Carlos Bonfil
Nostalgia de la luz. El realizador franco-canadiense Julien Elie propone en su documental Soles negros
(2018) una de las cartografías más perturbadoras y mejor estructuradas
de la violencia que vive México desde la década de los setenta, años de
la guerra sucia en contra de la insurrección guerrillera, hasta los
trágicos sucesos de Ayotzinapa en 2014, en otra estrategia de guerra,
más irracional y sangrienta, en contra del crimen organizado. El
documentalista efectúa así un recorrido por cinco décadas de una
violencia institucional marcada por la corrupción, la impunidad y la
ineficacia, rescatando las voces de los sobrevivientes y organizando su
material de entrevistas en seis segmentos que describen los crímenes y
agravios padecidos por periodistas independientes, sacerdotes y
activistas de derechos humanos, migrantes en ruta a Estados Unidos,
estudiantes normalistas torturados y desaparecidos, y revelando la saña
misógina detrás de un gran número de feminicidios.
El documental tiene una duración de dos horas y media y está filmado
en blanco y negro, y en un formato 4/3 que mantiene alejada toda
tentación sensacionalista y esa estética de lo espectacular que suele
caracterizar a muchas series televisivas dedicadas al crimen organizado.
El director de Soles negros confía, por su parte, en la
contundencia de los testimonios —sobrios y elocuentes, sin rastro de
autoconmiseración— de aquellos familiares que buscan, en faenas
infatigables, los fragmentos óseos que les permitirán identificar a sus
seres desaparecidos. (
Hija: mientras no te entierre, te seguiré buscando). La manera en que estos sobrevivientes realizan esas búsquedas que las autoridades forenses apenas emprenden con desidia burocrática, los convierten en inusuales expertos en la materia, muy a la manera de aquellas madres chilenas entregadas a pesquisas similares en aquel desierto de Atacama, vasto cementerio de una dictadura, que muestra Patricio Guzmán en su espléndido documental Nostalgia de la luz (2010).
Y si la estrategia narrativa es parecida, no lo es tanto el método
periodístico de un documental en deuda con los trabajos de investigación
del fallecido escritor mexicano Sergio González Rodríguez, quien en su
libro Huesos en el desierto (Anagrama, 2002) elaboraba ya la crónica del
horror vivido en una Ciudad Juárez asolada por los feminicidios. El
punto de partida de Soles negros parece ser el mismo, sólo que
aquí se extiende a cinco zonas más del país. La violencia misógina
golpea también con furia en Ecatepec, estado de México, con su río
infestado por los cuerpos mutilados de mujeres ejecutadas. Una
estrategia parecida de intimidación cobra la vida, en una colonia de
clase media de la ciudad de México, del periodista independiente Rubén
Espinosa, ejecutado con saña y luego difamado por los medios, cuyos
reportajes gráficos exasperaban a un gobernante corrupto en colusión con
la delincuencia organizada. Ese mismo miedo lo denuncia en Veracruz la
activista Lucy Díaz, del colectivo Solecito, cuando señala la existencia
en la región de 139 fosas clandestinas.
En cada rincón de este país violento que retrata Soles negros
surge una misma conclusión: al color local de la promoción turística lo
eclipsa por completo el siniestro paisaje de esa enorme fosa común en
la que yacen decenas de miles de restos humanos. Son perturbadoras las
imágenes en Ciudad Juárez de la madre que reparte en camiones abanicos y
botellines de agua con la imagen de Fabiola, su hija desaparecida, o
conmovedor el afán con que en las montañas de Guerrero un campesino,
Mario Vergara, procura identificar en el interior de un zapato
desenterrado los fragmentos óseos de su hermano. Soles negros
evoca la continuidad del horror de una larga guerra sucia que sólo ha
cambiado de víctimas, pero jamás de las mismas estrategias de
intimidación, chantaje, tortura y homicidio, bajo la protección abierta o
disimulada de las autoridades en turno.
Se exhibe en la sala 7 de la Cineteca Nacional. 13:45 horas. A las 20 horas a partir del martes próximo.
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