Carlos Bonfil
▲ Fotograma de la cinta de Lukas Dhont
La ciudad de México posee una
de las carteleras fílmicas más ricas y propositivas en el hemisferio
latinoamericano, el problema es que se encuentra completamente
desproporcionada. Como se ha repetido con insistencia, la cartelera
comercial está dominada por las novedades hollywoodenses que
naturalmente atraen públicos masivos al duopolio de exhibición
dominante. El fenómeno no es exclusivo de México, pues se reproduce con
mínimas variaciones de un país a otro de habla hispana. Existe, por
supuesto, como opción de entretenimiento y cultura, una cartelera
diferente y alternativa, que promueve generosamente el llamado cine de
autor o cine de arte, cuyas propuestas se concentran en la Cineteca
Nacional y en otros espacios de difusión cultural, como el circuito
universitario y los cine-clubes. Existe también, como opción más
accesible aún, acudir al mercado de video (formal o informal) que
multiplica las ofertas de todo tipo de cine, incluido el que proyecta la
cartelera alternativa y, de modo más interesante, el que jamás tiene el
privilegio de encontrar distribuidor o exhibición en pantalla grande.
Por último, las plataformas digitales permiten explorar opciones muy
interesantes de buen cine para disfrutar en casa (sin el fastidio de
interrupciones visuales o sonoras ajenas a las que el propio espectador
decida imponerse a sí mismo). En este último terreno figuran las
propuestas de Netflix y otras compañías que además de ofrecer series
novedosas, esporádicamente sorprenden con una película sobresaliente que
posiblemente nunca será posible ver en pantalla grande. Tal es el caso
de la producción belga Girl, primer largometraje de Lukas
Dhont, que causó sensación el año pasado en Cannes, donde obtuvo cuatro
premios: la Cámara de Oro, el premio de interpretación para Victor
Polster, el premio Fipresci y la Palma Queer. La triste paradoja es que
tratándose de un estreno exclusivo de Netflix, y en un desierto cultural
plagado de superhéroes y comedias románticas rutinarias, un título de
buen cine bien podría pasar totalmente desapercibido. Conviene, pues,
registrar, de modo oportuno, el paso de estas estrellas fugaces.
Una transición difícil. La película Girl describe el duro
proceso de reasignación de género por el que debe atravesar la joven
belga de 15 años Lara (Victor Polster) para revertir su desarrollo
físico como el varón que ha sido desde su nacimiento, y asumir
plenamente la identidad femenina que considera es la que le corresponde.
Para dicha transformación biológica, la adolescente transgénero toma
primero, desde una edad temprana, los inhibidores de la pubertad que
reducen los niveles de testosterona en su cuerpo; viene luego la ingesta
de hormonas para desarrollar un cuerpo femenino, y finalmente la
intervención quirúrgica decisiva. La cinta hace referencia a cada una de
esas etapas, sin abundar en detalles técnicos ni adoptar una
perspectiva próxima al cine documental. El énfasis narrativo se coloca
en la pasión que tiene Lara por el ballet clásico, en la relación
afectiva con un padre comprensivo y solidario y en el apoyo
desprejuiciado de sus médicos y su sicólogo.
A pesar de estas circunstancias tan favorables (difícil de imaginar
en tantas otras partes del mundo), la transición de Lara se vuelve
literalmente un calvario interno. Los dedos de los pies, obligados a
soportar una musculatura viril en desarrollo, presentan llagas sólo
comparables a las laceraciones que la propia adolescente inflige al
resto de su cuerpo al aprisionar y tensar con vendas sus genitales, todo
ello como una estrategia desesperada para disimular su primera
identidad y no ser el blanco de un escarnio público. Ese duro
aprendizaje juvenil del imperativo de la simulación contrasta,
paradójicamente, con el clima de tolerancia que impera en su casa, en el
hospital y en la academia de baile. Lo que hace sufrir a Lara, además
de un bullying de compañeras de danza relacionado más con la
competitividad que con el prejuicio, es en realidad algo inexpresable, y
el talento del director consiste en explorar, con discreción y sin un
asomo de moralismo, la complejidad de ese trance sicológico.
Contrariamente al filme chileno Una mujer fantástica (Sebastián Lelio, 2017), donde el protagónico lo asume Daniela Vega, actriz realmente trans, en Girl
la interpretación corre a cargo de un actor de aspecto andrógino que
demuestra con creces su solvencia profesional, compensando así la
posible reserva de no corresponder su identidad sexual con la de su
personaje, un asunto en definitiva menor cuando el resultado de la
caracterización es artísticamente estupendo. Una película original e
insoslayable.
Estreno en la plataforma Netflix.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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