Una de las consecuencias del manejo faccioso que del expediente de la influenza ha hecho el felipato es que partidos y candidatos hayan iniciado sus campañas de proselitismo de manera furtiva, condenados de antemano a sujetarse a la agenda médico-electoral dictada por Los Pinos, bajo pena de ser fusilados en el paredón mediático si no se apegan al libreto de la unidad” nacional forzada (los priístas ya probaron la eficacia de la receta desarrollada por el médico hispano Antonio Solá, especialista en guerra propagandística sucia, cuando fueron sostenidamente acusados de ser socios del narcotráfico por oponerse a los términos sumarios y dictatoriales en que venía redactada la ley de extinción de dominio, que finalmente fue aprobada con las modificaciones necesarias pero dejando en el camino el golpe seco de imagen a los priístas que ahora ven reducirse las expectativas de triunfo amplio en los comicios para los que faltan dos meses mediáticamente arrebatados por la banda de Los Pinos y sus PANdemias).
Calderón pretende instaurar el autoritarismo como punto de referencia, que lleve a los ciudadanos a replegarse en torno a lo “seguro” a la hora de las urnas, agregando al menjurje de temporada la zanahoria promocional de los “apoyos” a damnificados económicos de la gripe plus. Al triunfalismo de pantalla con que F.C. pretende convencer a los mexicanos del logro sideral que habría significado la salvación de la humanidad mediante el hundimiento de la economía nacional con paros y confinamientos de pánico, ahora se agrega el tono patriotero de confrontación con los países que han decidido suspender vuelos a México o aislar a viajeros procedentes de este país en prevención de contagios. Los roces han sido especialmente notables en los casos de China y Argentina. Según el diario Clarín, en la Casa Rosada (se habla de la residencia presidencial argentina, sin referencia a preferencias sexuales de otros ámbitos similares de poder) hubo gran enojo por las declaraciones de Calderón por las prevenciones aeronáuticas que así fueron prorrogadas por los Kirchner en momentos de arrebato. No se sabe si alguno de los países acusados por Calderón de actuar arbitrariamente le ha recordado al mexicano uno de los artículos de su inconstitucional decreto del pasado 25 de abril, con el que se asignó la facultad de ordenar “el aislamiento de personas que puedan padecer la enfermedad y de los portadores de gérmenes de la misma, por el tiempo que resulte estrictamente necesario, así como la limitación de sus actividades, cuando así se amerite por razones epidemiológicas”.
Otros dos contagiados de esas trampas sanitarias fueron Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador. El jefe de Gobierno capitalino aprovechó las circunstancias para ganar reflectores y avanzar en su larga marcha hacia el reconocimiento de la legitimidad de facto de Calderón, sin fotografía conjunta de por medio, que en realidad ya no es necesaria, pues una imagen de conjunto vale más que mil palabras, con todo y tapabocas usado no para insistir en la importancia de usar ese filtro declarado por la Ssa como poco eficaz, sino para tener coartada sanitaria expresa: todo fue por la influenza, dirá cuando le reclamen algo porcino.
López Obrador cometió por su parte el grave error de mantenerse callado, junto con el equipo de trabajo que como gobierno legítimo habría estado obligado a emitir declaraciones, fijar postura, hacer recomendaciones y dar claridad a sus seguidores, aun sabido como es que no tiene ninguna posibilidad ejecutiva, administrativa ni disponibilidad monetaria. Ni la secretaría de salud de esa forma política de resistencia, ni el tabasqueño que la preside, fueron oportunos ante la crisis desatada. Fue, políticamente, como si ellos también se hubieran instalado un tapabocas, tal vez temerosos de expresar con puntualidad lo que las circunstancias mostraban en términos de simulaciones y oportunismos gubernamentales, cuidadosos de no dar material disidente que fuese usado letalmente en su contra por los medios amafiados. Apenas ayer, a toro casi pasado, 12 días después del inicio de la maniobra de aprovechamiento político de una realidad sanitaria crítica, López Obrador hizo declaraciones para impugnar el manejo calderonista. Luego fue anunciado el reinicio de las giras de apoyo electoral a los candidatos que participarán en unos comicios desde ahora secuestrados por las maniobras de un felipismo manejado por manos expertas en desestabilizaciones y en el control de masas mediante el miedo inducido. En un momento nacional tan grave y que tendrá consecuencias importantes en la redefinición del país, no hubo la voz del líder opositor que supiese apoyar las medidas sanitarias necesarias pero advirtiera los riesgos de la manipulación y la exageración.
El reposicionamiento de Calderón como médico social exitoso y líder internacional salvador de la humanidad, que además se enfrenta a malvados países discriminadores, le permitirá intentar la toma de un rol por encima de las desgracias económicas y sociales que cada día van aceptando con más naturalidad los mismos que antes hablaban de catarritos. El secretario Carstens se queja de que a México le llueve sobre mojado, y ya se hacen planes para gastar bajo consideraciones de emergencia los fondos internacionales prestados al calderonismo. La actividad económica está en recesión, los préstamos adquiridos son una rendición de soberanía ante el extranjero y la crisis sanitaria agregó daños a la estructura de por sí gravemente carcomida. Pero a Felipe el Valiente le han fabricado un nicho que esperan le mantenga al margen del crujir y el sufrir en curso. Ventajas de estar vacunado oportunamente ante los virus anunciados.
Y, mientras continúa el desmoronamiento del reino de Marcial Maciel, ahora que el Vaticano ha designado a tres obispos para que hagan una revisión integral del funcionamiento de los Legionarios de Cristo, ¡hasta mañana, en esta columna que ya extraña ver cine en el cine!
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
Calderón pretende instaurar el autoritarismo como punto de referencia, que lleve a los ciudadanos a replegarse en torno a lo “seguro” a la hora de las urnas, agregando al menjurje de temporada la zanahoria promocional de los “apoyos” a damnificados económicos de la gripe plus. Al triunfalismo de pantalla con que F.C. pretende convencer a los mexicanos del logro sideral que habría significado la salvación de la humanidad mediante el hundimiento de la economía nacional con paros y confinamientos de pánico, ahora se agrega el tono patriotero de confrontación con los países que han decidido suspender vuelos a México o aislar a viajeros procedentes de este país en prevención de contagios. Los roces han sido especialmente notables en los casos de China y Argentina. Según el diario Clarín, en la Casa Rosada (se habla de la residencia presidencial argentina, sin referencia a preferencias sexuales de otros ámbitos similares de poder) hubo gran enojo por las declaraciones de Calderón por las prevenciones aeronáuticas que así fueron prorrogadas por los Kirchner en momentos de arrebato. No se sabe si alguno de los países acusados por Calderón de actuar arbitrariamente le ha recordado al mexicano uno de los artículos de su inconstitucional decreto del pasado 25 de abril, con el que se asignó la facultad de ordenar “el aislamiento de personas que puedan padecer la enfermedad y de los portadores de gérmenes de la misma, por el tiempo que resulte estrictamente necesario, así como la limitación de sus actividades, cuando así se amerite por razones epidemiológicas”.
Otros dos contagiados de esas trampas sanitarias fueron Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador. El jefe de Gobierno capitalino aprovechó las circunstancias para ganar reflectores y avanzar en su larga marcha hacia el reconocimiento de la legitimidad de facto de Calderón, sin fotografía conjunta de por medio, que en realidad ya no es necesaria, pues una imagen de conjunto vale más que mil palabras, con todo y tapabocas usado no para insistir en la importancia de usar ese filtro declarado por la Ssa como poco eficaz, sino para tener coartada sanitaria expresa: todo fue por la influenza, dirá cuando le reclamen algo porcino.
López Obrador cometió por su parte el grave error de mantenerse callado, junto con el equipo de trabajo que como gobierno legítimo habría estado obligado a emitir declaraciones, fijar postura, hacer recomendaciones y dar claridad a sus seguidores, aun sabido como es que no tiene ninguna posibilidad ejecutiva, administrativa ni disponibilidad monetaria. Ni la secretaría de salud de esa forma política de resistencia, ni el tabasqueño que la preside, fueron oportunos ante la crisis desatada. Fue, políticamente, como si ellos también se hubieran instalado un tapabocas, tal vez temerosos de expresar con puntualidad lo que las circunstancias mostraban en términos de simulaciones y oportunismos gubernamentales, cuidadosos de no dar material disidente que fuese usado letalmente en su contra por los medios amafiados. Apenas ayer, a toro casi pasado, 12 días después del inicio de la maniobra de aprovechamiento político de una realidad sanitaria crítica, López Obrador hizo declaraciones para impugnar el manejo calderonista. Luego fue anunciado el reinicio de las giras de apoyo electoral a los candidatos que participarán en unos comicios desde ahora secuestrados por las maniobras de un felipismo manejado por manos expertas en desestabilizaciones y en el control de masas mediante el miedo inducido. En un momento nacional tan grave y que tendrá consecuencias importantes en la redefinición del país, no hubo la voz del líder opositor que supiese apoyar las medidas sanitarias necesarias pero advirtiera los riesgos de la manipulación y la exageración.
El reposicionamiento de Calderón como médico social exitoso y líder internacional salvador de la humanidad, que además se enfrenta a malvados países discriminadores, le permitirá intentar la toma de un rol por encima de las desgracias económicas y sociales que cada día van aceptando con más naturalidad los mismos que antes hablaban de catarritos. El secretario Carstens se queja de que a México le llueve sobre mojado, y ya se hacen planes para gastar bajo consideraciones de emergencia los fondos internacionales prestados al calderonismo. La actividad económica está en recesión, los préstamos adquiridos son una rendición de soberanía ante el extranjero y la crisis sanitaria agregó daños a la estructura de por sí gravemente carcomida. Pero a Felipe el Valiente le han fabricado un nicho que esperan le mantenga al margen del crujir y el sufrir en curso. Ventajas de estar vacunado oportunamente ante los virus anunciados.
Y, mientras continúa el desmoronamiento del reino de Marcial Maciel, ahora que el Vaticano ha designado a tres obispos para que hagan una revisión integral del funcionamiento de los Legionarios de Cristo, ¡hasta mañana, en esta columna que ya extraña ver cine en el cine!
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
Enrique Galván Ochoa: Dinero
Antenoche Felipe Calderón por decreto televisivo dio por terminada la epidemia que fue motivo de una declaratoria de estado de emergencia justo al terminar la visita del presidente Obama a México. ¿Qué sucedió? Nos ha dejado con una sensación de confusión, desconcierto, una buena dosis de desconfianza. Sin duda existe el virus, lamentablemente murieron numerosas personas y otras enfermaron, pero fallecimientos y enfermedades podrían atribuirse no a la peligrosidad del virus, sino a las carencias de los hospitales del gobierno. Muchos murieron irónicamente en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias, institución que padece falta de recursos crónica. Pero ¿fue necesario cerrar escuelas, restaurantes, comercios, oficinas de gobierno? Los bancos se aprovecharon para extender el horario a sus empleados sin la debida compensación. Lo raro es que el cierre del sector comercial sólo afectó al Distrito Federal, no al resto del país. Más prudente, Obama anunció ayer –por conducto de su secretaria de Salud, Kathleen Sebelius– que no cerrará escuelas. Y tampoco empresas, sería una locura dada la crítica situación económica. Sólo 700 dejaron de trabajar entre muchos millares. Eso no obstante que se anunció el deceso de otra persona de ascendencia mexicana en el condado de Cameron, Texas. La primera víctima –un bebé mexicano– fue reportada en Brownsville, ciudad que pertenece al mismo condado. En aval de su compañera de gabinete, la secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano, declaró que los epidemiólogos están viendo ahora que la severidad del virus no es de temer. Sólo ha infectado a 1,080 personas… y la población es de poco más de 6 mil millones de terrícolas. Eso no puede llamarse epidemia. ¿Entonces qué pasó en México?
Lo que sigue
En los siguientes días veremos el segundo capítulo de esta desafortunada serie, cuando el PAN lance en grande una campaña de propaganda con miras al 5 de julio, cuyo argumento será, ¿qué creen?, la epidemia y llevará como protagonista principal al salvador de México y casi casi de la humanidad, Felipe Calderón. Hay personas que sospechan que el problema sanitario fue magnificado con fines electorales. Hasta antes de que el virus hiciera su irrupción en los medios de comunicación, las encuestas indicaban que el Partido Acción Nacional iba detrás del PRI en las preferencias de los votantes. ¡Vaya!, hasta el menguado PRD había ganado un par de puntos.
Los 10 países vedados
Existe un saldo penoso: aparte de las fricciones que el gobierno mexicano creó con los de otros países, el efecto para la economía es devastador. Agustín Carstens anunció ayer ooootro plan de rescate, cuando todavía empresas y trabajadores continúan esperando que se materialice el anterior. Y de pilón la revista Forbes –la que dijo que México es un “Estado fallido”– lo incluyó en su lista de los 10 países que recomienda evitar a los hombres de negocios. De modo que ahí estamos junto a Pakistán.
e@Vox Populi
Asunto: las orejas del ratón
Enrique: poco a poco se van viendo los motivos (o al menos alguno de ellos) de la farsa de la epidemia. La publicidad del PAN invita a votar a su favor para que “apoyemos al presidente”. Mediante estas asociaciones de ideas pretenden evitar el derrumbe electoral que se les avecina. El secretario de Salud no pudo eludir la tentación de introducir la frase que los identifica. En la conferencia que dio una de estas mañanas dijo “para vivir mejor”. Ya ni la burla perdonan.
Eduardo Sainoz/Distrito Federal
R: Tienen a su favor la desmemoria colectiva. Prepárate a presenciar el fervor cuando se reabra el estadio Azteca.
Antenoche Felipe Calderón por decreto televisivo dio por terminada la epidemia que fue motivo de una declaratoria de estado de emergencia justo al terminar la visita del presidente Obama a México. ¿Qué sucedió? Nos ha dejado con una sensación de confusión, desconcierto, una buena dosis de desconfianza. Sin duda existe el virus, lamentablemente murieron numerosas personas y otras enfermaron, pero fallecimientos y enfermedades podrían atribuirse no a la peligrosidad del virus, sino a las carencias de los hospitales del gobierno. Muchos murieron irónicamente en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias, institución que padece falta de recursos crónica. Pero ¿fue necesario cerrar escuelas, restaurantes, comercios, oficinas de gobierno? Los bancos se aprovecharon para extender el horario a sus empleados sin la debida compensación. Lo raro es que el cierre del sector comercial sólo afectó al Distrito Federal, no al resto del país. Más prudente, Obama anunció ayer –por conducto de su secretaria de Salud, Kathleen Sebelius– que no cerrará escuelas. Y tampoco empresas, sería una locura dada la crítica situación económica. Sólo 700 dejaron de trabajar entre muchos millares. Eso no obstante que se anunció el deceso de otra persona de ascendencia mexicana en el condado de Cameron, Texas. La primera víctima –un bebé mexicano– fue reportada en Brownsville, ciudad que pertenece al mismo condado. En aval de su compañera de gabinete, la secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano, declaró que los epidemiólogos están viendo ahora que la severidad del virus no es de temer. Sólo ha infectado a 1,080 personas… y la población es de poco más de 6 mil millones de terrícolas. Eso no puede llamarse epidemia. ¿Entonces qué pasó en México?
Lo que sigue
En los siguientes días veremos el segundo capítulo de esta desafortunada serie, cuando el PAN lance en grande una campaña de propaganda con miras al 5 de julio, cuyo argumento será, ¿qué creen?, la epidemia y llevará como protagonista principal al salvador de México y casi casi de la humanidad, Felipe Calderón. Hay personas que sospechan que el problema sanitario fue magnificado con fines electorales. Hasta antes de que el virus hiciera su irrupción en los medios de comunicación, las encuestas indicaban que el Partido Acción Nacional iba detrás del PRI en las preferencias de los votantes. ¡Vaya!, hasta el menguado PRD había ganado un par de puntos.
Los 10 países vedados
Existe un saldo penoso: aparte de las fricciones que el gobierno mexicano creó con los de otros países, el efecto para la economía es devastador. Agustín Carstens anunció ayer ooootro plan de rescate, cuando todavía empresas y trabajadores continúan esperando que se materialice el anterior. Y de pilón la revista Forbes –la que dijo que México es un “Estado fallido”– lo incluyó en su lista de los 10 países que recomienda evitar a los hombres de negocios. De modo que ahí estamos junto a Pakistán.
e@Vox Populi
Asunto: las orejas del ratón
Enrique: poco a poco se van viendo los motivos (o al menos alguno de ellos) de la farsa de la epidemia. La publicidad del PAN invita a votar a su favor para que “apoyemos al presidente”. Mediante estas asociaciones de ideas pretenden evitar el derrumbe electoral que se les avecina. El secretario de Salud no pudo eludir la tentación de introducir la frase que los identifica. En la conferencia que dio una de estas mañanas dijo “para vivir mejor”. Ya ni la burla perdonan.
Eduardo Sainoz/Distrito Federal
R: Tienen a su favor la desmemoria colectiva. Prepárate a presenciar el fervor cuando se reabra el estadio Azteca.
Alfredo Jalife-Rahme: Bajo la Lupa
Son tiempos de serenidad y meditación cuando los grandes pensadores (nota: que conste que enfatizamos, primero, que sean pensadores y, luego, grandes) del planeta ponderan los alcances de la desglobalización, como es el caso del historiador marxista británico Eric Hobsbawm en su luminoso articulo El socialismo fracasó. Ahora el capitalismo ha quebrado. ¿Qué sigue? (The Guardian, 10/4/09) que sintetiza así: “independientemente del logo (sic) ideológico que se adopte, el viraje del mercado libre a la acción pública necesita ser mayor de lo que los políticos captan”.
Eric Hobsbawm no es un vulgar propagandista, como cierto tipo de seudo-historiadores mexicanos, muy bien amamantados por el sistema neoliberal desde hace 27 años y quienes acaban haciendo publicidad de Cemex o se convierten en amanuenses del presidente en turno. Hobsbawm es considerado, con justa razón, el icono contemporáneo de la historia occidental del siglo XIX (y eso que es un fenómeno en su conocimiento del siglo XX).
Deja atrás el siglo XX, con todas sus calamidades, cuando su idea básica que dominó la economía y la política desapareció patentemente en el desagüe (sic) de la historia, y critica que los humanos no hayan aprendido todavía cómo vivir en el siglo XXI.
Demuestra que el pensamiento que dominó en el siglo XX a las economías industriales modernas era en términos opuestos mutuamente excluyentes: capitalismo o socialismo con sus respectivas economías, una descontrolada de libre-mercado capitalista (que se derrumba ante nuestros ojos en la mayor crisis del capitalismo global desde la década de los 30) y otra de planificación estatal centralizada (que se derrumbó en la década de los 80, al unísono de los sistemas políticos comunistas europeos).
Aduce que la presente crisis es mucho mayor que la de los 30 debido a la globalización de la economía, que no estaba tan avanzada como ahora, y que tampoco afectó a la economía planificada de la URSS.
Cuando aún se ignora la gravedad y la duración de la presente crisis, lo seguro es que asistimos al final del capitalismo de libre mercado que capturó (sic) al mundo y a sus gobiernos, desde Margaret Thatcher y el presidente Reagan. Pues sí: baste ver a la manada de neoliberales mexicanos como muestra de botón global.
Hobsbawm coloca de relieve la impotencia (sic) de los adherentes tanto a un capitalismo de mercado, puro y sin estado, un género de anarquismo burgués internacional, como a un socialismo planificado descontaminado de la búsqueda del lucro privado. Ambos abordajes ideológicos se derrumbaron y ahora es tiempo de ver al futuro que pertenece a las economías mixtas (sic) en las que se encuentran entrelazados lo público y lo privado. La economía mixta es uno de los escenarios de nuestro libro Hacia la desglobalización.
Considera que tal entrelazamiento de lo público y lo privado representa un problema para la izquierda contemporánea. No lo dice explícitamente, pero se deduce que a la izquierda del siglo XXI le urge salir de su confusión economicista en la que se entrampó para encabezar el movimiento de salvación de la biosfera y de todos los seres vivientes de la creación. Tal es, a nuestro juicio, la enorme diferencia entre una izquierda aldeana y acomodaticia que remeda la competitividad neoliberal, con la izquierda biosférica y humanista del siglo XXI, donde el ser humano prevalece, por encima de la entelequia del mercado, como el eje central de la ecuación integral de la creación.
El insigne historiador marxista no padece nostalgia por el socialismo soviético al que fustiga por sus fallas políticas y su creciente lentitud e ineficiencia en sus economías, sin subestimar sus impresionantes logros sociales y educativos.
Desde la caída de la URSS al presente, cuando “hasta los partidos socialdemócratas o partidos moderados de izquierda en los países del capitalismo norteño y Australasia estaban comprometidos al éxito del capitalismo de libre mercado”, era impensable que un partido o líder denunciara al capitalismo como inaceptable, lo cual se ejemplifica por el Nuevo Laborismo británico, de Blair y Brown, que son óptimamente descritos, sin exageración, como unos Thatcher con pantalones. Agrega que lo mismo se puede decir del Partido Demócrata de Estados Unidos. Lo más sencillo consistiría en regresar a la caja de herramientas del viejo laborismo y reiniciar las nacionalizaciones, como si supiéramos qué hacer cuando aún se desconoce cómo superar la presente crisis.
A su juicio, una política progresista necesita más que una gran ruptura con las suposiciones económicas y morales de los pasados años 30. Se requiere un regreso a la convicción de que el crecimiento económico y su afluencia constituyen un medio y no un fin. El fin es lo que se consigue en las vidas, en las transformaciones y en la esperanza de la gente. ¡Genial!
Enuncia lo que pudiésemos definir como uno de los preceptos del manifiesto humanista del siglo XXI: La base de la política progresista no es maximizar el crecimiento económico y el ingreso personal, que debe ser “aplicado primordialmente para lidiar con la crisis ambiental, lo cual, independientemente del logo ideológico personal, significa un mayor viraje del libre mercado hacia la acción pública”.
La prueba de una política progresista no es privada, sino pública, no solamente elevando el ingreso y el consumo para los individuos, sino ampliando las oportunidades y lo que Amartya Sen denomina “las capacidades de todos a través de la acción colectiva”, lo que significa una “iniciativa pública no lucrativa, incluso si sólo redistribuye la acumulación privada”. Agrega una frase primorosa: las decisiones públicas deben estar destinadas al mejoramiento social colectivo en el que todas las vidas humanas deben beneficiarse.
A nuestro juicio, al capitalismo neoliberal le falta la poesía que le sobra al socialismo biosférico y humanista del siglo XXI. El grave problema de la desregulada globalización radica en que los países son gobernados, no por estadistas, sino por apparatchiks de la nomenklatura contable y financiera de las trasnacionales depredadoras, actividades que en la historia de las grandes civilizaciones (términos que hay que rescatar frente a la devastación barbárica del neoliberalismo global) siempre fueron ocupaciones menores frente al generoso desprendimiento de la meditación filosófica y las invaluables aportaciones de la ciencia pura, que juntas condicionan la sapiencia universal.
La crisis de la desregulada globalización financierista es peor que un fracaso de un paradigma económico: es el derrumbe axiológico y metafísico de la otrora civilización occidental que feneció en los avernos especulativos de los Sodoma y Gomorra posmodernos de Wall Street y la City.
Son tiempos de serenidad y meditación cuando los grandes pensadores (nota: que conste que enfatizamos, primero, que sean pensadores y, luego, grandes) del planeta ponderan los alcances de la desglobalización, como es el caso del historiador marxista británico Eric Hobsbawm en su luminoso articulo El socialismo fracasó. Ahora el capitalismo ha quebrado. ¿Qué sigue? (The Guardian, 10/4/09) que sintetiza así: “independientemente del logo (sic) ideológico que se adopte, el viraje del mercado libre a la acción pública necesita ser mayor de lo que los políticos captan”.
Eric Hobsbawm no es un vulgar propagandista, como cierto tipo de seudo-historiadores mexicanos, muy bien amamantados por el sistema neoliberal desde hace 27 años y quienes acaban haciendo publicidad de Cemex o se convierten en amanuenses del presidente en turno. Hobsbawm es considerado, con justa razón, el icono contemporáneo de la historia occidental del siglo XIX (y eso que es un fenómeno en su conocimiento del siglo XX).
Deja atrás el siglo XX, con todas sus calamidades, cuando su idea básica que dominó la economía y la política desapareció patentemente en el desagüe (sic) de la historia, y critica que los humanos no hayan aprendido todavía cómo vivir en el siglo XXI.
Demuestra que el pensamiento que dominó en el siglo XX a las economías industriales modernas era en términos opuestos mutuamente excluyentes: capitalismo o socialismo con sus respectivas economías, una descontrolada de libre-mercado capitalista (que se derrumba ante nuestros ojos en la mayor crisis del capitalismo global desde la década de los 30) y otra de planificación estatal centralizada (que se derrumbó en la década de los 80, al unísono de los sistemas políticos comunistas europeos).
Aduce que la presente crisis es mucho mayor que la de los 30 debido a la globalización de la economía, que no estaba tan avanzada como ahora, y que tampoco afectó a la economía planificada de la URSS.
Cuando aún se ignora la gravedad y la duración de la presente crisis, lo seguro es que asistimos al final del capitalismo de libre mercado que capturó (sic) al mundo y a sus gobiernos, desde Margaret Thatcher y el presidente Reagan. Pues sí: baste ver a la manada de neoliberales mexicanos como muestra de botón global.
Hobsbawm coloca de relieve la impotencia (sic) de los adherentes tanto a un capitalismo de mercado, puro y sin estado, un género de anarquismo burgués internacional, como a un socialismo planificado descontaminado de la búsqueda del lucro privado. Ambos abordajes ideológicos se derrumbaron y ahora es tiempo de ver al futuro que pertenece a las economías mixtas (sic) en las que se encuentran entrelazados lo público y lo privado. La economía mixta es uno de los escenarios de nuestro libro Hacia la desglobalización.
Considera que tal entrelazamiento de lo público y lo privado representa un problema para la izquierda contemporánea. No lo dice explícitamente, pero se deduce que a la izquierda del siglo XXI le urge salir de su confusión economicista en la que se entrampó para encabezar el movimiento de salvación de la biosfera y de todos los seres vivientes de la creación. Tal es, a nuestro juicio, la enorme diferencia entre una izquierda aldeana y acomodaticia que remeda la competitividad neoliberal, con la izquierda biosférica y humanista del siglo XXI, donde el ser humano prevalece, por encima de la entelequia del mercado, como el eje central de la ecuación integral de la creación.
El insigne historiador marxista no padece nostalgia por el socialismo soviético al que fustiga por sus fallas políticas y su creciente lentitud e ineficiencia en sus economías, sin subestimar sus impresionantes logros sociales y educativos.
Desde la caída de la URSS al presente, cuando “hasta los partidos socialdemócratas o partidos moderados de izquierda en los países del capitalismo norteño y Australasia estaban comprometidos al éxito del capitalismo de libre mercado”, era impensable que un partido o líder denunciara al capitalismo como inaceptable, lo cual se ejemplifica por el Nuevo Laborismo británico, de Blair y Brown, que son óptimamente descritos, sin exageración, como unos Thatcher con pantalones. Agrega que lo mismo se puede decir del Partido Demócrata de Estados Unidos. Lo más sencillo consistiría en regresar a la caja de herramientas del viejo laborismo y reiniciar las nacionalizaciones, como si supiéramos qué hacer cuando aún se desconoce cómo superar la presente crisis.
A su juicio, una política progresista necesita más que una gran ruptura con las suposiciones económicas y morales de los pasados años 30. Se requiere un regreso a la convicción de que el crecimiento económico y su afluencia constituyen un medio y no un fin. El fin es lo que se consigue en las vidas, en las transformaciones y en la esperanza de la gente. ¡Genial!
Enuncia lo que pudiésemos definir como uno de los preceptos del manifiesto humanista del siglo XXI: La base de la política progresista no es maximizar el crecimiento económico y el ingreso personal, que debe ser “aplicado primordialmente para lidiar con la crisis ambiental, lo cual, independientemente del logo ideológico personal, significa un mayor viraje del libre mercado hacia la acción pública”.
La prueba de una política progresista no es privada, sino pública, no solamente elevando el ingreso y el consumo para los individuos, sino ampliando las oportunidades y lo que Amartya Sen denomina “las capacidades de todos a través de la acción colectiva”, lo que significa una “iniciativa pública no lucrativa, incluso si sólo redistribuye la acumulación privada”. Agrega una frase primorosa: las decisiones públicas deben estar destinadas al mejoramiento social colectivo en el que todas las vidas humanas deben beneficiarse.
A nuestro juicio, al capitalismo neoliberal le falta la poesía que le sobra al socialismo biosférico y humanista del siglo XXI. El grave problema de la desregulada globalización radica en que los países son gobernados, no por estadistas, sino por apparatchiks de la nomenklatura contable y financiera de las trasnacionales depredadoras, actividades que en la historia de las grandes civilizaciones (términos que hay que rescatar frente a la devastación barbárica del neoliberalismo global) siempre fueron ocupaciones menores frente al generoso desprendimiento de la meditación filosófica y las invaluables aportaciones de la ciencia pura, que juntas condicionan la sapiencia universal.
La crisis de la desregulada globalización financierista es peor que un fracaso de un paradigma económico: es el derrumbe axiológico y metafísico de la otrora civilización occidental que feneció en los avernos especulativos de los Sodoma y Gomorra posmodernos de Wall Street y la City.
Carlos Fernández-Vega: México SA
Allá por noviembre del año pasado la clase política nacional se congratulaba por lo bien que había hecho su trabajo de corte y confección en materia de gasto público para el siguiente ejercicio. Una vez aprobadas las modificaciones a la segunda versión del presupuesto federal de egresos 2009, tanto el inquilino de Los Pinos (es el más alto de la historia) como los legisladores (con él enfrentaremos correctamente la coyuntura económica) celebraron que en tiempo y forma armaron el paquete económico para el año en curso, y subrayaron el aumento sustantivo en los recursos destinados a infraestructura: carretera, hidráulica, hospitalaria, educativa, deportiva, ferroviaria y para seguridad pública, aunque obviaron reconocer que en renglones electoral y políticamente no tan vendibles ni vistosos como los citados, pero sí de enorme relevancia para los mexicanos, la norma fue sacar la tijera y recortar donde el filo cayera.
El motivo de la fiesta fue que el presupuesto de egresos de la federación para 2009 sumaba poco más de 3 billones 45 mil millones de pesos, un incremento cercano a 200 mil millones respecto del primer paquete económico presentado por el gobierno calderonista antes del estallido oficial de la crisis, la cual de tiempo atrás había sido registrada por prácticamente todos, menos por los que oficialmente deberían ser los primeros en enterarse. En este contexto, por ejemplo, entre reasignaciones y reacomodos el inquilino de Los Pinos y los legisladores acordaron un incremento real de 10.9 por ciento en el presupuesto 2009 del sector salud, lo que sin duda es una noticia para celebrar, aunque a la hora de conocer el detalle tal crecimiento se concentró en infraestructura hospitalaria, lo que si bien es positivo descobijó a otras áreas de salud igualmente relevantes, algo que lamentablemente se comprobó en los hechos durante la presente emergencia sanitaria.
De todos es padecido que nuestra heroica clase política sólo puede concentrarse –es un decir– en una crisis a la vez. Exigirle que atienda la problemática nacional en conjunto sería un acto infame de los mexicanos, quienes a estas alturas parecen no comprender cabalmente las limitaciones extremas de quienes la integran. Así, esa clase política se dedicó –también es un decir– a la crisis de seguridad, que la llevó a obviar la crisis económica, aunque ambas fueron dejadas a un lado por la crisis sanitaria, la cual dejó para mejor momento el combate al narcotráfico y la medicación del catarrito.
Como está por superarse la emergencia sanitaria, según la versión oficial, probablemente alguien se acuerde de la crisis económica –potenciada por la epidemia– y de seguridad. Pero en vía de mientras, lo que la influenza rebautizada dejó en claro es que el país reporta peligrosas carencias en salud y prevención de enfermedades, por mucho que se incremente el presupuesto hospitalario.
Cifras de la Cámara de Diputados revelan que, tras reacomodos y reasignaciones, los dineros públicos que se destinarán en 2009 a los proyectos de infraestructura social de salud resultan 600 por ciento mayores a los que para el mismo fin se canalizaron en 2008 (asegura la Cámara de Diputados que 9 mil 282.3 millones son para salud, de los que 6 mil 168 millones serán para la construcción, ampliación y rehabilitación de infraestructura de salud en las entidades federativas), y que los aprobados para los programas de atención a familias y población vulnerable y a la atención de personas con discapacidad reportan aumentos de 27.7 y 31.4 por ciento, respectivamente.
Una buena decisión, sin duda, pero el problema es que más allá de esos tres renglones prioritarios, los demás fueron recortados o en el mejor de los casos no se modificaron con respecto al año anterior. Por ejemplo, llama profundamente la atención ciertos tijeretazos presupuestales pactados por el inquilino de Los Pinos y los diputados, especialmente cuando se conoce la presencia regular de ciertas epidemias. Así, para 2009 Ejecutivo y Legislativo decidieron reducir 3.5 por ciento, en términos reales y respecto a 2008, el presupuesto destinado a la vigilancia epidemiológica, algo que, como ha quedado demostrado, es un renglón de salud pública y además de seguridad nacional. A tal fin a lo largo del presente año se tienen considerados (cuando menos hasta antes de la emergencia sanitaria) sólo 836.5 millones de pesos, o lo que es lo mismo un monto equivalente a 4.8 por ciento de los 17 mil 400 millones que ayer anunció el doctor catarrito como apoyos económicos emergentes para enfrentar el brote de influenza (nótese que dice brote, no epidemia, como debe ser) y así apuntalar la actividad económica.
Lo anterior recuerda los casi 20 mil millones de pesos que Fox y Calderón han canalizado a las grandes empresas privadas (nacionales y extranjeras) disfrazados de subsidios a la investigación y el desarrollo tecnológico, dineros públicos utilizados por Sabritas, Bimbo o las trasnacionales automotrices, por citar sólo esos ejemplos, que debieron ser invertidos en dichos renglones pero en beneficio de la nación. ¿Que sería de la investigación y la vigilancia epidemiólogica en el país si a sus escasos haberes le sumaran esos 20 mil millones? Sin duda Sabritas, Bimbo y las demás tendrían que gastar de su dinero para mejorar sus productos, pero los mexicanos tendrían recursos para y certidumbre en el combate de las epidemias. Pero como la clase política todo lo hace al revés, los consorcios privados mejoran sus productos con dineros de la nación, mientras los mexicanos constatan que no hay dinero ni certidumbre.
Otras víctimas del tijeretazo presupuestal 2009 en el sector salud son los siguientes programas (todos son porcentajes negativos): investigación y desarrollo tecnológico en salud, 2.8; fortalecimiento de las redes de servicios de salud, 3; asistencia social y protección del paciente, 6.8; calidad en salud e innovación, 2.8; caravanas de la salud, 0.3; cooperación internacional en salud, cero; formación de recursos humanos especializados para la salud, 1.6; comunidades saludables, 3; protección y desarrollo integral de la infancia, 1.2; protección contra riesgos sanitarios, 2.3; reducción de enfermedades prevenibles por vacunación, 3.7; sistema integral de calidad en salud, 4.8.
Las rebanadas del pastel
Otro dato aportado por la Cámara de Diputados: en México el gasto público en salud como proporción del PIB ronda 2.7 por ciento; en Kenia, 2.1, por ejemplo.
cfvmexico_sa@hotmail.com • mexicosa@infinitum.com.mx
Allá por noviembre del año pasado la clase política nacional se congratulaba por lo bien que había hecho su trabajo de corte y confección en materia de gasto público para el siguiente ejercicio. Una vez aprobadas las modificaciones a la segunda versión del presupuesto federal de egresos 2009, tanto el inquilino de Los Pinos (es el más alto de la historia) como los legisladores (con él enfrentaremos correctamente la coyuntura económica) celebraron que en tiempo y forma armaron el paquete económico para el año en curso, y subrayaron el aumento sustantivo en los recursos destinados a infraestructura: carretera, hidráulica, hospitalaria, educativa, deportiva, ferroviaria y para seguridad pública, aunque obviaron reconocer que en renglones electoral y políticamente no tan vendibles ni vistosos como los citados, pero sí de enorme relevancia para los mexicanos, la norma fue sacar la tijera y recortar donde el filo cayera.
El motivo de la fiesta fue que el presupuesto de egresos de la federación para 2009 sumaba poco más de 3 billones 45 mil millones de pesos, un incremento cercano a 200 mil millones respecto del primer paquete económico presentado por el gobierno calderonista antes del estallido oficial de la crisis, la cual de tiempo atrás había sido registrada por prácticamente todos, menos por los que oficialmente deberían ser los primeros en enterarse. En este contexto, por ejemplo, entre reasignaciones y reacomodos el inquilino de Los Pinos y los legisladores acordaron un incremento real de 10.9 por ciento en el presupuesto 2009 del sector salud, lo que sin duda es una noticia para celebrar, aunque a la hora de conocer el detalle tal crecimiento se concentró en infraestructura hospitalaria, lo que si bien es positivo descobijó a otras áreas de salud igualmente relevantes, algo que lamentablemente se comprobó en los hechos durante la presente emergencia sanitaria.
De todos es padecido que nuestra heroica clase política sólo puede concentrarse –es un decir– en una crisis a la vez. Exigirle que atienda la problemática nacional en conjunto sería un acto infame de los mexicanos, quienes a estas alturas parecen no comprender cabalmente las limitaciones extremas de quienes la integran. Así, esa clase política se dedicó –también es un decir– a la crisis de seguridad, que la llevó a obviar la crisis económica, aunque ambas fueron dejadas a un lado por la crisis sanitaria, la cual dejó para mejor momento el combate al narcotráfico y la medicación del catarrito.
Como está por superarse la emergencia sanitaria, según la versión oficial, probablemente alguien se acuerde de la crisis económica –potenciada por la epidemia– y de seguridad. Pero en vía de mientras, lo que la influenza rebautizada dejó en claro es que el país reporta peligrosas carencias en salud y prevención de enfermedades, por mucho que se incremente el presupuesto hospitalario.
Cifras de la Cámara de Diputados revelan que, tras reacomodos y reasignaciones, los dineros públicos que se destinarán en 2009 a los proyectos de infraestructura social de salud resultan 600 por ciento mayores a los que para el mismo fin se canalizaron en 2008 (asegura la Cámara de Diputados que 9 mil 282.3 millones son para salud, de los que 6 mil 168 millones serán para la construcción, ampliación y rehabilitación de infraestructura de salud en las entidades federativas), y que los aprobados para los programas de atención a familias y población vulnerable y a la atención de personas con discapacidad reportan aumentos de 27.7 y 31.4 por ciento, respectivamente.
Una buena decisión, sin duda, pero el problema es que más allá de esos tres renglones prioritarios, los demás fueron recortados o en el mejor de los casos no se modificaron con respecto al año anterior. Por ejemplo, llama profundamente la atención ciertos tijeretazos presupuestales pactados por el inquilino de Los Pinos y los diputados, especialmente cuando se conoce la presencia regular de ciertas epidemias. Así, para 2009 Ejecutivo y Legislativo decidieron reducir 3.5 por ciento, en términos reales y respecto a 2008, el presupuesto destinado a la vigilancia epidemiológica, algo que, como ha quedado demostrado, es un renglón de salud pública y además de seguridad nacional. A tal fin a lo largo del presente año se tienen considerados (cuando menos hasta antes de la emergencia sanitaria) sólo 836.5 millones de pesos, o lo que es lo mismo un monto equivalente a 4.8 por ciento de los 17 mil 400 millones que ayer anunció el doctor catarrito como apoyos económicos emergentes para enfrentar el brote de influenza (nótese que dice brote, no epidemia, como debe ser) y así apuntalar la actividad económica.
Lo anterior recuerda los casi 20 mil millones de pesos que Fox y Calderón han canalizado a las grandes empresas privadas (nacionales y extranjeras) disfrazados de subsidios a la investigación y el desarrollo tecnológico, dineros públicos utilizados por Sabritas, Bimbo o las trasnacionales automotrices, por citar sólo esos ejemplos, que debieron ser invertidos en dichos renglones pero en beneficio de la nación. ¿Que sería de la investigación y la vigilancia epidemiólogica en el país si a sus escasos haberes le sumaran esos 20 mil millones? Sin duda Sabritas, Bimbo y las demás tendrían que gastar de su dinero para mejorar sus productos, pero los mexicanos tendrían recursos para y certidumbre en el combate de las epidemias. Pero como la clase política todo lo hace al revés, los consorcios privados mejoran sus productos con dineros de la nación, mientras los mexicanos constatan que no hay dinero ni certidumbre.
Otras víctimas del tijeretazo presupuestal 2009 en el sector salud son los siguientes programas (todos son porcentajes negativos): investigación y desarrollo tecnológico en salud, 2.8; fortalecimiento de las redes de servicios de salud, 3; asistencia social y protección del paciente, 6.8; calidad en salud e innovación, 2.8; caravanas de la salud, 0.3; cooperación internacional en salud, cero; formación de recursos humanos especializados para la salud, 1.6; comunidades saludables, 3; protección y desarrollo integral de la infancia, 1.2; protección contra riesgos sanitarios, 2.3; reducción de enfermedades prevenibles por vacunación, 3.7; sistema integral de calidad en salud, 4.8.
Las rebanadas del pastel
Otro dato aportado por la Cámara de Diputados: en México el gasto público en salud como proporción del PIB ronda 2.7 por ciento; en Kenia, 2.1, por ejemplo.
cfvmexico_sa@hotmail.com • mexicosa@infinitum.com.mx
Crisis sanitaria y emergencia múltiple
Luego de 12 días de contingencia sanitaria como consecuencia del brote de influenza A en la capital del país, y una vez que, a decir de las autoridades, se confirmó la tendencia a la baja en los ingresos a los servicios de salud pública a causa de ese padecimiento, el titular de la Secretaría de Salud federal (Ssa), José Ángel Córdova Villalobos, informó el pasado lunes que se reanudarán hoy todas las actividades económicas suspendidas, y que el retorno a clases se dará de forma gradual y escalonada los próximos 7 y 11 de mayo.
Si la crisis de salud pública no se agrava y continúa su tendencia a disminuir, la población en su conjunto, y especialmente la que habita en la región del valle de México, podrá retomar una normalidad que, de cualquier forma, no podrá ser la misma que la que imperaba hasta antes del 23 de abril. Por el contrario, al término de la emergencia sanitaria el país se encontrará con la evidencia de un sistema de salud pública en ruinas como consecuencia de décadas de restricciones presupuestarias, carente, por la misma razón, de laboratorios adecuados y del material necesario para la protección del personal, e incapaz de realizar oportunamente tareas fundamentales de diagnóstico, monitoreo y seguimiento de contagios y de proteger, por ende, a la población de amenazas como la del virus A/H1N1 y de otras que se presentarán en el futuro y que pudieran resultar mucho más devastadoras.
Adicionalmente, debido a las medidas de prevención adoptadas a raíz de la epidemia, pero también en razón de las actitudes histéricas y de acciones de especulación con la emergencia sanitaria (como el cierre de mercados a productos porcinos decretado de manera unilateral por distintos países), los impactos del desastre económico mundial se habrán recrudecido en lo global y, de manera particularmente aguda, en lo nacional. Resultan significativas, al respecto, las estimaciones dadas a conocer ayer por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público de que el impacto de la epidemia en México representa entre 0.3 por ciento y 0.5 por ciento del producto interno bruto (PIB), lo que equivale a pérdidas por unos 30 mil millones de pesos. A ello debe sumarse la intemperie económica que los sectores mayoritarios del país han afrontado en los últimos cuatro lustros, como consecuencia de la aplicación en México de las catastróficas recetas del llamado consenso de Washington.
Por añadidura, el país habrá de recordar en los días próximos que la crisis de seguridad pública y el déficit de estado de derecho no por haber pasado a un segundo o tercer plano noticioso han desaparecido: la alarmante debilidad del Estado ante la delincuencia organizada sigue presente en la vida nacional, como lo demuestran las 42 ejecuciones que ocurrieron tan sólo el pasado fin de semana, una cifra muy superior a las 26 muertes que, según la propia Ssa, se han producido a escala nacional como consecuencia de la influenza humana. En adición a lo anterior debe considerarse la difícil situación creada en el ámbito internacional por reacciones de intolerancia, discriminación y racismo contra los mexicanos, pero también por la escasa credibilidad externa del actual gobierno y por una estrategia de contención de la epidemia que ha sido vista por propios y extraños como errática, tardía e indolente.
La suma de estas circunstancias hace pensar en la necesidad de una recomposición urgente y de fondo de la vida política e institucional del país a fin de hacer frente a una multiplicidad de problemas que sería todo un desafío incluso para un Estado sólido, sano y firme, dotado de credibilidad y legitimidad plenas, y que se torna mucho más complicada para las instituciones nacionales, afectadas por la falta de representatividad, la corrupción, el descrédito, la insensibilidad y la frivolidad de quienes las encabezan, así como por la persistente fractura nacional creada en el curso del desaseado proceso electoral de 2006, que culminó en unos resultados que, a ojos de un importante sector de la población, carecen de verosimilitud.
El ejercicio gubernamental y la acción partidista y legislativa deben superar lo mucho que tienen de práctica de simulación y empezar a tomar en cuenta al país real, a la población golpeada por la economía, por la propagación de la influenza, por la criminalidad, por la corrupción, por la marginación, por la miseria y, por si hiciera falta, por una oleada de racismo antimexicano en diversas naciones.
En suma, las campañas electorales que acaban de arrancar deben acusar recibo de la multiplicidad de emergencias por las que atraviesa el país –la sanitaria (que aún no acaba de disiparse), la económica, la social, la de seguridad y la política–; dejar de lado la demagogia, la politiquería y las guerras de lodo, y ofrecer a la ciudadanía realismo, honestidad y, sobre todo, la humildad de una clase política que ha vivido, por décadas, de espaldas a la realidad nacional.
Si la crisis de salud pública no se agrava y continúa su tendencia a disminuir, la población en su conjunto, y especialmente la que habita en la región del valle de México, podrá retomar una normalidad que, de cualquier forma, no podrá ser la misma que la que imperaba hasta antes del 23 de abril. Por el contrario, al término de la emergencia sanitaria el país se encontrará con la evidencia de un sistema de salud pública en ruinas como consecuencia de décadas de restricciones presupuestarias, carente, por la misma razón, de laboratorios adecuados y del material necesario para la protección del personal, e incapaz de realizar oportunamente tareas fundamentales de diagnóstico, monitoreo y seguimiento de contagios y de proteger, por ende, a la población de amenazas como la del virus A/H1N1 y de otras que se presentarán en el futuro y que pudieran resultar mucho más devastadoras.
Adicionalmente, debido a las medidas de prevención adoptadas a raíz de la epidemia, pero también en razón de las actitudes histéricas y de acciones de especulación con la emergencia sanitaria (como el cierre de mercados a productos porcinos decretado de manera unilateral por distintos países), los impactos del desastre económico mundial se habrán recrudecido en lo global y, de manera particularmente aguda, en lo nacional. Resultan significativas, al respecto, las estimaciones dadas a conocer ayer por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público de que el impacto de la epidemia en México representa entre 0.3 por ciento y 0.5 por ciento del producto interno bruto (PIB), lo que equivale a pérdidas por unos 30 mil millones de pesos. A ello debe sumarse la intemperie económica que los sectores mayoritarios del país han afrontado en los últimos cuatro lustros, como consecuencia de la aplicación en México de las catastróficas recetas del llamado consenso de Washington.
Por añadidura, el país habrá de recordar en los días próximos que la crisis de seguridad pública y el déficit de estado de derecho no por haber pasado a un segundo o tercer plano noticioso han desaparecido: la alarmante debilidad del Estado ante la delincuencia organizada sigue presente en la vida nacional, como lo demuestran las 42 ejecuciones que ocurrieron tan sólo el pasado fin de semana, una cifra muy superior a las 26 muertes que, según la propia Ssa, se han producido a escala nacional como consecuencia de la influenza humana. En adición a lo anterior debe considerarse la difícil situación creada en el ámbito internacional por reacciones de intolerancia, discriminación y racismo contra los mexicanos, pero también por la escasa credibilidad externa del actual gobierno y por una estrategia de contención de la epidemia que ha sido vista por propios y extraños como errática, tardía e indolente.
La suma de estas circunstancias hace pensar en la necesidad de una recomposición urgente y de fondo de la vida política e institucional del país a fin de hacer frente a una multiplicidad de problemas que sería todo un desafío incluso para un Estado sólido, sano y firme, dotado de credibilidad y legitimidad plenas, y que se torna mucho más complicada para las instituciones nacionales, afectadas por la falta de representatividad, la corrupción, el descrédito, la insensibilidad y la frivolidad de quienes las encabezan, así como por la persistente fractura nacional creada en el curso del desaseado proceso electoral de 2006, que culminó en unos resultados que, a ojos de un importante sector de la población, carecen de verosimilitud.
El ejercicio gubernamental y la acción partidista y legislativa deben superar lo mucho que tienen de práctica de simulación y empezar a tomar en cuenta al país real, a la población golpeada por la economía, por la propagación de la influenza, por la criminalidad, por la corrupción, por la marginación, por la miseria y, por si hiciera falta, por una oleada de racismo antimexicano en diversas naciones.
En suma, las campañas electorales que acaban de arrancar deben acusar recibo de la multiplicidad de emergencias por las que atraviesa el país –la sanitaria (que aún no acaba de disiparse), la económica, la social, la de seguridad y la política–; dejar de lado la demagogia, la politiquería y las guerras de lodo, y ofrecer a la ciudadanía realismo, honestidad y, sobre todo, la humildad de una clase política que ha vivido, por décadas, de espaldas a la realidad nacional.
omo en muchos otros momentos de la historia, nuevamente la enfermedad se ha ensañado con nuestra sociedad. Con la epidemia, la salud de muchos mexicanos se ha visto afectada. Decenas de ellos han perdido la vida y es imposible ignorar el grado de riesgo que estamos sufriendo. Somos millones los que en estos días hemos compartido una enorme preocupación por la magnitud y la potencialidad negativa de esta amenaza.
Sin embargo, los daños de la epidemia, los directos y los intangibles, al igual que ella misma, apenas se empiezan a notar. Los casos de enfermedad, los de muerte y el pánico de la gente, han sido la expresión inicial de esta patología. A ella se deben sumar muchas otras consecuencias. La economía, la vida política, la imagen de México en el extranjero y el propio comportamiento colectivo han sido trastocados.
Durante los pasados 12 días, la mayor parte de nuestra población ha valorado de manera directa la importancia de la salud. La emergencia sanitaria originada por la epidemia de influenza nos ha obligado a reflexionar y a actuar. Ha hecho que cambiemos súbitamente nuestra forma de vida. Ha interrumpido hábitos y obligado a tomar patrones que nos resultaban distintos. Hoy nos damos cuenta que sin salud poco importan muchas cosas materiales. Hoy estamos seguros que la salud va primero.
Cuando llegue el momento de hacer el balance, encontraremos que muchas cosas han cambiado, pero que otras persisten. Tendremos nueva evidencia de que la injusticia se ensaña con el pobre y el ignorante. Contaremos con un ejemplo adicional de que si bien es cierto que la enfermedad afecta a todos, sus consecuencias no son iguales. Acumularemos pruebas de que las secuelas más negativas las habrán padecido los que tienen menos y más necesitan. Una vez más nos encontraremos con la dureza de la falta de solidaridad internacional y la hipocresía de algunos que un día aportan bienes materiales y al siguiente discriminan, vejan y excluyen y que, además, lo hacen sin sustento científico. Al final nos sobrarán ejemplos de que el problema en la sociedad contemporánea reside en el resquebrajamiento del sistema de valores.
Muchas cosas traducen el comportamiento de la epidemia. Por una parte, la necesidad de revisar a fondo nuestro sistema de salud. Requerimos de mayor eficiencia, de respuestas más oportunas, de una articulación más contundente. México necesita contar con un verdadero sistema nacional de salud. Con un sistema público de cobertura universal, con capacidad de respuesta en los servicios personales y también en los colectivos, descentralizado pero coordinado, con sistemas de vigilancia epidemiológica pertinentes, incluida una red de laboratorios de salud pública de alta calidad.
Por la otra, de entender que la verdadera inversión del país se tiene que dar en la educación superior, en la investigación científica, en los proyectos que apuntalen la soberanía nacional, en aquellos que atenúen, hasta desaparecer, nuestra dependencia del exterior. No podemos regresar al mismo estado de cosas cuando se someta esta epidemia. Son muchos los países para los que antes éramos referente y a los que ahora les vemos la espalda. Son muchas las sociedades que optaron por un rumbo distinto y que ahora, dos o tres décadas más tarde, se han vuelto el ejemplo a seguir.
Al hacer el recuento objetivo será muy clara la importancia que para nuestra sociedad tienen las instituciones públicas. A aquellos a quienes su dogma les permite imaginar que la salud y la educación son el siguiente caso de privatización, les resultará imposible plantear una respuesta organizada y oportuna a partir de su fantasía. No estaríamos aquí en ese supuesto, seguiríamos contando los casos y las defunciones, estaríamos preocupados por canalizar la rabia colectiva, estaríamos denunciando a quienes se aprovechan de la situación, a quienes han encontrado un nuevo nicho de mercado: el del dolor y la desvergüenza.
El país y su capital han sido golpeados. Nadie puede negar la dureza de la epidemia, la extensión de sus estragos. También es cierto que no es este el primer problema de esta magnitud que nuestra ciudad enfrenta. Como en otras ocasiones saldremos adelante. No tengo duda. Lo haremos con trabajo y determinación; con ideas y unidad; con el fortalecimiento de nuestras instituciones y una nueva visión de futuro; con el cambio de paradigmas y nuevas apuestas en favor de la ciencia y la tecnología, de la autonomía que da el saber y que garantiza el hacer; con la apuesta por el futuro, por la innovación y el desarrollo humano; con el compromiso de los sectores y la guía de la cultura y el humanismo.
Tenemos que aprender con prontitud y responder con rapidez. Ni la amenaza ha cedido ni lo peor ha quedado atrás. En virtud de las circunstancias, sólo hemos recibido un aviso, un grave anticipo. No es esta la que algunos anunciaban como la epidemia inminente. Ni la infectividad ni la letalidad de este tipo de casos son lo peor que nos puede ocurrir. Por ello, tenemos que transformar los modelos de operación y fortalecer sus capacidades de respuesta. Es urgente hacerlo, es indispensable mejorar nuestra capacidad instalada y ponerla en la ruta debida.
Como siempre, las mejores muestras, las de solidaridad y compromiso, las de comprensión y colaboración las dieron los integrantes de la sociedad y los profesionales. Ahí están médicos y enfermeras, trabajadores de la salud y científicos, pero también familias y los trabajadores que dependen del ingreso diario, los que viven literalmente al día y de lo que obtienen en su jornada.
Tenemos que ver hacia adelante, con optimismo y convicción, con la certeza de que si trabajamos juntos y con intensidad, podremos mejorar nuestras condiciones, tener un porvenir más digno. Ante la adversidad hay que reconocer las hazañas de la gente de nuestro país. En esa tarea, la ciudad y México pueden estar seguros de que cuentan con la UNAM, con su Universidad Nacional.
* Mensaje del rector de la Universidad Nacional Autónoma de México al Consejo para la Recuperación Sanitaria y Económica de la Ciudad de México
Alejandro Nadal: Influenza A/H1N1: la punta del iceberg
Sin embargo, los daños de la epidemia, los directos y los intangibles, al igual que ella misma, apenas se empiezan a notar. Los casos de enfermedad, los de muerte y el pánico de la gente, han sido la expresión inicial de esta patología. A ella se deben sumar muchas otras consecuencias. La economía, la vida política, la imagen de México en el extranjero y el propio comportamiento colectivo han sido trastocados.
Durante los pasados 12 días, la mayor parte de nuestra población ha valorado de manera directa la importancia de la salud. La emergencia sanitaria originada por la epidemia de influenza nos ha obligado a reflexionar y a actuar. Ha hecho que cambiemos súbitamente nuestra forma de vida. Ha interrumpido hábitos y obligado a tomar patrones que nos resultaban distintos. Hoy nos damos cuenta que sin salud poco importan muchas cosas materiales. Hoy estamos seguros que la salud va primero.
Cuando llegue el momento de hacer el balance, encontraremos que muchas cosas han cambiado, pero que otras persisten. Tendremos nueva evidencia de que la injusticia se ensaña con el pobre y el ignorante. Contaremos con un ejemplo adicional de que si bien es cierto que la enfermedad afecta a todos, sus consecuencias no son iguales. Acumularemos pruebas de que las secuelas más negativas las habrán padecido los que tienen menos y más necesitan. Una vez más nos encontraremos con la dureza de la falta de solidaridad internacional y la hipocresía de algunos que un día aportan bienes materiales y al siguiente discriminan, vejan y excluyen y que, además, lo hacen sin sustento científico. Al final nos sobrarán ejemplos de que el problema en la sociedad contemporánea reside en el resquebrajamiento del sistema de valores.
Muchas cosas traducen el comportamiento de la epidemia. Por una parte, la necesidad de revisar a fondo nuestro sistema de salud. Requerimos de mayor eficiencia, de respuestas más oportunas, de una articulación más contundente. México necesita contar con un verdadero sistema nacional de salud. Con un sistema público de cobertura universal, con capacidad de respuesta en los servicios personales y también en los colectivos, descentralizado pero coordinado, con sistemas de vigilancia epidemiológica pertinentes, incluida una red de laboratorios de salud pública de alta calidad.
Por la otra, de entender que la verdadera inversión del país se tiene que dar en la educación superior, en la investigación científica, en los proyectos que apuntalen la soberanía nacional, en aquellos que atenúen, hasta desaparecer, nuestra dependencia del exterior. No podemos regresar al mismo estado de cosas cuando se someta esta epidemia. Son muchos los países para los que antes éramos referente y a los que ahora les vemos la espalda. Son muchas las sociedades que optaron por un rumbo distinto y que ahora, dos o tres décadas más tarde, se han vuelto el ejemplo a seguir.
Al hacer el recuento objetivo será muy clara la importancia que para nuestra sociedad tienen las instituciones públicas. A aquellos a quienes su dogma les permite imaginar que la salud y la educación son el siguiente caso de privatización, les resultará imposible plantear una respuesta organizada y oportuna a partir de su fantasía. No estaríamos aquí en ese supuesto, seguiríamos contando los casos y las defunciones, estaríamos preocupados por canalizar la rabia colectiva, estaríamos denunciando a quienes se aprovechan de la situación, a quienes han encontrado un nuevo nicho de mercado: el del dolor y la desvergüenza.
El país y su capital han sido golpeados. Nadie puede negar la dureza de la epidemia, la extensión de sus estragos. También es cierto que no es este el primer problema de esta magnitud que nuestra ciudad enfrenta. Como en otras ocasiones saldremos adelante. No tengo duda. Lo haremos con trabajo y determinación; con ideas y unidad; con el fortalecimiento de nuestras instituciones y una nueva visión de futuro; con el cambio de paradigmas y nuevas apuestas en favor de la ciencia y la tecnología, de la autonomía que da el saber y que garantiza el hacer; con la apuesta por el futuro, por la innovación y el desarrollo humano; con el compromiso de los sectores y la guía de la cultura y el humanismo.
Tenemos que aprender con prontitud y responder con rapidez. Ni la amenaza ha cedido ni lo peor ha quedado atrás. En virtud de las circunstancias, sólo hemos recibido un aviso, un grave anticipo. No es esta la que algunos anunciaban como la epidemia inminente. Ni la infectividad ni la letalidad de este tipo de casos son lo peor que nos puede ocurrir. Por ello, tenemos que transformar los modelos de operación y fortalecer sus capacidades de respuesta. Es urgente hacerlo, es indispensable mejorar nuestra capacidad instalada y ponerla en la ruta debida.
Como siempre, las mejores muestras, las de solidaridad y compromiso, las de comprensión y colaboración las dieron los integrantes de la sociedad y los profesionales. Ahí están médicos y enfermeras, trabajadores de la salud y científicos, pero también familias y los trabajadores que dependen del ingreso diario, los que viven literalmente al día y de lo que obtienen en su jornada.
Tenemos que ver hacia adelante, con optimismo y convicción, con la certeza de que si trabajamos juntos y con intensidad, podremos mejorar nuestras condiciones, tener un porvenir más digno. Ante la adversidad hay que reconocer las hazañas de la gente de nuestro país. En esa tarea, la ciudad y México pueden estar seguros de que cuentan con la UNAM, con su Universidad Nacional.
* Mensaje del rector de la Universidad Nacional Autónoma de México al Consejo para la Recuperación Sanitaria y Económica de la Ciudad de México
Alejandro Nadal: Influenza A/H1N1: la punta del iceberg
Pocos percances industriales tienen la capacidad de revelar los defectos más profundos de una sociedad. La reciente epidemia de fiebre porcina es un caso emblemático. Aunque para muchos es una calamidad caída del cielo, la realidad es que se trata de un desastre industrial, similar al de Bhopal, en India (1984) o al de Chernobyl (1986).
Al igual que esos eventos, el desastre del virus de influenza porcina A/H1N1 muestra con extraordinaria claridad las lacras de un sistema industrial grotesco, de un gobierno ineficiente, y seguramente corrupto, además del colapso del sistema de salud pública.
El desastre de las fábricas granjeras Carroll (GCM) dice mucho sobre nuestra “civilización”. Lo fundamental es que no se trata de una calamidad que nos cae del cielo, o de un evento altamente improbable. Para nada. Al igual que la crisis económica, el desastre de la epidemia de A/H1N1 es el resultado predecible de la acción humana y de fallas de políticas regulatorias que pueden y deben ser cambiadas. Es la consecuencia de una forma de producir cárnicos que es repugnante en su inmundicia. El trato despiadado a los animales dice mucho de la falta de respeto que puede tener el ser humano consigo mismo.
En esta industria el proceso de producción comienza con el empleo masivo de métodos de inseminación artificial. Esto empobrece la variabilidad genética de los animales y para mantenerlos vivos en confinamiento se necesitan cantidades masivas de antibióticos y vitaminas. En algunas plantas porcícolas se administran fuertes dosis de estimulantes que desencadenan un apetito voraz para que los animales ganen peso rápidamente. Esto se complementa con dosis masivas de hormonas para rápido crecimiento.
Las importaciones de maíz amarillo y de soya, al amparo del TLCAN, son clave para este sistema. Esos insumos proporcionan carbohidratos y proteínas fácilmente digeribles que permiten a los animales confinados ganar peso más rápidamente que en la ganadería extensiva.
La concentración de decenas de miles de cerdos en espacios reducidos impone el intercambio de virus entre animales. Este tráfico abre las puertas a mutaciones rápidas y al surgimiento de mutaciones patógenas cada vez más resistentes. La aparición de agentes patógenos afecta a la población de cerdos, pero algunas mutaciones permiten traspasar las barreras entre especies y los humanos pueden verse afectados.
No existe una norma oficial mexicana sobre el hacinamiento de cerdos en granjas porcícolas (lo que dice mucho). La NOM-062-ZOO-1999 para animales de laboratorio establece que cerdos de 20 kilos deben tener un espacio mínimo de 0.56 metros cuadrados. Es un indicador terrible de lo que deben ser las condiciones en las fábricas porcícolas.
Eso sí, existe una norma oficial (NOM-060-ZOO-1999) sobre “transformación de despojos animales para su empleo en la alimentación animal”. Contiene las especificaciones para utilizar despojos de cerdos en plantas reductoras con el fin de usarlos “en la alimentación de rumiantes”. Sí, leyó usted bien y lo puede corroborar en el Diario Oficial del 28 de junio de 2001. Es un escándalo relacionado con toda la producción de carne.
La industria de cárnicos busca economías de escala, pero los costos para la sociedad en materia ambiental y de salud humana son cada vez mayores. En el plano económico estas gigantescas concentraciones de animales son la otra cara de la destrucción de la economía campesina de pequeña escala, más generadora de empleos y más apta para un manejo responsable del medio ambiente.
El círculo se cierra con una noticia sorprendente: Granjas Carroll es socio anfitrión de 22 proyectos dentro del Mecanismo de Desarrollo Limpio del Protocolo de Kioto para reducir emisiones de gases invernadero. Los proyectos no se han puesto en operación, pero ya fueron certificados ante la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático. En estos esquemas el biogas producido por digestores anaeróbicos (en las lagunas de oxidación) es enviado a un generador de electricidad para la planta. Es decir, se utilizará gas metano (CH4) en lo que vendrían siendo proyectos de cogeneración (de entre 100 y 550 KWh) y reducirán el volumen de emisiones entre 3 mil 700 y 18 mil toneladas de CO2 equivalente. Los certificados asociados a estas reducciones pueden venderse en el mercado mundial de carbono.
El CH4 es un gas de efecto invernadero mucho más potente que el CO2, así que en el casino del mercado mundial de carbono, las reducciones de metano pueden ser un negocio muy lucrativo. Bonito mecanismo de desarrollo “limpio”. Literalmente, nunca antes había estado tan cerca la mierda del dinero. (Éste y otros aspectos de la catástrofe de la influenza porcina son el objeto de un trabajo colectivo que se dará a conocer próximamente.)
Ahora que comienzan a levantarse las medidas de la emergencia, lo peor de todo es que regrese la normalidad de la barbarie. Los tiempos del cambio han llegado y deben ser aprovechados de manera constructiva.
Carlos Martínez García: La Biblia de Lutero
Al igual que esos eventos, el desastre del virus de influenza porcina A/H1N1 muestra con extraordinaria claridad las lacras de un sistema industrial grotesco, de un gobierno ineficiente, y seguramente corrupto, además del colapso del sistema de salud pública.
El desastre de las fábricas granjeras Carroll (GCM) dice mucho sobre nuestra “civilización”. Lo fundamental es que no se trata de una calamidad que nos cae del cielo, o de un evento altamente improbable. Para nada. Al igual que la crisis económica, el desastre de la epidemia de A/H1N1 es el resultado predecible de la acción humana y de fallas de políticas regulatorias que pueden y deben ser cambiadas. Es la consecuencia de una forma de producir cárnicos que es repugnante en su inmundicia. El trato despiadado a los animales dice mucho de la falta de respeto que puede tener el ser humano consigo mismo.
En esta industria el proceso de producción comienza con el empleo masivo de métodos de inseminación artificial. Esto empobrece la variabilidad genética de los animales y para mantenerlos vivos en confinamiento se necesitan cantidades masivas de antibióticos y vitaminas. En algunas plantas porcícolas se administran fuertes dosis de estimulantes que desencadenan un apetito voraz para que los animales ganen peso rápidamente. Esto se complementa con dosis masivas de hormonas para rápido crecimiento.
Las importaciones de maíz amarillo y de soya, al amparo del TLCAN, son clave para este sistema. Esos insumos proporcionan carbohidratos y proteínas fácilmente digeribles que permiten a los animales confinados ganar peso más rápidamente que en la ganadería extensiva.
La concentración de decenas de miles de cerdos en espacios reducidos impone el intercambio de virus entre animales. Este tráfico abre las puertas a mutaciones rápidas y al surgimiento de mutaciones patógenas cada vez más resistentes. La aparición de agentes patógenos afecta a la población de cerdos, pero algunas mutaciones permiten traspasar las barreras entre especies y los humanos pueden verse afectados.
No existe una norma oficial mexicana sobre el hacinamiento de cerdos en granjas porcícolas (lo que dice mucho). La NOM-062-ZOO-1999 para animales de laboratorio establece que cerdos de 20 kilos deben tener un espacio mínimo de 0.56 metros cuadrados. Es un indicador terrible de lo que deben ser las condiciones en las fábricas porcícolas.
Eso sí, existe una norma oficial (NOM-060-ZOO-1999) sobre “transformación de despojos animales para su empleo en la alimentación animal”. Contiene las especificaciones para utilizar despojos de cerdos en plantas reductoras con el fin de usarlos “en la alimentación de rumiantes”. Sí, leyó usted bien y lo puede corroborar en el Diario Oficial del 28 de junio de 2001. Es un escándalo relacionado con toda la producción de carne.
La industria de cárnicos busca economías de escala, pero los costos para la sociedad en materia ambiental y de salud humana son cada vez mayores. En el plano económico estas gigantescas concentraciones de animales son la otra cara de la destrucción de la economía campesina de pequeña escala, más generadora de empleos y más apta para un manejo responsable del medio ambiente.
El círculo se cierra con una noticia sorprendente: Granjas Carroll es socio anfitrión de 22 proyectos dentro del Mecanismo de Desarrollo Limpio del Protocolo de Kioto para reducir emisiones de gases invernadero. Los proyectos no se han puesto en operación, pero ya fueron certificados ante la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático. En estos esquemas el biogas producido por digestores anaeróbicos (en las lagunas de oxidación) es enviado a un generador de electricidad para la planta. Es decir, se utilizará gas metano (CH4) en lo que vendrían siendo proyectos de cogeneración (de entre 100 y 550 KWh) y reducirán el volumen de emisiones entre 3 mil 700 y 18 mil toneladas de CO2 equivalente. Los certificados asociados a estas reducciones pueden venderse en el mercado mundial de carbono.
El CH4 es un gas de efecto invernadero mucho más potente que el CO2, así que en el casino del mercado mundial de carbono, las reducciones de metano pueden ser un negocio muy lucrativo. Bonito mecanismo de desarrollo “limpio”. Literalmente, nunca antes había estado tan cerca la mierda del dinero. (Éste y otros aspectos de la catástrofe de la influenza porcina son el objeto de un trabajo colectivo que se dará a conocer próximamente.)
Ahora que comienzan a levantarse las medidas de la emergencia, lo peor de todo es que regrese la normalidad de la barbarie. Los tiempos del cambio han llegado y deben ser aprovechados de manera constructiva.
Carlos Martínez García: La Biblia de Lutero
Lartín Lutero dio inicio el 4 de mayo de 1521 a la traducción de la Biblia al alemán. Al año siguiente se publica el Nuevo Testamento, y en 1534 toda la Biblia. En Alemania se están llevando a cabo distintos actos para conmemorar el comienzo de los trabajos traductores de Lutero, concluidos 13 años después, y que son el origen de la lengua germana moderna.
Lejos estaba Lutero de imaginar las profundas repercusiones religiosas, y socioculturales, que su solitaria labor tendría por toda Europa. Por primera vez en la historia un movimiento disidente de la Iglesia católica contó con un poderoso aliado: la imprenta, que Lutero y los suyos supieron usar profusamente para diseminar sus críticas y propuestas.
Como producto de la contrarreforma, la sociedad mexicana ha carecido de un referente religioso y literario representado por un libro: la Biblia. En contraste, sociedades como la inglesa y alemana tuvieron desde el siglo XVI, gracias a las traducciones bíblicas de William Tyndale y Martín Lutero, respectivamente, un basamento que se reflejó intensamente en la producción cultural de esas naciones. Ésta es la razón por la cual, al preguntársele a Bertolt Brecht, cuál consideraba era el libro alemán más importante, simplemente respondió: “Usted quizá se ría: la Biblia”.
Al salir de la Dieta de Worms, en la que comparece en abril de 1521 ante autoridades católicas y el emperador Carlos V, Lutero es secuestrado por enviados del príncipe Federico El Sabio, protector del ex monje agustino, y conducido al castillo de Wartburgo. En el lugar, a partir del 4 de mayo, Lutero emprende la frenética tarea de traducir el Nuevo Testamento al alemán. Lo hace a partir del texto griego, en agotadoras 10 semanas.
En un escrito de 1530 (Misiva sobre el arte de traducir), Martín Lutero explica y defiende sus razones para verter a su lengua materna el Nuevo Testamento: “Lo he traducido lo mejor que me ha sido posible y que mi conciencia me lo ha permitido. No obstante, a nadie he obligado a leerlo; he dejado libertad absoluta, y si lo he traducido, ha sido con la única intención de prestar un servicio a quienes no pueden hacerlo mejor que yo. A nadie le está vedado realizar una traducción más perfecta. No la lea el que no quiera hacerlo; ni le voy a pedir que la lea ni le alabaré si lo hace”.
Entre 1522, cuando es publicado el Nuevo Testamento al alemán, y la muerte del autor de su traducción (1546), son publicadas más de 300 ediciones de la Biblia en aquel idioma. El tiraje de esas ediciones fue de más de medio millón de ejemplares, cifra nunca antes alcanzada en la historia por libro alguno. La llamada Biblia de Lutero tuvo un papel central en la alfabetización del pueblo germano. Otro dato impresiona respecto a la autoría y circulación de los escritos de Lutero, y es el que señala cómo un tercio de la producción de libros en tierras alemanas en la primera mitad de siglo XVI eran obras de Lutero (Stephen Füssel, El libro de los libros. La Biblia de Lutero de 1534, una introducción histórico-cultural, Taschen, 2003).
La trascendencia cultural e histórica de la traducción de Lutero le da un cariz particular a la nación germana. Le sirve para fortalecer su identidad, para anteponer su idioma al dominante latín priorizado por la Iglesia católica. La Biblia de Lutero representa la democratización del conocimiento religioso, que desde este terreno se extiende a otros ámbitos, como el político. De ahí que se haga necesario aquilatar la afirmación de Johann Wolfgang von Goethe: “Los alemanes sólo se convirtieron en un pueblo con Lutero”.
Martín Lutero ve en la imprenta un medio invaluable para extender sus traducciones y escritos. La tenía por “un regalo divino, el más grande, el último don de Dios”. El instrumento tecnológico es considerado un aliado por Lutero, y lo usa eficazmente en la producción promedio de un libro cada 15 días. Incluso antes del inicio en mayo de 1521 de la traducción del Nuevo Testamento, entre 1517 (en octubre de 1517 cuando redacta las 95 tesis contra las indulgencias) y 1520 (cuando pública tres de sus principales escritos); se venden más de 300 mil ejemplares de 30 obras de Lutero.
La inmensa mayoría de quienes en vida de Lutero se enteraron de sus propuestas y razones para romper con el papado y la Iglesia católica, lo hicieron por medio de papeles impresos, la red más eficaz de la época, el YouTube de entonces. Resume bien el acontecimiento E. de Moreau: “Por primera vez en la historia de los hombres un vasto público de lectores ha podido juzgar las ideas revolucionarias gracias a un modo de comunicación que se dirigía a las masas, que utilizaba las lenguas vernáculas y que recurría tanto al arte del periodista como al del caricaturista”.
La versión de la Biblia de Lutero al alemán produjo varias lecturas, como la realizada por los campesinos. Su acercamiento les llevó a encontrar elementos para sustentar su crítica al régimen económico, y bases para la rebelión política. Pero ésa es otra historia.
Lejos estaba Lutero de imaginar las profundas repercusiones religiosas, y socioculturales, que su solitaria labor tendría por toda Europa. Por primera vez en la historia un movimiento disidente de la Iglesia católica contó con un poderoso aliado: la imprenta, que Lutero y los suyos supieron usar profusamente para diseminar sus críticas y propuestas.
Como producto de la contrarreforma, la sociedad mexicana ha carecido de un referente religioso y literario representado por un libro: la Biblia. En contraste, sociedades como la inglesa y alemana tuvieron desde el siglo XVI, gracias a las traducciones bíblicas de William Tyndale y Martín Lutero, respectivamente, un basamento que se reflejó intensamente en la producción cultural de esas naciones. Ésta es la razón por la cual, al preguntársele a Bertolt Brecht, cuál consideraba era el libro alemán más importante, simplemente respondió: “Usted quizá se ría: la Biblia”.
Al salir de la Dieta de Worms, en la que comparece en abril de 1521 ante autoridades católicas y el emperador Carlos V, Lutero es secuestrado por enviados del príncipe Federico El Sabio, protector del ex monje agustino, y conducido al castillo de Wartburgo. En el lugar, a partir del 4 de mayo, Lutero emprende la frenética tarea de traducir el Nuevo Testamento al alemán. Lo hace a partir del texto griego, en agotadoras 10 semanas.
En un escrito de 1530 (Misiva sobre el arte de traducir), Martín Lutero explica y defiende sus razones para verter a su lengua materna el Nuevo Testamento: “Lo he traducido lo mejor que me ha sido posible y que mi conciencia me lo ha permitido. No obstante, a nadie he obligado a leerlo; he dejado libertad absoluta, y si lo he traducido, ha sido con la única intención de prestar un servicio a quienes no pueden hacerlo mejor que yo. A nadie le está vedado realizar una traducción más perfecta. No la lea el que no quiera hacerlo; ni le voy a pedir que la lea ni le alabaré si lo hace”.
Entre 1522, cuando es publicado el Nuevo Testamento al alemán, y la muerte del autor de su traducción (1546), son publicadas más de 300 ediciones de la Biblia en aquel idioma. El tiraje de esas ediciones fue de más de medio millón de ejemplares, cifra nunca antes alcanzada en la historia por libro alguno. La llamada Biblia de Lutero tuvo un papel central en la alfabetización del pueblo germano. Otro dato impresiona respecto a la autoría y circulación de los escritos de Lutero, y es el que señala cómo un tercio de la producción de libros en tierras alemanas en la primera mitad de siglo XVI eran obras de Lutero (Stephen Füssel, El libro de los libros. La Biblia de Lutero de 1534, una introducción histórico-cultural, Taschen, 2003).
La trascendencia cultural e histórica de la traducción de Lutero le da un cariz particular a la nación germana. Le sirve para fortalecer su identidad, para anteponer su idioma al dominante latín priorizado por la Iglesia católica. La Biblia de Lutero representa la democratización del conocimiento religioso, que desde este terreno se extiende a otros ámbitos, como el político. De ahí que se haga necesario aquilatar la afirmación de Johann Wolfgang von Goethe: “Los alemanes sólo se convirtieron en un pueblo con Lutero”.
Martín Lutero ve en la imprenta un medio invaluable para extender sus traducciones y escritos. La tenía por “un regalo divino, el más grande, el último don de Dios”. El instrumento tecnológico es considerado un aliado por Lutero, y lo usa eficazmente en la producción promedio de un libro cada 15 días. Incluso antes del inicio en mayo de 1521 de la traducción del Nuevo Testamento, entre 1517 (en octubre de 1517 cuando redacta las 95 tesis contra las indulgencias) y 1520 (cuando pública tres de sus principales escritos); se venden más de 300 mil ejemplares de 30 obras de Lutero.
La inmensa mayoría de quienes en vida de Lutero se enteraron de sus propuestas y razones para romper con el papado y la Iglesia católica, lo hicieron por medio de papeles impresos, la red más eficaz de la época, el YouTube de entonces. Resume bien el acontecimiento E. de Moreau: “Por primera vez en la historia de los hombres un vasto público de lectores ha podido juzgar las ideas revolucionarias gracias a un modo de comunicación que se dirigía a las masas, que utilizaba las lenguas vernáculas y que recurría tanto al arte del periodista como al del caricaturista”.
La versión de la Biblia de Lutero al alemán produjo varias lecturas, como la realizada por los campesinos. Su acercamiento les llevó a encontrar elementos para sustentar su crítica al régimen económico, y bases para la rebelión política. Pero ésa es otra historia.
La presencia del oficialismo en los medios de comunicación masiva ha sido, simplemente, apabullante: juzgaron que una pandemia en ciernes no sólo la justificaba, sino que era indispensable. La ciudadanía guardará el concomitante recelo por el exceso y la creciente manipulación. Pero la sociedad ha tolerado, a pie firme, la terrible andanada difusiva de las acciones emprendidas, pues, al menos en un inicio, fueron valoradas como necesarias. Una enorme dosis de miedo ante lo desconocido inundó pechos, conciencias, calles, hogares, plazas y sitios de trabajo. Y el miedo también quedó como sustrato del sálvese el que pueda. Adjunto al proceso, etiología y vicisitudes de la originalmente llamada fiebre porcina (hoy humana o A/H1N1) se fueron sembrando dudas, confusiones numéricas varias, análisis independientes disonantes, críticas rabiosas contra disidentes, fantásticas suposiciones, así como los infaltables apoyos personalizados de los difusores orgánicos de los medios y del gobierno. Pero, al mismo tiempo, se gestaban los antivirus sociales: la resistencia al autoritarismo desatado, la búsqueda de información precisa, cuantificada, consecuente y creíble, así como revisiones de hechos y actuaciones del gobierno federal en el pasado.
La emergencia fue real, no cabe la menor duda ni se ningunea el riesgo inicial. La lentitud para la detección del peligro fue tardía, sin alegato que valga para disculparla. Se estaba frente a una cepa mutante desconocida y la literatura de la infectología, que circulaba por el mundillo especializado, apuntaba, con creciente urgencia, hacia una feroz pandemia de inminente surgimiento. La reacción del gobierno, aun con su escasa información y previsiones, fue drástica y se prendieron las alarmas, tanto en organismos mundiales (OMS) como en los centros de salud y poder de los países. Días después, el panorama quedó despejado. La naturaleza del virus de origen porcino resultó benigna y la infección se controlaba con los retrovirales existentes.
Las imágenes fantasmagóricas, azuzadas por reportes de plagas bubónicas, pestes negras y catástrofes pasadas, con sus cientos de miles (quizá millones) de infectados implorando ayuda en las calles desiertas o en las afueras de los sitiados hospitales y clínicas, se fueron esfumando con los días. No habría muertos insepultos diseminados por los barrios o pequeñas caravanas de creyentes rezando por sus familiares muertos a la vera de humeantes caminos. Tampoco se verían escenas de violencia reprimidas con bayonetas ante la desesperación y el pánico masivo. Todo se apaciguó tan de súbito como se prendieron las aullantes alarmas mediáticas y las sirenas de las ambulancias, en este caso innecesarias. Los capitalinos se fueron, a pesar de todo y en carretadas, a caleta y caletilla (Aca, Gerrero) y ahí se dieron prolongados baños de asiento colectivos ignorando el peligro al contagio. La clase media acomodada (con su egoísta autosuficiencia a cuestas) se refugió, cómodamente, en sus acostumbrados lugares de descanso en espera de tiempos mejores. Las capas de urbanitas, incapaces de fondear algún tipo de retiro, permanecieron, con sus limitadas facilidades de deshaogo, sin mitigar los miedos ya bien injertados en el cuerpo social. Los marginados fueron, como casi siempre, los que quedaron al final de la cola. A ellos les pegó el coletazo de la epidemia, agravada por el inclemente e injusto (al menos para ellos) oficial cierre de llave a sus ya muy precarios recursos de sobrevivencia. El cuadro, entonces, estaba puesto para las pretensiones gubernamentales de aparecer en control de la situación y para su aprovechamiento electoral y de imagen.
Así, la situación se fue clarificando en sus variadas vertientes. Una de ellas de la cual partir es trágica: los únicos muertos de la llamada pandemia fueron connacionales. Y, lo concomitante: el sistema de salud mexicano quedó al descubierto en toda su precaria y hasta criminal existencia. El IMSS y el ISSSTE, columnas del sistema, y como desde hace ya años, incapaces de responder a una emergencia realmente masiva. Las instalaciones hospitalarias públicas mal surtidas de medicamentos, sin toallas suficientes, sábanas raídas y subatendidas por un personal mermado en número, capacitación y sin equipo ni vestimenta adecuados. Los equipos de diagnóstico, sobre pasados, acentuaron su inutilidad para detectar sucesos distintos, fenómenos desconocidos. Pero, y en especial en estos casos de epidemias, enlazados con deficientes procesos informáticos. Los planes elaborados con anterioridad resultaron sin consistencia alguna con la práctica cotidiana. Las inversiones en instalaciones y equipo, como puede fácilmente observarse en la crítica especializada (ver Di Costanzo, La Jornada, 3/5/09, p. 28) reducida a su mínima expresión.
La indolencia de los tomadores de decisión, que corre al parejo de su escasa preparación, ha salido a relucir en la misma Secretaría de Salud (ver currícula del secretario y, sobre todo, de la subsecretaria recién nombrada) sin olvidar a los directivos del IMSS o del ISSSTE (¿qué pasó con el DIF?, por cierto). Todos estos elementos son productos señeros de la incapacidad del panismo para gobernar o de su partidista visión de grupúsculo. Desde el año 2000, la OMS emitió consejos e instrucciones para que se redoblaran esfuerzos en el sector ante pandemias por venir. El panismo los ha desoído y continuó con el desmantelamiento de laboratorios, empresas de antígenos y vacunas y confinó a los otrora eminentes centros de investigación a su mínima expresión, proceso que iniciara, por cierto, el priísmo neoliberal decadente. De lo que presume el panismo, el Seguro Popular, es un adefesio que se monta sobre la precaria infraestructura que se tiene y no ha desplegado una nueva, a pesar de los recursos que se le asignan. Con estos terribles saldos del modelo productivo y de gobierno se apareció el virus porcino. Afortunadamente, esta vez al menos, no fue lo mortal que se esperaba.
La emergencia fue real, no cabe la menor duda ni se ningunea el riesgo inicial. La lentitud para la detección del peligro fue tardía, sin alegato que valga para disculparla. Se estaba frente a una cepa mutante desconocida y la literatura de la infectología, que circulaba por el mundillo especializado, apuntaba, con creciente urgencia, hacia una feroz pandemia de inminente surgimiento. La reacción del gobierno, aun con su escasa información y previsiones, fue drástica y se prendieron las alarmas, tanto en organismos mundiales (OMS) como en los centros de salud y poder de los países. Días después, el panorama quedó despejado. La naturaleza del virus de origen porcino resultó benigna y la infección se controlaba con los retrovirales existentes.
Las imágenes fantasmagóricas, azuzadas por reportes de plagas bubónicas, pestes negras y catástrofes pasadas, con sus cientos de miles (quizá millones) de infectados implorando ayuda en las calles desiertas o en las afueras de los sitiados hospitales y clínicas, se fueron esfumando con los días. No habría muertos insepultos diseminados por los barrios o pequeñas caravanas de creyentes rezando por sus familiares muertos a la vera de humeantes caminos. Tampoco se verían escenas de violencia reprimidas con bayonetas ante la desesperación y el pánico masivo. Todo se apaciguó tan de súbito como se prendieron las aullantes alarmas mediáticas y las sirenas de las ambulancias, en este caso innecesarias. Los capitalinos se fueron, a pesar de todo y en carretadas, a caleta y caletilla (Aca, Gerrero) y ahí se dieron prolongados baños de asiento colectivos ignorando el peligro al contagio. La clase media acomodada (con su egoísta autosuficiencia a cuestas) se refugió, cómodamente, en sus acostumbrados lugares de descanso en espera de tiempos mejores. Las capas de urbanitas, incapaces de fondear algún tipo de retiro, permanecieron, con sus limitadas facilidades de deshaogo, sin mitigar los miedos ya bien injertados en el cuerpo social. Los marginados fueron, como casi siempre, los que quedaron al final de la cola. A ellos les pegó el coletazo de la epidemia, agravada por el inclemente e injusto (al menos para ellos) oficial cierre de llave a sus ya muy precarios recursos de sobrevivencia. El cuadro, entonces, estaba puesto para las pretensiones gubernamentales de aparecer en control de la situación y para su aprovechamiento electoral y de imagen.
Así, la situación se fue clarificando en sus variadas vertientes. Una de ellas de la cual partir es trágica: los únicos muertos de la llamada pandemia fueron connacionales. Y, lo concomitante: el sistema de salud mexicano quedó al descubierto en toda su precaria y hasta criminal existencia. El IMSS y el ISSSTE, columnas del sistema, y como desde hace ya años, incapaces de responder a una emergencia realmente masiva. Las instalaciones hospitalarias públicas mal surtidas de medicamentos, sin toallas suficientes, sábanas raídas y subatendidas por un personal mermado en número, capacitación y sin equipo ni vestimenta adecuados. Los equipos de diagnóstico, sobre pasados, acentuaron su inutilidad para detectar sucesos distintos, fenómenos desconocidos. Pero, y en especial en estos casos de epidemias, enlazados con deficientes procesos informáticos. Los planes elaborados con anterioridad resultaron sin consistencia alguna con la práctica cotidiana. Las inversiones en instalaciones y equipo, como puede fácilmente observarse en la crítica especializada (ver Di Costanzo, La Jornada, 3/5/09, p. 28) reducida a su mínima expresión.
La indolencia de los tomadores de decisión, que corre al parejo de su escasa preparación, ha salido a relucir en la misma Secretaría de Salud (ver currícula del secretario y, sobre todo, de la subsecretaria recién nombrada) sin olvidar a los directivos del IMSS o del ISSSTE (¿qué pasó con el DIF?, por cierto). Todos estos elementos son productos señeros de la incapacidad del panismo para gobernar o de su partidista visión de grupúsculo. Desde el año 2000, la OMS emitió consejos e instrucciones para que se redoblaran esfuerzos en el sector ante pandemias por venir. El panismo los ha desoído y continuó con el desmantelamiento de laboratorios, empresas de antígenos y vacunas y confinó a los otrora eminentes centros de investigación a su mínima expresión, proceso que iniciara, por cierto, el priísmo neoliberal decadente. De lo que presume el panismo, el Seguro Popular, es un adefesio que se monta sobre la precaria infraestructura que se tiene y no ha desplegado una nueva, a pesar de los recursos que se le asignan. Con estos terribles saldos del modelo productivo y de gobierno se apareció el virus porcino. Afortunadamente, esta vez al menos, no fue lo mortal que se esperaba.
Pobreza, expolio, políticos, narcotraficantes y consumidores son resumen del universo de las drogas. Eso escribí hace una semana. Ahí preguntaba: ¿se puede hablar, pensando en ese entramado de una ética de las drogas?, o más bien, ¿se podría proponer una lectura ética del mundo de las drogas? Acompaño esas cuestiones de otras preguntas. Intento responderlas incluyendo algunos supuestos éticos. Quizás esa mirada podría aportar algunas ideas a la discusión.
¿Se deben legalizar las drogas?
La legalización podría eliminar a algunos de los zares de las drogas; los que sean hermanos de los políticos y sepan demasiado pervivirán. La legalización haría de las drogas un problema de salud en lugar de uno legal. Los gobiernos regularían el mercado y el dinero podría destinarse a educación; explicar los riesgos asociados al consumo de las drogas sería una de las metas. Se ahorraría mucho dinero en el sistema penitenciario. Dentro del esquema de legalización no se permitirá la venta de drogas a menores. La legalización tiene sustentos éticos: disminuiría la presencia de los que usufructúan el mercado, ahorraría dinero a los estados y se educaría a la población. Habría menos muertes, menos zozobra social y menos impunidad. Aplicar reglas éticas a ese universo facilitaría la legalización. Legalizar las drogas sería lo menos malo, un mal menor en el argot ético.
¿Sería correcto escalar en la despenalización de las drogas?
Es buena idea escalar en la despenalización de las drogas. Ejemplos existen, Holanda a la cabeza con sus cafés donde se puede adquirir mariguana, hashish y hongos. Es buen ejercicio comparar el consumo de mariguana con el del alcohol y el del tabaco. El cannabis es mucho menos peligroso que el alcohol o el tabaco; es menos adictivo que el cigarro y se consume en cantidades menores. No se asocia con la violencia típica del alcohol ni con accidentes. No se muere por sobredosis de mariguana y los consumidores le cuestan al Estado mucho menos que los alcohólicos.
Es evidente que al Estado y a sus socios no les conviene perder la paternidad de la mariguana. Perder el control del negocio mermaría sus ganancias. Robar atenta contra la justicia. La justicia es un brazo de la ética. Cerrar el negocio ilegal de la mariguana del binomio políticos narcotraficantes es moralmente correcto.
¿Qué hacer con los adictos?
La legalización ofrece la oportunidad de tratar a los adictos en forma adecuada. La drogadicción se convertiría, como ya dije, en un problema médico y no sólo legal. Legalizar permite aconsejar acerca de cuáles son las drogas menos dañinas. Se conseguiría, además, que los laboratorios funcionen de acuerdo con leyes sanitarias y así fabriquen drogas puras y menos nocivas. El dinero emanado de esas ventas podría emplearse para educación y para el tratamiento de los adictos. Las familias sufrirían menos destrozos si la sociedad aceptase a los drogadictos como enfermos. Desde la perspectiva de la ética un adicto sometido a tratamiento podría incorporarse nuevamente a la comunidad y recibiría una atención digna.
Caso México. ¿Qué decir de los niños muertos?
El caso México es el modelo perfecto de la victoria del narcotráfico y del fracaso de nuestros desgobiernos. En los últimos 25 años los acuerdos entre Estado y gobierno con los cárteles de la droga, el uso de la nación como trasiego de la cocaína sudamericana y la imparable corrupción de las oficinas policiales han devenido desastre nacional. Me limito a los niños. “De diciembre de 2006 a marzo de 2009 –leo en La Jornada (12/4/09)– en la guerra entre cárteles y en las batallas entre sicarios y fuerzas del Estado existen otros saldos: 610 niños han muerto y al menos 3 mil 700 quedaron en la orfandad”. No hay mejor retrato de la inhumanidad en torno al mundo de las drogas que la muerte de niños y su orfandad. Para los niños, no para los abominables dictados de Estados Unidos, México sí es un Estado fallido. Felipe Calderón y sus predecesores han faltado a la ética: los niños asesinados y huérfanos son testigos inobjetables.
Si aceptamos que el ser humano es un ente autónomo, ¿tiene derecho de consumir drogas?
La autonomía del ser humano es un tema con muchas aristas. Los librepensadores la defienden, las religiones no la aceptan, los estados la acotan. Una breve y simple definición de la autonomía que enmarca el pensamiento liberal sustenta que el ser humano tiene el derecho de realizar los actos que desee siempre y cuando no afecte a los demás. En el caso de las drogas poco dañinas muchos coinciden que existe un derecho moral que permite consumirlas; en el caso de las drogas muy dañinas y que hace que las personas sean proclives a la violencia, la inmensa mayoría de las personas coincidiría en reprobarlas. Habría que agregar que la autonomía tiende a tolerar a los drogadictos que no dañan a terceros. Defender la libertad, en este caso la autonomía, siempre que no se lacere a terceros, es otro de los principios rectores de la ética.
¿Qué determina el precio de las dogas?
El precio de las drogas lo determina más el costo de la distribución que el de la producción. De hecho, lo fija la prohibición. Un ejemplo: la cocaína le cuesta al consumidor más que un céntuplo de lo que eroga el productor. Se benefician los distribuidores: políticos disfrazados, policía y narcotraficantes. Es amoral el enriquecimiento de ese conglomerado.
Quedan muchas preguntas. Enlisto algunas: ¿Se evalúan adecuadamente los daños que producen las drogas en la sociedad?, ¿cuáles son los costos y cuáles los beneficios de la guerra contra las drogas?, ¿se puede hablar de utilitarismo y consumo de drogas? Al hablar de drogas, ¿ha funcionado la educación?
Quedan también certezas. La desolación del mundo y del ser humano retratada por los periódicos se asocia con frecuencia a las drogas. Vivimos inmersos en una aporía que puede y debe romperse. La prohibición ha fracasado porque al binomio políticos narcotraficantes no le conviene legalizar su negocio. Vivimos inmersos en una trampa: la prohibición impide la legalización. La globalización del mundo y de las drogas es una realidad. La ética como bandera del mal menor exige ilegalizar la prohibición.
* Fragmentos del texto Ética y drogas: muchas preguntas, algunas respuestas, como parte del simposio, ¿Qué hacer con las drogas?, organizado por el ITAM.
¿Se deben legalizar las drogas?
La legalización podría eliminar a algunos de los zares de las drogas; los que sean hermanos de los políticos y sepan demasiado pervivirán. La legalización haría de las drogas un problema de salud en lugar de uno legal. Los gobiernos regularían el mercado y el dinero podría destinarse a educación; explicar los riesgos asociados al consumo de las drogas sería una de las metas. Se ahorraría mucho dinero en el sistema penitenciario. Dentro del esquema de legalización no se permitirá la venta de drogas a menores. La legalización tiene sustentos éticos: disminuiría la presencia de los que usufructúan el mercado, ahorraría dinero a los estados y se educaría a la población. Habría menos muertes, menos zozobra social y menos impunidad. Aplicar reglas éticas a ese universo facilitaría la legalización. Legalizar las drogas sería lo menos malo, un mal menor en el argot ético.
¿Sería correcto escalar en la despenalización de las drogas?
Es buena idea escalar en la despenalización de las drogas. Ejemplos existen, Holanda a la cabeza con sus cafés donde se puede adquirir mariguana, hashish y hongos. Es buen ejercicio comparar el consumo de mariguana con el del alcohol y el del tabaco. El cannabis es mucho menos peligroso que el alcohol o el tabaco; es menos adictivo que el cigarro y se consume en cantidades menores. No se asocia con la violencia típica del alcohol ni con accidentes. No se muere por sobredosis de mariguana y los consumidores le cuestan al Estado mucho menos que los alcohólicos.
Es evidente que al Estado y a sus socios no les conviene perder la paternidad de la mariguana. Perder el control del negocio mermaría sus ganancias. Robar atenta contra la justicia. La justicia es un brazo de la ética. Cerrar el negocio ilegal de la mariguana del binomio políticos narcotraficantes es moralmente correcto.
¿Qué hacer con los adictos?
La legalización ofrece la oportunidad de tratar a los adictos en forma adecuada. La drogadicción se convertiría, como ya dije, en un problema médico y no sólo legal. Legalizar permite aconsejar acerca de cuáles son las drogas menos dañinas. Se conseguiría, además, que los laboratorios funcionen de acuerdo con leyes sanitarias y así fabriquen drogas puras y menos nocivas. El dinero emanado de esas ventas podría emplearse para educación y para el tratamiento de los adictos. Las familias sufrirían menos destrozos si la sociedad aceptase a los drogadictos como enfermos. Desde la perspectiva de la ética un adicto sometido a tratamiento podría incorporarse nuevamente a la comunidad y recibiría una atención digna.
Caso México. ¿Qué decir de los niños muertos?
El caso México es el modelo perfecto de la victoria del narcotráfico y del fracaso de nuestros desgobiernos. En los últimos 25 años los acuerdos entre Estado y gobierno con los cárteles de la droga, el uso de la nación como trasiego de la cocaína sudamericana y la imparable corrupción de las oficinas policiales han devenido desastre nacional. Me limito a los niños. “De diciembre de 2006 a marzo de 2009 –leo en La Jornada (12/4/09)– en la guerra entre cárteles y en las batallas entre sicarios y fuerzas del Estado existen otros saldos: 610 niños han muerto y al menos 3 mil 700 quedaron en la orfandad”. No hay mejor retrato de la inhumanidad en torno al mundo de las drogas que la muerte de niños y su orfandad. Para los niños, no para los abominables dictados de Estados Unidos, México sí es un Estado fallido. Felipe Calderón y sus predecesores han faltado a la ética: los niños asesinados y huérfanos son testigos inobjetables.
Si aceptamos que el ser humano es un ente autónomo, ¿tiene derecho de consumir drogas?
La autonomía del ser humano es un tema con muchas aristas. Los librepensadores la defienden, las religiones no la aceptan, los estados la acotan. Una breve y simple definición de la autonomía que enmarca el pensamiento liberal sustenta que el ser humano tiene el derecho de realizar los actos que desee siempre y cuando no afecte a los demás. En el caso de las drogas poco dañinas muchos coinciden que existe un derecho moral que permite consumirlas; en el caso de las drogas muy dañinas y que hace que las personas sean proclives a la violencia, la inmensa mayoría de las personas coincidiría en reprobarlas. Habría que agregar que la autonomía tiende a tolerar a los drogadictos que no dañan a terceros. Defender la libertad, en este caso la autonomía, siempre que no se lacere a terceros, es otro de los principios rectores de la ética.
¿Qué determina el precio de las dogas?
El precio de las drogas lo determina más el costo de la distribución que el de la producción. De hecho, lo fija la prohibición. Un ejemplo: la cocaína le cuesta al consumidor más que un céntuplo de lo que eroga el productor. Se benefician los distribuidores: políticos disfrazados, policía y narcotraficantes. Es amoral el enriquecimiento de ese conglomerado.
Quedan muchas preguntas. Enlisto algunas: ¿Se evalúan adecuadamente los daños que producen las drogas en la sociedad?, ¿cuáles son los costos y cuáles los beneficios de la guerra contra las drogas?, ¿se puede hablar de utilitarismo y consumo de drogas? Al hablar de drogas, ¿ha funcionado la educación?
Quedan también certezas. La desolación del mundo y del ser humano retratada por los periódicos se asocia con frecuencia a las drogas. Vivimos inmersos en una aporía que puede y debe romperse. La prohibición ha fracasado porque al binomio políticos narcotraficantes no le conviene legalizar su negocio. Vivimos inmersos en una trampa: la prohibición impide la legalización. La globalización del mundo y de las drogas es una realidad. La ética como bandera del mal menor exige ilegalizar la prohibición.
* Fragmentos del texto Ética y drogas: muchas preguntas, algunas respuestas, como parte del simposio, ¿Qué hacer con las drogas?, organizado por el ITAM.
Cuando el mercurio ascendía por el capilar del termómetro anunciando el incendio del mundo, solía echarme sobre las frescas baldosas del patio para hojear las revistas médicas que los laboratorios enviaban a mi abuelo. Medical Doctor News Magazine (MD), dirigida por el escritor y médico republicano catalán Félix Martí Ibáñez (1911-72), era mi favorita.
En MD entendí (mejor que en los aburridos textos de biología) que los microbios (microrganismos) portan bacterias y otros seres unicelulares. Supe que hay microbios cuya función es producir anticuerpos, impidiendo que los virus (seres más diminutos, medio muertos, medio dormidos) se devoren a la célula.
En la antigüedad, los microbios se llamaban miasmas o efluvios malignos. Pero en 1796, inquieto por los estragos de la viruela y las rudimentarias técnicas que la combatían (variolización), el médico inglés Edward Jenner reparó en la vacuna, enfermedad pustulosa de las ubres de las vacas. Los campesinos que las ordeñaban aseguraban que la vacuna los inmunizaba contra la viruela.
El cirujano John Hunter, su maestro, le dijo: no piense, Jenner, experimente.
Temblándole el pulso, Jenner inoculó con pus de un grano de viruela a un niño de ocho años que no había sufrido ni de vacuna ni de viruela. El chico enfermó varios días, pero al décimo sanó. De ahí la palabra que toma su nombre de la enfermedad animal.
Más tarde, el médico Johannes Müller (1801-58) recomendó (¡atención, burócratas!) la inclusión de la filosofía en el estudio de las funciones de los seres orgánicos (fisiología). Dijo: no es el pensamiento abstracto sobre la Naturaleza el campo de la fisiología. El fisiólogo tiene noticia de la Naturaleza para pensarla… por mucho que se pruebe la Naturaleza por la fuerza, en la miseria dará siempre una respuesta doliente.
Pionero de la investigación experimental, Müller le dio alas a la anatomía, zoología, histología, patología, y otras disciplinas que sentaron las bases de la microbiología. Entonces, cambió la actitud de los científicos: el estudio de los microbios por lo que eran y no por lo que hacían.
Sólo de 1881 a 1885 la inmunología explicó la capacidad del cuerpo humano para resistir y vencer las enfermedades infecciosas, se identificó el mosquito transmisor de fiebre amarilla, se aislaron los bacilos de la tuberculosis, el cólera, el ántrax, y se aplicó la primera vacuna contra la rabia. Sin embargo, los avances médicos estaban (¿están?) impregnados por un virus no biológico: el cientificismo. ¿Seguimos creyendo que el propósito de la medicina consiste en derrotar a la muerte? Si nuestra especie consiguiese llegar a fin de siglo, es de esperar que finalmente entienda que los remedios y las vacunas sólo pueden prevenir el sufrimiento físico, contener las epidemias, alargar las expectativas de vida.
En tal sentido, la noción de seguro médico resulta hipócrita y falaz. Un invento del cientificismo neoliberal. Prevención no es igual a seguridad. ¿Seguridad para quiénes? En los países pobres, el gasto en salud es de 11 dólares anuales, frente a mil 900 en los países ricos y, en algunos casos, 150 veces esta cifra (Population Referente Bureau, Washington, 2004).
De eso deberían dar cuenta los gobiernos y la Organización Mundial de la Salud, totalmente cooptados por los grandes laboratorios médicos que, junto con las corporaciones agroindustriales, lucran con la salud de las especies vivientes (humana, animal, vegetal), situándonos en los umbrales del ignoto sistema extrasolar Zeta II Reculli, traído a cuento en la película Alien (Ridley Scout, 1979).
En Alien, la nave Nostromo recibe una señal de advertencia que la computadora confunde con un SOS. Los astronautas descienden en el planeta indicado y dan con otra nave, detenida en el tiempo. En la sala de mando encuentran huevos embrionarios. Uno se rompe y aparece un ser que se adhiere al rostro de un tripulante. La criatura es aplastada. Pero de ella aparecen otras que acaban por infectar a todos. En Hollywood, el final feliz es obligatorio. No obstante, la historia de Alien resulta interesante por su moraleja: los intereses políticos que propiciaron el desastre.
Toca recordar que en asuntos de salud pública, una sociedad sin educación y comunicación queda librada al caos informativo de los medios privados, siendo fácil presa de políticas planificadas de control social, y de paranoias decretadas de antemano.
La bella y erudita prosa de Martí Ibáñez (crónicas de viajes, reflexiones literarias y filosóficas) da cuenta de la historia de la medicina en su lucha contra la ignorancia, madre de todas las guerras, dolencias y epidemias de la humanidad.
En la novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916), Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), tío de Félix, escribió: La Bestia nunca muere; todo lo más, se oculta durante algún tiempo. La bestia... ¿No es hora de ponerle nombre y apellido?
En MD entendí (mejor que en los aburridos textos de biología) que los microbios (microrganismos) portan bacterias y otros seres unicelulares. Supe que hay microbios cuya función es producir anticuerpos, impidiendo que los virus (seres más diminutos, medio muertos, medio dormidos) se devoren a la célula.
En la antigüedad, los microbios se llamaban miasmas o efluvios malignos. Pero en 1796, inquieto por los estragos de la viruela y las rudimentarias técnicas que la combatían (variolización), el médico inglés Edward Jenner reparó en la vacuna, enfermedad pustulosa de las ubres de las vacas. Los campesinos que las ordeñaban aseguraban que la vacuna los inmunizaba contra la viruela.
El cirujano John Hunter, su maestro, le dijo: no piense, Jenner, experimente.
Temblándole el pulso, Jenner inoculó con pus de un grano de viruela a un niño de ocho años que no había sufrido ni de vacuna ni de viruela. El chico enfermó varios días, pero al décimo sanó. De ahí la palabra que toma su nombre de la enfermedad animal.
Más tarde, el médico Johannes Müller (1801-58) recomendó (¡atención, burócratas!) la inclusión de la filosofía en el estudio de las funciones de los seres orgánicos (fisiología). Dijo: no es el pensamiento abstracto sobre la Naturaleza el campo de la fisiología. El fisiólogo tiene noticia de la Naturaleza para pensarla… por mucho que se pruebe la Naturaleza por la fuerza, en la miseria dará siempre una respuesta doliente.
Pionero de la investigación experimental, Müller le dio alas a la anatomía, zoología, histología, patología, y otras disciplinas que sentaron las bases de la microbiología. Entonces, cambió la actitud de los científicos: el estudio de los microbios por lo que eran y no por lo que hacían.
Sólo de 1881 a 1885 la inmunología explicó la capacidad del cuerpo humano para resistir y vencer las enfermedades infecciosas, se identificó el mosquito transmisor de fiebre amarilla, se aislaron los bacilos de la tuberculosis, el cólera, el ántrax, y se aplicó la primera vacuna contra la rabia. Sin embargo, los avances médicos estaban (¿están?) impregnados por un virus no biológico: el cientificismo. ¿Seguimos creyendo que el propósito de la medicina consiste en derrotar a la muerte? Si nuestra especie consiguiese llegar a fin de siglo, es de esperar que finalmente entienda que los remedios y las vacunas sólo pueden prevenir el sufrimiento físico, contener las epidemias, alargar las expectativas de vida.
En tal sentido, la noción de seguro médico resulta hipócrita y falaz. Un invento del cientificismo neoliberal. Prevención no es igual a seguridad. ¿Seguridad para quiénes? En los países pobres, el gasto en salud es de 11 dólares anuales, frente a mil 900 en los países ricos y, en algunos casos, 150 veces esta cifra (Population Referente Bureau, Washington, 2004).
De eso deberían dar cuenta los gobiernos y la Organización Mundial de la Salud, totalmente cooptados por los grandes laboratorios médicos que, junto con las corporaciones agroindustriales, lucran con la salud de las especies vivientes (humana, animal, vegetal), situándonos en los umbrales del ignoto sistema extrasolar Zeta II Reculli, traído a cuento en la película Alien (Ridley Scout, 1979).
En Alien, la nave Nostromo recibe una señal de advertencia que la computadora confunde con un SOS. Los astronautas descienden en el planeta indicado y dan con otra nave, detenida en el tiempo. En la sala de mando encuentran huevos embrionarios. Uno se rompe y aparece un ser que se adhiere al rostro de un tripulante. La criatura es aplastada. Pero de ella aparecen otras que acaban por infectar a todos. En Hollywood, el final feliz es obligatorio. No obstante, la historia de Alien resulta interesante por su moraleja: los intereses políticos que propiciaron el desastre.
Toca recordar que en asuntos de salud pública, una sociedad sin educación y comunicación queda librada al caos informativo de los medios privados, siendo fácil presa de políticas planificadas de control social, y de paranoias decretadas de antemano.
La bella y erudita prosa de Martí Ibáñez (crónicas de viajes, reflexiones literarias y filosóficas) da cuenta de la historia de la medicina en su lucha contra la ignorancia, madre de todas las guerras, dolencias y epidemias de la humanidad.
En la novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916), Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), tío de Félix, escribió: La Bestia nunca muere; todo lo más, se oculta durante algún tiempo. La bestia... ¿No es hora de ponerle nombre y apellido?
Mauricio Merino
La ley es de quien la trabaja
El jueves 30 de abril, el senador Ricardo Monreal estalló en la tribuna, agobiado por el número de dictámenes que debía votar sin haber tenido tiempo para estudiarlos. Según sus cuentas, en apenas dos sesiones (el 23 y el 28 de abril) se habían modificado 225 artículos de 38 leyes vigentes; se habían aprobado 73 artículos de una nueva Ley General, y se habían reformado nueve artículos de la Constitución General. Ese mismo jueves había, además, otras 12 reformas enviadas desde la Cámara de Diputados esperando turno en la Cámara Alta. Una verdadera cascada legislativa.
A puerta cerrada y en medio de la crisis sanitaria que vivió México, la 60 Legislatura decidió aprobar una larga lista de reformas constitucionales y legales, antes de clausurar su último periodo de sesiones. Estando en asueto obligado, los datos del Servicio de Información para la Estadística Parlamentaria del Congreso de la Unión se detienen precisamente el día 23 de abril y, por esa razón, todavía no podemos comparar con certeza la magnitud de los cambios votados ni, mucho menos, evaluar su trascendencia social. Pero sí sabemos que los legisladores querían aprobar muchas leyes antes de irse a su casa.
Pensando de buena fe, podría decirse que los miembros de la Legislatura que concluirá el próximo mes de agosto quisieron sacar adelante muchas reformas, para que las estadísticas del Congreso (cuando estén puestas al día) revelen que se trató de una Legislatura muy productiva. Es decir, de una que modificó la Constitución muchas veces y cambió muchas leyes. De eso están hablando ya, muy orgullosamente, varios de los integrantes de nuestro Legislativo: de su capacidad para reformar muchas cosas al mismo tiempo, en una suerte de competencia febril entre fracciones parlamentarias.
Sin embargo, casi nadie sabe a qué criterios respondieron las reformas de esta cascada legislativa, qué nuevos derechos y obligaciones inventaron nuestros legisladores para justificar sus salarios, a quién favorecen o perjudican con sus reformas, ni por qué razones lo hicieron. No hubo tiempo de explicar nada de eso, ni siquiera entre ellos mismos. Se trataba de legislar mucho y muy rápido, aprobándose unos a otros sus proyectos y sus minutas, y no de estar dando explicaciones morosas.
Es probable que se feliciten por mucho tiempo, como ya lo están haciendo sus líderes, por la capacidad política que demostraron para ponerse de acuerdo durante las últimas sesiones en que habrán de estar juntos. De hecho se veían muy contentos. Pero legislar es algo mucho más importante que intercambiar favores y simpatías mutuas. Tras los acuerdos parlamentarios puede haber compromisos plausibles, pero también arreglos muy lamentables. La 60 Legislatura ya ha dado varias pruebas de los daños que pueden causarse al país cuando se privilegian los intereses de los grupos parlamentarios por encima de todo. Y en esta ocasión, fue evidente que se pusieron de acuerdo para no entorpecer la aprobación inmediata de los proyectos que se iban poniendo sobre la mesa.
Como si el estado de derecho fuera su patrimonio y los mexicanos estuviéramos solamente para ser gobernados, protegidos y dirigidos por nuestros líderes, la 60 Legislatura consideró innecesario dar cuenta pública de las reformas que ha producido al sistema legal del país. Ya nos enteraremos. Pero de momento, instalados en la oscuridad, quizá se dirá que el verdadero trabajo legislativo es el que se realiza en las comisiones y no en el pleno; que éste solamente sirve como caja de resonancia pública, como ventana mediática y como trámite para aprobar o desechar las iniciativas, y se insistirá, por lo tanto, en que lo ocurrido entre el 23 y el 30 de abril es lo mejor que le pudo suceder al país. ¿No queríamos un Legislativo que hiciera leyes? Pues ahí las tenemos.
Los grupos parlamentarios y los legisladores seleccionaron a sus clientelas, hablaron con ellas, trabajaron en comisiones las reformas que consideraron más pertinentes, y aceptaron o rechazaron criterios y argumentos para cambiar las leyes a modo de sus intereses políticos. Luego se pusieron de acuerdo y votaron por reciprocidad, por disciplina o por conveniencia. Y hoy, es muy posible que los allegados estén celebrando los cambios logrados. Pero todos los demás hemos estado ajenos a ese proceso, porque los diputados y los senadores no se tomaron la molestia de ofrecernos explicaciones, ni tuvieron tiempo de debatir sus reformas a la luz del día, y de cara a la sociedad.
Que cada quien aplauda su ley y celebre, en privado, la reforma que haya logrado. Ya habrá tiempo después para revisar el despropósito del conjunto. Al fin que la 60 Legislatura ya está de salida.
Profesor investigador del CIDE
A puerta cerrada y en medio de la crisis sanitaria que vivió México, la 60 Legislatura decidió aprobar una larga lista de reformas constitucionales y legales, antes de clausurar su último periodo de sesiones. Estando en asueto obligado, los datos del Servicio de Información para la Estadística Parlamentaria del Congreso de la Unión se detienen precisamente el día 23 de abril y, por esa razón, todavía no podemos comparar con certeza la magnitud de los cambios votados ni, mucho menos, evaluar su trascendencia social. Pero sí sabemos que los legisladores querían aprobar muchas leyes antes de irse a su casa.
Pensando de buena fe, podría decirse que los miembros de la Legislatura que concluirá el próximo mes de agosto quisieron sacar adelante muchas reformas, para que las estadísticas del Congreso (cuando estén puestas al día) revelen que se trató de una Legislatura muy productiva. Es decir, de una que modificó la Constitución muchas veces y cambió muchas leyes. De eso están hablando ya, muy orgullosamente, varios de los integrantes de nuestro Legislativo: de su capacidad para reformar muchas cosas al mismo tiempo, en una suerte de competencia febril entre fracciones parlamentarias.
Sin embargo, casi nadie sabe a qué criterios respondieron las reformas de esta cascada legislativa, qué nuevos derechos y obligaciones inventaron nuestros legisladores para justificar sus salarios, a quién favorecen o perjudican con sus reformas, ni por qué razones lo hicieron. No hubo tiempo de explicar nada de eso, ni siquiera entre ellos mismos. Se trataba de legislar mucho y muy rápido, aprobándose unos a otros sus proyectos y sus minutas, y no de estar dando explicaciones morosas.
Es probable que se feliciten por mucho tiempo, como ya lo están haciendo sus líderes, por la capacidad política que demostraron para ponerse de acuerdo durante las últimas sesiones en que habrán de estar juntos. De hecho se veían muy contentos. Pero legislar es algo mucho más importante que intercambiar favores y simpatías mutuas. Tras los acuerdos parlamentarios puede haber compromisos plausibles, pero también arreglos muy lamentables. La 60 Legislatura ya ha dado varias pruebas de los daños que pueden causarse al país cuando se privilegian los intereses de los grupos parlamentarios por encima de todo. Y en esta ocasión, fue evidente que se pusieron de acuerdo para no entorpecer la aprobación inmediata de los proyectos que se iban poniendo sobre la mesa.
Como si el estado de derecho fuera su patrimonio y los mexicanos estuviéramos solamente para ser gobernados, protegidos y dirigidos por nuestros líderes, la 60 Legislatura consideró innecesario dar cuenta pública de las reformas que ha producido al sistema legal del país. Ya nos enteraremos. Pero de momento, instalados en la oscuridad, quizá se dirá que el verdadero trabajo legislativo es el que se realiza en las comisiones y no en el pleno; que éste solamente sirve como caja de resonancia pública, como ventana mediática y como trámite para aprobar o desechar las iniciativas, y se insistirá, por lo tanto, en que lo ocurrido entre el 23 y el 30 de abril es lo mejor que le pudo suceder al país. ¿No queríamos un Legislativo que hiciera leyes? Pues ahí las tenemos.
Los grupos parlamentarios y los legisladores seleccionaron a sus clientelas, hablaron con ellas, trabajaron en comisiones las reformas que consideraron más pertinentes, y aceptaron o rechazaron criterios y argumentos para cambiar las leyes a modo de sus intereses políticos. Luego se pusieron de acuerdo y votaron por reciprocidad, por disciplina o por conveniencia. Y hoy, es muy posible que los allegados estén celebrando los cambios logrados. Pero todos los demás hemos estado ajenos a ese proceso, porque los diputados y los senadores no se tomaron la molestia de ofrecernos explicaciones, ni tuvieron tiempo de debatir sus reformas a la luz del día, y de cara a la sociedad.
Que cada quien aplauda su ley y celebre, en privado, la reforma que haya logrado. Ya habrá tiempo después para revisar el despropósito del conjunto. Al fin que la 60 Legislatura ya está de salida.
Profesor investigador del CIDE
Lorenzo Córdova Vianello
El papel del Estado
Es curioso ver cómo en días recientes, en medio de la emergencia provocada por la influenza humana, muchos de los tradicionales críticos del Estado ensalzan al poder público, alaban las medidas del aparato de salud estatal y reconocen que la única entidad capaz de enfrentar el problema es, precisamente, el Estado.
El contexto actual de crisis económica, de seguridad, de salud, etcétera, representa una buena oportunidad para repensar el papel que juega el Estado como poder de la sociedad y su relación con ésta. Más luego de décadas en las que, bajo la lógica del neoliberalismo económico, al Estado se le endilgó el papel del villano de la película que, con todas sus reglamentaciones y regulaciones, ponía en riesgo la libertad individual, enarbolándose, en consecuencia, la consigna de reducirlo a su mínima expresión.
Hoy está a la vista lo miope, torpe e ilusorio de esa pretensión. El tradicional objetivo de la sociedad, perseguir el bien común, es posible sólo a través de la preeminencia de lo público sobre lo privado. A fin de cuentas, los particulares, sin reglas ni frenos que sólo puede ponerles el Estado, sólo buscan la consecución de sus intereses privados.
El resultado de la lógica antiestatista está a la vista de todos: sociedades regidas por los privilegios, concentración de poder y riqueza en unas cuantas manos, una desigualdad social que crece exponencialmente en todos lados, la proliferación de mafias, etcétera.
Para entender el papel insustituible y primordial que juega el Estado, basta, como ejemplo, una ojeada a la situación económica para ver lo que ocurre cuando a los particulares se les deja actuar sin controles (en este caso en el mercado): al final prevalecen la voracidad y la irresponsabilidad de los privados. Y es que un privado, a fin de cuentas —y no podría ser de otra manera—, perseguirá, antes que nada, su beneficio personal, no el interés colectivo.
De igual forma, el único modo posible —y realista— para disminuir la brecha de desigualdad que aqueja a nuestras sociedades es una intervención directa y preeminente del Estado (actuando como ente redistribuidor de la riqueza), tal como lo enseña la exitosa experiencia histórica que se dio en ese sentido en las sociedades europeas de la posguerra.
También frente a los casos de grave riesgo para la sociedad, tanto en términos de salud como de seguridad pública, el único ente social capaz de enfrentar exitosamente tanto a epidemias como al crimen organizado es el Estado.
Por otra parte, existen funciones sociales que son eminentemente públicas, como la educación y la salud, en las que el papel de los particulares debería ser, como ocurre también en Europa, exclusivamente secundario y subsidiario.
Es cierto que en el cumplimiento de todas esas tareas el Estado (al menos el Estado democrático de derecho) no puede actuar sin límites y controles; de lo contrario, terminaría por anular la libertad de los gobernados.
Pero esa ha sido, precisamente, la gran obra civilizatoria de la modernidad encarnada en los postulados del constitucionalismo: idear un Estado que estuviera limitado, en primera instancia, por el respeto y la obligación de garantía de los derechos fundamentales (de todos ellos, los civiles y políticos, pero también los económicos y sociales) de los individuos. Pero ello no supone, de ninguna manera, una subordinación del Estado frente a los particulares, sino simple y sencillamente que en su función rectora de la sociedad aquél no anulará ni lesionará los derechos de sus gobernados.
Reivindicar el valor de lo público tiene, finalmente, una razón adicional: sólo el Estado puede protegernos de los abusos que frecuentemente cometen algunos poderes privados (aquellos que Luigi Ferrajoli define como “salvajes”), esos que tanto alaban y edulcoran, por cierto, los críticos del Estado.
Investigador y profesor de la UNAM
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