Salvador García Soto
El último año de gobierno de Felipe Calderón está a punto de comenzar y se avizora negro. Una violencia cada vez más descarnada del crimen organizado y delincuentes que, ahora con tácticas de terrorismo puro, atacan sin razón a la población civil, son el prólogo del último capítulo de estos seis años que pasarán a la historia como el sexenio de la muerte.
A los complejos escenarios de lucha por el poder que ya se avizoraban para 2012, enmarcados en la violencia sanguinaria de los últimos años, se suma ahora un nuevo ingrediente: ataques de corte terrorista de parte del crimen organizado, en particular del cártel de Los Zetas contra lugares de reunión y concentración de población civil con el objetivo claro de sembrar el miedo y el terror como lo hicieron en un estadio de futbol en Torreón o en un centro comercial de Morelia, o de cobrar vidas de civiles inocentes, como lo hicieron fría y calculadoramente en el casino de Monterrey.
No se puede pensar en un cierre de sexenio más inquietante. La combinación de lucha política y lucha armada —sin códigos de ética en ambos casos— es algo que México no vivía desde el terrible fin de la administración salinista, con el agravante de que en aquel aciago 1994 la disputa política era mucho menos cerrada y competida, y la disputa armada estaba circunscrita a una región de un solo estado y tenía motivos ideológicos, mientras que ahora la violencia se disemina por buena parte del territorio nacional y es mucho más sanguinaria, descarnada y no tiene ningún tipo de reivindicación más allá de la mercenaria ambición criminal por territorio y dinero.
Y hay otra diferencia fundamental entre el fin de sexenio salinista y el último año del calderonismo: a Carlos Salinas de Gortari, aun en los momentos de mayor presión y desestabilización a su gobierno, nunca se le presentó un escenario tan complejo y de tanto desafío como el que enfrenta Felipe Calderón: y aunque los dos coinciden en su visión de “aplastar” el problema, incluso cuando el problema por momentos se le sale de control, Calderón dio ayer un paso que nunca, quizás, hubiera dado Salinas: hablar de “terrorismo” y de grupos “terroristas” en suelo mexicano.
La declaración de ayer del Presidente, al calor del dolor y la indignación que desató el ataque al Casino Royale y la horrible muerte de 52 personas —en su mayoría mujeres— representa todo un giro y tiene repercusiones mucho más allá del discurso retórico o de la discusión semántica de si lo ocurrido en Monterrey es o no un acto terrorista. Cuando un Presidente define un atentado como “acto terrorista” y califica a sus autores como “verdaderos terroristas” —frase que repitió dos veces en su mensaje— está reconociendo que el problema criminal ha tomado ya otra dimensión.
La referencia presidencial a la existencia de terrorismo en México tiene implicaciones internacionales porque puede desatar la presencia de agencias y focos de atención extranjeros mucho más serios para el país. El uso del lenguaje, en este caso, sí tiene repercusiones de fondo, sobre todo viniendo del Presidente, y puede dar pie a una mayor injerencia externa, particularmente de Estados Unidos o de organismos como la ONU, con el argumento de la existencia de terrorismo y de grupos terroristas en territorio mexicano.
Eso es algo que sabe bien el presidente Calderón y que, en teoría, debió discutir antes de su mensaje de ayer con su gabinete de Seguridad Nacional. Si lo hizo así y la palabra terrorismo fue pronunciada con toda conciencia de sus dimensiones y repercusiones, ¿Calderón va a abrir la puerta a una mayor presencia estadounidense y de organismos internacionales en asuntos y decisiones hasta ahora exclusivas del Estado mexicano?
¿Buscará darle sustento legal a una decisión de esa magnitud o actuará como lo ha hecho hasta ahora con el combate al narcotráfico: negociando en silencio y con acuerdos secretos con Washington para aumentar la injerencia externa en esta lucha?En todo caso nos acercamos al inicio de uno de los finales de sexenio más oscuros e inciertos que hayamos vivido los mexicanos; sólo resta esperar que oficializar la existencia de terrorismo no haya sido un lapsus presidencial ni un desliz verbal, como cuando lanzó su “guerra contra el narcotráfico” y tres años después tuvo que corregir por “lucha contra el crimen organizado”. ¿Asumirá Calderón el terrorismo al final de su sexenio con todas sus repercusiones presentes y futuras?
NOTAS INDISCRETAS…Lo único que le falta al asediado líder del PRI, Humberto Moreira es perder su alianza con el PVEM. Moreira ha estado tan ocupado respondiendo a las acusaciones en su contra y se siente tan seguro con el Panal de Elba Esther, que los acuerdos con el Verde se le pueden desacomodar a él y a Enrique Peña Nieto. Por ejemplo, a la reunión plenaria de diputados del PRI fueron invitados los legisladores del PVEM y sólo asistieron dos diputados de 21, es decir, que 19 verdes desairaron a los priístas. Entre los ausentes estuvieron Juan José Guerra, Alejandro del Mazo y Pablo Escudero, tres operadores importantes del “partido del tucán”. En cambio, los diputados verdes realizaron ayer su propia plenaria en Puebla, auspiciados por el gobernador panista Rafael Moreno Valle e invitaron como orador principal a su reunión nada menos que al precandidato oficial del PAN, Ernesto Cordero Arroyo. Éste no acudió finalmente porque canceló sus actos públicos tras la tragedia en Monterrey, pero invitado estaba por los del PVEM. Faltan dos meses para firmar las alianzas electorales y el PRI debería prender sus focos rojos porque los dos operadores de Jorge Emilio González, Arturo Escobar y Pablo Escudero, se han visto extrañamente cercanos al PAN. No sería la primera vez que los verdes cambiaran de aliados de último momento… Los dados no pueden evitarlo. Serpiente.
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