Gabriela Rodríguez
Si el asesinato de 222 mujeres de Chihuaha en lo que va del año no es una situación que requiera una declaratoria de alerta de género, tal como afirmó Rosa María Sandoval, titular de Control Interno de la Fiscalía General del Estado (FGE), entonces ya no sé qué peor situación estamos esperando para actuar con emergencia.
“El homicidio de mujeres es un delito multiofensivo porque implica, muchas veces, el secuestro, el maltrato, la violación y, finalmente, el homicidio; por eso es la complejidad de la tipificación del feminicidio”, señaló muy acertadamente Teresa Incháustegui, diputada por el Partido de la Revolución Democrática (PRD). El feminicidio merece la atención de las autoridades, ya que representa un problema grave que no puede continuar: entre 2007 y 2009 –último año del que se tienen estadísticas–, el delito de feminicidio creció 71 por ciento. El 17 por ciento se cometió en contra de menores de edad; la mitad de las mujeres muere en sus propias viviendas, mientras que dos terceras partes de los hombres asesinados mueren en la vía pública. “En la mayoría de los casos los agresores utilizan armas de fuego, en los asesinatos de mujeres es tres veces más frecuente el uso de armas punzocortantes, el ahorcamiento, el incendio –sean asesinadas por fuego o quemadas con algún químico–, y los golpes.” Otros homicidios podrían estar relacionados con la delincuencia organizada, dado el modus operandi con que se perpetraron, el uso de armas de grueso calibre, tortura y mensajes de grupos criminales.Por múltiples razones que no alcanzamos a comprender, la violencia está cobrando cada vez más importancia entre las nuevas generaciones. La encuesta que acaba de dar a conocer el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM sobre la cultura constitucional, es otro caso que tendría que llevarnos a declarar una alerta de género. Se trata de una encuesta aplicada a personas mayores de 15 años de todo el país. Destaca sobre todo el dato de que jóvenes entre 15 y 19 años de edad se manifestaron por la tortura y hasta la pena de muerte para combatir la delincuencia organizada. Además, si se les da a elegir entre los valores de libertad y seguridad, cuatro de cada 10 escogen la seguridad frente a la libertad y poco más de tres de cada 10 eligen a la libertad, dos de 10 escogieron, espontáneamente,
ambos. Pero entre quienes eligieron la seguridad están los jóvenes entre los 15 y 19 años de edad, los que cuentan con la licenciatura completa y quienes habitan en el centro-occidente y en el centro del país. Las personas que no cuentan con escolaridad eligieron la libertad, al igual que los de 65 años y más, quienes obtienen cinco salarios mínimos y más y los que habitan en el norte del país. Cuatro de cada 10 entrevistados estuvo en desacuerdo (o en desacuerdo en parte) con que una persona sea torturada para conseguir información sobre un grupo de narcotraficantes, mientras que tres de 10 estuvieron de acuerdo (o de acuerdo en parte); de acuerdo con la frase se manifestaron los varones, los jóvenes de 15 a 19 años y las personas de 45 a 49 años de edad. La mitad de los entrevistados se dijo en desacuerdo (o en desacuerdo en parte) con que las fuerzas de seguridad maten a un miembro de la delincuencia organizada en vez de juzgarlo; en contraste, casi tres de cada 10 estuvieron de acuerdo, o de acuerdo en parte; estuvieron de acuerdo con que se mate a un miembro de la delincuencia organizada los jóvenes de 15 a 19 años (36.6 por ciento), quienes tienen entre 45 y 49 años; los que obtienen menos de un salario mínimo (36.8 por ciento) y quienes viven en la región norte del país (32.2 por ciento).
Por la complejidad implicada, pocos estudios nos ayudan a comprender los mecanismos de la violencia y de dar muerte a los demás. Algunos hombres matan por tener respeto, porque aquél dispuesto a arrebatar la vida de quien sea, obtendrá respeto. Eso encontró Carlos Mario Perea estudiando la violencia entre jóvenes pandilleros bogotanos hace un par de años:
La tarea de introducir el diablo adentro se desempeña con insistencia, sin cesar en ningún momento en el intento de ser malo. Las motivaciones para actuar violentamente muchas veces quedan ocultas y en otros casos se expresan como causalidades razonadas: la defensa del territorio y la venganza. Se guarda el odio y se paga con muerte. Los malos surgen porque quieren ser reyes, reyes de una cuadra “quieren ser reyes… a un pelao de esos no le da miedo de nada, ni de meter una puñalada o pegar un tiro. Son personas que se ganan el respeto… Para sobresalir en una pandilla toca probar peleando, si toca matar hacerlo, si toca frentrearle al mismo compañero hacerlo, si se gana el respeto puede ser el líder”… “ver a ese chino es como verle la cara al diablo, por eso se ganó el respeto”. El pandillero se hace hombre de la mano del terror y la muerte. No todos vienen de familias desestructuradas y no siempre se abomina el vínculo familiar, muchos tienen hijos para echar raíces en un medio plagado de incertidumbres. La vida en pareja está trenzada de conflictos. Las escenas de celos aparecen acompañadas de golpizas y maltrato. El efecto de la amenaza violenta funciona como argumento. “No peleo con ella siempre y cuando no me descuide al pelaito (hijo), le meto una cachetada. Si uno las alcahuetea se vuelven concha..” Algunos apuñalan a su compañera “nos agarrábamos a pelear, con toda arma que tenía en la mano le quería dar, la apuñalié como unas quince veces, afirma otro...” Lo femenino no tiene gran cabida en esos ambientes, más que excepcionalmente: “Como mujer estar en un parche (léase pandilla) va en el respeto que uno se logre ganar, si se hace respetar a los tipos les toca respetar (Con el diablo adentro: pandillas, tiempo paralelo y poder, Siglo XXI, 2007).
La violencia de género expresa múltiples crisis de masculinidad, las cuales se están reforzando y exacerbando con la guerra que prevalece hoy, en el territorio mexicano.
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