Lilia Mónica López Benítez*
La Jornada
Se ha publicado en
demasía sobre Ayotzinapa. En favor y en contra. De lo que se ha hecho y
de lo que falta por hacer. A primera vista, los espacios para la
reflexión se acotan; sin embargo, Ayotzinapa exige deliberar en forma
distinta a las conspiraciones, las verdades a medias, al balance
político y a la nota roja.
La otra lectura, la propuesta, es justipreciar Ayotzinapa como
interrogante de la educación pública y como política prioritaria de la
agenda de justicia de este país.
En La república, Platón sostiene que el ejercicio del poder
político únicamente genera bien común si los dos principios más
importantes, libertad e igualdad, conservan una simetría perfecta entre
todos los miembros de la polis. El motor de la ciudad no se
genera por acciones coercitivas o manipulación como formas
representativas de la corrupción, sino por la educación como mecanismo
de justicia. La educación, decía, destierra a las almas corruptas.
La belleza de este argumento obliga a cuestionar: ¿Qué representa
Ayotzinapa en términos de educación como objeto de la justicia
distributiva?
Regresemos a Platón. En la Alegoría de la caverna afirma que
la ignorancia es como una cueva oscura, en la que no hay más que
rastros de seres débiles que poco o nada pueden distinguir, ya que
desconocen la luminosidad; por tanto, no perciben las formas. Estos
seres viven confinados en un mundo estrecho donde sólo distinguen una
luz tenue que refleja las sombras de unas marionetas operadas por
titiriteros en lo alto de la caverna.
En la alegoría, la oscuridad es la limitación humana para acceder al
conocimiento. Es la falta de valores, pero lo interesante se centra en
los hilos de los títeres que equivalen a la realidad opresiva de los
moradores de la cueva. Algunos habitantes logran salir para descubrir
una realidad alternativa. No tardan en regresar para dar noticia de un
mundo de luz, de conocimiento. La inmensa mayoría duda del resplandor.
Su vida de sombras e hilos los aprisiona en su eterno confinamiento.
Si asumimos que Ayotzinapa representa un rompimiento entre formas
sociales obsoletas y procesos de participación alternativos, el
argumento se traduce en la identificación de los puntos ciegos del
Estado, donde prevalecen la carencia de bienes públicos, la marginación
que ausenta a muchos de la toma de decisiones y la discriminación como
resultado fatalista de la pertenencia a las
castas inferiores.
Para los estudiantes de las comunidades rurales, el acceso a las escuelas normales representa una salida de la
cueva. Y aun así, enrolarse en la educación supone,
platónicamentehablando, que dichos jóvenes tienen que sobreponerse a la segmentación de la educación.
En un Estado con cobertura universal educativa, como el nuestro, la
educación privada sería intrascendente; sin embargo, evidencia el
elitismo y la conformación de grupos cuyo acceso a las decisiones es
mucho más claro y directo.
La presencia de la educación privada genera una competencia
inequitativa, especialmente en las regiones con mayores índices de
discriminación. No en vano la pobreza extrema, el nivel de educación
formal y la procedencia son variables significativas de la marginación
social.
Cuando entre las esferas sociales y económicas más privilegiadas se
asume que la educación privada es mejor que la pública, la justicia no
está garantizada y la sociedad en conjunto fracasa en su intento de
proveer a los estudiantes de idénticas capacidades para su futuro. Lo
que denota que algo estamos haciendo mal.
No se trata de limitar la matrícula en escuelas privadas. Quien paga
decide, es un principio de libertad económica. Se trata de subrayar que,
además de elevar la calidad de la educación pública, también se debe
equiparar el valor personal de todos los estudiantes por igual.
Lo anterior supone un efecto de justicia redistributiva que da
capacidad real a los jóvenes integrantes de los grupos en situación de
vulnerabilidad de escapar de la pobreza endémica, tal y como los
aventureros salen de la cueva.
En esta perspectiva, el significado de atender una infraestructura
educativa debe tener un efecto de maximización de la calidad, que
consiste en articular todos los niveles de educación y hacerla accesible
para la totalidad de los estudiantes del país, sin excepción.
Independientemente de los datos duros que arrojan las estadísticas,
es moralmente inobjetable que una deficiente calidad de la educación
afecta a la población estudiantil al no contar con la misma canasta de
herramientas para competir con sus pares. La justicia redistributiva, en
este caso, queda definida como la capacidad de todos, sin distingo,
para adquirir el conocimiento.
La desigualdad social es resultado de la historia de marginación por
la que algunos educandos atraviesan en el sistema educativo, y, en esta
asignatura pendiente, el Estado tiene el mismo objetivo y
responsabilidad de diseñar e impartir educación de calidad para todos
los sectores de la población.
En términos de la agenda de justicia, Ayotzinapa y la Alegoría de la caverna se conjugan en la creación de capacidades y formalización del conocimiento para luego humanizarlo.
En suma, la falta de educación es causa de la coerción brutal y de la
violación de los derechos humanos. Transgresión constante a la vida
digna. Para romper este ciclo vicioso se requiere de igualdad.
La educación, como señala Platón, también debe ser simétrica para ser
inclusiva y justa, y debe desembocar en un choque civilizatorio para
que la miseria de unos no sea la moneda de cambio de otros que, por
premeditación u omisión, no atienden el reclamo que Ayotzinapa ilustra
sobre la impartición de la justicia educativa.
Al final, el valor de un profesor es el mismo que el de un juez: los dos imparten justicia.
*Magistrada federal y académica universitaria
No hay comentarios.:
Publicar un comentario