Miguel Concha
Como se ha reiterado,
en México existe una sociedad civil organizada que desde su origen se
comprometió con los problemas nacionales, el logro del bienestar, los
derechos humanos y la democracia deliberativa. A pesar de la situación
crítica que enfrentan, hoy las Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC)
continúan impulsando esos valores y estrategias, ya que tienen un
compromiso especialmente con los diversos grupos en exclusión, con los
que contribuyen a transformar su perspectiva en clave de derechos. Con
ello impactan también en el entorno social, la cultura de la no
discriminación y la incidencia en la elaboración de las políticas
públicas.
Las OSC y otras expresiones articuladas, como frentes y movimientos
sociales y comunitarios, han hecho una contribución sustantiva a la
alternancia en el poder y a la incorporación de los derechos humanos en
la gestión de los poderes del Estado exigiéndoles el cumplimiento de sus
obligaciones.
Dada la diversidad de las OSC que actúan en la nación y de aquellas
que en las pasadas tres décadas han luchado por un cambio de paradigma
democrático y se consideran parte de la izquierda social –de la que
proviene el actual gobierno–, en la coyuntura electoral de 2018
emergieron múltiples agendas.
Han sido críticas ante decisiones contrarias a los derechos y animan a
la ciudadanía a defenderlos. Por ejemplo, frente a los proyectos que se
impulsan desde los ámbitos federal o local, defender el derecho a la
consulta previa, libre e informada entre las poblaciones que habitan en
los territorios involucrados.
Durante más de una década las Organizaciones de la Sociedad Civil
abogaron por una cobertura legal, lo que dio lugar en 2004 a la Ley
Federal de Fomento a las Actividades Realizadas por las OSC. Un marco
legal quizás insuficiente, pero que por el reconocimiento de estas
organizaciones como actores de interés público, y porque ofrece
argumentos claros y fundamentados para su fomento y participación, hace
la diferencia. Dicha ley, motivo de múltiples propuestas de reforma,
especialmente para asegurar una efectiva política pública de fomento en
toda la nación, adquiere vigencia y relevancia ante la suspensión de
recursos públicos para los procesos y proyectos de las OSC que han
actuado con transparencia, autonomía y, claro, con apego a la
normatividad.
Por ello diversas OSC se han encontrado para reflexionar sobre el
cambio de escenario político con el nuevo gobierno, esperando
correspondencia con la agenda de quienes luchan por las mismas causas.
Pero ahora, y como consecuencia de sus declaraciones y decisiones –que
las desacreditan y debilitan ante la opinión pública y los grupos de
personas con las que trabajan, así como frente a las instancias
nacionales e internacionales que históricamente las han reconocido y han
sido solidarias con su compromiso en favor de la democracia, el
desarrollo y los derechos humanos– coinciden en que no se vale hacer tabula rasa
de todas ellas. Considerando el horizonte colocado por el Presidente,
de una profunda transformación (la Cuarta Transormación), pensamos que
la construcción de una nueva relación gobierno-sociedad no es imaginable
sin la participación activa de la sociedad civil organizada, la cual
tiene mucho que aportar desde su experiencia, capacidades y compromiso
social. Lo que implica, en reconocimiento de sus derechos, un entorno
que lo facilite. Un entorno favorable para la sociedad civil que está
determinado por una serie de prácticas interrelacionadas (normas
legales, administrativas, fiscales, informativas, etcétera) que
contribuyen al fortalecimiento de sus capacidades para participar de
manera efectiva y contribuir en los procesos de desarrollo sustentable.
Como ha sido reconocido desde distintos instrumentos internacionales,
con base en la experiencia internacional se han identificado en efecto
principios, normas y buenas prácticas que facilitan y contribuyen a que
las OSC sean eficaces en el cumplimiento de su papel. Tales como la
libertad de asociación, el derecho de reunión, el derecho a la
información y el derecho a la libertad de expresión y, al mismo tiempo, a
ser reconocidas legalmente y operar sin interferencia del Estado para
cumplir con sus propósitos legales. Incluidos además los derechos a
buscar y obtener recursos y la obligación positiva del Estado de
proteger sus derechos.
Las OSC no necesariamente son un camuflaje de la democracia en un
régimen neoliberal. Son un activo de la sociedad con una visión
progresista que reivindica su derecho a organizarse, expresarse y
participar en la esfera pública. Las democracias sólidas fomentan una
sociedad civil fuerte y en favor del ejercicio libre de acciones que no
la desincentiven o vulneren.
Frente a las actuales circunstancias, las estrategias que las OSC
relevan son cuidar y defender sus derechos; revertir el descrédito en el
que han sido colocadas; visibilizar lo que hacen y pretenden, y avanzar
en una nueva relación gobierno-sociedad, componente fundamental en el
tránsito hacia la Cuarta Transformación y a la gobernanza, bajo los
valores de autonomía, solidaridad y actitud crítica.
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