7/01/2010

Crímen político, dardos cruzados, votar sin miedo y ahora qué?


Crimen político

Octavio Rodríguez Araujo

Será melón, será sandía… Lo cierto es que el candidato del PRI al gobierno de Tamaulipas tenía las mayores probabilidades de ganar y lo mataron. Y como nadie sabe, entre la gente común, qué hace en realidad el crimen organizado, pues es fácil echarle la culpa de todo aquello que no se puede probar, aunque pudiera ser cierto. Igual ocurriría con organizaciones secretas, que si existen en México serían precisamente secretas y, por lo tanto, nada sabríamos de ellas y, por lo mismo, les podríamos echar la culpa de cualquier cosa.

Pero al margen de lo que podemos saber o no, por tratarse de un político el crimen es político, aunque formalmente sea del fuero común. Alguien no quiso que Torre gobernara Tamaulipas. Los crímenes políticos tienen esa extraña característica: nadie sabe, nadie supo y nadie sabrá. ¿Quién mató a Kennedy? ¿Quién a Colosio? ¿Quién a Digna Ochoa? ¿Quién a Rodolfo Torre Cantú? ¿Por qué, en este caso y antes de cualquier investigación, se concluyó desde el gobierno federal que el crimen organizado fue el autor de la ejecución? ¿No fue un dictamen muy apresurado? El asesinato de Francisco Serrano en Huitzilac (octubre de 1927) tiene semejanzas, por su modus operandi, con el de Torre Cantú: los bajaron de sus vehículos y los ejecutaron. En 1927 no se hablaba en México de crimen organizado, pero aunque hubiera existido nadie tiene duda de que las manos de Calles y Obregón tuvieron algo que ver con el asesinato de aquel candidato que quizá podía haber ganado la elección presidencial.

Sorprende la lógica tanto de Gómez Mont como de Calderón Hinojosa. Después de culpar al crimen organizado, derivaron una conclusión y un llamamiento. La conclusión es que fue un atentado contra las instituciones democráticas (lo que está por probarse primero), y el llamamiento es por la unidad nacional: todos, gobiernos, partidos y sociedad (los mexicanos, pues), debemos unirnos contra el crimen organizado, es decir legitimar la absurda e improvisada guerra que contra éste inició el gobierno de Calderón.

Sin investigación de por medio, ya surgió el veredicto, como ocurrió en 2007 con el caso de la anciana de Zongolica, Ernestina Ascensión Rosario (o como se apellidara, pues ni en esto se pusieron de acuerdo): murió por gastritis crónica. Esto quiere decir que cualquier investigación que se haga llegará al mismo resultado: al veredicto oficial.

La gran pregunta es: ¿qué pasaría si la procuraduría estatal, después de investigar, llegara a una conclusión diferente? Esta pregunta sólo tendría sentido si viviéramos en otro país, pues hasta en casos que en apariencia no tuvieron implicaciones políticas, como el de la niña Paulette, las autoridades se cubrieron entre sí para dictaminar que murió por un accidente, a pesar de todas las evidencias que millones de mexicanos pudimos sopesar y juzgar. ¿El procurador tamaulipeco será sustituido si se le ocurre hacer una investigación independiente, objetiva y no determinada por el veredicto, en este caso, del gobierno federal? Tal vez no se le ocurra, pues tanto los priístas como el mismo gobernador saliente saben que de todos modos ganarían, y más ahora, con el candidato que escojan. El artículo 158 del Código Electoral para el estado de Tamaulipas (publicado por la 40 Legislatura del estado) señala con claridad que: “En caso de cancelación del registro o sustitución de uno o más candidatos, las boletas que ya estuvieran impresas serán corregidas en la parte relativa o sustituidas por otras, conforme lo acuerde el Consejo Estatal Electoral. Si no se pudiera efectuar su corrección o sustitución, o las boletas ya hubiesen sido repartidas a las casillas, los votos contarán para los partidos políticos y los candidatos que estuviesen legalmente registrados ante el Consejo Estatal Electoral o Consejos Distritales y Municipales Electorales correspondientes, al momento de la elección.” (Las cursivas son mías.)

Lo verdaderamente preocupante, además del dolor de familiares y amigos del candidato asesinado, es que ya entramos, como país, en una dinámica demencial en la que todo puede ocurrir y al mismo tiempo no pasa nada. Han muerto alrededor de 24 mil personas en la lucha del gobierno de Calderón contra el crimen organizado, se han violado artículos constitucionales (como el 16) todos los días y, absurdamente, se usa como argumento para justificar retenes militares la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos, que en sus 27 páginas nada dice de que los soldados puedan establecer destacamentos para revisar las pertenencias de una persona, por ejemplo su vehículo, ni a la persona misma.

El derecho ha perdido su significado. Las leyes están escritas en papel mojado. La seguridad pública es cosa del pasado, el crimen organizado hace lo que le da la gana o dicen que lo hace a falta de otros culpables con nombre y apellido y bien parados con el poder institucional. Los veredictos sobre la culpabilidad de supuestos delincuentes ya no pasan siquiera por la expresión presunto y los criminales (presuntos o no) son muertos donde los encuentran los militares o los policías, sin leerles sus derechos, sin intentar apresarlos para ponerlos a disposición de la autoridad competente, sin someterlos a juicio. Regresamos al porfiriato: “mátalos en caliente y después viriguas”. ¡Vaya!, ni siquiera se les da el privilegio de la duda o de intentar demostrar que son inocentes (los muertos no pueden demostrar nada). Los amparos tampoco sirven. Acabo de leer una nota del subdirector de La Jornada Morelos donde se dice que el lunes pasado fue detenido Marco Antonio García Barrera, subsecretario del interior del SME en Cuernavaca, por elementos de la Policía Federal. Y tal detención se hizo a pesar de que el electricista mostró dos amparos interpuestos ante juzgados federales por posibles privaciones de su libertad.

No hay derecho, ni derechos. Hay, y lo acabamos de comprobar oyendo a Gómez Mont y a Calderón, juicios sumarios en los que se ha prescindido de las formalidades de una investigación y de los trámites de un juicio ordinario sobre un crimen político que también lo es del fuero común. Y todavía así nos convocan a unirnos en la guerra, que sin el concurso del Congreso de la Unión comenzó el Presidente de la República, como queriendo corresponsabilizar a todos los mexicanos que, por cierto, nunca fuimos consultados.

PD. En la madrugada del 29 de junio el electricista Marco Antonio García Barrera salió libre bajo fianza de 10 mil pesos que aportaron los jubilados del SME.

Detrás de la Noticia | Ricardo Rocha

Dardos cruzados

1. Retratos de un crimen: en el primero, Rodolfo Torre Cantú baja tranquilamente de su camioneta y les pide que hagan lo mismo a sus acompañantes y escolta, no se da cuenta de que los soldados del retén son sicarios perfectamente disfrazados hasta que éstos les disparan a quemarropa; en el segundo, la escena se repite, sólo que ahora se trata de gente conocida y vestida de civil que los intercepta con la falsa alarma de que es urgente cambiar de vehículo; la noche anterior, en algún lugar de Ciudad Victoria, alguien recibe una llamada con pelos y señales de cómo, dónde y a qué hora se moverá el candidato la mañana siguiente. Por eso en Tamaulipas no preguntan quién lo mató sino quién ordenó su ejecución y sobre todo quién lo “puso”.

2. Amor apache: se han relevado en la presidencia, en las gubernaturas y en los municipios; han compartido cama y dormido con el enemigo, pero a veces terminan sacándose los ojos; como ahora con el llamado del presidente Calderón que a los priístas les pareció una mentada de madre; baste decir que hasta la viajera frecuente del avión presidencial calificó el llamado del Presidente de oportunismo en red nacional, le recordó que gracias a los priístas él había podido tomar posesión y que diálogo sí, pero con liderazgos legítimos. Te odio y te quiero, dice el tango.

3. Pirrurris braveros: ya el carnal mayor se nos había ido a la yugular a los medios culpándonos de magnificar el clima de inseguridad del país; luego calificó de tontos útiles a todos los defensores de derechos humanos que, modositos y todo se indignaron y se han unido como nunca en contra de tanto tonto inútil del gobierno, al fin que el que se lleva se aguanta; por último don Fer le echó limón a la herida del priísmo al afirmar que lucran con el asesinato de Torre Cantú. Así que el encargado de la paz social sigue sin entender que no hay nada más violento que las palabras; tantos años de marqués y juega a ignorarlo. Como si no pudiera averiguarlo en casa. Por cierto la mejor imagen de nuestro Mundial no es el bellísimo e inútil gol del Chicharito. No. Es la mamá del Cuau gritándole “pinche naco jodido” a la creme de la creme. ¡Arriba Tepito chingao!

4. ¡La Corte de los milagros! Y es que luego del horror de la ABC, los ministros nos sorprenden con el fallo tan largamente esperado para reparar la injusticia de los 12 encarcelados de Atenco hasta por 112 años de prisión. Así que a pesar de las presiones de Fox, Calderón, Montiel y el Gel Boy al fin obtendrán la libertad —que nunca debieron haber perdido— Ignacio del Valle, Felipe Álvarez, Héctor Galindo y otros nueve de Atenco, el pueblo que se negó a morir.

5. Las apuestas del domingo: Veracruz, Durango, Aguascalientes, Zacatecas, Chihuahua, Tlaxcala, Tamaulipas y Quintana Roo serán para el PRI, que toma casi todo; en Hidalgo, Xóchitl se aferra a un milagro; y en Oaxaca, Puebla y Sinaloa se irán a tiempos extras y luego penales en el Trife. Aquí tampoco hay repeticiones instantáneas que valgan.
Miguel Carbonell

Votar sin miedo

El crimen organizado se adelantó a la jornada electoral del próximo domingo y dispuso, al menos en Tamaulipas, qué candidato no podía ganar la elección. El asesinato de Rodolfo Torre Cantú y de sus más cercanos colaboradores supone una escalada en el terror que hemos visto instalarse en muchos rincones de la República en los últimos años. Lo que queda sin explicar es el objetivo de ese reto al estado de derecho: ¿qué es lo que buscan los asesinos? ¿Qué mensaje están enviando? ¿Qué es lo que ganan exactamente al matar a un candidato de quien todos hablan bien?

Con independencia de los llamados estériles al diálogo y a la unidad nacional que sin esperanza se hacen desde varios niveles de gobierno, la mejor respuesta que puede dar la ciudadanía el domingo es salir masivamente a votar. En Tamaulipas se elige al gobernador, pero también a 36 diputados (22 de mayoría y 14 de representación proporcional), así como 43 ayuntamientos. En la pasada elección federal (2009), el PRI obtuvo un holgado triunfo, al alcanzar el 50.11% de la votación, contra 30.97% del PAN y un lejano 5.23% del PVEM.

La estrategia de la delincuencia organizada ha tenido mucho que ver con la diseminación del terror, ya sea como un mensaje a las autoridades encargadas de perseguir y sancionar a los delincuentes, ya sea como una forma de amedrentar a la población en general. Esa debe ser la intención de muchas “narcomantas” o “narcomensajes”, que aparecen en calles y avenidas con relativa frecuencia. Y lo mismo puede decirse de los ejecutados que son colgados de puentes en carreteras muy transitadas u otras actividades parecidas. El mensaje es: tengan miedo, estamos presentes.

Frente a ese mensaje la ciudadanía debe demostrar que hay argumentos racionales por medio de los cuales se pueden dirimir las diferencias. El mejor que hemos podido inventar se llama democracia y hay que nutrirla periódicamente a través del ejercicio de los derechos ciudadanos, como lo es el derecho de sufragio.

Salir a votar el domingo ha dejado de ser un acto simbólico y se ha convertido en una apuesta por los valores más esenciales de nuestra convivencia social. Votar es la respuesta más directa para contestar al terror, a la ceguera criminal, a la amenaza que se cierne sobre todos nosotros.

Dejar de votar es darles la razón a los criminales. Buscan paralizar de miedo a la sociedad, imponer su feroz ley de la selva, traficar con nuestras esperanzas y lucrar con base en el dolor de millares de familias agraviadas por el delito. No lo lograrán. Es demasiado lo que está en juego y su apuesta fue muy alta. La sociedad debe reaccionar con las armas del derecho y la razón, poniendo por delante millones de votos, que ratifiquen el convencimiento esencial que nos debe unir como nunca: la democracia es la única ruta posible, la violencia es puro despotismo, fuerza bruta carente de cualquier legitimidad.

Reafirmar en estos momentos el valor del voto depositado sin miedo en la urna es recordarnos a todos que no nos podrán extirpar nunca los derechos que tenemos como ciudadanos. No cabe duda que estamos pasando por un momento terriblemente difícil, pero también es cierto que no nos podemos dejar derrotar. No ahora y no a manos de una pandilla desquiciada de criminales.
Muchos apuestan a dividir a los demócratas. Muchos apuestan a que la reacción de la fuerza pública suponga dar el salto a la ilegalidad y hacia los atajos justicieros que conocimos en el pasado. Pero muchos más van a elegir el próximo domingo a la esperanza por encima del miedo, a la imaginación por encima de la resignación, al coraje de votar frente a la comodidad de la abstención.

Frente a la impotencia y la desesperación de las autoridades, hay que responderle a los criminales con la entereza, la tranquilidad y la esperanza de un México mejor que ya dejó de depender de nuestros gobernantes. Hoy el futuro depende de nosotros mismos. Estamos más solos que nunca. Pero ése puede ser el principio de una buena noticia. Al menos ya no seguiremos creyendo en las grandes mentiras que nos cuentan día tras día.
www.miguelcarbonell.com twitter: @miguelcarbonell
Investigador del IIJ-UNAM
¿Y ahora?

Adolfo Sánchez Rebolledo

En el oscuro panorama que agobia al país, la condena unánime del asesinato del candidato a gobernador de Tamaulipas es un hecho positivo que merece fortalecerse. Al eludir la tentación –tan a flor de piel– de aprovechar la tragedia para obtener pingües dividendos particulares, los partidos entienden que la escalada de violencia en curso constituye una amenaza directa para la convivencia pacífica y el Estado mismo.

Así pues, no obstante el clima de descomposición política y moral que acompaña el último tramo de las campañas electorales, con su estela de corruptelas, espionaje y uso patrimonialista de los recursos públicos, la sensatez quiere abrirse paso sobre la irracionalidad que amenaza con ir colonizando a sangre y fuego parcelas mayores de nuestra vida pública. Si bien se ha esbozado la posibilidad de formar un frente común de todos los partidos con el gobierno, el Presidente ha requerido, una vez más, el apoyo de la ciudadanía y la corresponsabilidad de los políticos sin distinción. Ha prometido apertura y disposición a conversar con los partidos. A él le toca ser el ponente.

Por supuesto, nadie que esté en su sano juicio puede rechazar el diálogo (propuesto por el Dia) para unir y fortalecer las acciones contra la delincuencia organizada, pero no es menos obvio que la necesidad del debate, precipitada por el horrendo crimen, surge por la ausencia de una idea compartida, común, acerca de qué significa aquí y ahora combatir esas expresiones del delito, lo cual trasciende al cómo hacerlo, hasta ahora materia de las principales desavenencias.

En otras palabras, el diálogo, si se quiere que sea genuino y fructífero, presupone revisar los grandes trazos de la estrategia puesta en marcha, a fin de hallar los fundamentos de una política de Estado que, en efecto, garantice la seguridad pública. Y eso implica la apertura de la agenda, incorporar al diseño nuevos enfoques, otras dimensiones del problema, hasta ahora poco estimadas o de plano escamoteadas por la visión oficial, de modo que la reflexión en torno a la seguridad nos devuelva al campo fundamental de las definiciones sobre el tipo de país que queremos construir, y con qué medios. Y eso es, en definitiva, el tema candente de nuestra peligrosa situación.

En sus recientes alocuciones televisadas, el Presidente ha solicitado el respaldo del pueblo a las acciones del gobierno. No les pido actos de martirio o de heroísmo, sino simplemente pido su poyo decidido y su comprensión. Palabras sintomáticas que aluden al gravísimo problema que la autoridad no logra resolver al cabo de cuatro años: la guerra. Los resultados del combate frontal al narcotráfico y otras bandas no convencen a una ciudadanía que por regla general desconfía de sus políticos y gobernantes, y cree que vamos de mal en peor. ¿Es esta situación el fruto de la interpretación sesgada de los medios sobre la violencia que ya ha costado 25 mil muertos, como se ha escrito en todos los tonos? Es, pues, un problema de percepción, rectificable con sólo inclinar el balance de las informaciones o silenciar las resoluciones de los derechos humanos.

O, como lo creo, estamos ante otra manifestación de la crisis ideológica, moral y política en la que se halla estancado el país, cuyas debilidades son aprovechadas para fortalecer a un poder paralelo que ya le ha perdido el temor al Estado. En esta interpretación, los tiempos se agotan, de manera que el acento del cambio habría que ponerlo en las reformas sustantivas que las fuerzas políticas no desean culminar: la tranformación democrática del régimen político hacia formas plenas de parlamentarismo y la reforma social que es indispensable para lanzar un nuevo ciclo de desarrollo, capaz de sustentar la formación de una verdadera ciudadanía. Se trata de poner en el cajón de la historia los resabios del viejo presidencialismo, los cuales ahora se intenta reciclar con el pretexto de darle al Ejecutivo un mayoría para gobernar. Esa es la camisa de fuerza que anula o dilapida la potencial energía democrática, la oculta en un falso gradualismo atemperado por el peso de los grandes intereses que se han atrincherado en una visión mezquina de la democracia, siempre dispuestos al entendimiento bajo cuerda en el que florecen los nengocios más oscuros. Eso tiene que cambiar, para darle un respiro a la gente y una oportunidad a las instituciones sanas de la República.

Si en la actualidad hay un obvio distanciamiento entre la autoridad y la sociedad no es por tolerancia de ésta al delito, pues la violencia criminal empaña la cotidianeidad y convierte en víctimas a familias inocentes, pero es innegable que en ese embudo letal desde el que se observa la vida nacional, el ciudadano no percibe al político como éste se sueña a sí mismo y sólo juzga a partir de los resultados, es decir, de las consecuencias que le trae aparejada la acción oficial. Y éstas suelen ser negativas.

En consecuencia, también hay que politizar el tema de la delincuencia organizada, pues ¿cómo convencer a los ciudadanos de la necesidad de condenar el asesinato en nombre de la democracia si, a la vez, imperan los grados de impunidad que se observan? ¿Cómo evitar los riegos de contaminación de las campañas electorales si los órganos encargados de administrar la justicia, los cuerpos de seguridad, la primera línea de la legalidad, suelen doblegarse ante el dinero ilícito? Si en verdad se quiere convertir la respuesta al crimen en un acto de repudio a la violencia es preciso salir en defensa de la política antes de que estos hechos ocurran, mucho antes de que la autocomplaciencia de algunos hipócritas, arropados bajo la pureza del ciudadano inexistente, le extienda un certificado de defunción.

.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario