5/12/2014

La organización de los trabajadores del campo más allá de la figura de César Chávez


 Al Rojas, organizador del legendario boicott de la uva, valora que el movimiento campesino estadunidense está más a la defensiva que antes, y rescata los nombres del resto de líderes ocultos por la figura de Chávez.

Adazahira Chávez


México. “Nuestro error fue dejar que el movimiento se centrara en una figura, César Chávez”, lanza Al Rojas, uno de los cofundadores de la UFWA-Independent, la organización que logró sindicalizar en los años sesentas a miles de jornaleros agrícolas inmigrantes en Estados Unidos, y que ahora se encuentra en una situación que el organizador y campesino califica como “grave”, debido al alejamiento de la base trabajadora y la mercantilización de la figura del líder.

La huelga de jornaleros, iniciada en 1964 y transformada en boicott en 1968-, fue encabezada por líderes de origen mexicano y filipino además de Chávez: Tony Orendain, Felipe de la Cruz, Larry Itilong, Andy Invutan, Ben Gings, Gilberto Padilla y el propio Al Rojas. De aquella lucha, los movimientos actuales tienen que aprender “organización, toma de conciencia, pasar a la ofensiva y ser persistentes”, valora Rojas, en su mezcla de español e inglés.

La familia del campesino es nativa de Michoacán, México. Él nació en el condado de Tulare, California, donde su cuna fue una caja de los duraznos que sus padres pizcaban para enviar a las canerías (enlatadoras). Desde sus 50 años de activismo –centrados en la organización de jornaleros, la defensa de los migrantes y la solidaridad con el zapatismo-, Rojas hace para Desinformémonos un balance del movimiento de trabajadores del campo hasta hoy.

Los trabajadores del campo “han sido los más oprimidos” en Estados Unidos, valora el entrevistado. Esta industria vale 65 mil millones de dólares tan sólo en California y está dominada por terratenientes, que de sus propiedades lo mismo sacan petróleo que cosechas; esto último, principalmente para descontar impuestos, informa el organizador.

Rojas indica que como ahora, a principios del siglo pasado el gobierno estadunidense buscó mano de obra barata en la gente de “cara café”, en los migrantes mexicanos y de otros países. “El gobierno empezó a encaminar la migración, y más cuando vino la Segunda Guerra Mundial con el pretexto de que no había hombres, para abrir el espacio a la mano de obra barata de los braceros, a través de la Ley Pública 78”, recuerda Rojas, quien calcula que por temporada llegaron a ser entre 6 y 10 millones de trabajadores migrantes con una visa especial y contratos con restricciones. Además, el gobierno mexicano retuvo el 10 por ciento de sus salarios para un fondo de ahorro que no les entregó.

“A esa gente que venía la traían como esclavos, amarrados por ciertas condiciones”, señala el organizador. Una vez “entregado” el trabajador al empresario por medio de contratistas, los colocaban en lugares con condiciones pésimas, describe Rojas. Les cobraban por el transporte al campo, las cobijas, el alimento, “y ya con unas cervezas que se echaran, les quedaban menos de 40 dólares a la hora del pago”, además de condiciones insalubres, relata, que los llevaron a enfermedades. Por ejemplo, el contacto con pesticidas enfermó a muchos de ellos de los riñones.

Rojas comenzó a trabajar en la pizca de hortalizas en 1961 en Oxnard, donde tuvo su primer conflicto con el patrón. César Chávez vivió en ese pueblo, y le aconsejó a los trabajadores ponerse de acuerdo para negarse a trabajar si no se les proporcionaba el equipo adecuado para la lluvia. “Salió eso y lo ganamos”, relata el organizador. “Ahí fue cuando pensé: la acción tiene poder”.

La experiencia de la batalla ganada hizo que Rojas pensara en la necesidad de hacer una organización laboral. Con el antecedente de las huelgas por aumento de sueldo en los campos de algodón y lechuga, a inicios de los años treinta, inició la construcción de organizaciones en California, apoyadas en gente con experiencia en movilizaciones en otros campos, como el Valle Imperial. “Ahí comenzó el deseo de echarse encima de las corporaciones agrícolas”, relata Rojas. Los contrincantes, sobre todo en pueblos chicos, eran una mezcla de terratenientes, policías, jueces, políticos e iglesia. “No era la primera vez que se hacía pero pensamos, you know (tú sabes), hay que ponerse las pilas”.

En ese tiempo, César Chávez – que integraba la National Farmworkers Association- no quería lanzarse abiertamente a la lucha “porque tenía miedo a que lo aplastaran”. También estaban los filipinos, con su AWOC (Agriculture Workers Organizing Committee), afiliada a la mayor central sindical, la AFLC-CIO. “Ellos comenzaron la huelga en la uva en Coachella, más al sur y donde empieza la cosecha”, y empezaron a subir, relata el organizador. Los filipinos presionaron a Chávez para unirse a la huelga. El grupo de Rojas se fue por la costa, desde San José hasta Mexicali. Se formó la UFW Independiente.

El movimiento de los trabajadores agrícolas demandó el reconocimiento de su sindicato, obtener la representatividad, poder negociar contratos colectivos, garantizar beneficios y condiciones de trabajo, y poder ejercer el convenio en el caso de quejas.

La huelga duró cinco años, pero “se estaba yendo para abajo”. Los trabajadores sobrevivían a base de donaciones de ropa y comida y ayudas de agencias públicas. “Nuestros hijos sufrieron mucho, pero nosotros dijimos, no va a cambiar nada sin empujar”, recuerda Rojas. “Nos estaban encarcelando y matando, en un golpe brutal”.

Luego de una reunión de varios días (“así estábamos acostumbrados, para poder analizar bien un tema y llegar a un plan de acción”, recalca el campesino), los trabajadores decidieron dejar la huelga y pasar al boicot, lo que sucedió entre los años 1968 y 1970.

Para obtener recursos, por ejemplo, acudieron con los poderosos sindicatos acereros, que les ofrecieron que hablaran delante de sus agremiados. Los campesinos pidieron que primero, un día antes se les pasara un volante a los obreros donde se les solicitaba la donación de lo que cuesta una cajetilla de cigarros; así podían reunir miles de dólares.

Millones de familias dejaron de consumir uvas, “y surgió el sindicato con ese poder, porque estuvimos dos años pegándole duro y recibiendo el apoyo de organizaciones de negros, iglesias, musulmanes, obreros de las fábricas de aquel tiempo”. Se afiliaron cerca de 78 mil miembros y se firmaron convenios con alrededor de 500 empresas. La lección de la histórica movilización –que incluyó una huelga de hambre de César Chávez- es que “no hay ninguna ley que pueda ganar algo para nosotros si no hay organización y movilización”, amonesta Rojas, “pero hay muchos ahora que se van por la vía corta, de: vamos a hacer un arreglo con el patrón. No, madres, vamos por la ofensiva, no por la defensiva. Ése siempre fue el reto de nosotros”. La segunda batalla fue cómo educar en la administración de los convenios colectivos.

Los trabajadores del campo estadunidense hoy

La situación actual de los trabajadores campesinos es “peor” que en la época de César Chávez, considera Rojas, quien atribuye esto a que la dirección del sindicato fue tomada por su familia tan sólo por el hecho de serlo, sin que trabajen en el campo. “No toman la vanguardia para organizar, concientizar y movilizar”, agrega. Esto produjo conflictos internos también, señala, en los que se despide a los disidentes.

El sindicato redujo su membresía hasta 5 mil trabajadores, y ahora vive “de la imagen de Chávez”, valora Rojas. Además de la película producida por el actor mexicano Diego Luna, hacen publicidad para la cerveza Budweiser, incluso en sus convenciones. “Van y traen a la gente humilde, llenan el local donde hizo la huelga de hambre César Chávez y les dan cerveza para tomar. Es insultante”, espeta.
Un factor de diferencia con las movilizaciones de finales de los sesentas es que la nueva generación de trabajadores que emigran de México pertenece a pueblos indígenas. “Muchos de ellos hablan otra lengua que no es el español; entonces, cuando trata de hablar con ellos la gente que nunca ha trabajado en el campo, la ignoran”, relata Rojas. Sin embargo, estos nuevos trabajadores “están bien organizados. Está el Frente Indígena Oaxaqueño, que es una organización fuerte, con programas con dinero público del gobierno federal”, describe. Los esfuerzos de estas organizaciones se dirigen a conservar su cultura, “y también tienen una relación con el gobierno mexicano, al que le gusta decir, aquí estamos con ellos, aunque no hagan nada”.

Los nuevos braceros

Rojas denuncia que las pretensiones de la reforma migratoria estadunidense, apoyada por los sindicatos (incluyendo a la UFWA), contienen el reemplazar a los trabajadores libres y organizados del campo por trabajadores migrantes pero bajo un nuevo programa Bracero. De los trabajadores del campo en Estados Unidos, informa, cerca del 80 por ciento son indocumentados.

El veterano organizador acusa la forma en que tratan a los trabajadores del campo el gobierno y las empresas. “Dicen, ah, son caras cafés, son muy buenos para trabajar, se joden porque vienen con hambre y quieren enviar remesas”, abunda. “El gobierno mexicano toma esas remesas y a los deportados los avientan a la frontera sin ningún beneficio; no existe en México un plan para los que enviaron remesas y fueron deportados, como un fondo de desempleo”.

Al Rojas describe un panorama en el que se mezcla la organización campesina con las demandas de regularización de migrantes sin documentos. “El asunto de esto es que el trabajador del campo, que es el más importante, levanta la cosecha, y ésta tiene que ser limpia, orgánica y sin organismos genéticamente modificados y venenos”, abunda. “Y las condiciones serían: págales siquiera 22 dólares la hora más prestaciones a los trabajadores del campo, que no trabajen 10 horas sino 8, como cualquier trabajador”.

Un César Chávez de película

“Nosotros tuvimos un fallo muy grande en hacer de César Chávez el hombre, pero se le fue la cabeza. En esta película, Diego Luna lo hace un santo, y era cabrón. Lo tuvo que haber sido para llegar a donde llegó. No se quiso ir con lo negativo, pero eso también es parte de la historia”, valora el veterano luchador, que critica que alguien que se dice de izquierdas pida recursos de Televisa.

En la película, denuncia el organizador, se induce al error de pensar que el movimiento fue César Chávez solo. “Le damos mucho crédito y respeto por su sacrificio, pero él siempre lo dijo –cuando yo le decía que un día iban a poner su nombre a calles y escuelas-: no quiero eso. Lo que quiero es organizar y movilizar; estatuas, esas son para que se caguen los pichones. ¿Te imaginas que el símbolo de César Chávez sea que me estén cagando los pichones? No, que sea el movimiento”.


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