Daniel Barrón
¿Cómo es posible que, frente a acontecimientos gravísimos como el ataque al Casino Royale, la muerte del periodista Millán Salazar o la balacera en un estadio de fútbol, las redes sociales sigan interesadas, al mismo tiempo, en las ladies de Polanco, el cachorro de Neza colgado de un asta bandera y la metida de pata de un comentarista de radio que azuzó a los automovilistas a echarse contra los usuarios de bicicletas?
La culpa que nos genera el ser sobrevivientes, estar exentos de violencia real, física y sangrienta, ya sea debido a nuestra clase social, a nuestro oficio o por puro azar, se ve compensado al señalar toda excepción al orden (como los insultos de las ladies y el perro colgado del asta bandera); porque el mal denunciado en medio del casi anonimato que da la masa (Twitter/Facebook) aligera la mala conciencia.
El caso de las bicicletas y el de las borrachas de Polanco pueden llamarnos a la risa, la burla, pero no a la toma de conciencia social. Porque divide a los quejosos en sectores identitarios que con frecuencia no tienen relación entre sí: los entusiastas de la bicicleta, los luchadores a favor de los derechos “humanos” de los perros y las buenas conciencias que se escandalizan ante los malos ejemplos sociales.
A propósito de las buenas conciencias, no por nada la primera en saltar a la palestra fue Guadalupe Loaeza publicando un “Manual de la gente bien. Las ladies de Polanco” donde nos recuerda que las niñas bien no deben “asistir a reuniones sociales con el estómago vacío”, no deben “mezclar bebidas” ni “ingerirlas demasiado rápido” porque el alcohol es un “traicionero villano”. Es decir la mala conducta social se puede prevenir con una buena educación burguesa (la represión y el disimulo).
Y cuando no tenemos nada que oponer al brote de desorden social que nuestros prejuicios de clase, sólo se consigue desviar la atención de los males mayores (un acto terrorista en Monterrey) a unos menores, donde la masa exige justicia para saciar su necesidad de castigo.
Quien exige castigo, se erige como víctima o como juez. Y el problema es que las redes sociales que se sienten muy ávidas de ejercer el linchamiento digital a través de chistes (e.g. Ninel Conde, Azalia la Negra) o de ofrecer el indulto, desde su botón moral de Facebook que dice “me gusta/no me gusta”. El Twitter y el Facebook actúan sobre nuestras emociones; nos ponen frente a los acontecimientos no para saber lo que pensamos sobre ellos, sino para saber cómo nos sentimos al respecto. El énfasis sobre lo subjetivo dinamita la respuesta colectiva de linchamiento o de indulto.
Así, la ética del sobreviviente consiste en declararse inocente a priori; el sobreviviente piensa que si no lo han secuestrado, si no le han cortado la cabeza, si no ha sido víctima del feminicidio o del crimen de odio, es porque “no se mete con nadie”, es inocente.
La clase media (la mayoría de usuarios Twitter/Facebook) se auto-representa como un terreno común y neutral de la sociedad, pero la verdad es que siempre está tomando partido sólo y exclusivamente… por ella misma; es decir aprende a conservar sus estereotipos gracias a una cura homeopática: las dudas sobre su comportamiento se desvanecen cuando alguien representa un acto de desorden social (e.g leidis de Polanco) permitiéndole reaccionar de manera maniquea en su propio beneficio. El mal intrascendente, le permite a la clase media exigir y recuperar el orden social de manera tajante e inmediata, y con ello restaurar su propio status quo.
Pero, sobre todo le sirve al poder (Estado, gobierno) para despolitizar la justicia, y convertirla sólo en una exigencia innegociable de que las cosas vuelvan a “la normalidad” (entiéndase toda normalidad social como normalidad burguesa) y convertirla en un asunto de moral de clase, que consiste en que alguien represente el papel clásico del canalla (como lo hizo el comentarista de noticias con respecto al uso de la bicicleta; como lo hicieron las leidis de Polanco, y bruto que colgó del asta bandera a un cachorro) para que la sociedad pueda satisfacer su descontento sin crear una verdadera reivindicación explícita, hacer oír su voz sin riesgo, y sentirse por un día más, sólo por un día más, el sobreviviente inocente y esencialmente bueno.
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