Aunque bajó en el DF, el comercio sexual no paró durante la contingencia; sigue su marcha entre la desatención del gobierno por este segmento, y un temor relativo entre quienes lo ejercen a ser retirados
PROTECCIÓN A MEDIAS
PROTECCIÓN A MEDIAS
entre algunas trabajadoras sexuales, a quienes les preocupa más la caída en sus ingresos (Foto: JORGE SERRATOS / EL UNIVERSAL )
Thelma Gómez Durán
Thelma Gómez Durán
El Universal
Miércoles 06 de mayo de 2009
En tiempos de influenza, el servicio del sexo en la ciudad de México sigue su marcha entre la incredulidad, el enojo y algo de miedo de quienes los prestan.
Aunque en el país hace días la pandemia fue declarada, en las zonas donde se concentra la prostitución no hay alertas. Cuando mucho, se usan cubrebocas, que no bastan para ocultar las sonrisas. Para las y los trabajadores sexuales la verdadera contingencia es que sus ingresos disminuyeron hasta un 50%.
“Somos la población olvidada”. Esther deja fluir estas palabras con todo el enojo que puede guardar su cuerpo bajito, enfundado en un vestido negro. “Si la influenza es tan grave como dicen, ¿por qué no ha venido una brigada de salud a repartir tapabocas, a realizarnos pruebas?”. Su pregunta tiene también una fuerte carga de incredulidad. Trabaja en los alrededores del metro Revolución. En la zona hay más de 20 trabajadoras sexuales. Como ella, la mayoría no cree que exista la epidemia. “Sólo asustan a la gente y a los clientes”, dice a su vez Cristina, quien al igual que algunas de sus compañeras es madre soltera y se pregunta: “¿cómo vamos a mantener a nuestros hijos?”.
En México no hay datos sobre cuántos hombres y mujeres se dedican al trabajo sexual. Pero no es una población menor. Cifras presentadas en 2008 en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal establecen que sólo en la ciudad de México hay alrededor de 40 mil personas que ejercen prostitución.
Nuevos hábitos
En la esquina de Orozco y Berra, colonia Lindavista (Distrito Federal), Carla trata de convencer a un cliente. No lo logra. “No hay gente en la calle. Esto está muerto”. Ella no es escéptica. “Me estoy cuidando, todos los días tomo Aderogil y Redoxón con jugo de naranja”. Enfermarse es un lujo que no puede darse: “Primero veo que el cliente no esté enfermo. Si tiene gripa, no acepto. Además, nada de que esté encima de mí, evito su aliento, sólo acepto algunas posiciones que son menos riesgosas. Le pido que se lave las manos antes y después”.
El martes 28 de abril, asegura, funcionarios de la Secretaría de Salud del DF (cuyos nombres olvidó) ofrecieron una plática a las trabajadoras sexuales. “Sólo nos dijeron que tomáramos precauciones. Y que si era necesario, nos iban a sacar”.
Cinthya también asistió a la plática, y eso la decidió a usar guantes durante uno de sus servicios. No le fue bien, “el cliente se enojó, pero ni modo. Si no nos cuidamos nosotras, nadie lo va a hacer”.
Carla y Cinthya aceptan que sólo algunas de sus compañeras se cuidan para evitar un contagio de influenza. “Si muchas no se cuidan para evitar el VIH, ¡menos se van a cuidar con esto! Si un cliente les ofrece 100 ó 200 pesos más, aceptan no usar condón”.
La pasarela de Santo Tomás
Son las dos de la tarde. En la calle de Santo Tomás nadie se acuerda de una de las principales recomendaciones sanitarias. Esta pequeña arteria, a una cuadra de Anillo de Circunvalación, en los alrededores de La Merced, es sede del único espectáculo multitudinario que no ha sido cancelado: cerca de 30 trabajadoras sexuales realizan una pasarela, invitando a sus espectadores a hacer algo más que mirar. Son pocos los que aceptan. Este es el reino de los voyeur. Quizá sean 150 ó más quienes se apiñan en este reducido espacio, pero menos de 10 llevan el trozo de tela azul sobre su boca.
Cerca, en la avenida San Pablo, una mujer alta y delgada termina su paleta helada. Lleva un vestido rosa que combina con sus zapatillas de plataforma. Dice que cobra 150 pesos. “¿Qué precauciones tomas para evitar un contagio?”. Se ofende: “¡Claro que me cuido. Si quieres uso tapabocas!”.
“No existimos para el gobierno”
Alejandra Gil preside la Asociación Pro Apoyo a Servidores Sexuales, que forma parte de la Red de Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe. Ella representa a algunas de las trabajadoras sexuales de Sullivan, Buenavista y de ciertos estados del país. No se explica por qué ninguna caravana de salud ha ido a los lugares donde se ejerce el trabajo sexual. “Para el gobierno no existimos en el planeta; sólo existimos cuando nos quieren afectar, cuando nos involucran en la trata o en la prostitución infantil, pero cuando pueden hacer algo para nosotros, no lo hacen”.
Asegura que, sin embargo, los y las trabajadoras sexuales toman sus propias precauciones, para lo cual les dieron, ella misma y un médico voluntario, pláticas durante los primeros días de la emergencia. “Se recomienda no tener un contacto directo, cara a cara, con los clientes. También se sumó el uso del líquido antibacterial y se les dijo que no se estuvieran agarrando la cara o se tallaran los ojos”.
La activista añade que las medidas de precaución recomendadas a sus compañeros esta vez se suman a las que ya toman en forma cotidiana para evitar contagios de VIH y otras enfermedades: “Nunca hay besos, siempre se usa el condón y nos lavamos las manos antes y cuando terminamos una relación”.
“No hay que creerles todo”
Las calles de Cadiz y Aragón, casí esquina con Tlalpan, contrastan con el resto de la ciudad. Ahí hay congestionamiento vehicular. Los autos pasan lo más lento posible. Son las 6 de la tarde y hay cerca de 15 trabajadoras sexuales en cada una de estas calles. Al conductor del Tsuru que se detuvo para preguntar por el costo del servicio, sólo se le miran sus pequeños ojos; es lo único que no cubre su mascarilla. “Te cuesta 500, pero te lo dejo en 450. Incluye posiciones y francés”. El conductor pregunta si no importa la influenza. Sandra sonríe con picardía: “No hay que creerles todo”.
Sandra no acepta la entrevista porque está trabajando. Quien sí accede es la mujer que observa desde una silla en la banqueta. Cuenta que ellas pertenecen a Brigada Callejera, organización que brinda servicios de salud a quienes ejercen el trabajo sexual. El martes 28 de abril, dice, representantes de un centro de salud las convocaron para una plática sobre influenza, pero “nos negamos a escucharla, no nos interesó porque viene del gobierno… Lo que están haciendo es una tela [de humo] para subir las cosas. Al rato nos van a decir que Pemex ya es de Estados Unidos”.
Enumera los exámenes y chequeos que se realizan “las muchachas”, gracias a Brigada Callejera: “Se hacen exámenes de VIH, del virus del papiloma... Para nosotras es más fuerte el VIH, por eso todas usan condón y siempre se lavan las manos antes y después de un servicio. No es tan bonito agarrar a otra persona que uno no sabe qué trae”.
También tiene un reproche: “Con esto sólo bajó la clientela”.
Salud y derechos
Desde que se creó la Red de Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe, en 1997, uno de sus reclamos a los gobiernos ha sido que se brinden servicios de salud y programas de prevención a quienes ejercen el comercio sexual, sobre todo porque representan una población en mayor riesgo de contraer enfermedades.
En su página de internet, la red señala que “el estigma y la discriminación asociados con el trabajo sexual han contribuido a mantener a las trabajadoras sexuales lejos de los servicios de salud y de los programas de prevención”. Por ello, tiene entre sus objetivos lograr acceder “a una atención integral de nuestra salud y no solamente de nuestros genitales”. En tiempos de emergencia sanitaria por una epidemia, su reclamo es vigente como nunca.
“Le tenemos más miedo a los policías”
Son casi las 12 de la noche y en la calzada Pantitlán (ciudad Nezahualcóyotl) se antoja insípido el table dance denominado El sabor de la noche. Otros table de la zona prefirieron no abrir. Quienes no paran son los travestis que, en pequeños grupos, se reúnen a lo largo de la avenida. Para ellos, la influenza no representa un riesgo; “le tenemos más miedo a los policías”, dice uno de ellos, que solicita anonimato. Cuenta que policías municipales y estatales por lo menos una vez a la semana los amenazan y extorsionan. “De ellos sí que tenemos que cuidarnos…. Sobre el virus no estamos tomando precauciones… ¿Cómo vamos a creer si nos han engañado tanto en otros sexenios?”.
La misma incredulidad la tiene Chenoa. Trabaja en Sullivan y asegura que sí toma precauciones, pero para evitar que la contagien de cualquier otro virus. Mientras habla de su desconfianza hacia el gobierno, se acerca una mujer para compartir un cigarro y platica que está en alerta porque “dijeron que nos iban a quitar”. Chenoa, con tranquilidad, le responde: “Si nos quitan, que nos paguen lo que ganamos al día, como le van a hacer con los meseros. Además, si no nos quitaron cuando vino el Papa, ¿tú crees que nos van a quitar ahora?”
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