Ariel Noyola Rodríguez
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Si algo distingue a la política exterior de México bajo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es el regreso a los principios básicos que establece la Constitución. No se trata de un anacronismo como acusan sus opositores, sino de respetar las directrices que establece la propia Carta Magna en la fracción X de su artículo 89: cooperación para el desarrollo, solución pacífica de las controversias y no intervención en los asuntos internos de otros países.
Así, guiado bajo estos tres principios básicos, López Obrador ha logrado en los primeros cuatro meses de su administración sacar a flote la compleja relación con su vecino del Norte, poner sobre la mesa la propuesta de abordar la migración centroamericana bajo una visión distinta, y jugar como interlocutor en la crisis política que atraviesa Venezuela.
No es poca cosa, sobre todo si se toma en cuenta que el político tabasqueño ha insistido que su gobierno no se propone desempeñar “grandes protagonismos” en los asuntos internacionales, sino poner primero “la casa en orden”: plantar cara a los graves problemas que padece México como la inseguridad, la violencia y el bajo crecimiento de la economía, entre otros.
La relación con Estados Unidos, un juego de “tira y afloje”
López Obrador puso a prueba su capacidad como negociador frente al inquilino de la Casa Blanca desde antes de tomar posesión como presidente constitucional. Hay que recordar que ya como presidente electo, AMLO nombró a un equipo encabezado por Jesús Seade que se integró de lleno a las negociaciones con los gobiernos de Estados Unidos y Canadá para actualizar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
El gobierno de Enrique Peña Nieto logró amarrar un “acuerdo en principio” hasta que López Obrador incorporó a su gente de confianza a la mesa de negociaciones. El exitoso desenlace de las negociaciones fue visto como una victoria para AMLO en su camino rumbo a establecer una buena relación con el presidente Donald Trump.
A pesar de las amenazas y chantajes a través de las redes sociales, el presidente López Obrador no ha entrado hasta el momento en una confrontación con su par estadounidense. En sus conferencias de prensa por la mañana destaca que no está dispuesto a ser parte de la rebatinga política que tiene lugar en Estados Unidos.
El año próximo se celebran elecciones en Estados Unidos y, según la visión de López Obrador, los dichos de Trump obedecen a que se comporta como un candidato que busca ganar la reelección, más que como un presidente en funciones.
Lo que está claro es que más allá de un buen cálculo político, Estados Unidos representa la relación bilateral más importante para México, por eso López Obrador ha evitado entrar en confrontación con su par estadounidense.
Aun cuando Trump amenaza con cerrar la frontera e imponer una nueva ola de aranceles contra las exportaciones, pues en su opinión el gobierno mexicano no hace lo suficiente para combatir el tráfico de drogas y detener la migración, López Obrador guarda silencio. En definitiva, vale más la prudencia que un mal paso en momentos muy delicados para México.
América Central y la cooperación para el desarrollo
La cooperación para el desarrollo es uno de los principios de la política exterior de México. En este sentido, cabe destacar la intención de López Obrador de establecer un pacto de cooperación entre Estados Unidos y los países que integran el Triángulo Norte (Guatemala, Honduras y El Salvador) para promover mayores oportunidades de desarrollo en los países que sufren los estragos de un bajo crecimiento de la economía.
La propuesta de AMLO es construir “cortinas de desarrollo” en lugar de muros en la frontera como insiste el presidente Trump. La fórmula consiste en comprometer inversiones y programas de desarrollo en las zonas más marginadas del sureste mexicano y los países de América central para que de esta manera, disminuya la migración hacia la Unión Americana.
Conversaciones para lograr un acuerdo de este tipo ya se han iniciado. El ministro de Relaciones Exteriores de México se ha puesto en contacto con el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, y ambos coinciden en la necesidad de generar mayores oportunidades en el sureste mexicano y los países de Centroamérica. Lo mismo opinan los mandatarios de las naciones que integran el Triángulo Norte.
Sin embargo, hasta el momento no hay nada que no sean buenas intenciones. No hay ningún acuerdo firmado entre las partes, si bien el gobierno de Estados Unidos ya adelantó en una declaración conjunta su intención de realizar mayores inversiones a fin de generar más empleos en las zonas con altos índices de marginación.
Aunque la de López Obrador es una buena propuesta, persiste la interrogante sobre si el gobierno de Donald Trump realmente está dispuesto a establecer un compromiso en este sentido. No son muchos los casos donde Estados Unidos ha intervenido para promover el desarrollo económico de otros países. Además, tanto el debilitamiento de sus finanzas públicas, así como una tasa de expansión de su economía vacilante, ponen en entredicho la capacidad de Washington de financiar un vasto programa de infraestructura y creación de empleos más allá de sus fronteras.
Venezuela y el Cono Sur: Por la no intervención
El cambio más evidente en la política exterior de México es el tratamiento de la denominada “crisis venezolana”. Mientras que el canciller del gobierno anterior, Luis Videgaray, jugó un papel muy activo en la Organización de Estados Americanos (OEA) para ejercer la cláusula democrática en contra del gobierno de Nicolás Maduro, el equipo de López Obrador ha optado por una postura de conciliación.
El principio de no intervención en los asuntos internos de otro país fue asumido de manera clara por el nuevo gobierno cuando se negó a suscribir una de las declaraciones del Grupo de Lima que desconocía a la administración de Nicolás Maduro y abogaba por “el restablecimiento del orden democrático”.
La apuesta del Grupo de Lima era que Nicolás Maduro abandonara la presidencia y se convocara a elecciones. En respuesta, junto con Uruguay el gobierno de México propuso un diálogo abierto entre las partes en conflicto, el gobierno venezolano y la oposición, a fin de llegar a un acuerdo base para lograr la reconciliación nacional.
El Mecanismo de Montevideo, sin embargo, no halló mucho eco ni entre la oposición venezolana ni entre los gobiernos que conforman Grupo de Lima, que fijaron la convocatoria a elecciones como la condición mínima para llevar a cabo un diálogo con el gobierno de Nicolás Maduro.
Esta postura del gobierno de López Obrador si bien le ha valido críticas tanto en el plano interno como de parte de medios de comunicación estadounidenses, hasta el momento no ha tenido como consecuencia la descalificación de parte del inquilino de la Casa Blanca. No obstante, ante una escalada de la confrontación entre Estados Unidos y Venezuela, resta por ver si la política exterior del gobierno de México continuará siendo consistente.
-Ariel Noyola Rodríguez es economista, Universidad Nacional Autónoma De México
Este trabajo es parte del Boletín Integración regional. Una mirada crítica, N°4/5, mayo de 2019, editado por el Grupo de Trabajo Integración y Unidad Latinoamericana del Consejo Latinoamericano en Ciencias Sociales (CLACSO).
https://www.clacso.org/wp-content/uploads/2019/06/boletin_clacso_mayo_2019.pdf
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