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Cotidianamente
usamos términos como si los conociéramos "como la palma de nuestra
mano", pero en realidad son palabras que empleamos con ligereza y que
realmente no conocemos su definición. El término "género" es uno de
ellos.
Se trata de un vocablo que muchos utilizan sólo para referirse a las mujeres y desconocen por completo que se trata de un término, que yo llamo "de encuentro", justo entre ambos sexos.
El
"género" apunta a un conjunto de características diferenciadas que cada
sociedad asigna a hombres y a mujeres. Así es, se trata de los roles
que nuestra sociedad –la familia, la escuela, la iglesia, el Estado,
etc.- le asigna a ambos sexos. Uno nace con un sexo definido
(rectifico, la gran mayoría), pero no con género; éste nos lo van
presentando a medida de que vamos creciendo. El género no es igual en
todas partes -guarda relación con las diferencias sociales-; ni es
estático, ya que puede y debe ir cambiando con el paso del tiempo.
Este
conjunto de papeles y expectativas nos indican a mujeres y hombres cómo
debemos ser, cómo debemos sentirnos y cómo debemos actuar. De ahí que
es común escuchar que "los hombres son fuertes e inteligentes, mientras
que las mujeres son débiles, cariñosas y habladoras".
El propio
Estado ha llegado a formalizar estos roles a través de actos públicos
como es el caso de la lectura de la epístola de Melchor Ocampo en
matrimonios civiles, texto que señala: "que el hombre cuyas dotes
sexuales son principalmente el valor y la fuerza, debe dar, y dará a la
mujer, protección, alimento y dirección, tratándola siempre como a la
parte más delicada, sensible y fina de sí mismo, y con la magnanimidad
y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil, esencialmente
cuando éste débil se entrega a él, y cuando por la sociedad se le ha
confiado. Que la mujer, cuyas principales dotes son la abnegación, la
belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura, debe dar y dará al
marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo
siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y
defiende, y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte
brusca, irritable y dura de sí mismo".
Muchos argumentan que los
roles de género fueron establecidos para organizar a la familia y a la
sociedad, presupuesto, que en mi opinión es patético e indignante, ya
que sólo busca minimizar e invisibilizar el estado de desigualdad y de
violencia, en el que viven prioritariamente miles de mujeres en nuestro
país.
Sus implicaciones en la vida cotidiana son múltiples y se
manifiestan por ejemplo, en la división del trabajo doméstico y
extradoméstico, en las responsabilidades familiares, en el campo de la
educación, en las oportunidades de promoción profesional, en las
instancias ejecutivas, en el ejercicio de la ciudadanía, entre otros.
De ahí que las mujeres han sido y son las más pobres entre los pobres,
las que cargan con las más graves consecuencias del analfabetismo y la
educación trunca o deficiente; y grandes dificultades para participar
en la vida privada y pública.
Lo anterior lo muestra un estudio
de la CEPAL que señala que más de 2.5 millones más de mujeres que
hombres en México viven condiciones de pobreza; que el 7.6% de las
mujeres mayores de 15 años son analfabetas, comparado con el 4.8% de
los hombres; que en zonas urbanas, solamente el 51% de las mujeres en
edad de laborar están ganando un salario en comparación con 81% de los
hombres, y que son 8 millones más mujeres que hombres las que trabajan
y no cuentan con un seguro médico y/o derecho a una pensión,
convirtiéndose en dependientes durante la enfermedad y vejez.
Por
lo que toca a la participación en la vida pública, es menester destacar
que de los 47 integrantes del gabinete del presidente Enrique Peña sólo
3 son mujeres (6.4%); que de un total de 628 integrantes del Congreso
de la Unión (Cámara de Diputados y Senadores), 229 son mujeres (36%); y
que en la última década se puede constatar una baja representación de
mujeres en los estados y en los municipios (la proporción no ha
superado el 4%), lo cual es grave, ya que éstas son las instancias de
representación y gobierno más próximas a la ciudadanía, vinculadas a
los asuntos de la vida cotidiana de las familias y comunidades.
La
desigualdad de género también guarda estrecha relación con un fenómeno
que corroe a la sociedad: la violencia contra la mujer.
A diario
miles de mujeres enfrentan la agresión sexual bajo las formas de acoso,
violación y abusos diversos; en un alto porcentaje son sometidas desde
niñas a la prostitución, la pornografía o la esclavitud sexual. Sin
embargo, la violencia que sufren no se reduce al aspecto meramente
sexual: ellas enfrentan además golpes, humillaciones y subvaloración
cotidianamente, principalmente al interior de su familia.
México
ha avanzado sustancialmente en los últimos años en lo que respecta la
conformación de un marco normativo y de políticas públicas que señalan
la igualdad entre hombres y mujeres, pero no han logrado hacerlo
efectivo, ya que el cambio no ha venido desde la sociedad.
Estoy
convencida que en tanto la sociedad no asuma el problema como propio,
las mujeres seguirán padeciendo los estragos provenientes de la
imposición de roles de género, tanto por el sexo masculino, como
autoimpuestos. Será necesario que, así como en el programa de
recuperación de adicciones, se establezca un Primer Paso en el que la
sociedad se rinda, admita su impotencia y su ingobernabilidad, y se
encuentre dispuesto a renovar "usos y costumbres" que hoy entorpecen el
desarrollo de ésta y de las siguientes generaciones.
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