Alegatos
Foto: Moisés Pablo/ Cuartoscuro
Hablemos claro. Acordemos que sólo los regímenes autoritarios imponen
olvido y niegan el derecho a recordar la tragedia. Las democracias
necesitan de la memoria, en especial de los hechos más dolorosos, para
sanar, reparar y seguir.
Convengamos también que el país atraviesa situaciones difíciles, que
durante décadas hemos acumulado serios rezagos y que las sociedades
modernas enfrentan enormes desafíos de talla global. La realidad es
compleja y delicada.
¿Por qué es importante aclarar esto? Porque Usted insiste en minimizar lo sucedido en Iguala y en reducir la vida nacional a las que han sido llamadas “reformas estructurales”.
Sus dos apariciones más importantes de fechas recientes (ocurridas la
semana pasada) dan cuenta de ello. Primero, con su exhorto a que Iguala
no quede marcada por la tragedia y días más tarde al insistir desde
Houston en que el eje modernizador del país son sus reformas.
Por ello encuentro pertinente hablar de estos temas. Pero en serio.
Hace tres años medios extranjeros divulgaron la idea de que Usted era
un reformador con el liderazgo necesario para mover a México (lo que
sea eso signifique). En el fervor por usar palabras simples para
describir asuntos sumamente complejos, algunos fueron al extremo de
decir que Usted estaba salvando a México (“Saving Mexico”).
Aferrado a la idea de que legislar es gobernar, Usted ha hecho de las
reformas el factor omnipresente de sus discursos. Cuando la prensa
internacional coqueteaba con la imagen de su gobierno, publicó (en el
Financial Times) que la agenda de México está completa gracias a 11
“reformas estructurales” que harán que el país sea más abierto,
productivo y competitivo. El mismo argumento esgrimió el año pasado en
sus visitas de Estado al Reino Unido y a Francia, y la semana pasada en
Houston, Texas.
Pero hay un sesgo en sus reformas. Tiene poco que decir de dos de las
tres que tanto Usted como su partido político se comprometieron a
aprobar antes de diciembre de 2012. Cuando las anunciaron las llamaron
con mucha euforia las reformas de una Presidencia Democrática. Pasada la
mitad de su sexenio, una de ellas está en el olvido y la otra
languidece entre borracha y moribunda. Le recuerdo cuáles son: la
creación de una comisión nacional anticorrupción; y la creación de un
órgano ciudadano que regule el gasto en publicidad oficial.
Considero ocioso citarle cifras y estadísticas sobre corrupción. Lo
mismo que abundar en el gravísimo conflicto de interés en el que
incurrieron Usted y el secretario de Hacienda en la compra de sus casas.
A pesar de ello (o quizá por lo mismo), Usted decidió nombrar en la
Función Pública a Virgilio Andrade (quien carece de las distancias
política y personal elementales para el encargo) y le pidió encabezar
una investigación. Una acción sin fundamento legal ya que la
Constitución prohíbe tales medidas en contra del Presidente de la
República. ¿El resultado de todo? Usted lo sabe, la pérdida irreversible
de legitimidad de su gobierno en el plano nacional e internacional.
Volviendo a la reforma en materia de corrupción, su gobierno envió al
Congreso una iniciativa con una deficiencia técnica extraordinaria.
Después, su partido político obstaculizó sistemáticamente las
discusiones. A tropiezos y con heridas de muerte, avanzó una abigarrada
reforma constitucional que no ha servido para nada, pues aún requiere la
aprobación de una cascada de leyes secundarias. Lo que es un hecho es
que incluso de aprobarse pronto, al menos dos tercios de su gobierno
habrán transcurrido sin las reformas de combate a la corrupción.
Esa pasividad, suya y de su partido, debe ser expresión de su
ideosincrasia. Usted ha insistido en que la corrupción es un asunto
cultural. Sólo ha abandonado esa frivolidad para cambiarla por otra,
diciendo que es un asunto de condición humana. Es demasiado Señor
Presidente. Cuando es cuestionado sobre uno de los problemas más crítico
de nuestra sociedad e instituciones su respuesta puede ser resumida en 3
palabras: no se responsabiliza.
La otra gran reforma prometida, y sobre la que no ha hecho ni el
intento de simular, es la de publicidad oficial. No sólo las televisoras
han puesto de rodillas a su gobierno y al Congreso en temas como el
apagón analógico, el negocio con ellas es obsceno. En los dos primeros
años, Usted gastó más de 10 mil millones de pesos en promocionar,
principalmente, sus reformas. Ningún presidente había gastado nunca
tanto (ni en términos absolutos, ni relativos). Qué importa que haya
necesidades más apremiantes que el gasto en propaganda.
Dos empresas –Televisa y TV Azteca– obtienen más de
una cuarta parte del dinero público en publicidad oficial (el 27% del
total). Y, aunque la Constitución prohíbe expresamente (artículo 134),
la propaganda personalizada, Usted ha aparecido en ella una y otra vez.
En suma, se preocupa poco por respetar el marco legal y tiende a abusar
del presupuesto público por razones personales. En este tema, mejor no
tener ninguna expectativa de reforma.
En su gobierno, temas fundamentales como el campo, están en el
olvido. Pasados más de dos años desde el anuncio de lo que llamó la
Reforma Profunda, sólo hay cambios cosméticos. Pero sepa que en este
país los pequeños productores aportan el 40% de los alimentos, generan
el 74 % del empleo formal rural y lo hacen prácticamente sin apoyo. La
evidencia (FAO, Banco Mundial, Coneval, ASF) es abrumadora y coincide en
que el gasto en el sector no sólo no nos hace más competitivos, nos
hace un país injusto y desigual.
Comprenderá la importancia del asunto en un país en el que el 70% de
los 4 millones de productores tienen predios iguales o menores a 5
hectáreas. Sin embargo, en este tema, su gobierno no ha tenido capacidad
reformadora. Señor Presidente, cuando son para apoyar a inmensas
mayorías que lo necesitan e implican reasignar el presupuesto afectando a
una élite corrupta (en este caso de agroindustriales), su gobierno
anuncia reformas que nunca llegan.
Para justificar la reforma fiscal, en diversas ocasiones Usted ha
referido que México es el país con menos recaudación en la OCDE. Sería
mezquino negar que hay avances en la materia. Ahora, sobre finanzas
públicas nuestro país tiene otras desigualdades y contradicciones. Por
ejemplo, según el mismo organismo los sueldos de los altos funcionarios
son tres veces más dispares en México que el promedio de la OCDE. Una
sociedad más justa no sólo requiere un Estado capaz de recaudar, empieza
por tener gobiernos más profesionales y republicanos y menos una casta
de privilegiados. Ese tema, de profunda transformación democrática, no
le ha merecido a su gobierno siquiera un intento de reforma.
Y ahora tenemos esta crisis de seguridad que su gobierno trató de
atender con una nueva narrativa. Pero este es un asunto que no se
resuelve con juegos de palabras. El análisis más reciente de Alejandro Hope,
con datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública y el INEGI sobre
homicidios, anticipa que su sexenio tendrá 9,000 muertes más que el de
Felipe Calderón. Casi con certeza será el más violento de la historia.
No, Señor Presidente, esta crisis no inició durante su gobierno. Le fue
heredada. Pero es verdad que en su gobierno no han logrado cambiar la
forma en la que estamos enfrentando la violencia.
Tomemos el ejemplo de la capacidad del Estado para afectar los
intereses financieros de la delincuencia organizada. En la glosa que
siguió a su tercer informe de gobierno, Usted afirmó que la reforma
financiera permitió que se bloquearan 407 millones de pesos y 5 millones
de dólares de dudosa procedencia, y que se logró el aseguramiento de
260 millones de pesos y 115 mil dólares. Señor Presidente, esos
resultados no sólo son magros, son una confesión de incompetencia.
Permítame poner sus cifras en contexto. El Departamento del Tesoro
(de Estados Unidos) calcula que el narcotráfico mexicano (no incluye
corrupción, peculado y otras formas de delincuencia organizada) puede
alcanzar ingresos anuales de 40 billones de dólares. Los dólares
“bloqueados” y asegurados (por inteligencia financiera) por su gobierno
son una diezmilésima parte (el .012%) de los ingresos de los cárteles.
Si agregamos el resto de capitales lavados ilegalmente, sus números son
absolutamente insignificantes. Señor Presidente, en teste tema no hay
margen de duda: su reforma no sirvió para nada.
No me malinterprete. No soy tan inocente como para pensar que Usted
solo podría resolver este problema. Lo que señalo es que México está en
extrema necesidad de profundas reformas en tres rubros: corrupción;
violencia; y crimen organizado. Entre otras cosas, implicarían
sacrificar buena parte de la élite política, cambiar el modelo electoral
basado en el dinero (incluso ilegal), romper las alianzas con los
poderes de facto y un reconocimiento público de todos los partidos
políticos de que ninguno (¡ninguno!) es inocente. Pero parece que Usted,
Señor Presidente, carece de autoridad moral y visión para liderar esas
reformas.
Aclaremos ahora ciertos aspectos sobre Iguala.
¿De dónde saca el coraje para sugerir normalizar, superar o
trascender lo que ahí sucedió? Pongámosle perspectiva: el mundo se
conmocionó por la noticia de policías entregando jóvenes a la
delincuencia organizada. “La noche más triste”, tituló el periodista
Esteban Illades su crónica sobre los ataques a los normalistas de
Ayotzinapa.
El tema es crítico porque implica mucho más. Señor Presidente,
lo que pasó en Iguala destapó otras tragedias y mostró que la barbarie
anda suelta. Guerrero sigue siendo la región de la brutalidad silenciosa
(o ignorada). En ese estado las muertes violentas alcanzan tasas
promedio de 63 personas por 100,000 habitantes. Diez veces más que el
promedio mundial. Tres veces más que el promedio nacional.
Adam Przeworski -uno de los teóricos más destacados de la democracia-
en su concepción minimalista de la misma ha llegado a decir que es un
sistema en donde “la gente no se mata una a otra, y el gobierno no mata a
la gente”. Ni a ese estándar llegamos. En muy pocos lugares del mundo
se asesina tanto y tan brutalmente que pueden encontrarse 38 fosas
clandestinas, con más de 87 cuerpos (muchos de ellos calcinados).
Tampoco hay demasiadas ciudades que presenten 110 personas desaparecidas
en tan sólo tres años (de 2012 a 2014). Estos, son los números que
reconoce la PGR en ese municipio.
¿Sabe por qué lo que pasó en Iguala trasciende los calificativos de
“lamentable”, “triste” y “desgarrador”? Por la podredumbre estructural
que develó. Derivado de los hechos de esa noche, la PGR reconoce tener
104 personas sujetas a proceso. 48 de los detenidos son policías
municipales de Iguala y 16 agentes de la corporación de Cocula. Los
delincuentes despachando desde las instituciones.
En dichos de su propio gobierno: el poder corruptor del narcotráfico
tenía en su estructura a prácticamente todas las personas involucradas
en la seguridad pública de 13 municipios (“ponían y quitaban a los jefes
de la policía”, detalló Tomás Zerón, responsable de inteligencia
criminal en enero de 2015). Pero tremenda organización criminal, con tal
capacidad de coordinación y exposición pública, operaba sin que en su
gobierno lo supieran. O, si lo sabían, no hicieron nada.
Desde que todo estalló, Usted ha querido reducir el problema a la
mentada debilidad de las policías locales. Pero ¡sorpresa! Señor
Presidente, la delincuencia organizada es un delito de competencia
exclusiva de la Federación. ¿Qué hacían los responsables de investigar a
dichos grupos, mientras Iguala –con todo y un cuartel militar ahí
metido- se llenaba de muertos, fosas clandestinas y desaparecidos? ¿Y la
inteligencia militar? ¿Dónde estaba la SEIDO? ¿Qué hizo el CISEN? ¿Por
qué no intervino el Comisionado Nacional de Seguridad?
Señor Presidente, quizá quiere superar hechos y evitar marcas porque hay un México que nosotros vivimos y Usted no.
Entonces ¿cómo estamos?
Acordemos también que ciertos indicadores reflejan avances. La
nuestra no es una sociedad derrotada ni reducida a lo que hace o deja de
hacer su gobierno. No todos son aspectos lamentables y este no es un
mensaje de pesimismo. Es un argumento para discutir con claridad
circunstancias complejas. La situación no está para análisis simples.
Permítame volver a las reformas para ser más preciso en esto. Para
decir que estamos mejor que nunca, Usted -por ejemplo- usa con
recurrencia las cifras históricas de exportación de autos. Lo hace
cuando el mundo entero está en revisión de los beneficios del
intercambio comercial. Hace un año, Paul Krugman, premio Nobel de
economía, nos describió así: “a pesar de las reformas, es decepcionante
el despegue del crecimiento económico de México”.
¿Sabe Usted qué nos dejaron 30 años de reformas económicas? Según
Krugman: una paradoja. Mucha gente pensó que con ellas en México se
“reduciría la desigualdad entre su población, porque exportaría muchos
productos y tendría mucha demanda de mano de obra. Pero sucedió todo lo
contrario y hubo más desigualdad.” Esto indica, según el propio Krugman,
que las exportaciones no necesariamente son buenas herramientas para
abatir la desigualdad. Su dato favorito sobre autos exportados -por
ejemplo- requiere ser situado en su contexto económico y social.
Esta será la generación con mayor acceso a bienes y servicios, pero
también la más violenta y la primera en que la que las personas con
empleo formal están debajo de la línea de la pobreza. La población en
México es mucho más que consumidores y fuerza laboral atractiva para las
inversiones. Somos seres humanos y ciudadanos con derechos, que
reclamamos justicia y merecemos gobiernos honestos. Quiero dejar este
punto perfectamente claro, así que permítame ser tan cínico como
ustedes: las personas muertas no pueden trabajar o comprar. Los
gobiernos corruptos no pueden gobernar.
Pues bien, estos son sólo unos ejemplos para ilustrar las
complejidades en México. Hay muchos más, pero ya me extendí demasiado.
Con todo, le quiero rogar encarecidamente que cuando hable sobre las
reformas en México precise que eso sólo da cuenta de sus alianzas
políticas y del grupo que lo rodea, no de todo lo que el país necesita y
lo que muchos mexicanos queremos.
Y cuando hable de Iguala, no nos incluya en su reflexión. Usted está
en su derecho de creer que la peor crisis de violencia
criminal-institucional y su brutal expresión en violaciones a derechos
humanos son “superables” y no “marcan” a un municipio. El discernimiento
de la realidad y la sensibilidad frente a la tragedia son asuntos
íntimos. A diferencia de Usted, somos muchos los que no queremos
normalizar la barbarie , y no lo haremos en el caso de Iguala.
Y eso, debe quedarle claro ya.
*Fragmentos de este texto habían sido previamente publicados. Porque
la validez de sus argumentos sigue vigente, he decidido incluirlos a
esta nueva carta pública.
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