Gran revuelo ha causado la revelación de que para producir la serie de televisión El Equipo, que fue transmitida por el canal de las estrellas a lo largo de tres semanas (13 capítulos en total), se realizó una erogación de 118 millones de pesos (mientras que cada capítulo costó 9 millones de pesos) por parte de la Secretaría de Seguridad Pública Federal (SSPF). Claro que las críticas también tienen que ver con la calidad de la serie, la cual dejó mucho qué desear, puesto que los costosos efectos especiales que la caracterizaron, estaban acompañados de diálogos acartonados y monótonos amén de historias simplistas. Otro aspecto cuestionable, destacado por diversos medios, fue la caracterización de la policía federal como la única entidad a cargo del combate del crimen organizado, dejando de lado a instancias como la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA), la Secretaría de Marina (SEMAR) e, inclusive, la Procuraduría General de la República (PGR), quienes desempeñan un papel muy importante en ese ámbito en el mundo real.
El Equipo fue grabado por espacio de dos meses en instalaciones de la propia SSPF, y sus protagonistas recibieron entrenamiento en el mismo lugar. Con todo, la respuesta de la audiencia no fue la esperada, a pesar de que con esta serie se buscaba contribuir a mejorar la percepción que sobre la policía tiene la sociedad mexicana. Lo que es más: las telenovelas tradicionales, presentaron un rating muy superior. Inclusive La reina del sur, transmitida en el mismo horario en el canal 9, era preferida por los televidentes.
Así, los índices de espectadores fueron bajos y posiblemente El Equipo habría culminado su nada exitosa transmisión sin mayores aspavientos, de no haber sido por la divulgación de sus costos de producción: 118 millones de pesos parece mucho dinero. Ese monto se podría emplear, al decir de algunos, en capacitación de policías, o bien en mayor prevención y vigilancia de cara a los delitos, o para mejorar el sistema de procuración de justicia. Para otros, esas erogaciones llevarían a corroborar que se gasta más en seguridad en el país, pero que dichos gastos no contribuyen a erradicar y ni siquiera mitigar el flagelo del crimen organizado. En otras palabras: se gasta más en seguridad, pero se gasta mal.
En realidad, aun cuando fue una serie de televisión carísima para los estándares mexicanos, 118 millones de pesos, o bien unos 9 millones y medio de dólares es menos de lo que costaba producir cada uno de los episodios de la exitosa serie de la Fox, 24. De hecho, su protagonista, Kiefer Sutherland, quien daba vida al agente contra-terrorista Jack Bauer, recibía 550 mil dólares –o casi 7 millones de pesos- como salario por episodio, convirtiéndolo en el actor mejor pagado de la televisión estadunidense, sólo superado, como es sabido, por Charly Sheen, protagonista hasta hace poco, de la serie Two and a Half Men, por la que se embolsaba 2 millones de dólares por capítulo. Otro referente a propósito de los actores mejor pagados de Hollywood son quienes dan vida, o más bien voz a los personajes de Bart y Homero Simpson: Nancy Cartwright y Dan Castellaneta quienes reciben, cada uno, por episodio, 240 mil dólares –o unos 3 millones de pesos. Es decir que con el sueldo combinado de Cartwright y Castellaneta por cada episodio de Los Simpson, se habrían podido cubrir dos terceras partes de los costos de producción de un episodio de El Equipo.
Claro que estas comparaciones no llevan a ningún lado porque, regresando a la polémica sobre la serie El Equipo, ni Televisa es la Fox, ni Alberto Estrella es Kiefer Sutherland. Y posiblemente, la diferencia más importante entre El Equipo y 24, considerando sus costos de producción, radica en que, en el segundo caso, los efectos especiales no eran un sustituto sino que complementaban una trama entretenida, si bien, por momentos, inverosímil. Es decir: en El Equipo no se logró una combinación apropiada entre lo que se quería contar –y peor aún, el mensaje que se quería transmitir- y los efectos especiales. 24, con sus conocidos altibajos a lo largo de ocho temporadas -y un largometraje-, sí lo logró.
En cualquier caso, recientemente TV Azteca, aprovechando la polémica que ha circundado a El Equipo –desarrollada por la empresa rival-, anunció la producción de la serie La Teniente, en la que se busca exaltar el trabajo que efectúa la Secretaría de Marina en las diversas tareas efectuadas para garantizar el bienestar y la seguridad de la población, incluyendo, por supuesto, su participación en la lucha contra el crimen organizado y el tráfico de estupefacientes. En el marco de este anuncio se hizo saber a la opinión pública hace unos cuantos días, que la Secretaría de Marina no erogará un solo peso para la serie, de manera que sus costos de producción recaerán en la televisora del Ajusco. Aunque La Teniente iniciará transmisiones el próximo año, en diversos foros se debate intensamente si las instituciones públicas a cargo de la seguridad del país, deben participar en proyectos de series televisivas como parte de su estrategia de marketing y para mejorar su imagen ante la sociedad. Quien esto escribe piensa que sí.
En los últimos años y meses es posible encontrar en términos de oferta televisiva en México, una gama de series y telenovelas que apuestan a la violencia extrema y a la reivindicación de los criminales para ganar audiencias. Dos de ellas llaman la atención de esta autora: Mujeres asesinas y La reina del sur. En el primer caso, se trata de una serie ya con varias temporadas en su haber, en donde el principal mensaje básicamente es el ejercicio de la justicia por la propia mano. En Mujeres asesinas no importa tanto la penalización que naturalmente debería seguir al acto criminal cometido por la fémina en turno.
Lo que resulta relevante es la injusticia de que es víctima la mujer, y la solución que ella decide dar al problema. ¿Dónde quedan las autoridades, las organizaciones defensoras de los derechos humanos, las que promueven los derechos de la mujer, etcétera? En el universo de Mujeres asesinas, la mujer siempre está a merced de un hombre malo o de alguna injusticia, y no hay nada ni nadie a su alrededor, que pueda hacer algo para revertir la situación, por lo que sólo ella puede impartir justicia y de la peor forma.
Lo que resulta relevante es la injusticia de que es víctima la mujer, y la solución que ella decide dar al problema. ¿Dónde quedan las autoridades, las organizaciones defensoras de los derechos humanos, las que promueven los derechos de la mujer, etcétera? En el universo de Mujeres asesinas, la mujer siempre está a merced de un hombre malo o de alguna injusticia, y no hay nada ni nadie a su alrededor, que pueda hacer algo para revertir la situación, por lo que sólo ella puede impartir justicia y de la peor forma.
El caso de La reina del sur merecería un espacio más amplio para el análisis, dadas las diversas aristas, desde la óptica sociológica, que se pueden encontrar en esta telenovela. Por ahora baste mencionar que en La reina del sur se mantienen algunos estereotipos de larga data en este tipo de productos “culturales”: el físico atlético de la mayor parte de los galanes, mujeres guapas, buenos y malos –aunque con matices- y música cursi cada vez que Teresa Mendoza se pone cachonda con el Güero o el Gallego. Empero, para los estándares mexicanos y latinoamericanos, hay un hecho pocas veces visto en una telenovela: es la primera ocasión en que más de la mitad del elenco es eliminado a lo largo de la historia -la cual gira en torno al narcotráfico- como víctimas del crimen organizado.
La protagonista, a quien también llaman la mexicana, es una heroína-villana, a quien la vida la ha tratado muy mal y que por diversas circunstancias termina convertida en una suerte de Don Corleone, versión tenochtli, que busca venganza contra quienes le causaron toda clase de males. Cabe destacar, sin embargo, que Teresa Mendoza es una persona sui generis: vende drogas pero no las consume, y además se conduele de las desgracias que le ocurren a sus seres queridos. A ello súmese que sus dos grandes amores murieron por culpa del narcotráfico.
Todo ello genera en el espectador una empatía por la mexicana, a pesar del trabajo tan detestable al que se dedica. La reina del sur, entonces, parecería reivindicar socialmente al narcotraficante, rasgo característico del crimen organizado, el cual, para prosperar, requiere del apoyo de la población. Lo que es más: Teresa Mendoza es presentada como una mujer que queda destrozada tras la muerte de sus mejores amigas –Fátima y Paty-, pero que rara vez se pone a pensar en el daño que las drogas que trafica pueden causarle a quienes las consumen. Sólo le importa su entorno inmediato, no las consecuencias más profundas de sus acciones.
Así las cosas, para quienes han visto La reina del sur, el narcotráfico es posiblemente asumido como un ilícito “aceptable” pero con riesgos. Se le reconoce como una forma de hacer dinero fácil, si bien quien se dedica a esa actividad seguramente tendrá una vida corta. En el momento actual, ese escenario presentado en la telenovela puede parecer atractivo para sociedades, como las latinoamericanas, agobiadas por el desempleo, la falta de oportunidades educativas, las necesidades de alimentación y vestido y de supervivencia en general. Que el mundo de las drogas se le presente a los televidentes como una opción viable de vida en el mundo real, es preocupante.
La protagonista, a quien también llaman la mexicana, es una heroína-villana, a quien la vida la ha tratado muy mal y que por diversas circunstancias termina convertida en una suerte de Don Corleone, versión tenochtli, que busca venganza contra quienes le causaron toda clase de males. Cabe destacar, sin embargo, que Teresa Mendoza es una persona sui generis: vende drogas pero no las consume, y además se conduele de las desgracias que le ocurren a sus seres queridos. A ello súmese que sus dos grandes amores murieron por culpa del narcotráfico.
Todo ello genera en el espectador una empatía por la mexicana, a pesar del trabajo tan detestable al que se dedica. La reina del sur, entonces, parecería reivindicar socialmente al narcotraficante, rasgo característico del crimen organizado, el cual, para prosperar, requiere del apoyo de la población. Lo que es más: Teresa Mendoza es presentada como una mujer que queda destrozada tras la muerte de sus mejores amigas –Fátima y Paty-, pero que rara vez se pone a pensar en el daño que las drogas que trafica pueden causarle a quienes las consumen. Sólo le importa su entorno inmediato, no las consecuencias más profundas de sus acciones.
Así las cosas, para quienes han visto La reina del sur, el narcotráfico es posiblemente asumido como un ilícito “aceptable” pero con riesgos. Se le reconoce como una forma de hacer dinero fácil, si bien quien se dedica a esa actividad seguramente tendrá una vida corta. En el momento actual, ese escenario presentado en la telenovela puede parecer atractivo para sociedades, como las latinoamericanas, agobiadas por el desempleo, la falta de oportunidades educativas, las necesidades de alimentación y vestido y de supervivencia en general. Que el mundo de las drogas se le presente a los televidentes como una opción viable de vida en el mundo real, es preocupante.
Por eso es necesario contar con producciones televisivas que contrarresten esa imagen de “reivindicación” y “redención” de criminales como las Mujeres asesinas y Teresa Mendoza. Tal vez la idea de El Equipo no era mala, pero no se logró desarrollarla de manera apropiada. Habrá que esperar para ver si La Teniente cumple las expectativas.
Ojalá que sus creadores asuman que los espectadores no son idiotas, sino personas pensantes que tras arduas jornadas en el día, buscan un poco de entretenimiento y distracción cuando encienden el televisor por las noches. Si los guionistas son capaces de tener claridad en torno a esta situación, seguramente podrán generar propuestas de series y telenovelas que no sólo entretengan sino que transmitan el mensaje adecuado a la sociedad mexicana. Porque no queda tan claro en Mujeres asesinas ni en La reina del sur que “el crimen es malo” ni que “el bien triunfa sobre el mal.” Que la mayor aspiración de las juventudes mexicanas ya no sea una carrera profesional sino formar parte de la criminalidad organizada, constituye un problema de la mayor importancia.
Si Teresa Mendoza se convierte en la figura icónica que inspire a las juventudes de México y de otras naciones latinoamericanas, eso constituirá un retroceso en momentos en que el narcotráfico y otros flagelos plantean grandes desafíos a los Estados. Ojalá que las autoridades responsables de la seguridad en México –y en otras tantas naciones- así lo entiendan y busquen conectarse de manera inteligente y original con la sociedad. Como lo ilustra claramente la experiencia de Estados Unidos, una opción para transmitir el mensaje –o los mensajes- de parte de sus autoridades a los espectadores, es la televisión y las industrias del entretenimiento.
Ojalá que sus creadores asuman que los espectadores no son idiotas, sino personas pensantes que tras arduas jornadas en el día, buscan un poco de entretenimiento y distracción cuando encienden el televisor por las noches. Si los guionistas son capaces de tener claridad en torno a esta situación, seguramente podrán generar propuestas de series y telenovelas que no sólo entretengan sino que transmitan el mensaje adecuado a la sociedad mexicana. Porque no queda tan claro en Mujeres asesinas ni en La reina del sur que “el crimen es malo” ni que “el bien triunfa sobre el mal.” Que la mayor aspiración de las juventudes mexicanas ya no sea una carrera profesional sino formar parte de la criminalidad organizada, constituye un problema de la mayor importancia.
Si Teresa Mendoza se convierte en la figura icónica que inspire a las juventudes de México y de otras naciones latinoamericanas, eso constituirá un retroceso en momentos en que el narcotráfico y otros flagelos plantean grandes desafíos a los Estados. Ojalá que las autoridades responsables de la seguridad en México –y en otras tantas naciones- así lo entiendan y busquen conectarse de manera inteligente y original con la sociedad. Como lo ilustra claramente la experiencia de Estados Unidos, una opción para transmitir el mensaje –o los mensajes- de parte de sus autoridades a los espectadores, es la televisión y las industrias del entretenimiento.
María Cristina Rosas es profesora e investigadora
en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la
en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la
Universidad Nacional Autónoma de México
http://alainet.org/active/48844
No hay comentarios.:
Publicar un comentario