Romero Deschamps. Sinónimo de corrupción. Foto: Germán Canseco
(Proceso).- No habrá nadie capaz de defender a Carlos Romero Deschamps de pisar la cárcel. Seguramente va a argumentar que se trata de una venganza política del actual gobierno, pero no hay poder político en México que pueda extender impunidad para este líder corrupto del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana.
Su principal pecado ha sido traicionar a sus representantes, una y
otra vez. Ambicioso sin recato, amasó una fortuna económica muy grande
que no habría podido explicar sin la impunidad política que le
entregaron cinco presidentes de la República.
Entre muchas, una traición documentada es el dinero que arrebató a
los trabajadores del sindicato, provenientes de una cuenta en un banco
de Nueva York.
Desde 1991 la revista Proceso cubrió lo que en su día se llamó El
Mega Fraude del Sindicato Petrolero; una operación fraudulenta en la que
esa organización gremial se comprometió a vender petróleo a un cliente
en los Estados Unidos sin que jamás cumpliera.
El cliente defraudado presentó una denuncia en los juzgados de Texas
por la cantidad de 300 millones de dólares y con ello logró, entre otras
garantías, que quedara congelada una cuenta del sindicato que contenía
43 millones de dólares.
Diez años más tarde el sindicato contrató al abogado Carlos Ryerson,
un profesional con más de 30 años de trayectoria, para que recuperara
ese patrimonio. El litigante logró, en parte, resolver la misión
encomendada: obtuvo para los trabajadores del sindicato petrolero la
cantidad de 21 millones de dólares. El resto fue a dar a los bolsillos
de la contraparte.
Pero ahí no terminó esta historia: en cuanto Ryerson firmó el acuerdo
referido –a nombre del sindicato de Pemex–, Carlos Romero Deschamps
decidió destituirlo como representante legal de su organización en ese
litigio.
Fue entonces que el viejo abogado texano demandó a Romero Deschamps
porque, según su dicho, esa destitución tuvo un solo propósito:
embolsarse personalmente los 21 millones de dólares que eran patrimonio
de los trabajadores.
Los detalles de este otro presunto fraude se encuentran en el caso
3:05-cv.00092 presentado contra Carlos Romero Deschamps en la división
de Galveston de distrito sur de Texas.
Ahí Ryerson acusa al líder sindical de atentar contra los intereses
de su sindicato por razones políticas, pero sobre todo para beneficiarse
financiera e individualmente.
“La conducta de Romero Deschamps es constitutiva del delito de fraude,” acusó el abogado en febrero de 2005.
Al final de este pleito jurídico, el líder petrolero salió ganando ya
que, por un par de artimañas legales, logró que el juez dejara a
Ryerson fuera del pleito entre él y los trabajadores y, en consecuencia,
que el dinero recuperado no ingresara a la cuenta del sindicato de
Petróleos Mexicanos.
Después de revisar la evidencia relativa al caso 3:05-cv.00092 cabe
preguntarse cuántas veces Romero Deschamps operó de esta misma manera:
transfiriendo recursos que eran patrimonio de los trabajadores y que
terminaron en sus cuentas personales.
En julio de 2014 mi colega Carlos Puig volvió sobre la historia del
megafraude cometido por los líderes del sindicato y recordó los intentos
de la parte defraudada por satisfacer su derecho.
Sin embargo, para esa fecha Romero Deschamps había ya logrado
esconder parte del dinero que, gracias a los esfuerzos del abogado
Carlos Ryerson, volvieron a tierras mexicanas.
Carlos Puig recuerda que Romero Deschamps contó en su día con todo el
apoyo del Procurador General de la República, Enrique Álvarez del
Castillo, quien en el primer litigio mencionado argumentó que ni Pemex
ni su sindicato debían ser sometidos a la jurisdicción de los tribunales
estadunidenses.
En esa defensa airada del entonces abogado de la Nación se encuentra
la clave de la impunidad que, durante tantos años, avaló el
comportamiento corrupto y fraudulento de Carlos Romero Deschamps.
Hasta hace unos meses fue uno de los hombres más poderosos y más
ricos del régimen. Como en el caso relatado de Ryerson, su trabajo
principal fue traicionar, por todos los medios posibles, a la base
sindicalizada de Pemex.
Hay evidencia de que los traicionó financieramente y también
políticamente. Ese señor intercambió, durante casi tres décadas,
impunidad política personal a cambio de la docilidad de los
trabajadores, frente al gobierno en turno.
Su adiós a la vida pública es un hito en la historia del sindicalismo
mexicano, acaso sólo comparable con el defenestramiento de Elba Esther
Gordillo Morales, exlíder del sindicato magisterial, o de Joaquín
Hernández Galicia, La Quina, predecesor de Romero Deschamps.
En esos dos casos, la biografía de los personajes incluyó un capítulo
en la cárcel. No se mira posible que este tercer líder sindical se
escape de un destino parecido.
La evidencia de su enriquecimiento inexplicable, la información sobre
los presuntos fraudes cometidos en contra de sus agremiados y la enorme
cantidad de enemigos que hizo, dentro y fuera del sindicato, son
poderosas razones para predecir su futuro.
Ahora bien, así como en materia de derechos humanos la doctrina habla
del principio de no repetición, de igual manera debería ocurrir con la
corrupción.
El caso de Romero Deschamps no debe repetirse, bajo ninguna circunstancia.
No sería justo que tras su salida sobreviva la intención de colocar a otro liderazgo domesticado por el nuevo régimen.
La no repetición en este caso sólo podría garantizarse si el
gobierno, en su esfera más elevada, retira el manto de impunidad que
antes protegió a los peores líderes sindicales corruptos.
Este análisis se publicó el 20 de octubre de 2019 en la edición 2242 de la revista Proceso
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