Al Rojas, organizador del legendario boicott de la uva, valora que el movimiento campesino estadunidense está más a la defensiva que antes, y rescata los nombres del resto de líderes ocultos por la figura de Chávez.
Adazahira Chávez
México.
“Nuestro error fue dejar que el movimiento se centrara en una figura,
César Chávez”, lanza Al Rojas, uno de los cofundadores de la
UFWA-Independent, la organización que logró sindicalizar en los años
sesentas a miles de jornaleros agrícolas inmigrantes en Estados Unidos,
y que ahora se encuentra en una situación que el organizador y
campesino califica como “grave”, debido al alejamiento de la base
trabajadora y la mercantilización de la figura del líder.
La huelga de jornaleros, iniciada en
1964 y transformada en boicott en 1968-, fue encabezada por líderes de
origen mexicano y filipino además de Chávez: Tony Orendain, Felipe de
la Cruz, Larry Itilong, Andy Invutan, Ben Gings, Gilberto Padilla y el
propio Al Rojas. De aquella lucha, los movimientos actuales tienen que
aprender “organización, toma de conciencia, pasar a la ofensiva y ser
persistentes”, valora Rojas, en su mezcla de español e inglés.
La familia del campesino es nativa de
Michoacán, México. Él nació en el condado de Tulare, California, donde
su cuna fue una caja de los duraznos que sus padres pizcaban para
enviar a las canerías (enlatadoras). Desde sus 50 años de activismo
–centrados en la organización de jornaleros, la defensa de los
migrantes y la solidaridad con el zapatismo-, Rojas hace para
Desinformémonos un balance del movimiento de trabajadores del campo
hasta hoy.
Los trabajadores del campo “han sido
los más oprimidos” en Estados Unidos, valora el entrevistado. Esta
industria vale 65 mil millones de dólares tan sólo en California y está
dominada por terratenientes, que de sus propiedades lo mismo sacan
petróleo que cosechas; esto último, principalmente para descontar
impuestos, informa el organizador.
Rojas indica que como ahora, a
principios del siglo pasado el gobierno estadunidense buscó mano de
obra barata en la gente de “cara café”, en los migrantes mexicanos y de
otros países. “El gobierno empezó a encaminar la migración, y más
cuando vino la Segunda Guerra Mundial con el pretexto de que no había
hombres, para abrir el espacio a la mano de obra barata de los
braceros, a través de la Ley Pública 78”, recuerda Rojas, quien calcula
que por temporada llegaron a ser entre 6 y 10 millones de trabajadores
migrantes con una visa especial y contratos con restricciones. Además,
el gobierno mexicano retuvo el 10 por ciento de sus salarios para un
fondo de ahorro que no les entregó.
“A esa gente que venía la traían como
esclavos, amarrados por ciertas condiciones”, señala el organizador.
Una vez “entregado” el trabajador al empresario por medio de
contratistas, los colocaban en lugares con condiciones pésimas,
describe Rojas. Les cobraban por el transporte al campo, las cobijas,
el alimento, “y ya con unas cervezas que se echaran, les quedaban menos
de 40 dólares a la hora del pago”, además de condiciones insalubres,
relata, que los llevaron a enfermedades. Por ejemplo, el contacto con
pesticidas enfermó a muchos de ellos de los riñones.
Rojas comenzó a trabajar en la pizca de
hortalizas en 1961 en Oxnard, donde tuvo su primer conflicto con el
patrón. César Chávez vivió en ese pueblo, y le aconsejó a los
trabajadores ponerse de acuerdo para negarse a trabajar si no se les
proporcionaba el equipo adecuado para la lluvia. “Salió eso y lo
ganamos”, relata el organizador. “Ahí fue cuando pensé: la acción tiene
poder”.
La experiencia de la batalla ganada
hizo que Rojas pensara en la necesidad de hacer una organización
laboral. Con el antecedente de las huelgas por aumento de sueldo en los
campos de algodón y lechuga, a inicios de los años treinta, inició la
construcción de organizaciones en California, apoyadas en gente con
experiencia en movilizaciones en otros campos, como el Valle Imperial.
“Ahí comenzó el deseo de echarse encima de las corporaciones
agrícolas”, relata Rojas. Los contrincantes, sobre todo en pueblos
chicos, eran una mezcla de terratenientes, policías, jueces, políticos
e iglesia. “No era la primera vez que se hacía pero pensamos, you know
(tú sabes), hay que ponerse las pilas”.
En ese tiempo, César Chávez – que
integraba la National Farmworkers Association- no quería lanzarse
abiertamente a la lucha “porque tenía miedo a que lo aplastaran”.
También estaban los filipinos, con su AWOC (Agriculture Workers
Organizing Committee), afiliada a la mayor central sindical, la
AFLC-CIO. “Ellos comenzaron la huelga en la uva en Coachella, más al
sur y donde empieza la cosecha”, y empezaron a subir, relata el
organizador. Los filipinos presionaron a Chávez para unirse a la
huelga. El grupo de Rojas se fue por la costa, desde San José hasta
Mexicali. Se formó la UFW Independiente.
El movimiento de los trabajadores
agrícolas demandó el reconocimiento de su sindicato, obtener la
representatividad, poder negociar contratos colectivos, garantizar
beneficios y condiciones de trabajo, y poder ejercer el convenio en el
caso de quejas.
La huelga duró cinco años, pero “se
estaba yendo para abajo”. Los trabajadores sobrevivían a base de
donaciones de ropa y comida y ayudas de agencias públicas. “Nuestros
hijos sufrieron mucho, pero nosotros dijimos, no va a cambiar nada sin
empujar”, recuerda Rojas. “Nos estaban encarcelando y matando, en un
golpe brutal”.
Luego de una reunión de varios días
(“así estábamos acostumbrados, para poder analizar bien un tema y
llegar a un plan de acción”, recalca el campesino), los trabajadores
decidieron dejar la huelga y pasar al boicot, lo que sucedió entre los
años 1968 y 1970.
Para obtener recursos, por ejemplo,
acudieron con los poderosos sindicatos acereros, que les ofrecieron que
hablaran delante de sus agremiados. Los campesinos pidieron que
primero, un día antes se les pasara un volante a los obreros donde se
les solicitaba la donación de lo que cuesta una cajetilla de cigarros;
así podían reunir miles de dólares.
Millones de familias dejaron de
consumir uvas, “y surgió el sindicato con ese poder, porque estuvimos
dos años pegándole duro y recibiendo el apoyo de organizaciones de
negros, iglesias, musulmanes, obreros de las fábricas de aquel tiempo”.
Se afiliaron cerca de 78 mil miembros y se firmaron convenios con
alrededor de 500 empresas. La lección de la histórica movilización –que
incluyó una huelga de hambre de César Chávez- es que “no hay ninguna
ley que pueda ganar algo para nosotros si no hay organización y
movilización”, amonesta Rojas, “pero hay muchos ahora que se van por la
vía corta, de: vamos a hacer un arreglo con el patrón. No, madres,
vamos por la ofensiva, no por la defensiva. Ése siempre fue el reto de
nosotros”. La segunda batalla fue cómo educar en la administración de
los convenios colectivos.
Los trabajadores del campo estadunidense hoy
La situación actual de los trabajadores
campesinos es “peor” que en la época de César Chávez, considera Rojas,
quien atribuye esto a que la dirección del sindicato fue tomada por su
familia tan sólo por el hecho de serlo, sin que trabajen en el campo.
“No toman la vanguardia para organizar, concientizar y movilizar”,
agrega. Esto produjo conflictos internos también, señala, en los que se
despide a los disidentes.
El sindicato redujo su membresía hasta
5 mil trabajadores, y ahora vive “de la imagen de Chávez”, valora
Rojas. Además de la película producida por el actor mexicano Diego
Luna, hacen publicidad para la cerveza Budweiser, incluso en sus
convenciones. “Van y traen a la gente humilde, llenan el local donde
hizo la huelga de hambre César Chávez y les dan cerveza para tomar. Es
insultante”, espeta.
Un factor de diferencia con las
movilizaciones de finales de los sesentas es que la nueva generación de
trabajadores que emigran de México pertenece a pueblos indígenas.
“Muchos de ellos hablan otra lengua que no es el español; entonces,
cuando trata de hablar con ellos la gente que nunca ha trabajado en el
campo, la ignoran”, relata Rojas. Sin embargo, estos nuevos
trabajadores “están bien organizados. Está el Frente Indígena
Oaxaqueño, que es una organización fuerte, con programas con dinero
público del gobierno federal”, describe. Los esfuerzos de estas
organizaciones se dirigen a conservar su cultura, “y también tienen una
relación con el gobierno mexicano, al que le gusta decir, aquí estamos
con ellos, aunque no hagan nada”.
Los nuevos braceros
Rojas denuncia que las pretensiones de
la reforma migratoria estadunidense, apoyada por los sindicatos
(incluyendo a la UFWA), contienen el reemplazar a los trabajadores
libres y organizados del campo por trabajadores migrantes pero bajo un
nuevo programa Bracero. De los trabajadores del campo en Estados
Unidos, informa, cerca del 80 por ciento son indocumentados.
El veterano organizador acusa la forma
en que tratan a los trabajadores del campo el gobierno y las empresas.
“Dicen, ah, son caras cafés, son muy buenos para trabajar, se joden
porque vienen con hambre y quieren enviar remesas”, abunda. “El
gobierno mexicano toma esas remesas y a los deportados los avientan a
la frontera sin ningún beneficio; no existe en México un plan para los
que enviaron remesas y fueron deportados, como un fondo de desempleo”.
Al Rojas describe un panorama en el que
se mezcla la organización campesina con las demandas de regularización
de migrantes sin documentos. “El asunto de esto es que el trabajador
del campo, que es el más importante, levanta la cosecha, y ésta tiene
que ser limpia, orgánica y sin organismos genéticamente modificados y
venenos”, abunda. “Y las condiciones serían: págales siquiera 22
dólares la hora más prestaciones a los trabajadores del campo, que no
trabajen 10 horas sino 8, como cualquier trabajador”.
Un César Chávez de película
“Nosotros tuvimos un fallo muy grande
en hacer de César Chávez el hombre, pero se le fue la cabeza. En esta
película, Diego Luna lo hace un santo, y era cabrón. Lo tuvo que haber
sido para llegar a donde llegó. No se quiso ir con lo negativo, pero
eso también es parte de la historia”, valora el veterano luchador, que
critica que alguien que se dice de izquierdas pida recursos de Televisa.
En la película, denuncia el
organizador, se induce al error de pensar que el movimiento fue César
Chávez solo. “Le damos mucho crédito y respeto por su sacrificio, pero
él siempre lo dijo –cuando yo le decía que un día iban a poner su
nombre a calles y escuelas-: no quiero eso. Lo que quiero es organizar
y movilizar; estatuas, esas son para que se caguen los pichones. ¿Te
imaginas que el símbolo de César Chávez sea que me estén cagando los
pichones? No, que sea el movimiento”.
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