Immanuel Wallerstein
El primero de julio
de 2018, Andrés Manuel López Obrador, conocido como AMLO por sus
iniciales, fue electo presidente de México por un margen arrollador.
Ganó 53 por ciento de los votos. Sus rivales más cercanos fueron Ricardo
Anaya (del PAN), con 22 por ciento, y José Antonio Meade (del PRI), con
16 por ciento. Además en su alianza partidaria, Morena ganó la mayoría
de los escaños en la legislatura.
Se ha comparado su victoria con aquella de Lula da Silva en Brasil o
la de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña. Pero Lula no estuvo cerca de tener
la mayoría de los votos, y su amplia alianza partidista incluía grupos
reaccionarios. Corbyn sigue luchando por mantener el control del Partido
Laborista británico y, aun si lo logra, encara una difícil elección.
Por el contrario, AMLO tiene probablemente el mayor margen de
victoria que alguna vez haya tenido un contendiente en una elección
multipartidista relativamente honesta. No tendrá problema en mantenerse
en el poder durante el periodo único de seis años que es permitido por
la Constitución mexicana.
Entonces, ¿por qué sólo dos vivas? Una mirada a la historia de México
clarificará mis reservas. La llamada Revolución Mexicana de 1910
derrocó a un régimen opresivo y muy antidemocrático, y es por lo que se
le considera el inicio del moderno Estado en México. No obstante, no
resultó en una relativa paz y estabilidad, ¡muy por el contrario! En los
20 años subsecuentes ocurrieron constantes luchas violentas entre
varias milicias armadas, ninguna de las cuales logró prevalecer.
Pero tras el asesinato de uno de los principales candidatos a la Presidencia hubo un arreglo de facto
que logró acarrear un cierto grado de estabilidad y una enorme
reducción de la violencia. El partido que garantizó esta estabilidad
relativa continuó con nombres diferentes hasta que eventualmente se le
conoció como Partido Revolucionario Institucional, o PRI.
El sistema PRI evolucionado se basó en el requisito constitucional de
que en México hubiera elecciones cada seis años el primero de julio. El
elegido sólo podía permanecer un periodo en el cargo. Su sucesor era
escogido tras bambalinas mediante una negociación entre los dirigentes
del PRI. La elección real era en efecto una formalidad. Con la excepción
de un periodo políticamente radical entre 1936 y 1942, el sistema PRI
de elecciones arregladas tuvo por resultado gobiernos con élites
sumamente corruptas y que tenían poco que ofrecerle al tercio inferior,
mitad de la población.
El sistema PRI eventualmente alcanzó un punto de descontento popular
altísimo. Esto condujo a la emergencia de un contendiente importante al
final del siglo XX: el Partido Acción Nacional (PAN). El blanquiazul fue levantado sobre una base católica que reaccionaba ante el programa tan anticlerical del PRI y de México.
El PAN ganó la elección del año 2000, terminando por tanto el
monopolio del PRI en el cargo. Además del PRI y el PAN emergió también
un partido social demócrata llamado Partido de la Revolución Democrática
(PRD). México se había vuelto un país con elecciones competidas. ¿Qué
tanta diferencia hizo esto? No mucha.
AMLO compitió como candidato del PRD en 2012, pero teniendo la mayoría se le hizo trampa. Luchó duro contra el
falsoganador, pero con poco respaldo del PRD. AMLO entonces construyó su lucha por el poder frente al rechazo de los tres partidos principales.
¿Por qué no se le hizo la misma trampa en 2018? El gobierno del PRI
de 2012-2018 utilizó violencia extrema contra la oposición. Le
dispararon y asesinaron a manifestantes y estudiantes. Esto condujo a
levantamientos por abajo en diversas zonas que hicieron imposible que el
PRI hiciera fraude con las elecciones una vez más.
AMLO propone un verdadero programa de izquierda. Compitió sobre la
plataforma de un aumento significativo de la distribución material para
la muy grande clase pobre más baja. Llamó a ponerle fin a las llamadas
pensiones de grandes sumas de dinero que se pagan a los ex presidentes.
AMLO promueve en cambio pensiones para los pobres. En esto su programa
fue semejante al de Lula con su Bolsa Familia y su Hambre Cero. La
diferencia es que AMLO no puede ser destituido como Lula lo fue.
AMLO llama a su propuesta
ni-ni. Para aquellos que no son ni estudiantes ni obreros, que constituyen un grupo muy grande de gente joven. Él propone pagos para que sobrevivan mientras se hacen de las habilidades mediante programas de gobierno que les conviertan en gente empleable.
La izquierda latinoamericana ha saludado la elección de AMLO viendo
en su victoria la posibilidad de rencender la llamada ola rosa en
América Latina que ha tenido muchos reveses en los últimos 10 años.
Estados Unidos está visiblemente preocupado y descontento. Donald Trump
ya está buscando cooptar a AMLO.
Yo también saludo la victoria de AMLO. Pero me preocupa el hecho de
que, a diferencia de Lula, no ha mostrado mucho gusto por volverse un
líder no sólo mexicano, sino latinoamericano. Por el momento, está en
una posición de fuerza en México, pero no es impermeable a las presiones
en contra que vengan. Realmente no podrá hacerlo solo. Necesita a la
izquierda latinoamericana de la misma forma en que ésta lo necesita a
él. Ya veremos cómo va a navegar las negociaciones sobre el Tratado de
Libre Comercio de América del Norte.
Asimismo, como todos los líderes populares que han luchado duro y que
finalmente logran llegar al poder, me pregunto cuánto refleja de las
limitaciones de ser una figura carismática. Mucha autoafirmación ha sido
el lado negativo de tantos líderes populistas de izquierda. Tampoco ha
indicado AMLO mucha tolerancia en el pasado por quienes cuestionan la
prudencia de lo que hace.
Así que dos vivas, sí, que suenen fuerte, con la esperanza de lo mejor.
Traducción: Ramón Vera-Herrera
© Immanuel Wallerstein
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