Víctor M. Toledo
De los preceptos
antisistema o alternativos que el propio sistema ha devorado, digerido,
regurgitado y convertido en mero concepto decorativo destaca el de
sustentabilidad. Hoy no hay gobierno que no tenga su propio ministerio
enarbolando la bandera de la sustentabilidad. Ni hay tampoco empresa
respetable que no hable de ello. Si el lector examina las páginas de las
mayores 100 corporaciones (que dominan al mundo) es probable que 90 por
ciento mantengan el término como parte de su ideario, pues puntualmente
lavan su imagen y se pintan de verde ( green washing). Ello
incluye petroleras, mineras y fabricantes de armas. Lo mismo ocurre en
los ámbitos académicos. Innumerables universidades y tecnológicos han
abierto materias, carreras, posgrados y especialidades sobre el tema.
Existe además desde hace 20 años la ciencia para la sustentabilidad ( sustainability science)
y cada año se publican 12 mil estudios que contienen la palabra en su
resumen. ¿Qué define realmente este término? En su versión más
corriente, un vago deseo por conciliar el respeto por la naturaleza con
la economía dominante y la justicia social.
En su historia de tres décadas, la palabra se ha convertido al mismo
tiempo en concepto, paradigma, marco teórico, instrumento técnico,
utopía, pretexto, ideología y mucho más. El concepto surge del debate
sobre cómo remontar la crisis ecológica. Dos acontecimientos que
iniciaron la discusión fueron el reporte del Club de Roma Los límites del crecimiento y
la celebración de la primera Cumbre de la Tierra en Estocolmo, Suecia,
ambos en 1972. Estos dos acontecimientos constituyeron dos fuertes
cuestionamientos al poner en duda la idea de un infinito crecimiento
económico y de desarrollo en el contexto de un planeta finito.
Igualmente estimularon el surgimiento y expansión de los movimientos
ambientalistas, en especial los del mundo industrializado. Varios
autores coinciden en que esta situación fue revertida con la aparición
del llamado Informe Brundtland (1987), el reporte preparado para la
World Commision on Environment and Development y publicado bajo el
título de Nuestro futuro común. En ese informe la noción de
crecimiento ya no fue presentada como la culpable de la crisis
ecológica, sino como la solución a los problemas sociales y ambientales
del mundo bajo el concepto de
desarrollo sustentable. La amplia difusión que el Informe Brundtland tuvo en el mundo marcó el inicio de la cooptación de la idea de sustentabilidad. En su libro Ecología y poder, dedicado a analizar ese fenómeno, B. Santamarina (2004) asienta:
Si los primeros informes analizados suponían una dura crítica contra la ideología dominante del crecimiento económico, poniendo en jaque a las teorías de la modernización y del desarrollo industrial tan en boga en los 60, el Informe Brundtland supone el triunfo enmascarado de una nueva era neoliberal. Un triunfo contextualizado por el aumento de las políticas conservadoras, la inminente caída de la cortina de hierro y el abaratamiento de las fuentes de energía y de los recursos. Bajo el polisémico concepto de desarrollo sustentable, cuyo paisaje de fondo es el inicio y la restructuración del capitalismo, reaparece el viejo mito del progreso. En perspectiva similar A. Gómez-Baggethun y J. M. Naredo afirman que el ambientalismo pasó de noción de
crecimiento contra el ambientea otra de
crecimiento para el ambiente, de un énfasis en las políticas públicas a otra basada en las regulaciones del mercado y de un discurso esencialmente político a otro explícitamente tecnocrático. Ello explica la aparición de iniciativas como la modernización ecológica, el capitalismo verde, la economía verde y el Global green new deal, ampliamente difundidos por el Programa de Naciones Unidas para el Ambiente y numerosas agencias internacionales.
Este cambio de significados coincidió con un giro en el contexto
político del mundo, es decir, con la aparición de un periodo neoliberal
caracterizado por la liberación del comercio mundial, la reducción del
aparato estatal, la privatización extrema de la economía de los países y
la contención de los programas sociales. El arranque de esta era fueron
los regímenes de M. Thatcher en Inglaterra (1979-90) y de R. Reagan en
Estados Unidos (1981-89).
Ante el panorama anterior, las corrientes más críticas del
ambientalismo levantaron propuestas como las del descrecimiento, el
ecosocialismo o el buen vivir. Nosotros hemos desarrollado una
definición de sustentabilidad como sinónimo de poder social o ciudadano
(ver: http://www.revistas.unam.mx/index.php/ inter/article/view/ 52383 y https://www.jussemper.org/ Resources/Economic%20Data/ Resources/WhatWeMeanForSustainability.pdf ). Este tema lo abordaremos en una próxima entrega.
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