Miguel Carbonell
En todas las encuestas de confianza ciudadana, los diputados y senadores del Congreso de la Unión aparecen en los últimos lugares (en muchas salen incluso en el último lugar absoluto). Los ciudadanos tienen una mala imagen de las personas que, según señala la Constitución, tienen la tarea de representarlos. Se tiene la impresión de que los legisladores trabajan poco y de que velan únicamente por sus intereses personales o partidistas y no por los intereses del resto de la población.
Sin embargo, en los informes de actividades que presentan algunos de ellos, nos ofrecen unas cifras apabullantes de reuniones, iniciativas presentadas, intervenciones en tribuna, gestiones a favor de la comunidad, etcétera. No son pocos los informes que consisten en actos espectaculares y muy concurridos, en cuya organización se gastan cientos de miles o incluso varios millones de pesos. Pero nada de eso ayuda a reconstruir la deteriorada imagen de nuestro Congreso, ni la de sus integrantes.
Nadie duda que en el Congreso se presentan y discuten cientos o acaso miles de iniciativas, pero muchas de ellas son de una importancia relativamente menor. Los grandes cambios que demanda la sociedad mexicana continúan pendientes. No tenemos todavía una reforma hacendaria a la altura del desafío presupuestal que enfrentamos, no se ha avanzado en la indispensable reforma laboral y la reforma política sigue secuestrada por intereses de corto plazo que de democráticos tienen poco. Es decir, la discusión y aprobación de casi todos los temas importantes se ha estado posponiendo.
Dentro de unos días el Congreso retoma sus actividades ordinarias, luego de que el 30 de abril (sí, hace casi cuatro meses) entró en receso. Tiene frente a sí el tema del presupuesto para el ejercicio fiscal de 2012, para cuyo asalto ya se preparan varios gobernadores. Tiene pendiente, además, el impostergable nombramiento de tres consejeros del IFE, la aprobación de una nueva ley de amparo, de un nuevo código federal de procedimientos penales, la Ley de Seguridad Nacional y muchos otros temas, incluyendo las reformas estructurales que ya fueron mencionadas en materia fiscal, laboral y política.
Se trata de una oportunidad fabulosa para rescatar el maltrecho prestigio con el que la ciudadanía mira a sus representantes. Hacer reformas importantes durante 2012, en pleno proceso electoral, será casi imposible, de modo que la campana de la última vuelta está sonando en estos momentos para nuestros legisladores.
Para aquellos que buscan ocupar cargos de mayor relieve el año que viene, debería existir una urgencia absoluta de rendir buenas cuentas. Estoy seguro de que la ciudadanía no apoyaría a un legislador que se haya mostrado incapaz de hacer bien su trabajo si se llegara a presentar de nuevo en una boleta electoral. Muchos ciudadanos dudarán de votar por una persona que, teniendo esa responsabilidad, no pudo siquiera llegar a un acuerdo para nombrar a los consejeros del IFE y quiere ahora ser titular del Ejecutivo. ¿Cómo podría esa persona generar desde la Presidencia grandes acuerdos como los que a México le urgen si ni siquiera pudo sacar adelante un tema tan (relativamente) menor como el nombramiento de los consejeros? se preguntarían muchos electores. La silla del águila le quedaría enorme.
Todos los partidos deberían estar interesados en impulsar las reformas que la ciudadanía reclama. Sobre todo el PRI, que abriga la esperanza de recuperar el Poder Ejecutivo federal, la mayoría del Congreso e incluso quizá (aunque parezca remoto) el gobierno del DF. Si llega a ocupar todos esos espacios necesitará contar con un margen de acción presupuestal y político que sólo se puede alcanzar mediante importantes reformas a distintas leyes y quizás a la Constitución.
Una generación completa de grandes políticos mexicanos que hoy tienen mucho poder en el Congreso está ante su oportunidad de oro. Es el momento en que tendrán que demostrarse a sí mismos y al resto del país si quieren pasar a la historia como estadistas o como pequeños gestores de la mediocridad parlamentaria. Los temas están en la mesa, las alternativas viables han sido analizadas en cientos de seminarios y coloquios, dentro y fuera del Congreso. Se acabaron las excusas. Es ahora o nunca para nuestros legisladores. Ojalá sepan estar a la altura del desafío que enfrentarán a partir del 1 de septiembre, para salvar de esa forma al Congreso y para salvarse a sí mismos del olvido con que se suele castigar a quienes no saben ejercer la política, sino solamente la mezquindad.
www.miguelcarbonell.com @miguelcarbonell
Investigador del IIJ de la UNAM
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