Sara Sefchovich
Los intelectuales se esfuerzan por encontrar a los “indignados” en México. Como el movimiento conocido con ese nombre les parece que “anuncia la hora del despertar”, pues les urge que en México también exista.
Y, sin embargo, no, no existe. No, por lo menos de acuerdo con aquello que los identifica en otros países ni tampoco de acuerdo con la definición que dan los estudiosos de ese fenómeno social.
Las movilizaciones sociales de los llamados “indignados” que han tenido lugar recientemente en varios países poseen ciertas características en común: que la mayoría de los participantes son jóvenes, que usan las redes sociales y la tecnología para comunicarse y convocarse y que, como dice Luis Hernández Navarro, son ciudadanas, apartidistas, horizontales, democráticas y pacifistas.
En términos de aquello que las convoca, se trata de poner en tela de juicio, como bien lo resume Eduardo Febbro, un modo de desarrollo basado en el enriquecimiento permanente y en el crecimiento constante, que se ha sostenido sobre la especulación y la corrupción y ha conseguido darle mucho a algunos pero cerrarles las oportunidades a los demás.
En términos de sus objetivos, como bien dice Alberto Castillo, si bien están inconformes con cómo van las cosas y desean un cambio, no plantean exigencias específicas, sino de manera amplia la oportunidad de participar del mercado, la educación, la vivienda, el trabajo, todo eso que el neoliberalismo en que nacieron y crecieron daba por sentado pero que a ellos no les pudo cumplir. En ese sentido, podría afirmarse que no es que quieran cambiar el sistema, sino, al contrario, entrar en él y participar de sus beneficios. Y en términos de su modo de organización, se trata de individuos (no grupos, no sindicatos, no ONG’s) que se reúnen en algún espacio público de las ciudades y que no tienen ni quieren tener líderes ni representantes ni confían en la política y los políticos. Son, dicen L. Prados y S. Camarena, un poder ciudadano.
Así que aquellos que han aparecido en nuestro país y que se dan a sí mismos ese nombre no lo son. Unos, como los que se reúnen frente a la Bolsa de Valores, en el kiosco de la plaza de Coyoacán o en el Monumento a la Revolución en la ciudad de México, porque son pequeños grupos y no pueden considerarse un movimiento social. Otros, como los que se llaman a sí mismos “Asamblea permanente de los mexicanos indignados” tampoco, porque son grupos organizados como el SME, mineros y telefonistas que son lo opuesto exactamente a los indignados: están jerárquicamente organizados, son corporativos, son corruptos, tienen líderes que “representan” y negocian con los políticos y participan ampliamente de la política.
Ahora bien: ¿por qué en México son así las cosas? ¿Acaso aquí los gobernantes sí han hecho su trabajo? ¿Acaso aquí no pasa que a los políticos y a los intereses económicos los ciudadanos les importan un cacahuate? ¿Acaso aquí los jóvenes tienen oportunidades de estudiar, conseguir trabajo y vivienda? ¿Acaso aquí no se recortan los apoyos sociales? ¿Acaso aquí no estamos hartos o, como dice Javier Sicilia, “hasta la madre”? Entonces ¿por qué no hay “indignados”? ¿Qué es lo que hace diferentes a los mexicanos de los ciudadanos de otros países?
Esto es lo que me gustaría entender. No me creo (y es más, me chocan e indignan) las explicaciones que dan algunos “expertos”, como ésa de que los jóvenes de hoy “están apáticos, casi deprimidos. Hay un desánimo muy grande, una falta de idealismo, de sueños” o que ya no hay utopías ni ideales, o que se trata de personas “más emocionales que racionales”, producto de lo que estos analistas consideran que es “la debacle moral” de la sociedad mexicana.
Me parece más bien que si no tenemos “indignados” aquí es porque con todo y la falta de oportunidades, el descrédito y desconfianza de las dirigencias políticas no hay todavía disponibilidad mental para emprender ese tipo de acciones colectivas. Lo que ahora hay que explicarse es por qué no hay esa disponibilidad. ¿Será que hay algo en nuestra cultura, en nuestra forma de pensar que nos mantiene quietos? Y de ser así, ¿qué es ese algo?
sarasef@prodigy.net.mxwww.sarasefchovich.com
Escritora e investigadora en la UNAM
Los intelectuales se esfuerzan por encontrar a los “indignados” en México. Como el movimiento conocido con ese nombre les parece que “anuncia la hora del despertar”, pues les urge que en México también exista.
Y, sin embargo, no, no existe. No, por lo menos de acuerdo con aquello que los identifica en otros países ni tampoco de acuerdo con la definición que dan los estudiosos de ese fenómeno social.
Las movilizaciones sociales de los llamados “indignados” que han tenido lugar recientemente en varios países poseen ciertas características en común: que la mayoría de los participantes son jóvenes, que usan las redes sociales y la tecnología para comunicarse y convocarse y que, como dice Luis Hernández Navarro, son ciudadanas, apartidistas, horizontales, democráticas y pacifistas.
En términos de aquello que las convoca, se trata de poner en tela de juicio, como bien lo resume Eduardo Febbro, un modo de desarrollo basado en el enriquecimiento permanente y en el crecimiento constante, que se ha sostenido sobre la especulación y la corrupción y ha conseguido darle mucho a algunos pero cerrarles las oportunidades a los demás.
En términos de sus objetivos, como bien dice Alberto Castillo, si bien están inconformes con cómo van las cosas y desean un cambio, no plantean exigencias específicas, sino de manera amplia la oportunidad de participar del mercado, la educación, la vivienda, el trabajo, todo eso que el neoliberalismo en que nacieron y crecieron daba por sentado pero que a ellos no les pudo cumplir. En ese sentido, podría afirmarse que no es que quieran cambiar el sistema, sino, al contrario, entrar en él y participar de sus beneficios. Y en términos de su modo de organización, se trata de individuos (no grupos, no sindicatos, no ONG’s) que se reúnen en algún espacio público de las ciudades y que no tienen ni quieren tener líderes ni representantes ni confían en la política y los políticos. Son, dicen L. Prados y S. Camarena, un poder ciudadano.
Así que aquellos que han aparecido en nuestro país y que se dan a sí mismos ese nombre no lo son. Unos, como los que se reúnen frente a la Bolsa de Valores, en el kiosco de la plaza de Coyoacán o en el Monumento a la Revolución en la ciudad de México, porque son pequeños grupos y no pueden considerarse un movimiento social. Otros, como los que se llaman a sí mismos “Asamblea permanente de los mexicanos indignados” tampoco, porque son grupos organizados como el SME, mineros y telefonistas que son lo opuesto exactamente a los indignados: están jerárquicamente organizados, son corporativos, son corruptos, tienen líderes que “representan” y negocian con los políticos y participan ampliamente de la política.
Ahora bien: ¿por qué en México son así las cosas? ¿Acaso aquí los gobernantes sí han hecho su trabajo? ¿Acaso aquí no pasa que a los políticos y a los intereses económicos los ciudadanos les importan un cacahuate? ¿Acaso aquí los jóvenes tienen oportunidades de estudiar, conseguir trabajo y vivienda? ¿Acaso aquí no se recortan los apoyos sociales? ¿Acaso aquí no estamos hartos o, como dice Javier Sicilia, “hasta la madre”? Entonces ¿por qué no hay “indignados”? ¿Qué es lo que hace diferentes a los mexicanos de los ciudadanos de otros países?
Esto es lo que me gustaría entender. No me creo (y es más, me chocan e indignan) las explicaciones que dan algunos “expertos”, como ésa de que los jóvenes de hoy “están apáticos, casi deprimidos. Hay un desánimo muy grande, una falta de idealismo, de sueños” o que ya no hay utopías ni ideales, o que se trata de personas “más emocionales que racionales”, producto de lo que estos analistas consideran que es “la debacle moral” de la sociedad mexicana.
Me parece más bien que si no tenemos “indignados” aquí es porque con todo y la falta de oportunidades, el descrédito y desconfianza de las dirigencias políticas no hay todavía disponibilidad mental para emprender ese tipo de acciones colectivas. Lo que ahora hay que explicarse es por qué no hay esa disponibilidad. ¿Será que hay algo en nuestra cultura, en nuestra forma de pensar que nos mantiene quietos? Y de ser así, ¿qué es ese algo?
sarasef@prodigy.net.mxwww.sarasefchovich.com
Escritora e investigadora en la UNAM
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