Carta a Gómez Mont
Evidentemente, la opción de la despenalización está lejana en el horizonte, aunque no dudo que terminará por adoptarse tarde o temprano.José Antonio Crespo
Le suplico considerar la posibilidad de que usted esté equivocado acerca del curso que usted y el presidente Calderón nos urgen que adoptemos en la lucha contra las drogas. El camino que usted propone de más policías, más cárceles, el empleo de las Fuerzas Armadas. y una completa gama de medidas represivas, puede convertir una situación mala en una peor. La guerra contra las drogas no puede ganarse con esas tácticas sin desconocer la libertad humana y las libertades individuales.
Usted no está equivocado en creer que las drogas están destruyendo el tejido social, arruinando la vida de muchos jóvenes e imponiendo un pesado costo a los más desfavorecidos de nuestra sociedad. Su error está en no reconocer que precisamente las medidas que favorece son la principal causa de los problemas que deplora. La ilegalidad da lugar a obscenas utilidades que financian tácticas homicidas de los jefes de la droga; la ilegalidad conduce a la corrupción de funcionarios encargados de aplicar la ley; la ilegalidad concentra los esfuerzos de los funcionarios honestos de manera que no cuentan con recursos para combatir crímenes más simples como el robo, el hurto y los asaltos.
Si las drogas hubieran sido despenalizadas hace años, el crack nunca hubiera sido inventado (lo fue porque el alto costo de las drogas ilícitas volvió rentable una droga menos costosa) y hoy tendríamos menos adictos. Las vidas de miles, posiblemente cientos de miles de víctimas inocentes se hubieran salvado. Los barrios pobres de nuestras principales ciudades no serían tierra de nadie, infectadas por el crimen y las drogas.
La despenalización de las drogas es hoy todavía más urgente que en 1972. Posponer la despenalización sólo empeorará el problema y lo hará menos tratable. El alcohol y el tabaco causan más muertes a quienes los usan que las drogas. La despenalización no nos impedirá regular las drogas como ahora lo hacemos con el alcohol y el tabaco: prohibición de vender drogas a los menores, prohibición de hacerles propaganda y medidas similares. Estas medidas pueden hacerse cumplir, mientras que la prohibición total no. Más aún, si sólo una fracción de lo que se gasta en tratar de hacer cumplir la prohibición de las drogas se empleara en tratamiento y rehabilitación a los adictos. la reducción en el uso de las drogas y en el daño causado a los usuarios sería dramática. Un país en donde seriamente se considere como táctica en la guerra contra las drogas disparar contra automóviles sospechosos, no es la clase de país que usted o yo quisiéramos legar a las futuras generaciones. Todo amigo de la libertad. debe estar asqueado ante la perspectiva de convertir a México en un campo armado.
Sustitúyase en este texto el nombre de Calderón por el de Bush (padre), y el de México por el de Estados Unidos (y automóviles por aviones), y tendremos extractos de la carta que envió el premio Nobel de Economía, Milton Friedman, al jefe de la Oficina Nacional para el Control de las Drogas, William Bennet, en abril de 1990. Refleja lo absurdo del esquema de prohibición que ha prevalecido por décadas. Algo debe haber influido Friedman sobre Bennet con su alegato, pues el zar antidrogas terminó convencido de que la mejor forma de enfrentar los narcóticos era despenalizándolos. Evidentemente, la opción de la despenalización está lejana en el horizonte, aunque no dudo que terminará por adoptarse tarde o temprano. Por lo pronto, podríamos despenalizar la mariguana siguiendo los pasos de California, con lo cual no se resolvería el problema de fondo pero sí se cortaría buena parte del combustible financiero que alimenta a los cárteles. La otra parte de ese combustible puede estrangularse con una estrategia de inteligencia financiera, en que la Secretaría de Hacienda sea el eje rector.
Ante el creciente desastre, Felipe Calderón hizo ya lo que debió hacer desde 2006: convocar a las fuerzas políticas a discutir una estrategia cuidadosamente valorada que goce del respaldo más amplio posible. Lo cual, supongo, exigirá modificar significativamente el esquema actual. Veremos si más allá de la unidad declarativa se logra un acuerdo operativo de cómo enfrentar al crimen organizado con más eficacia, costos más bajos para la sociedad y menos riesgos para las instituciones. De ser así, es probable que esa nueva estrategia de Estado goce del respaldo mayoritario y sostenido de la sociedad, y que persista tras el cambio de poderes en 2012, algo totalmente improbable con la actual estrategia, diseñada precipitada e improvisadamente por Calderón en 2006.
Le suplico considerar la posibilidad de que usted esté equivocado acerca del curso que usted y el presidente Calderón nos urgen que adoptemos en la lucha contra las drogas. El camino que usted propone de más policías, más cárceles, el empleo de las Fuerzas Armadas. y una completa gama de medidas represivas, puede convertir una situación mala en una peor. La guerra contra las drogas no puede ganarse con esas tácticas sin desconocer la libertad humana y las libertades individuales.
Usted no está equivocado en creer que las drogas están destruyendo el tejido social, arruinando la vida de muchos jóvenes e imponiendo un pesado costo a los más desfavorecidos de nuestra sociedad. Su error está en no reconocer que precisamente las medidas que favorece son la principal causa de los problemas que deplora. La ilegalidad da lugar a obscenas utilidades que financian tácticas homicidas de los jefes de la droga; la ilegalidad conduce a la corrupción de funcionarios encargados de aplicar la ley; la ilegalidad concentra los esfuerzos de los funcionarios honestos de manera que no cuentan con recursos para combatir crímenes más simples como el robo, el hurto y los asaltos.
Si las drogas hubieran sido despenalizadas hace años, el crack nunca hubiera sido inventado (lo fue porque el alto costo de las drogas ilícitas volvió rentable una droga menos costosa) y hoy tendríamos menos adictos. Las vidas de miles, posiblemente cientos de miles de víctimas inocentes se hubieran salvado. Los barrios pobres de nuestras principales ciudades no serían tierra de nadie, infectadas por el crimen y las drogas.
La despenalización de las drogas es hoy todavía más urgente que en 1972. Posponer la despenalización sólo empeorará el problema y lo hará menos tratable. El alcohol y el tabaco causan más muertes a quienes los usan que las drogas. La despenalización no nos impedirá regular las drogas como ahora lo hacemos con el alcohol y el tabaco: prohibición de vender drogas a los menores, prohibición de hacerles propaganda y medidas similares. Estas medidas pueden hacerse cumplir, mientras que la prohibición total no. Más aún, si sólo una fracción de lo que se gasta en tratar de hacer cumplir la prohibición de las drogas se empleara en tratamiento y rehabilitación a los adictos. la reducción en el uso de las drogas y en el daño causado a los usuarios sería dramática. Un país en donde seriamente se considere como táctica en la guerra contra las drogas disparar contra automóviles sospechosos, no es la clase de país que usted o yo quisiéramos legar a las futuras generaciones. Todo amigo de la libertad. debe estar asqueado ante la perspectiva de convertir a México en un campo armado.
Sustitúyase en este texto el nombre de Calderón por el de Bush (padre), y el de México por el de Estados Unidos (y automóviles por aviones), y tendremos extractos de la carta que envió el premio Nobel de Economía, Milton Friedman, al jefe de la Oficina Nacional para el Control de las Drogas, William Bennet, en abril de 1990. Refleja lo absurdo del esquema de prohibición que ha prevalecido por décadas. Algo debe haber influido Friedman sobre Bennet con su alegato, pues el zar antidrogas terminó convencido de que la mejor forma de enfrentar los narcóticos era despenalizándolos. Evidentemente, la opción de la despenalización está lejana en el horizonte, aunque no dudo que terminará por adoptarse tarde o temprano. Por lo pronto, podríamos despenalizar la mariguana siguiendo los pasos de California, con lo cual no se resolvería el problema de fondo pero sí se cortaría buena parte del combustible financiero que alimenta a los cárteles. La otra parte de ese combustible puede estrangularse con una estrategia de inteligencia financiera, en que la Secretaría de Hacienda sea el eje rector.
Ante el creciente desastre, Felipe Calderón hizo ya lo que debió hacer desde 2006: convocar a las fuerzas políticas a discutir una estrategia cuidadosamente valorada que goce del respaldo más amplio posible. Lo cual, supongo, exigirá modificar significativamente el esquema actual. Veremos si más allá de la unidad declarativa se logra un acuerdo operativo de cómo enfrentar al crimen organizado con más eficacia, costos más bajos para la sociedad y menos riesgos para las instituciones. De ser así, es probable que esa nueva estrategia de Estado goce del respaldo mayoritario y sostenido de la sociedad, y que persista tras el cambio de poderes en 2012, algo totalmente improbable con la actual estrategia, diseñada precipitada e improvisadamente por Calderón en 2006.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario