La Jornada:
Arturo Balderas Rodríguez
Es difícil escapar a la fiebre tarifaria desatada por la acostumbrada irresponsabilidad del presidente Trump. En esta ocasión, a su evidente ignorancia sobre las relaciones comerciales, se añade su increíble torpeza, falta de respeto y grosera forma de conducir las relaciones con las naciones que mayor intercambio comercial tiene Estados Unidos: China, Canadá y por su puesto México, su mayor socio comercial.
En una mala mañana a sus asesores en materia migratoria se les ocurrió la idea de anunciar un gravamen extraordinario a las importaciones de México para obligarlo a tomar medidas para detener la migración procedente de Centroamérica que intenta llegar al vecino país del norte en busca de asilo. (De hecho, meses antes México ya las había tomado, NYTimes 9/6/19).
La ocurrencia, que seguramente provino de sus asesores Stephen Miller y Mick Mulvaney, conocidos por su línea dura en contra de la migración, dejó perplejos no sólo a los mexicanos sino a los legisladores del Partido Republicano, aliados habituales de Trump.
Lo mismo sucedió con el conglomerado industrial cuyas plantas pudieran sufrir un enorme daño, debido a que su cadena productiva está íntimamente ligada a los insumos procedentes de México.
Por ejemplo, más de 25 por ciento de los autos estadunidenses provienen de nuestro país, y también la tercera parte de refacciones automotrices. Los precios de los vehículos pudieron aumentar entre mil 100 y 5 mil 400 dólares, según análisis del Centro de Investigación de la Industria Automovilística.
A ello se agrega el daño que se ocasionaría al comercio de productos alimenticios y duraderos.
Consecuencias en Estados Unidos
Trump no esperó mucho para recibir una andanada de críticas por mezclar asuntos tan disímiles como el comercio y la migración, a las que se unieron los reclamos de los sectores comerciales e industriales que en conjunto le advirtieron sobre las consecuencias económicas internas.
El viernes por la mañana sucedió algo inesperado: no obstante que el desempleo está a su nivel más bajo en 50 años, apareció la noticia de que el mes pasado la tendencia de crecimiento en el indicador del empleo se estancó e inclusive sufrió una sensible reducción. Esa noticia y otros indicadores en el sector financiero prendieron la alarma ante el temor de lo que pudiera ser el germen de una posible recesión.
No está claro cuál fue el factor que pesó más en el mandatario Trump para que intempestivamente decidiera cancelar su amenaza de imponer aranceles a todas las importaciones mexicanas: la llamada de atención de los sectores industriales y comerciales sobre el daño que causarían a la economía; la promesa del gobierno de México para cumplir con algunas de sus pretensiones en materia migratoria; el efecto recesivo por la guerra arancelaria con China y México, o todo en conjunto.
Es lamentable que, ante lo inevitable, la administración mexicana haya tenido que ajustar parcialmente su política migratoria a las metas de Trump, contrario a la intención original del Presidente mexicano de respetar el libre paso de los migrantes centroamericanos.
También es lastimoso que se regatee el apoyo al gobierno en momentos en que la unidad es necesaria, y además se haga mofa de esa cara decisión.
Pero, lo que no se puede perder de vista es que el mandatario Donald Trump ya pisó a fondo el acelerador en su carrera para relegirse y México figura como uno de sus blancos favoritos para ganar votos.
Por ello, el gobierno mexicano tendrá que seguir hilando delgado en esa relación bilateral para evitar la pelea callejera a la que Trump y muchos otros quieren llevarlo; además, insistir que no es posible detener los flujos migratorios con medidas draconianas en contra de los extranjeros, sino mediante el apoyo a los países que expulsan a sus ciudadanos, como en principio lo habían acordado Estados Unidos y México.
No hay que olvidar tampoco que los centroamericanos solicitan visas humanitarias para permanecer en Estados Unidos, no en México, cuestión que habrá que ampliar posteriormente.
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