas en cualquier lugar de reunión.
El decreto permite a José Ángel Córdova Villalobos contravenir el artículo 16 constitucional, que a la letra señala que nadie puede ser molestado en su persona, familia, domicilio, papeles o posesiones, sino en virtud de mandamiento escrito de la autoridad competente, que funde y motive la causa legal del procedimiento. Esta salvaguarda constitucional es esencial para evitar el abuso de autoridad. Una situación en la que el gobierno pueda ingresar a nuestras casas, interrumpir nuestras reuniones o detenernos en las calles cuando se le antoje, convirtiendo a la totalidad de los ciudadanos en presuntos implicados en algún crimen, nos acercaría claramente a un sistema autoritario.
En el caso de la actual epidemia y en aras de proteger al bien público se justifica la suspensión temporal de algunas garantías. Sin embargo, habría que tener sumo cuidado en que la autoridad no convierta la actual emergencia en un burdo pretexto para consolidar su poder y erosionar los cimientos de la democracia.
George W. Bush, experto en este tipo de ejercicios, utilizó el ataque a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 como excusa para fortalecer los poderes de la presidencia y violentar los derechos básicos de propios y extraños. En América Latina también ha sido práctica común utilizar los estados de emergencia para justificar actos abiertamente autoritarios. Alberto Fujimori, en Perú, fue ampliamente conocido por este tipo de acciones, incluyendo la clausura del Congreso de su país.
Atento a estos peligros, los redactores de nuestra Constitución impusieron un par de candados muy sencillos para atender situaciones como la actual. El artículo 29 señala que para poder suspender garantías, el Presidente de la República obligatoriamente debe contar con la aprobación del Congreso y que el estado de excepción tiene que ser únicamente por un tiempo limitado. Calderón violó la Constitución al negarse a cumplir ambos requisitos.
El gobierno busca escudarse en el texto del artículo 73, fracción XVI, bases primera a cuarta de la Carta Magna, que señala a la letra que en caso de epidemias de carácter grave o peligro de invasión de enfermedades exóticas en el país, la Secretaría de Salud tendrá la obligación de dictar inmediatamente las medidas preventivas indispensables, a reserva de ser después sancionadas por el Presidente de la República. Pero este texto no hace ninguna mención de la suspensión de garantías constitucionales. Una cosa es tomar medidas preventivas como informar al público sobre alguna enfermedad o cerrar escuelas. Es otra cosa completamente irrumpir en la intimidad de nuestros hogares, detener arbitrariamente a ciudadanos y prohibir reuniones públicas.
Asimismo, habría que recordar que el artículo 73 de la Constitución enumera las facultades del Congreso de la Unión, no de la Presidencia de la República. Resultaría sumamente contradictorio y paradójico, para decir lo menos, que el constituyente permanente hubiera elegido precisamente este artículo como el lugar para hacer a un lado al mismo Congreso en un tema tan delicado como la protección de nuestros derechos fundamentales. De ninguna manera podemos interpretar estos párrafos del artículo 73 como una forma para darle la vuelta a los candados incluidos en el artículo 29 mencionados arriba.
Calderón no hubiera tenido ningún problema en conseguir la autorización de los diputados y los senadores para sus medidas de emergencia. El Congreso se encontraba todavía dentro de su periodo ordinario y la clase política en general ha demostrado una gran altura y unidad en su respuesta ante la emergencia sanitaria.
La participación del Congreso hubiera sido muy benéfica, ya que habría dejado que nuestros representantes populares fueran corresponsables de la respuesta del Estado Mexicano a la crisis. Además, le habría dejado claro al Presidente que cualquier abuso del estado de emergencia sería severamente castigado. Pero en lugar de seguir las disposiciones constitucionales, Calderón decidió irse por la libre y de paso abrió un boquete más en nuestro lastimado estado de derecho.
http://www.johnackerman.blogspot.com


No sabemos si la llamada gripe porcina” llegará o no a ser auténtica pandemia. Pero se consolidan ya otras dos pandemias con fuerza letal: la desinformación y el autoritarismo fuera de control.
Investigadores alemanes se atreven ya a decir que el virus recién identificado podría ser menos agresivo que el de la gripe común. Lo saben, probablemente, las autoridades de salud de todas partes. Pero no pueden ni quieren decirlo. Plantean ansiosa y compulsivamente que estamos ante un riesgo de extrema gravedad, que requiere medidas igualmente extremas. Aumentan el pánico que así inducen al aludir, directa o indirectamente, al espectro del ancestro reconocido del nuevo virus, el cual habría matado a muchos millones de personas entre 1918 y 1919. Pero este antecedente es claramente equívoco: entonces, como ahora, las personas no murieron por el virus de una “gripe porcina”.
El uso arbitrario de la información sobre la “gripe porcina”, con fines electorales o de control de la población, tiene otro antecedente claro. “La gripe porcina podría extenderse al mundo entero”, proclamaban los titulares de los periódicos estadunidenses en 1976. El presidente Ford, en el clima de pánico que había contribuido a crear, autorizó el 12 de agosto la vacunación masiva de la población y en las siguientes semanas 40 millones de estadunidenses fueron vacunados. Sólo pudo atribuirse a la “epidemia” un muerto, pero cuando la campaña de vacunación se suspendió oficialmente el 16 de diciembre de 1976 –pasadas las elecciones– había causado ya más de 100 muertos y 200 personas paralizadas, además de toda suerte de efectos dañinos. (Ver L’Impatient, No.1, París, Nov. 1977, versión de Eneko Landaburu,
www.opaybo.org y www.cdc.gov/spanish/EIS/timeline.htm)
Este efecto iatrogénico (la enfermedad creada por el terapeuta) podrá repetirse muy pronto, tanto con la vacuna que ya se ha anunciado y se lanzará al mercado sin experimentación suficiente, como con el uso recomendado de Tamiflu, que según parece sólo alivia síntomas por 36 horas y está plagado de efectos secundarios, incluyendo la muerte. (Ver, entre otros,
http://articles.mercola.com/sites/articles/archive/2009/04/29/Swine-Flu.aspx)
Estos hechos ilustran la conocida contraproductividad del sistema de salud, que sigue produciendo efectos contrarios a los que pretende. Corresponde también a la actitud necrófila de la biocracia reinante. Stephen Harrod Buhner (2000) presenta con elegancia la actitud alternativa: “De hecho, estamos formados por las bacterias que se nos ha enseñado a temer y que hemos tratado de exterminar desde la invención de los antibióticos. Como los científicos empiezan a aprender, apesadumbrados, no podemos matar a las bacterias que causan la enfermedad sin liquidar también toda la vida en la Tierra. Por las mismas razones, no podemos exterminar a los virus que causan enfermedades. Los virus, como las bacterias, cumplen una función esencial en la coevolución de toda la vida en el planeta. Somos nuestros virus tanto como nuestras bacterias” (p. 104). En vez de atacar al supuesto enemigo identificado necesitamos aprender a coexistir con él.
Desconfiar de las vacunas y del Tamiflu o reconocer la inutilidad del cubrebocas en el uso masivo propiciado por las autoridades no debe aumentar la ansiedad sobre el tema. Al contrario. Podemos y debemos actuar con responsabilidad ante el virus que ha mutado, mediante medidas sensatas que se encuentran al alcance general y hacen evidente la falta de fundamento del pánico generado.
El comportamiento de las autoridades y sus biócratas aliados expresa un espíritu autoritario y letal. El afán de controlar una enfermedad mal caracterizada y liquidar a su supuesto causante no es sino una variante de la obsesión de controlar por todos los medios a la población, y en su caso liquidar a quienes se aparten de la norma o se rebelen al control. La declaración del estado de emergencia, incluyendo la facultad de recurrir al ejército y la policía para sacar a los enfermos de sus casas, son muestras descabelladas y aberrantes de una mentalidad que apela a la fuerza hasta cuando es tan inútil como contraproductiva.
Esa actitud no es sólo característica de las autoridades mexicanas, cuyo autoritarismo se combina con un nivel sorprendente de incompetencia. Es pandemia. Se observa en todas partes del mundo. La matanza de 300 mil puercos en Egipto podrá convertirse en símbolo de la insensatez y tontería que contagiaron a los dirigentes políticos en estos días. Sus decisiones aparecen como respuesta refleja ante su falta general de legitimidad, la proliferación del descontento y la creciente rebelión de los insumisos. Necesitamos reaccionar con serenidad y lucidez, en vez de angustia o temor. Ayuda también el sentido del humor, al constatar la influenza de ridícula confusión que sufren allá arriba.
gustavoesteva@gmail.com


Son las siete de la mañana cuando salgo de casa, ayer, primero de mayo. Sé que las manifestaciones que se anuncian no pueden haber comenzado. Pero en el aire primaveral se respira algo que no es la influenza A. No pienso en ella cuando un vecino me pregunta: “cómo va chez moi (en mi casa)”. No entiendo su intempestiva pregunta: ¿en mi casa? Insiste. Termino por comprender y le digo, como un escupitajo, lo que me sale del fondo: “que yo sepa, por ahora el número de muertos es muy limitado, creo que a causa de la influenza A no pasan de seis confirmados en México, lo cual no deja de ser siempre muy triste, pero no corresponde al término epidemia, sobre todo cuando se sabe que cada año hay, según información de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 500 mil muertos, si no un millón (¿cómo decía mi padre: quién se pone a contarlos en serio?), en el planeta a causa de la gripe “normal”. Y a eso se pretende llamar epidemia... No me haga reír”. La señora que se ocupa de los basureros nos escucha y se me queda viendo con sus ojos de Carmen española, sin atreverse a decir en voz alta lo que me dice en un murmullo: “creí que había unos mil”. “Gracias Calderón”, se escapa sin querer. “¿Quién?”, me pregunta Carmen buscando el enemigo tras las paredes del edificio. “No, Carmen, no vive aquí, se trata de un tipo que quiere hacerle mal a México”. Me escapo. Pero, un mesero que comienza su trabajo en el restorán de la esquina, un libanés, me pregunta: “¿Cómo van en México?” No puedo caminar sin que se me recuerde que soy mexicana, y casi culpable de la influenza que los medios repiten “mexicana”, a pesar de los comunicados de la embajada para recordar que no se llama porcina ni mexicana, sino A, según la OMS.
Llego, al fin, a la tabaquería. Qué quieren, ¡fumo contra toda la política ultracorrecta! Mi marchanta, en un acceso de amabilidad, después de preguntarme por la venta de mis libros, me interroga sobre “mi casa”. Pues bien, a la crisis se suma otra crisis: restoranes, bares, discotecas cerrados, en fin, la más grande ciudad del mundo, me contó una amiga, gran escritora, La China Mendoza, está vacía. ¡Se imagina usted! Es lo que han logrado con la propagación deliberada del pánico. Y esto sirve, querida señora, a Francia para solicitar el paro de vuelos a México. Por fortuna, el resto de la Comunidad Europea se negó a tal absurdo. En fin, una catástrofe económica en el ojo del ciclón de la crisis mundial. Muy grave, me dice con sus ojotes bien abiertos, inteligentes, cuando se trata de dinero.
Decidí volver a casa no sin comprar algunos muguets: de buena suerte, tradicion del primero de mayo en Francia. Escucho en el radio, leo en Internet, que los laboratorios Roche, productores del medicamento contra esta influenza A, lo fabricó cuando la gripe aviaria. Se les quedó un stock enorme que caduca en unos cuantos meses. Hay que venderlo cuanto antes, la influenza A cae como una dádiva del cielo para esta riquísima industria. Tamiflu, la medicina mágica.
Calderón (Felipe) hace un heroico llamado a todos los mexicanos a enclaustrarse el primero de mayo... Todo se suspende. La más grande ciudad del mundo se vuelve una ciudad fantasma. Rulfo no habría soñado un mejor sueño. Pero el sueño de Rulfo no tiene nada, pero nada que ver con el de Calderón. La gente que desfila en las calles de Francia grita: nos echan una cortina de humo con la gripe “mexicana” para ocultar los verdaderos problemas.
El eminente doctor Alex Dennetière, a quien no he escuchado exagerar ni mentir cuando de enfermedad se trata y se conoce en epidemias, nos dice que las cifras nada tienen que ver hoy con epidemia ni pandemia. Hay algo turbio: la gente debe encerrarse.
La estupidez humana daba a Einstein el sentido del infinito. Cuando se oye a periodistas y a locutores franceses anunciar con tono de victoria: “Hay una víctima, su estado es satisfactorio”, uno puede decirse, al escucharla, que Einstein tenía razón.
vilmafuentes22@gmail.com


Lydia Cacho

Plan B

Lecciones de la epidemia
Caminamos por la isla de Holbox, Quintana Roo. Entro a la tienda de Elena, en el zócalo montan un templete. ¿Van a hacer concierto?, pregunto. “No”, sonríe Elena, “viene el gobernador quezque a hablar de la influenza esa, como si fuéramos a creerle”. “¿Usted qué piensa que les dirá?”, pregunto. “Todos los años aquí en los pueblos mayas mucha gente muere porque no tiene medicinas, no sé por qué hacen como si les importara ahora”, responde. Por la playa un hombre platicador nos vende helados de pitahaya y coco. Con el sol a plomo cuenta que nació en Solferino, comían pájaro de monte y cerdo salvaje. Sacaban caracol, sólo el que podían comer, y el mar les daba pescado. Hoy viven del turismo. “El Presidente dice que los mexicanos somos peligrosos porque se murieron 16 personas de una epidemia. Ya mató al turismo para todo el año. Que Dios nos proteja”, dice limpiándose el sudor.
Escucho a estas mujeres y hombres que han trabajado desde niños para subsistir; su sabiduría les permite entender más de lo que los políticos creen. Viene a mi mente el rostro de Agustín Carstens, cuando anunció que ante el cierre de negocios por la epidemia, se pensarán incentivos económicos para las empresas que perderían dinero. ¿Y Elena y Manuel? Ni el secretario de Hacienda ni el del Trabajo, sentados en aquella conferencia de prensa, mencionaron el impacto brutal que esta medida tendría para millones de obreros y trabajadoras del turismo, para quienes viven al día y para quienes “disfrutar este aislamiento como unas vacaciones con la familia” es una pesadilla, porque sin sueldo diario no pueden alimentar a su familia.
Manuel asegura que los políticos que deciden esto viven en un mundo donde comer no es bendición, sino entretenimiento o vicio. “Viven en un país y nosotros en otro; si ellos se equivocan mis hijos mueren de hambre, la vida vale más para nosotros que para ellos, a nosotros nos cuesta más cara, aunque ellos gasten más dinero. Si yo digo que vamos a Cozumel pues sabemos a qué hora, cuántos vamos, cuánto va a costar, qué comida llevamos y a qué hora tomar el barco para cruzar. Y estos gobernantes nomás dicen vamos todos pa’llá, pero no se prepararon para cruzar”.
Sólo el tiempo, las y los expertos dirán si las decisiones sobre esta epidemia evitaron algo peor, o si se exacerbó una farsa para afianzar el control político con el miedo. Lo que ya sabemos es que nuestros gobernantes no son estrategas sino apagafuegos, no planean sino improvisan, no gobiernan a personas sino a masas y estratos sociales. Pero también sabemos que México produce mentes brillantes, científicas e intelectuales, que dieron aviso desde 2005 de que teníamos que prever las consecuencias económicas y sociales de una epidemia como ésta.
La evolución del virus puede ser imprevisible, pero la resistencia de mujeres y hombres trabajadores, honestos, solidarios y alegres de este país resulta inconmensurable, es lo que nos sacará a flote. Lo que sí podemos asegurar es que pasará mucho tiempo para rescatar al turismo de sus cenizas y mejorar la imagen de México en el mundo.


Ricardo Raphael

¿… y si sobrerreaccionamos?


Hoy, mañana o dentro de unos días más, esta pregunta va a tomar fuerza en la opinión pública. Dos razones la justifican: después de realizar las pruebas de laboratorio necesarias, la comunidad científica internacional concluye que el virus de influenza humana tipo A no es tan letal como se temió en un principio. Así lo reportaron ayer los funcionarios estadounidenses del más alto nivel.
Por otra parte, las cifras de personas infectadas y, sobre todo, el número de fallecidos a causa del virus son inferiores a los originalmente anunciados. El día 26 de abril el gobierno mexicano reportó oficialmente mil 614 casos de neumonía atípica y 103 muertes, todos posiblemente vinculados con la mutación de esta variante del virus de la influenza.
Sin embargo, ocho días después —tras concluir con las investigaciones médicas de rigor— los datos variaron. En México únicamente ha habido 473 casos de personas que padecen o han padecido esta enfermedad y sólo 19 personas han muerto por su causa. (Otros 11 casos de fallecimiento podrían relacionarse con la epidemia, pero aún no se cuenta con prueba médica suficiente para afirmarlo).
Este fin de semana, en Estados Unidos una sola pregunta ha ocupado todos los debates: ¿por qué es tanta la diferencia de muertos en México con respecto al resto del mundo? Cabe suponer que las condiciones particulares de la ciudad capital —su altura y su densidad de población— hayan provocado que la epidemia fuese peor.
Cuando se despeje esta incógnita sabremos si reaccionamos bien o sobrerreaccionamos. En México y en el mundo. Es decir, si tomamos medidas exageradas o se hizo lo que era estrictamente necesario, según el dispositivo internacional que estaba previsto para estos casos.
Bajo la premisa de que el gobierno mexicano —como cualquier otro que se encontrara en su situación— debía actuar enérgicamente ante un brote epidémico similar, José Ángel Córdova Villalobos, secretario de Salud, decretó la emergencia el día 23 de abril.
Un escalamiento de medidas sanitarias nunca antes visto en nuestro país sucedió después: clausura de espacios públicos cerrados, repartición masiva de cubrebocas por parte del Ejército mexicano, habilitación de instalaciones médicas para atender a miles de enfermos, suspensión de las actividades educativas, disminución al mínimo de la actividad en las oficinas públicas gubernamentales.
Luego vino el cierre de restaurantes, cines, teatros y otras actividades de reunión humana, tales como los partidos de futbol. Fatalmente la vida económica terminó por reducirse. Según el secretario de Hacienda, Agustín Carstens, las pérdidas previsibles causadas por esta circunstancia serán alrededor de 50 mil millones de pesos.
Tal y como ya lo reportaba EL UNIVERSAL el viernes pasado, los establecimientos mercantiles que con mucha dificultad logran sobrevivir el día a día, y que son la mayor parte, no van a poder cubrir los salarios de sus trabajadores temporalmente desempleados. Otros tantos mexicanos que se ocupan como eventuales y que trabajan por cuenta propia (obreros de la construcción, vendedores, mensajeros) tardarán varias semanas antes de recuperar el flujo previo de sus ingresos.
El turismo será un sector que también sufrirá y mucho. Esta epidemia, supuestamente originada en México, ha sido cubierta por casi la totalidad de la televisión y demás medios internacionales. Imágenes de nuestras calles vacías y de nuestra población oculta tras los tapabocas, han ocupado intensivamente la atención del planeta. Este hecho ayudará muy poco para que los turistas venidos de otros lados visiten de nuevo nuestras tierras.
Córdova Villalobos aseguró recientemente que era absurdo asumir que en México hemos sobreactuado “por protagonismo o show”, ya que el gobierno ha validado cada tramo de su actuación con los criterios y normas fijados por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Y, en efecto, dados los datos epidemiológicos que originaron la alarma —los cuales fueron proporcionados por el gobierno mexicano y también por los de Estados Unidos y Canadá— hubo en su momento los elementos previstos por el protocolo de la OMS para imponer las medidas extremas que se tomaron en nuestro país.
Con todo, a diferencia de otras latitudes, aquí hemos padecido significativamente más. Más muertes, más paranoia y un mayor daño económico. Ahora que los vecinos confirman que el asunto no es tan grave para ellos, quizá sea tiempo de complementar el impresionante dispositivo de la OMS con recursos, solidaridad y ayuda internacionales para que el descalabro económico en México sea menos profundo.
Analista político

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