Luis Hernández Navarro
A lo largo de la campaña presidencial, diversos enemigos de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) lo acusaron de ser el Donald Trump mexicano. No era un halago, sino una forma de golpearlo políticamente. Inopinadamente, semanas después, a través de una misiva, el futuro mandatario mexicano admitió que existen importantes semejanzas entre ambos.
En el último párrafo de la carta que envió al presidente de Estados Unidos, AMLO encuentra paralelismos con él y le dice: “Me anima el hecho de que ambos sabemos cumplir lo que decimos y hemos enfrentado la adversidad con éxito. Conseguimos poner a nuestros votantes y ciudadanos al centro para desplazar al establishment o régimen predominante”.
La afirmación sorprende. Trump ha ofendido a México y a los mexicanos. Ha agredido y perseguido a los connacionales que viven en Estados Unidos. Impuso, en plena renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, aranceles a exportaciones mexicanas. En lugar de un cambio de paradigma en las relaciones exteriores, el que el próximo presidente mexicano se homologue con el estadunidense es un desacierto.
¿Cuál es la necesidad de encontrar similitudes con él? ¿En qué principio de política exterior se sustenta una maniobra como ésa? ¿Qué gana la diplomacia mexicana equiparando a su virtual presidente electo con uno de los políticos más detestados en el mundo? No se trata de que el tabasqueño ataque al neoyorquino o de que le diga cosas que pongan en peligro el futuro de la relación entre ambos países. Nada de eso. Pero sí de mantener una sana distancia. Si en lugar de su firma esas palabras llevaran la de cualquier otro político mexicano se habría producido un verdadero escándalo.
La carta de AMLO a Donald Trump es mucho más que mero saludo al vecino del norte, la manifestación del deseo de sostener relaciones binacionales cordiales o una agenda de los asuntos a tratar en común. Es, también, un inusual informe unilateral de las medidas que su gobierno tomará para frenar la migración hacia Estados Unidos. Habrá muchos cambios, señor presidente Trump, escribe el tabasqueño. ¿Desde cuándo hay que enterar al mandatario estadunidense de lo que será nuestra política interna?
El objetivo explícito de las medidas comunicadas a Trump es que los mexicanos no tengan que migrar por pobreza o violencia, esforzándose en lograr que encuentren trabajo y bienestar en sus lugares de origen. Se busca levantar una serie de cortinas que frenen el desplazamiento de la fuerza de trabajo hacia Estados Unidos.
Entre las acciones que se echarían a caminar se encuentra la siembra de un millón de hectáreas de árboles frutales y maderables en el sureste del país, para crear 400 mil empleos. También, el impulso a un corredor económico en el Istmo de Tehuantepec, para unir el Pacífico con el Atlántico (una especie de Canal de Panamá seco), con una línea de ferrocarril de 300 kilómetros para el transporte de contenedores y el establecimiento de una zona franca.
Adicionalmente, se recorrerán las aduanas mexicanas hacia el sur, 20 o 30 kilómetros, y se disminuirán a la mitad los impuestos cobrados en la zona fronteriza. Asimismo, se establecerá una franja libre en los 3 mil 185 kilómetros de frontera. “Esta será –dice la carta– la última cortina para retener trabajadores dentro de nuestro territorio”.
Aunque cada iniciativa merece un comentario particular, hay una que sobresale: el corredor transístmico. El desarrollo de la región sur-sureste para frenar la migración anunciado por López Obrador no es novedad. Uno tras otro, los últimos presidentes han dado el banderazo de salida a proyectos similares. Vicente Fox auspició (provocando una incesante oleada de resistencia indígena y campesina) el Plan Puebla-Panamá. Enrique Peña Nieto creó en 2016 las zonas económicas especiales (ZEE), como territorios de excepción con incentivos fiscales, beneficios aduaneros y un marco regulatorio ágil. Alfonso Romo acaba de declarar que buscarán extenderlas a todo Chiapas, Oaxaca y Guerrero. Todos estos planes han fracasado. Las entidades donde se promovieron no crecieron económicamente y la población no vive mejor.
En una historia sin fin, al menos desde 1997, los gobiernos en turno han anunciado el inicio del proyecto de transporte intermodal, para conectar Salina Cruz, Oaxaca, con Coatzacoalcos, Veracruz, y establecer un cluster regional de sectores industriales con alto potencial económico. Invariablemente se han topado con un problema irresoluble: el rechazo de las comunidades a su construcción.
La misiva de AMLO explica que, en el corredor transístmico, pobladores y propietarios de tierras serán tomados en cuenta y que estos últimos serán invitados a participar como accionistas de la empresa que se constituya con este propósito. Más allá de las promesas, nada indica que en esta ocasión la ancestral respuesta de campesinos e indígenas vaya a ser distinta a la del pasado.
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