2/28/2016

El hijo de Saúl Carlos Bonfil



La Jornada
Ingeniería del horror. Lo que definitivamente distingue a El hijo de Saúl, primer largometraje del húngaro László Nemes, de la mayoría de cintas filmadas sobre la tragedia del Holocausto, es haberse concentrado en la faena diaria de Saúl Ausländer (Géza Röhring), prisionero de un campo de concentración nazi e integrante de un grupo de Sonderkommandos, encargado de conducir a otros judíos como él a las cámaras de gases y recoger sus ropas y disponer de los cadáveres después del exterminio, para dejar limpio el lugar para la llegada de nuevos presos. Así transcurre metódicamente el trabajo de Saúl, en el año 1944 y en un lugar no identificado, que pudiera ser Auschwitz, cuando la amenaza del arribo de las fuerzas aliadas obliga a acelerar el imperativo fascista de la llamada solución final.
Al concentrarse en esa tarea de Saúl, el realizador exhibe la lógica más oscura del proyecto nazi, que consiste en despojar por completo a judíos, disidentes políticos, gitanos, homosexuales y otros parias sociales, de todo rastro de dignidad humana. Antes de entrar a la cámara de gas, los cuerpos extenuados y vencidos han perdido ya parte de esa primera condición de seres humanos; al salir de ella, y ser amontonados en pilas de cadáveres, ya sólo son piezas de desecho, incinerables, y como cualquier otro sonderkommando, Saúl habrá de ver en la víctima ajusticiada la imagen más cruelmente irónica de su propia suerte inminente, pues ningún testigo del horror podrá comunicar a los demás lo que él ha visto y lo que les espera.
La apuesta estilística de László Nemes es notable. Luego de seguir muy de cerca al protagonista y referir con minucia su faena, la cámara adopta su punto de vista como testigo presencial del horror, aunque sin mostrarlo del todo, sugiriéndolo únicamente en los contornos difuminados de la imagen, fuera de foco, más aterrador aún que si lo tuviéramos en un primer plano con la nitidez de un espectáculo grotesco y vergonzoso. La elección de un formato 4:3 permite condensar aún más esa mirada de Saúl, o el registro de su trabajo, hasta comunicar al espectador una asfixiante sensación de encierro, como el efecto que procura una sala en el museo berlinés del Holocausto, donde los visitantes quedan recluidos en un cuarto totalmente oscuro, con un pequeño tragaluz muy a lo alto, para sugerirles la infinita soledad y desasosiego del preso que adivinaba su fin próximo.
En sus primeros cinco o diez minutos, El hijo de Saúl recrea esa sensación, sólo que en lugar de ese silencio y esa soledad, la banda sonora ofrece, de modo más aterrador aún, los ruidos casi apagados de la maquinaria de exterminio, y el llanto y la desesperación colectiva de las víctimas detrás de una puerta herméticamente cerrada, todo fuera ya de nuestra mirada; vigorosamente presente, sin embargo, en la mirada de Saúl, inexpresiva y ya deshumanizada.
Lo que propone la película de Nemes es la reivindicación de la vulnerada dignidad humana del prisionero condenado al exterminio. Entre los cadáveres apilados, Saúl descubre el cuerpo aún con vida de un niño que pudiera o no ser su propio hijo, e intenta ponerlo a salvo, infructuosamente. Cuando el niño es finalmente ajusticiado, Saúl se propone recuperar su cuerpo para darle una sepultura digna, de acuerdo con el ritual judío, una empresa que en el interior de un campo de exterminio se antoja, más que azarosa, imposible. Esa temeridad y tozudez es el asunto dramático de la cinta, en medio de peripecias que serían propias de un relato de aventuras, de no tratarse de algo tan dolorosamente trágico como el intento de preservar, a través del cuerpo resguardado del hijo de Saúl, algo de su inocencia y de la dignidad humana de las minorías perseguidas y destinadas a un horno crematorio.
Con su inteligente decisión de eludir por completo lo literal y explícito del horror en la pantalla, el realizador húngaro evita tenderles a la culpa colectiva y a la responsabilidad histórica la coartada del sentimentalismo, algo de lo que La lista de Schindler, de Steven Spielberg, por ejemplo, no pudo o no quiso tomar la distancia crítica requerida. El hijo de Saúl es un relato sobrio e implacable, sin resquicios ni paciencia para la autoconmiseración o la buena conciencia. Además de ser formalmente un trabajo magistral, se trata, en nuestros días, de una cinta indispensable. Gran premio del jurado en el pasado festival de Cannes y nominada a mejor película extranjera en la entrega del Óscar esta noche.
Se exhibe en salas comerciales.
Twitter: @Carlos.Bonfil1

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