6/28/2010

Cárteles partidarios y fuego cruzado



Carlos Marín advirtió en una nota a Lorenzo Meyer que lo demandaría por calumnia de no pedir disculpas.


José Antonio Crespo

Carlos Marín, director del diario Milenio, se vio en medio del "fuego cruzado" en la ilegal guerra que sostienen los cárteles del PRI y los del PAN. Eso, al haber sido mencionado en una grabación telefónica entre Ulises Ruiz y su jefe de prensa (a quien Marín llama "el achichincle"), quien sugiere que Marín había violado un convenio con Milenio televisión para que no apareciera Gabino Cué en pantalla. El gobernador responde que algo debe estar mal, y da instrucciones a su "achichincle" para arreglarse con Marín.

En la mesa política del noticiero de Carmen Aristegui se comentaron las cintas recién divulgadas ahí mismo, incluida aquella en que se menciona a Marín. Tras lo cual, Marín advirtió en una nota a Lorenzo Meyer que lo demandaría por calumnia de no pedir disculpas pues, dice Marín, el historiador dio por hecho lo que se decía en la grabación sin haber hecho antes la investigación o constatación de lo ahí referido. Tanto Aristegui como Sergio Aguayo, en tanto que participantes de la mesa en cuestión, piden a Marín que, en congruencia, los incluya en su demanda.

Meyer, por su parte, aclaró que simplemente hizo referencia a lo que se había oído en la grabación, que no fue él quien hizo el señalamiento de la presunta compra de medios y periodistas, sino que fue el "achichincle" de Ruiz quien lo hizo. Que, por tanto, toca a los involucrados
hacer las aclaraciones pertinentes, entre sí y frente a la opinión pública. Que, en consecuencia, él no tiene nada de qué disculparse, pues nada dijo que no se desprendiera de la conversación.

Creo, como Lorenzo, que toca a los involucrados en las conversaciones pedirse aclaraciones mutuas, y hacerlas a la opinión pública si así lo desean (como ya lo han hecho). Creo que no correspondía a Meyer hacer la indagación correspondiente para ver si lo dicho en la conversación de marras coincidía o no con la realidad, al opinar sobre lo ahí referido. Pues bajo esa lógica, todos quienes hemos comentado el contenido de las grabaciones de Fidel Herrera (el góber tramposo, le llaman ya) y de Ruiz, estaríamos cayendo en calumnia (sobre hechos que además implican posiblemente la comisión de delitos graves). Pero no fuimos los comentaristas quienes dijimos que Fidel envía recursos públicos a la
campaña priista ni quienes inventamos lo que Ruiz y sus interlocutores se dijeron entre sí telefónicamente. Es a ellos, me parece, a quienes toca negar o aclarar o desmentir lo que ahí se escucha. Al público toca decidir si las explicaciones respectivas les resultan convincentes o no. Y, en su caso, corresponde a las autoridades investigar sobre el particular (algo que sabemos ocurre poco y mal).

Así, por ejemplo, en el programa Tercer Grado, donde participa Marín y se habló del tema, algunos de sus integrantes dieron por válido que Fidel dispuso de recursos públicos a favor de su partido. Y se expresaron frases (a veces con precaución, pero muchas otras no) como: "el gobierno hace grabaciones ilícitas"; "Fidel claramente usa recursos públicos"; "es una confesión de la forma en que (los priistas) hacen democracia";
"las conversaciones son una radiografía del PRI"; "el PRI hace fraude electoral"; "el árbitro (electoral) está cooptado". El propio Marín dio "por sentado" lo contenido en las grabaciones (excepto lo que a él concierne, desde luego). La pregunta es: ¿Televisa había ya confirmado si las cintas eran auténticas, si no estaban trucadas, según alegan los priistas? ¿Alguno de los participantes del programa tenía ya la documentación que demuestra que, en efecto, los recursos públicos llegaron a la campaña priista? (al IFE le costó trabajo demostrarlo en el caso del Pemexgate). ¿Pueden comprobar de manera inequívoca que los árbitros electorales están cooptados? No lo creo.

Ante lo cual probablemente dirían -con razón- que eso toca a las autoridades investigarlo y a los protagonistas aclararlo, lo cual no impide comentar y reflexionar sobre el contenido mismo de las grabaciones y de lo que de ellas se desprende. Así, bajo la lógica de Marín, algunos de sus compañeros de Tercer Grado -y él mismo- habrían incurrido en aquello que le imputa a Meyer. A mi juicio, en Tercer Grado no calumniaron (pues nada inventaron), sino simplemente reflexionaron sobre el contenido de las grabaciones y lo que ellas sugieren, de igual forma que hicieron los integrantes de la mesa política de Aristegui. A menos que los medios y quienes ahí laboran exijan un trato especial o que se sugiera que no se vale leerse la mano entre gitanos.

La cuestión del voto

Gustavo Esteva

Las campañas electorales están aumentando la tradicional desconfianza en candidatos y partidos. Un número creciente de ciudadanos se da cuenta de que el resultado de las elecciones en puerta será irrelevante. Ningún candidato o partido podrá alterar sus realidades y sus esperanzas… salvo para empeorarlas.

No hay en esto novedad. Esta situación caracteriza periódicamente el ánimo público de las últimas décadas y produce habitualmente apatía e indiferencia. La gente abandona las urnas, como acaba de ocurrir en Colombia, para beneficio de candidatos y partidos que apuestan a su voto duro, a los electores que controlan por las buenas o por las malas. Perderían si hubiera una afluencia masiva de votantes.

Una de las reacciones ante esta situación consiste en ridiculizar el proceso electoral mismo, para descalificar a las clases políticas. El mes pasado ganó en Islandia el Partido Mejor, creado poco antes por Jon Gnarr, un conocido cómico que abandonó temprano la escuela y se hizo punk. Entre las promesas de campaña de su partido estuvieron: osos polares para el zoológico, toallas gratuitas en las albercas públicas y un Congreso sin adicción a las drogas.

El voto de protesta, que hizo a Gnarr alcalde de la capital donde vive la tercera parte de los islandeses, no fue un voto a ciegas. Gnarr es anarquista confeso y revela también que no entiende bien en qué se ha metido. Pero que algo sea divertido no significa que carezca de seriedad, dice Gnarr. Además de su inteligencia y su capacidad de expresar el sentimiento actual de la mayoría de la gente (¿por qué debemos pagar lo que nunca nos gastamos?), ganaron votos su actitud moral y su responsabilidad política. Como buen anarquista, contra el prejuicio general, busca traer orden al caos actual y forjar un auténtico estado de derecho.

Entre nosotros, secuestrada la comicidad y el ridículo por los propios candidatos, se ha estado fortaleciendo la reacción que consiste en confiar en las propias fuerzas, en la organización desde abajo. Se trata de basar la lucha por la libertad y la justicia en la autonomía económica y política. Se trata también de reorganizar la sociedad desde su base, desmantelando las obsoletas instituciones del Estado. Para quienes están concentrados en ese empeño, las elecciones son básicamente irrelevantes. No se distraen con ellas, salvo para resistir los hostigamientos y manipulaciones que habitualmente las acompañan.

Hay casos, sin embargo, en que la situación local les causa perplejidad. En Oaxaca, por ejemplo, se han acumulado las razones para despreciar el proceso electoral: las experiencias recientes de fraude sistemático y continuado, el nivel abyecto y cínico que ha alcanzado la campaña del guardaespaldas de Ulises Ruiz y de sus secuaces, la confusa alianza de toda la oposición política, los preparativos evidentes de un nuevo fraude…

Sin embargo, también está en la memoria de la gente la eficacia del voto de castigo, en 2006, cuando a pesar de todas las intimidaciones y manipulaciones el PRI perdió 10 de los 12 distritos electorales y su candidato presidencial cayó al tercer lugar. Aunque Ulises Ruiz revirtió estos resultados en las elecciones locales posteriores comprando candidatos de todos los partidos, muchos piensan que vale de nuevo la pena emplear la trinchera electoral para deshacerse del grupo mafioso que se enquistó en el poder.

Se está extendiendo la movilización para vigilar las elecciones. La gente se da cuenta de que un nuevo fraude podría desatar reacciones de consecuencias imprevisibles, incluyendo formas de guerra civil que ya están apareciendo en pequeña escala. Para impedir el fraude, empero, lo más importante es votar. Y ahora piensan en hacerlo hasta aquellos que mantienen su profunda desconfianza en el aparato institucional y en las elecciones mismas, y que no están dispuestos a depositar su esperanza en algún candidato o partido.

En esta ocasión, en Oaxaca, muchos electores no votarán por la esperanza de un cambio, porque la mayoría sigue pensando que los cambios que interesan sólo pueden provenir de la propia gente, de los ciudadanos, no de sustituciones allá arriba. Votarán para deshacerse de un grupo mafioso y autoritario, cuyos atropellos continuos son ya insoportables. Votarán también para imponer al nuevo gobernador formas de cogobierno con los ciudadanos y los pueblos indios, que ofrezcan condiciones más propicias para la transición política pacífica y democrática que se está tejiendo desde abajo y a la izquierda.

Y así, el 4 de julio podría producirse, en Oaxaca, la paradoja de que el triunfo de la oposición se deba a la afluencia masiva de votantes… que no creen en las elecciones.

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